El Códice de la Cruz-Badiano es el libro medicinal más antiguo que se haya elaborado en América. Es fuente de primera mano para conocer el funcionamiento de aquello que podríamos llamar “medicina prehispánica”, disciplina colmada de simbolismo y, sobre todo, de religiosidad. Sus autores, testigos y actores de dos épocas, la prehispánica y la novohispana, se convirtieron en el crisol perfecto donde se fusionó la idiosincrasia médica nahua con la occidental, especialmente la derivada a partir de autores grecolatinos como Dioscórides y Plinio. Es también una muestra del conocimiento ancestral de los pobladores americanos y prueba del aporte cultural de México hacia el mundo.
Baltazar Brito
En 1990, el Códice de la Cruz-Badiano regresó a tierras mexicanas, después de viajar en el tiempo más de cuatro siglos. Su importancia y su belleza lo hacían presente y quienes han estado en el Hospital de La Raza han admirado –acaso sin tener noticia de su origen documental–, en una pintura mural de Diego Rivera, un repertorio herbolario que repite con maestría aquella obra suprema de la erudición, la sabiduría ancestral y la representación artística de un tesoro mexicano. Para honrar ese acontecimiento de importancia mayor, el gobierno de la república —el Fondo de Cultura Económica y el Instituto Mexicano del Seguro Social— realizó una hermosa edición facsimilar. El valiosísimo documento quedó bajo resguardo de la Biblioteca del Instituto Nacional de Antropología.
En plena pandemia del COVID-19 no todas son noticias desastrosas. Una luz poderosa, antigua y de inmenso valor cultural se enciende con la novedad de un proyecto singular: articular un registro histórico superior con la vida actual y futura; reconocer la permanencia en el campo mexicano de la sabiduría antigua, milenaria, e imaginar una conversación entre la siembra, la historia, la medicina, los códices vivos y su inagotable depósito de noticias útiles. La Dra. Alejandra Moreno Toscano y el Dr. Baltazar Brito han realizado una hazaña cultural de primer orden: despertar el manuscrito de Martín de la Cruz y de Juan Badiano con una nueva edición y un acercamiento a los jardínes etnobotánicos. Al abrir esa caja de maravillas, hacen una contribución inestimable, hoy en día en que lo ominoso y lo nublado parecieran negar sentido a lo más común, a lo cotidiano. Con un documento de extraordinario valor hacen memoria y agitan ideas, posibilidades, recursos y ponen en circulación un repertorio cuyo alto significado histórico resulta conmovedor por su potencial vivo, permanente.
La presentación de la Dra. Alejandra Moreno Toscano da cuenta pormenorizada de las circunstancias en las que se realiza esta magnífica aportación y, gracias a un portal muy logrado, puede verse en línea el documento, leerse el magnífico estudio introductorio del Dr. Baltazar Brito y admirarse con la belleza y el arte mayor de este documento esencial en nuestra historia. Recomiendo también ver el video de la presentación del Códice, disponible en https://codicecruz-badiano.com/index.html#codex. La invitación merece atenderse: asomarse al Códice de la Cruz-Badiano es una oportunidad única para el estudio, el disfrute intelectual, la contemplación de una obra de arte mayor, la reflexión acerca del conocimiento y el vínculo que otorga a la sabiduría ancestral no solo vigencia, pues no requiere certificación, sino sobre todo, una luz que en los días que corren resulta fundamental bálsamo y una estupenda inspiración.
El año 2020, memorable por ser el año en que la realidad nos obligó a recluirnos y repensar retos que nos depara el futuro en un mundo global y complejo, con nuevas posibilidades de cooperación internacional, compartí –con un equipo de entusiastas e insistentes coeditores– la satisfacción de completar las gestiones para realizar la edición facsimilar del Códice de la Cruz-Badiano.
Agradezco el apoyo de la Secretaría de Relaciones Exteriores y la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, del Instituto Nacional de Antropología e Historia y de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia que nos impulsaron a alcanzar este propósito.
En el marco de la Jornada de Diplomacia Cultural: “Códices Vivos”, convocada para llevarse a cabo en Berlín 2020, mientras cumplía el encargo de convocar a expertos participantes, por circunstancias más propias del azar que de la reflexión previa, modifiqué el enfoque de conservación del patrimonio cultural que había sido mi punto de partida.
El estudio explicativo de las insólitas circunstancias por las cuales un librito –precioso— dedicado al Emperador Carlos V, donde se reunía el conocimiento herbolario de los indígenas del Valle del Anáhuac había retornado repatriado, hace 25 años, procedente de los tesoros vaticanos a la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, escrito con amena erudición por el doctor Baltazar Brito, etnohistoriador — especialista en códices mexicanos— contribuye a explicar por qué, al retomar retrospectivamente la historia de un documento excepcional, cambió de raíz el enfoque de recuperación de la memoria histórica y del patrimonio cultural.
El más antiguo herbolario del continente americano sería publicado en facsímil con un propósito de uso actual.
Recopilado en 1552, en el Colegio de Santa Cruz de Santiago Tlatelolco por los médicos nahuatlatos Martín de la Cruz y Juan Badiano para preservar el conocimiento originado siete mil años atrás sobre el cultivo de las plantas y flores nativas mesoamericanas. Su reedición facsimilar se dedicaría al trabajo campesino que ha mantenido, sin interrupción, el cultivo de esas mismas plantas nativas en sus tierras de sembradura o en jardines etnobotánicos. Esa labor milenaria ha mantenido vivo ese conocimiento y ha contribuido a preservar la diversidad evolutiva y la riqueza cultural de México. El Códice debería ahora ser devuelto a sus creadores y en conjunto con láminas de mayor tamaño, donde se reuniera la información sobre las plantas emblemáticas y se imprimirán en una carpeta adicional para su exhibición en los espacios públicos.
Esa reflexión sobre los lazos profundos que unen al conocimiento conservado en libros o códices depositados en bibliotecas o en los jardines etnobotánicos, verdaderos repositorios derivados de la reproducción de las plantas y los saberes ancestrales: herbolarios, medicinales, gastronómicos, de utilización de fibras para textiles, colorantes, edulcorantes, cosméticos y demás conocimientos científicos y aplicados al desarrollo de las comunidades campesinas y de la sociedad, que preservan la diversidad del mundo natural y su diversidad cultural.
De ese juego de simultaneidad donde el pasado y el presente se encuentran surge la base de un desarrollo sustentable verdadero.
La estrategia efectiva de recuperación de la memoria histórica va más allá de la publicación del Códice, pues está vinculada con la labor campesina que en jardínes etnobotánicos –Códices Vivos– conservan nuestra naturaleza y cultura.
Una vez cumplido su cometido, el Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis se convirtió en una curiosidad, en una farmacopea más entre las muchas otras resguardadas en la biblioteca del Escorial. No obstante, la belleza de su encuadernación y la delicadeza de sus miniaturas y caligrafía continuaron llamando la atención de importantes personajes que anhelaban incluirlo en su colección particular. Las marcas de propiedad de algunos de ellos siguen impresas en el códice como mudos testigos de sus poseedores y de los derroteros que este manuscrito emprendió a lo largo de poco más de cinco centurias.
Sabemos que, por lo menos, tuvo tres propietarios antes de ingresar a la Biblioteca Apostólica Vaticana en 1902. Fue Diego de Cortavila y Sanabria, farmacéutico de corte y boticario real de Felipe IV, el primero de ellos. Vivió en Madrid hasta mediados del siglo XVII y osó colocar, justo en medio de la portada del manuscrito, un crismón acompañado por la leyenda “exlibris didaci Cortavila”. El segundo fue el cardenal Francisco Berberini, sobrino del papa Urbano VIII y dueño de una biblioteca conformada por más de 60 000 volúmenes, quien es muy probable que haya adquirido el herbario entre 1625 y 1626, años en que permaneció en España como Legado Apostólico. Cassiano del Pozzo es el nombre del tercer posible propietario, o quien al menos por un momento logró conservarlo junto a él. Como miembro de la Academia de Lincei era un ferviente aficionado de la flora americana y un gran coleccionista. Asesoró al cardenal Berberini en la adquisición de piezas bibliográficas y, bajo este antecedente, es muy probable que lo hubiese ayudado en la obtención del Libellus de Medicinalibus, no sin antes mandar hacer una copia, misma que fue encontrada en Inglaterra, en la biblioteca del castillo de Windsor y señalada con el escudo de armas del mismo Pozzo.
Tres siglos transcurrieron para que el códice despertara nuevamente el interés de alguien tras ser redescubierto, azarosa y casi simultáneamente, en 1929 por tres investigadores: los doctores Charles Upson Clark, Lynd Thorndike y Giuseppe Gabrieli. El primero de ellos comunicó su feliz hallazgo a un grupo de investigadores interesados en la historia de la medicina que trabajaba en la Universidad Johns Hopkins, a cuya cabeza se encontraba William H. Welch, quien manifestó su deseo de que el manuscrito se publicase lo más pronto posible.
• Curación de la Cabeza. Furúnculos. Caspa o alopecia. Tiña, Caída del pelo. Descalabradura o fractura de la cabeza. • Cuidado de los ojos. Calor. Ojos inyectados de sangre. Glaucoma. Entorpecimiento de las cejas, o mejor dicho de los párpados. Hinchazón de los ojos. Inducción al sueño. Modo de evitar la somnolencia. • Purulencia de los oídos, sordera y obstrucción. • Catarro. Medicina que ha de instilarse en la nariz. Hierba sanguinaria. • Limpiador de dientes o dentífrico. Curación de encías inflamadas y purulentas. Dolor y putrefacción de los dientes. Fuerte calor, tumor o supuración de la garganta. Anginas. Medicina con que se mitiga el dolor de garganta. Para des- echar la saliva reseca. Para acabar con el esputo sanguinolento. Para calmar la tos. Para quitar el aliento fétido y repugnante. El hipo. • Refrigerio para la boca inflamada por el calor. Remedio para el que no puede bostezar por el dolor. Sarna de la cara. Sarna de la boca. Estruma o escrófula del cuello. Agua subcutánea. Debilidad de las manos. • Opresión molesta del pecho. Dolor en el corazón. Calor. Dolor de costado. Medicina que mata lombrices y animalejos que se alojan en el vientre del hombre. Antídoto. Inflamación del estómago. Dolor de vientre. Disentería o cólicos. Ruidos del vientre. Frialdad. Diarrea. • Curación de la región púbica. Hierba inguinaria. Hierba para la vejiga o halicacabo. Disuria o extranguria. Mal de asentaderas. Podagra. Dolor poplíteo. Contracción incipiente de la rodilla. Remedio de las grietas en la planta de los pies. Lesión de los pies. Contra la fatiga. Árboles y flores contra el cansancio del que administra la República y desempeña un cargo público. • Remedio contra la sangre negra, fiebre, lepra, hemorroides, condiloma, calor excesivo, cuerpo maltratado, liquen o mentagra, fiebres intermitentes, sarna, heridas, enfermedad de las articulaciones, psora, pus agusanado, quemaduras del cuerpo, digestión difícil, venas inflamadas por la incisión de la sangría. Del fulminado por el rayo. • De la enfermedad caduca o comicial. Remedio contra el miedo o poquedad de ánimo. Mende de Abdera. Vejados por el torbellino o el ventarrón. Verrugas. Fetidez de los enfermos. Mal olor de las axilas. Enfermedad del piojo y piojos en la cabeza. Para el que pasa rio o agua. Para el viajero. • Remedio para la parturienta y para la menstruación. Lavado del vientre de la puérpera. Tumor mamario. Medicina para provocar leche. • De la sarna o quemadura de los niños. Para cuando el niño ya no quiere mamar por algún dolor.
El mundo puede existir porque todavía hay niños, o porque hay infancia. El mundo es un infante. El día que el mundo deje de ser un infante, desaparecerá. Yo diría que la infancia es la sangre de la existencia y creo que una vida en la que no hay infancia no tiene sentido, ni es buena para nadie. La infancia es la esencia del mundo y de la naturaleza.
Infancia sin fin, Fernando Pessoa
Desde el inicio del confinamiento, empezamos a vivir una realidad que estaba muy lejos del imaginario colectivo, lo que nos llevó a generar contenidos pensando en los diferentes públicos que nos acompañan en la red de bibliotecas BS. Gracias a la virtualidad, nuestros corazones han permanecido cercanos con los usuarios. Pensábamos en las infancias y en cómo estarían viviendo esta pandemia desde sus hogares. Fue así como María Isabel Grañén, presidenta de la Fundación Alfredo Harp Helú, junto con Claudia Madrazo, directora de la editorial La Vaca Independiente A. C., unieron sus súper poderes y pusieron la semilla que originó el concurso de cuento infantil y juvenil Decamerón contado por niñas y niños mexicanos, 2020, en el que niñas, niños y jóvenes abrieron la puerta de la imaginación y escribieron sus propios relatos.
El concurso nació en circunstancias que pudieran parecer adversas, pero ellos y ellas—los participantes— las convirtieron en una oportunidad de creación. Escribían a partir de sus propias vivencias durante la pandemia, cada uno con su propio punto de vista y ofreciendo soluciones; teniendo como aliados a la imaginación, al mismo confinamiento y, por supuesto, al lápiz y al papel.
En los primeros días, los correos llegaron tímidamente, poco a poco fueron tomando confianza hasta convertirse en ríos de palabras que viajaban a través del mundo virtual. Recibimos más de seiscientos trabajos de varios estados de la república, desde Chihuahua, pasando por Guanajuato, Querétaro, hasta llegar a Quintana Roo y Yucatán, incluso llegaron de países tan lejanos como Líbano y Holanda.
La imaginación no tiene límites, las y los niños nos demostraron que no necesitaban salir de sus casas para realizar grandes viajes y tener aventuras. La felicidad se encuentra en cosas tan diminutas, como cortar manzanas, escuchar las historias de los abuelos o imaginar que una piedra es mágica… todo eso nos han enseñado los niños y jóvenes concursantes. Y qué decir de las ilustraciones llenas de colores, trazos, personajes…
La aventura todavía no termina y creemos que seguiremos hablando de ella por mucho tiempo. Este hermoso proyecto permitió reunir a niñas, niños y jóvenes de diferentes regiones geográficas, así como al niño de la vida rural con el de la vida urbana. Los textos que integrarán el libro conmemorativo se convertirán en un invaluable registro social del pensamiento infantil y juvenil a raíz de la pandemia del año 2020.
…Los premios viajan a sus destinos, el libro se encuentra en manos de las magas de la edición, la pandemia sigue, la esperanza nos acompaña, la infancia duerme y sueña conhistorias maravillosas…
Había incertidumbre y preocupación durante los primeros meses de la pandemia. Los pronósticos no favorecían el retorno a las actividades y el pánico y la desinformación no se hicieron esperar en las redes sociales, atiborrándonos de teorías conspirativas y referidas al “nuevo orden mundial”.
Cuando todo parecía mejorar, la gráfica de contagios ascendió y la disponibilidad de camas para pacientes con esa dichosa enfermedad, se vio agotada. Sin embargo ¿qué aprendizaje no está dejando este mal sabor de boca? Los conceptos más acertados respecto a todo ese asunto serían: adaptación y resiliencia. Se volvieron a plantear los mecanismos de trabajo y, sobre todo, el no rendirse en tiempos complicados, aprender y continuar el camino. En la BS Biblioteca Infantil de Oaxaca, se han llevado a cabo diversos talleres, desde análisis literarios hasta los de tipo inclusivo, como el de sistema braille y la Lengua de Señas Mexicana (LSM), todos de manera presencial.
Por más de siete años consecutivos se ha ofrecido, de manera puntual, el taller de Lengua de Señas Mexicana (LSM) que la BS ha impulsado, en un principio con la asociación civil CORA. Se trata de un taller presencial en el que el movimiento y la velocidad de la mano, la expresión facial como la boca, las cejas y los ojos, además del cuerpo, componen los elementos lingüísticos de comunicación de una idea o palabra que muy difícilmente se puede aprender con solo libros y tutoriales en línea. No quiero decir, estimado lector, que no se pueda, pero hay maneras de encontrar espacios dedicados a la enseñanza profesional de esa materia.
Luego de estos siete años de arduo trabajo ininterrumpido, como respuesta a las medidas y protocolos de seguridad, la gran BS decidió suspender todas las actividades en las sedes, de manera abrupta, sin posibilidad de continuar los talleres. La sorpresa invadió los rostros de los usuarios y solo quedaba la pregunta: ¿Cuándo volveremos a vernos?, sin saber que esas últimas señas que entrelazaban las manos de los estudiantes eran una amarga despedida.
Como se mencionó anteriormente, no podíamos quedarnos de brazos cruzados y mantener las condiciones aisladas de cualquier visita, recorrido o taller. Cada integrante del equipo debía pensar, desde su trinchera, cómo transitar a esa nueva condición social: no se dudó en acudir al ya conocido home office, así como a transmitir actividades en línea. Respecto a la enseñanza de la Lengua de Señas, fue complicado tratar esa área, pues lanzar solo videos, sin tener un seguimiento u orientación comunicativa adecuados, no iba a funcionar; entonces se desechó la idea. Sin embargo, mientras las condiciones permanezcan así, se optará por continuar las clases en línea. Estos ajustes atienden, con responsabilidad, el llamado de nuestra profesión.
Adaptándonos a la situación actual, y respondiendo a las necesidades que se presentan, la más reciente convocatoria para la continuidad del taller fue diferente: el formulario para la inscripción resaltó que las clases serían a través de la plataforma Zoom; el cupo se llenó al instante, no esperábamos una respuesta tan favorable, con más de 150 aspirantes al curso, lamentablemente, aunque quisiéramos que todos formaran parte de esa gran experiencia, las condiciones no lo permiten. Por eso les invito a no dejar de explorar y a no perder las esperanzas por aprender algo nuevo. ¿Podremos ajustarnos a esas características de la nueva normalidad? Yo digo que sí.
¿Qué es la vida pública? En las palabras del arquitecto y urbanista Jan Gehl1, la vida pública cambia constantemente en el curso de un día, una semana, un mes y los años, y debería ser entendida como todo aquello que tiene lugar entre los edificios. Es aquello que podemos observar al salir y advertir lo que está pasando.
Generalmente, los arquitectos y diseñadores urbanos estamos más preocupados por la forma urbana que por todo aquello que pasa en el espacio público. Para ahondar un poco más en este punto, es posible plantear un ejemplo: ¿Sabes cómo se usa una banca? La banca puede tener distintos fines y usos, pero hay preguntas que, al momento del diseño, suelen pasarse por alto para determinar su uso real: ¿cuánto?, ¿quién?, ¿dónde?, ¿qué?, y ¿cuánto tiempo?
Retomando a Gehl, él explica cómo un anciano selecciona una banca para sentarse con su compañero y considera que es el lugar idóneo para prender su pipa, sin embargo, dejan un espacio libre y otra persona más decide sentarse para observar cómo pasa la gente, después de un largo tiempo, los dos compañeros de pipa deciden abandonar la banca y dejan al tercer integrante solo. Este momento es aprovechado por dos jóvenes pintores que, cansados de la jornada y manchados de pintura, deciden ocupar el espacio; el tercer integrante decide que es tiempo de abandonar la banca y dejar a la pareja de jóvenes, sin embargo, ellos consideran que fue suficiente el descanso y dejan también totalmente solo el mobiliario. Después de un tiempo corto, una última pareja de ancianos decide ocupar el espacio dejado por los jóvenes pintores, pero al observar que han dejado la banca manchada con pintura, deciden cambiar y se van a otro lugar disponible. Todo esto pasó mientras un niño, sin moverse de su carriola, observaba todo lo que ocurría en el lugar. Con este ejemplo se puede ver que, en un periodo muy corto de tiempo, ocurrieron decisiones y acciones difíciles de entender, pero que suceden. Todos estos actos están moldeando constantemente el espacio público.
Ahora bien, es precisamente este caso el que se puede presentar como justificación de la necesidad de no replicar o “regionalizar” proyectos, pues “la vida en el espacio público” de cada comunidad es variable. Aquí es donde un segundo concepto entra en juego: Identidad. Desde un punto de vista sociológico, Jenkins2, afirma que la identidad es nuestra comprensión de quiénes somos y quiénes son los demás y, recíprocamente, la comprensión que los otros tienen de sí y de los demás, incluidos nosotros. La sociología ha tenido una gran discusión sobre este tema para determinar si debería ser enfocado desde la singularidad o desde la colectividad. Para el caso del urbanismo, y los fines de este texto, lo abordaremos desde la colectividad, pues la perspectiva de una identidad colectiva, enmarcada en un contexto o región específica, nos arroja una variable de suma importancia para entender la vida pública: “la identidad cultural”.3
Según la UNESCO, la cultura es “el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias y que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo…”. Si entendemos la identidad como la comprensión de quién soy, dentro de un conjunto de personas, y la cultura como los rasgos inmateriales de una sociedad, la identidad cultural debe de ser percibida como la capacidad que tiene un conjunto de personas para comprender quiénes son a través de sus rasgos intangibles. Es por lo anterior que “la vida en el espacio público” de una comunidad es variable, y el diseño urbano será determinado por la “identidad cultural” y el contexto natural que ahí prevalezca.
Durante este primer semestre del 2020, en la Casa de la Ciudad se ha trabajado en la reactivación social de Santo Domingo Tehuantepec a través programas académicos y culturales que buscan la resiliencia de espacios públicos abandonados. Durante este tiempo, se ha observado que la vida pública de la ciudad tehuana es única. Los espacios públicos tienen un grado de flexibilidad impresionante pues, en un instante, una calle pasa de ser una conexión a un andador peatonal, o un parque pasa de ser un área infantil a un auditorio musical.
La riqueza cultural de Santo Domingo Tehuantepec hace que la vida en el espacio público sea de mucho interés y, por ello, más complejo de definir, pero no imposible. Hemos recorrido desde el mercado, con sus particulares estrategias de venta, los parques convertidos en cenadurías, las calles transformadas en áreas vestibulares para las casas, hasta callejones vecinales con una fortaleza impresionante de unión por parte de los habitantes: nunca habíamos encontrado una identidad cultural y sentido de pertenencia tan arraigado. Podríamos hacer, en este momento, un llamado a los urbanistas, interesados en realizar proyectos de participación ciudadana, para que trabajen en este maravilloso lugar, pues es una de aquellas ciudades en las que el “diseño participativo” puede, en verdad, hacer reverencia a su nombre.
Como estrategia de mejoramiento de imagen urbana, y a manera de continuidad con la reactivación social de Santo Domingo Tehuantepec, la Casa de la Ciudad ha iniciado con trabajos preliminares de mejoramiento del espacio público. El primer proyecto que se realizó fue Parque Chi-chite, en la calle Arista del Barrio Laborío. Dicho proyecto sigue en proceso de implementación de la mano de los vecinos. El segundo proyecto en puerta es el Parque Bigarii, que se encuentra frente a Casa Guietiqui. Este proyecto se encuentra temporalmente suspendido a causa de la contingencia sanitaria, sin embargo, no se ha detenido en cuestión de planeación de estrategias para determinar pautas de diseño para el regreso a la nueva normalidad.
Si quieres conocer más acerca de estos proyectos visita el siguiente enlace:
Las comunidades forestales mexicanas, particularmente las oaxaqueñas, con su régimen de propiedad comunal y sistema de usos y costumbres, tienen un importante potencial para construir un desarrollo local real, capaz de generar empleos, de diversificar las economías regionales y de generar inversión social en actividades productivas y en servicios públicos en las comunidades. Treinta años de vida de las experiencias de manejo comunitario en contextos muchas veces adversos muestran este potencial. La productividad y riqueza de los bosques mexicanos, y la lógica de contribuir al bien común como eje de la gestión forestal comunitaria, son recursos muy importantes para construir experiencias de sustentabilidad con equidad.
En México, y en Oaxaca especialmente, las áreas con manejo forestal comunitario mantienen las coberturas forestales, el abastecimiento de carbono, los cuerpos de agua y la biodiversidad, de forma tan eficiente como las áreas naturales protegidas más sofisticadas. Además, invierten esfuerzos y recursos en la restauración de los bosques y mantienen brigadas de protección contra incendios, plagas y tala ilegal, con base en la protección comunitaria. Las experiencias comunitarias de manejo y uso de bienes comunes se basan en la organización comunitaria, a la vez que la fortalecen. La confianza y el respeto de los individuos hacia las decisiones colectivas ya las reglas comunitarias, así como el sentido de pertenencia compartida, contribuyen a fortalecer la paz y la gobernabilidad, tristemente, bienes escasos en México.
A pesar de su potencial y sus logros, las experiencias de manejo, aprovechamiento y gestión comunitarios han sido pocas veces comprendidas y valoradas por quienes diseñan y operan las políticas públicas. A lo largo de los años, se ha insistido en la necesidad de una regulación y gestión menos pesadas, descentralizadas –cuando existan condiciones–, en una política fiscal que reconozca las contribuciones de las empresas comunitarias, en la disposición de créditos blandos e inversiones públicas en infraestructura y recursos productivos, en sistemas de vigilancia y sanción efectivos que se basen en esquemas de cogestión entre comunidades con historial de buen manejo. La respuesta a estas demandas ha sido limitada y, a partir de 2012, el abandono, incluso la agresión a las comunidades forestales fue prácticamente total: desapareció el área de silvicultura comunitaria de la Comisión Nacional Forestal y se otorgaron concesiones mineras en 33% del área forestal del país, 70% de ellas en propiedad social, incluyendo zonas de conservación comunitaria, como el área de bosque mesófilo de la comunidad de Capulalpan de Méndez, en la Sierra de Juárez, y zonas de la Reserva de la Biósfera de Mariposa Monarca (que a pesar de encontrarse en la Reserva, son propiedad ejidal y comunal). Mientras tanto, los aprovechamientos forestales ilegales, tradicionalmente elevados en distintas regiones de México, se han multiplicado, relacionándose en ocasiones con el crimen. En estas condiciones, vale preguntarse si en aquellos contextos, donde el manejo forestal comunitario contribuye al bien común, debe reconocerse a este, y no a la minería, como actividad esencial y de “utilidad pública”.
La pandemia por COVID-19 pone a México frente a las consecuencias de décadas de políticas profundamente antisociales. Cifras tremendas, como la que expone que 50% de los mexicanos viven en condiciones de pobreza y casi 10% en pobreza extrema —que implica pobreza alimentaria—, no han descendido en 20 años y se incrementarán considerablemente a partir de la pandemia. Junto a la pobreza y la precariedad, México se señala como el país con más desigualdad en América Latina y uno de los más desiguales del mundo. La diferencia económica es también vulnerabilidad frente a la pandemia, ya que afecta en mayor medida a los grupos más pobres y con menos posibilidades de protegerse o cuidarse en la enfermedad. Resultado de ello son las altas cifras de contagio y mortalidad en Tabasco, en las colonias populares y pueblos originarios del suelo de conservación de la Ciudad de México: Topilejo, Milpa Alta y Xochimilco, con muy pobre acceso al agua y servicios de salud, así como en Iztapalapa, Ecatepec y Puebla, los municipios con el mayor número de pobres en el país.
Las comunidades forestales están relativamente protegidas por su aislamiento y organización, pero en distintas regiones se enfrentan a otro tipo de condiciones y presiones: en Quintana Roo, por ejemplo, las comunidades mayas, al haber acogido migrantes que se ocupaban en la zona turística, generaron algunos contagios. También se enfrentan a procesos como la tumba de selvas y manglares que se realizan de manera ilegal, frente a una nula capacidad institucional para detenerlos. Los apicultores mayas han sufrido la pérdida de apiarios por las inundaciones que generó en junio el huracán Cristóbal, además de la caída del mercado regional de miel. Los pueblos forestales del centro, norte y occidente del país se enfrentan a la caída de los mercados regionales de la madera, asociados en gran medida a la industria de la construcción, además de que los migrantes vuelven de las ciudades, incrementando el riesgo de contagio. En las dos últimas regiones se enfrenta un incremento del control territorial por parte del crimen: en Jalisco y Michoacán, por ejemplo, los desmontes al margen de la ley para establecer huertas de aguacate. En comunidades de Chiapas y Campeche, el programa de la Secretaría de Bienestar, “Sembrando Vida”, compite con la preservación de los bosques naturales.
En Oaxaca, las comunidades organizadas han cerrado sus entradas como mecanismo de protección y de esta manera preservar sus bosques, aun en estas condiciones adversas. La organización comunitaria, e intercomunitaria regional, puede tener un papel clave en la construcción de la capacidad de resiliencia frente a la crisis. Sin desconocer la responsabilidad de los gobiernos, las asambleas de los pueblos pueden ser espacios para discutir sobre la pandemia y las formas para responder a ella, por ejemplo, sobre la reconstrucción de los sistemas alimentarios y de salud locales y regionales, el combate de enfermedades crónico-degenerativas y las medidas frente a los impactos de los eventos meteorológicos extremos a partir del cambio climático, incluso el desarrollo de sistemas comunitarios de producción de energía a partir de fuentes renovables. Mucho se ha dicho sobre la necesidad de cambios profundos para la reconstrucción de las sociedades después de la pandemia en muchas regiones forestales de México, especialmente en Oaxaca: una estrategia de impulso al manejo forestal y territorial, a las economías y a los gobiernos comunitarios, tendría un fuerte potencial para construir experiencias socioambientales ejemplares. Los gobiernos y los congresos estatales pueden jugar papeles importan- tes en esta estrategia, por ejemplo, declarar el manejo forestal comunitario como actividad de utilidad pública en Oaxaca, legislar en este sentido e impulsar políticas que permitan un futuro sustentable e incluyente en el estado de mayor diversidad biológica y cultural del país.
El cambio climático es la principal problemática ambiental que enfrentamos como humanidad en la actualidad. Sus efectos pueden verse a lo largo del planeta en el aumento de la temperatura mundial en 1,1°C desde la era preindustrial; años cada vez más cálidos; el deshielo de los polos y una tasa de subida del nivel del mar de 5 mm al año en el periodo 2014-2019.1
Nuestro país no es ajeno a esta problemática. Al contrario, sus efectos se perciben cada vez con mayor fuerza y frecuencia en nuestro territorio, en la forma de fenómenos meteorológicos extremos, como huracanes, inundaciones y sequías, incendios desastrosos, y en un aumento de las olas de calor, daños en las cosechas y en la producción alimentaria, etc. Pero ¿qué nos ha llevado a esta situación? ¿Cuáles son las causas de esta problemática ambiental? El cambio climático se debe a la emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero (GEI) producto de acciones humanas, como el dióxido de carbono que emite la quema de combustibles fósiles. Solemos vincular este problema con el uso de automóviles, las emisiones de las fábricas o el vuelo de los aviones, lo cual es acertado, pero es importante que seamos conscientes de que las elecciones que hacemos en nuestro día a día sobre lo que consumimos o no (productos y servicios) también inciden en el aumento de la temperatura de nuestro planeta.
En la actualidad, nos encontramos inmersos en una sociedad de consumo, basada en la constante necesidad de satisfacer nuestros deseos mediante la adquisición de nuevos productos que nos hagan lucir mejor, que hagan nuestra vida más cómoda y fácil o que nos brinden felicidad. Esto ha llevado a la producción masiva de artículos y productos creados para el desecho y la sustitución, en el marco de una economía lineal que extrae recursos de la naturaleza, los transforma en productos que se consumen masivamente y que genera residuos que contaminan nuestro medio ambiente, sean estos emisiones de GEI o basura que irá a parar a nuestros ecosistemas o a engrosar los rellenos sanitarios. Un ejemplo de esto se encuentra en el consumo de plásticos de un solo uso.
A lo largo de la historia, la industria del plástico, así como de industrias relacionadas como las refresqueras, alimenticias o de los hidrocarburos, se han valido de la publicidad para vender cada vez más plástico. Lo han presentado como un material fantástico, que nos trae todas las soluciones que necesitamos para hacer nuestra vida más fácil y más cómoda. Pero esta comodidad y conveniencia se encuentra en el centro mismo de la cultura del consumismo en la que estamos insertos, la cual nos hace creer que necesitamos cada vez más plástico, que realmente no podemos prescindir de él. Si bien el plástico es un material sumamente necesario, por ejemplo, el plástico utilizado en insumos médicos (jeringas, mascarillas quirúrgicas, guantes, ventiladores, respiradores, catéteres, etc.), y en otros artículos de larga duración (televisiones, closets, cocinas, computadores, etc.); es importante diferenciar entre el plástico usado en estos ejemplos y los llamados plásticos de un solo uso, que son aquellos que empleamos únicamente por un par de minutos o un par de veces, y después desechamos, como los popotes, contenedores de alimentos para llevar, envases de bebidas, bolsas de frituras, empaques, platos y vasos desechables, bolsas de súper, etc. Estos plásticos desechables, por su corta vida útil, son los que constituyen la mayor parte de los residuos plásticos y de la basura que llega a rellenos sanitarios, a la naturaleza y a nuestros océanos. Además, el 99% de los plásticos proviene de combustibles fósiles, por lo que, desde la extracción de los recursos para fabricarlos, su producción, traslado y hasta su disposición final, inciden en la emisión de GEI y, por tanto, agravan el calentamiento global. Estudios indican que los plásticos emiten gases como metano y etileno al exponerse a la radiación solar en agua o aire, es decir, cuando llegan como residuo a la naturaleza,2 por lo que los plásticos de un solo uso no son un problema de gestión de residuos sino una problemática que parte desde su diseño, como desechables, y su origen, en el uso de hidrocarburos, fórmula perfecta para generar contaminación e incidir en el cambio climático.
Por todo esto, debemos ser conscientes de los impactos ambientales que nuestras decisiones de consumo provocan y estar dispuestos a transformar la forma en que consumimos: consumir menos y mejor es la premisa. Podemos sustituir los plásticos de un solo uso, que son realmente innecesarios, por opciones reutilizables y durables, como llevar nuestro propio termo al comprar un café, o preferir un cilindro reutilizable para tomar agua en lugar de comprar botellas PET. De igual manera, podemos optar por llevar nuestra propia bolsa o mochila al hacer nuestras compras, en lugar de pedir bolsas plásticas de acarreo. Con estos sencillos cambios, podemos evitar la generación de grandes cantidades de residuos y reducir nuestra huella de carbono.
Mejorando nuestra forma de consumo —al optar por opciones reutilizables y durables que no generen basura, disminuyendo nuestro consumismo, prefiriendo opciones ecológicas y locales— podremos hacer un cambio a favor de nuestro planeta y de todas las especies que lo habitan.
A raíz de los terremotos de septiembre del 2017, la arquitecta Mariana Ordoñez, del departamento comunal, contratada en una primera etapa por la Fundación Haciendas del Mundo Maya A.C. (FHMM), se acercó al personal de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxca para buscar alianzas que le permitieran a la FHMM plantear un proyecto de reconstrucción con sentido social en el estado de Oaxaca. El interés era diseñar un proyecto de reconstrucción cercano a la comunidad y que tomara en cuenta la tradición constructiva vernácula local, así como las características arquitectónicas que le dan identidad a la comunidad, pensando en calidad por encima de cantidad, además de buscar incidir positivamente en el tejido social de la comunidad. La atención se volcó inmediatamente hacia la zona baja de la Sierra Mixe, región fuertemente afectada por los sismos y fuera del radar del gobierno.
Con la ayuda de Rodrigo Romero, lingüista del IIFL especializado en la lengua mixe de la zona baja, de tres comunidades propuestas, se seleccionó a la comunidad de Santa María Nativitas Coatlán, que pertenece administrativamente al municipio de Santo Domingo Tehuantepec, pero territorialmente desconectada y ubicada en la sierra. Además de haber sido fuertemente afectada por los sismos, Santa María Nativitas fue seleccionada por tener un notable espíritu comunitario, ser muy orgullosa de su lengua y tradiciones, y mostrar un gran interés por participar en un proyecto de rescate de arquitectura con materiales locales.
En las semanas que siguieron, se realizó un detallado levantamiento de los daños, de la tipología arquitectónica de las casas, del emplazamiento del pueblo, de las necesidades de las personas y todo lo demás necesario, informando e interactuando continuamente con representantes de la comunidad a través de asambleas y del Comité Comunitario para la Reconstrucción. La participación e iniciativa de las mujeres en esta etapa fue notable. De las aproximadamente 160 casas dañadas, 98 no podían repararse y necesitaban ser reconstruidas completa o parcialmente.
Tradicionalmente, las casas de Santa María Nativitas Coatlán fueron construidas en adobe, sin embargo, como en muchos lugares de Oaxaca, este componente es continuamente sustituido por materiales industriales sin identidad o beneficio local. De manera sorprendente, en las asambleas se notó una preferencia por rescatar y conservar las construcciones de adobe, expresándose el gusto por este material natural y su origen local, aunque ya no había quién hiciera adobes en la comunidad o en los pueblos circunvecinos.
El partido arquitectónico de la casa mixe se encuentra dentro de un solar y consiste en una pieza para uso de dormitorio, y —de forma independiente— la cocina y los baños. La cocina es el principal espacio social de las familias. En el diseño de las nuevas casas se respetó esta distribución y, según el caso, se estimó si era necesario reconstruir todo o solo una o dos de las piezas. El diseño desarrollado por la FHMM planteaba desplantar las nuevas casas sobre una cadena de concreto a nivel del piso y cerrar los muros de adobe cuatrapeados con contrafuertes salientes en las esquinas, lo que además resultó ser útil para resguardar la leña, coronando los muros con otra cadena perimetral para recibir la cubierta de lámina. Todo esto para generar casas con una mayor sismo-resistencia. La idea inicial de usar tejas se tuvo que desechar por el costo y el peso que representaba.
Después de los estudios y trabajos preliminares, en marzo del 2018 inició el proyecto, cuya ejecución estaba a cargo de ingenieros, arquitectos y personas con experiencia comunitaria contratados por la FHMM. La decisión de recuperar la construcción en adobe implicó la necesidad de montar una adobera que pudiera producir, en relativamente poco tiempo, las 108300 piezas que se requerían para las 98 casas (en realidad se produjeron muchas más). Este resultó ser uno de los más grandes desafíos del proyecto. Adicionalmente, en la Sierra Mixe llueve mucho durante parte del año, lo que afectó negativamente la producción y el secado del adobe. Después de evaluar varias propuestas para la adobera, se decidió por un sitio más o menos plano a unos 25 minutos de la comunidad en camioneta, que fue puesto a disposición del pueblo por uno de los vecinos. Se adecuó el terreno para drenar las aguas de lluvia, se asignaron áreas para los diferentes procesos de producción (extracción de tierra, amasamiento, moldeo y secado de las piezas de adobe) y se capacitó a las personas para realizar esta producción. En el video, cuyo enlace adjuntamos al final de este texto, se puede apreciar el tamaño de la adobera. Un segundo desafío fue la distribución de los materiales, ya que muchas de las casas estaban en veredas de pendiente pronunciada y de acceso imposible para los vehículos, por lo que los materiales tuvieron que ser subidos a lomo.
Luego, para la fabricación de las puertas y ventanas se armó un taller de carpintería en la comunidad que procesó madera propia del lugar. La tarea de producir casi todo localmente resultó un enorme desafío, un trabajo titánico, pero que generó mucho orgullo y satisfacción en el proceso y que trajo muchos beneficios, entre ellos, la reactivación económica local mediante los empleos generados dentro de la comunidad. Al mismo tiempo se tuvo que reconciliar el trabajo con las actividades económicas relacionadas con el autoconsumo, como la siembra y cosecha de maíz y frijol, que no podían interrumpirse. Una vez resueltas las cuestiones de la producción, el suministro del adobe y el diseño de las casas, se definió la colaboración entre la FHMM y la FAHHO. Esta última decidió aportar 28% del total del presupuesto, que representa un total de $7 432 282.57. Parte del apoyo se reinvirtió en la misma comunidad con la contratación de los pobladores para la producción de los materiales y la construcción de las casas.
El papel de las mujeres a lo largo de todo el proceso fue relevante: desde el inicio del proyecto, ellas se organizaron y se encargaron de una importante parte de los trabajos: ayudaron a cribar y amasar la tierra para los adobes, a acarrear, dentro de sus posibilidades, los materiales y a aplicarla masilla de tierra cernida en los muros de las casas. Esto fue algo novedoso, pero muy productivo para todos, ya que sensibilizó a algunos de los señores escépticos, que finalmente reconocieron el gran trabajo y esfuerzo realizado por ellas.
Con respecto a la cubierta de las casas, inicialmente se propuso que fueran de láminas sencillas, pero no fueron adecuadas, por el ruido que provocaban durante las lluvias y el calor que se generaba al interior por el sol, por lo tanto, se decidió colocar una lámina termoacústica tipo “sándwich”, que es aislante para el ruido y calor, además, estéticamente se integraba mejor. Dentro de las cocinas se instalaron estufas ecológicas con chimenea, comal y dos fogones.
Al final, después de un intenso trabajo –que duró más de un año– por buena parte de la población, resultaron casi cien casas dignas, con preservación de propiedades bioclimáticas, usando los materiales locales y minimizando el impacto al medio ambiente, con piso firme, puertas y ventanas de madera, con instalación eléctrica y adaptadas al paisaje accidentado de la comunidad. La Fundación Alfredo Harp Helú estuvo cerca del proyecto desde el primer momento hasta la terminación de las casas, en el mes de agosto del 2018.
Los zapotecas llevan escribiendo más de 2 500 años. Nunca han parado de registrar sus historias, sus cuentas, sus reclamos o testamentos. Desde que allá por el año 500 antes de Cristo registraron sobre piedra el nombre de un sacrificado, han venido grabando, dibujando o escribiendo textos sobre piedra, lienzo, piel de venado, papel y, más recientemente, en celulares e internet.
Tras la llegada de los españoles en el siglo XVI, los frailes necesitaron comunicarse en las lenguas que se hablaban en Oaxaca para convertir a la población al catolicismo. Comenzó entonces un periodo de estudio y registro de los idiomas único para esa época a nivel mundial, que resultó en la publicación de amplios vocabularios y gramáticas en zapoteco y mixteco, así como largos textos religiosos en estas mismas lenguas y también en mixe, popoloca y chinanteco. Ese proyecto evangelizador fue un esfuerzo en conjunto de los frailes, los gobernantes y los nobles indígenas. El aprendizaje de la escritura alfabética y del nuevo sistema jurídico por parte de los nobles indígenas creó el contexto para que empezaran a escribir para sus propios fines. Durante los tres siglos que duró el Virreinato, los escribanos indígenas en Oaxaca produjeron cientos de textos en zapoteco, mixteco, chocho y náhuatl para ser leídos en sus propias comunidades y ante las autoridades de Oaxaca, México y España. Generalmente, esos textos eran de naturaleza administrativa: cartas de venta, testamentos, solicitudes, quejas e inventarios. Nos proporcionan una rica visión de la vida cotidiana en los pueblos, explicada en términos indígenas y no en categorías europeas. Obviamente, esos escribanos también comenzaron a escribir en castellano.
Parte de esta rica tradición escritural fueron los escribanos de San Baltazar Yatzachi el Alto, un pueblo zapoteco ubicado en la Sierra Norte. Sus habitantes hablan xidza xhon, una variante regional del zapoteco de la cual tenemos registros escritos desde 1595, cuando se escribió un testamento en el pueblo vecino, san Bartolomé Zoogocho. El primer texto en zapoteco que conocemos de Yatzachi es de 1614, cuando aún formaba un solo pueblo con Yatzachi el Bajo. Entre ese año y 1824 los escribanos de los pueblos hermanos produjeron muchos textos, de los cuales al menos 26 han sobrevivido hasta nuestros días.
En febrero de 2020, doña Juana Conde y su marido, Fortino Hernández Matías, donaron a la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova un pequeño archivo familiar de Yatzachi el Alto, lugar de origen del matrimonio. Propusimos nombrarlo “Ventura Conde”, en homenaje al señor Ventura Conde, abuelo de doña Juana, de quien ella lo heredó. Incluye varios documentos que hacen referencia a otros miembros de la familia, como Felipe Conde, mencionado en un pago de impuestos de 1868; Antonio Conde —bisabuelo de doña Juana—, en un convenio sobre tierras de 1882 y un recibo de pago de 1903, y Remigio Conde — primo hermano de don Ventura—, quien es mencionado en una carta de venta de 1883, una carta a sus hermanos de 1886, un empeño de un terreno de 1912 y un recibo de un pago de 1914. El Fondo contiene también una carta de 1766 de un tal Mariano, quien pide a Juan Joseph Urbieta que vaya al zapatero Bartolomé para que le entregue un par de zapatos ya pagados. Como puede apreciarse, este archivo nos proporciona una historia muy detallada y cercana de la vida cotidiana de un pequeño pueblo en la Sierra Norte.
El Fondo Ventura Conde contiene ese tipo de documentos familiares, pero también incluye textos que están relacionados con la comunidad. Es probable que uno de los ancestros de doña Juana haya sido escribano o tenido algún cargo en el cabildo, por lo que guardó esos documentos. En este grupo de documentos comunitarios hay ocho que están escritos en zapoteco, que van de 1714 hasta 1821. Todos son memorias de gastos que se hicieron dentro de Yatzachi el Alto. Por ejemplo, en 1714 se registró que, para el domingo del Rosario, se hizo el gasto de 1 peso y 4 reales para comprar pan de Castilla, chocolate y azúcar. Asimismo, en 1785 se compraron piedras por el valor de 1 peso, las cuales fueron colocadas en la iglesia por los nobles (xoana). Tales documentos nos muestran la vida comunal de Yatzachi el Alto y la participación de todos los vecinos en la organización de las fiestas, ceremonias, construcciones y otras actividades.
También lingüísticamente son importantes los documentos en zapoteco provenientes de Yatzachi, porque representan la escritura de la lengua a lo largo de más de dos siglos (1614 a 1821). Para interpretarlos, además de contar con los actuales hablantes, existe un diccionario del Instituto Lingüístico de Verano en el zapoteco de las dos comunidades. Lo anterior nos brinda la oportunidad de estudiar el desarrollo histórico de la lengua y compararlo con el de otras lenguas zapotecas. Por ejemplo, en 1785 aún se utilizaba el verbo xoi para decir “recibir algo”; hoy día ya no se usa ese verbo en Yatzachi, pero en el siglo XVI también lo usaban en el valle de Oaxaca, donde Juan de Córdova lo registró como xohui. Similarmente, los textos reflejan un proceso común en muchas de las lenguas zapotecas modernas, que es la pérdida de la segunda vocal en las raíces de las palabras. Entonces, en los textos antiguos encontramos goca o ‘fue,’ que ahora se dice goc; así como guijna para ‘baúl’ cuando hoy se dice yi’in. En este último ejemplo también vemos otro proceso que se llama lenición, que quiere decir que lo que se pronunciaba en el pasado con c-, p– y t-, ahora se dice con g-, b– y d-. De allí que la g- inicial en los textos virreinales, hoy se pronuncia como y-.
Los documentos del Fondo Ventura Conde se integraron el día 21 de febrero de 2020 —Día Internacional de la Lengua Materna— al acervo de la BIJC, donde serán conservados adecuadamente y podrán ser consultados por cualquier persona interesada en la historia de Yatzachi y en la escritura del zapoteco a lo largo del tiempo.
Orlando Iván Ramírez Espinoza San Andrés Chicahuaxtla
Me acuerdo cuando conocí a mi primer amor. Me acuerdo cuando vi a una muchacha guapa estar ebria. Me acuerdo de aquel día en vacaciones cuando vi a esa chica que se robó mi corazón. Me acuerdo que me helé cuando la vi. Me acuerdo de su voz, de su dulce voz.
Rode Itamar Sánchez Trinidad 16 años, San Andrés Chicahuaxtla
Me acuerdo Me acuerdo que cuando nadie me ponía atención me subía a la azotea para ver la luna. Me acuerdo que cuando gritaba me sentía bien. Me acuerdo de que cuando salía en la noche veía la luna. Me acuerdo de haberme torcido el pie y quedarme en cama. Me acuerdo de ver a un compañero hacerse del baño. Me acuerdo haber llorado por un animalito que se llamaba Toby. Me acuerdo de haber conocido personas buenas.
Karla Vanesa Hernández Martínez San Andrés Chicahuaxtla
Me acuerdo que metimos una gallina en la mochila de una compañera. Me acuerdo que nos peleamos con tercero. Me acuerdo de la vez que en la secundaría jugamos con globos de agua.
Diana Santos Sánchez San Andrés Chicahuaxtla
Me acuerdo cuando subía a la azotea para ver las estrellas. Me acuerdo que me gustaba salir cuando estaba lloviendo. Me acuerdo cuando mi tío me enseñó a andar en bicicleta. Me acuerdo la vez que Lizet me echó pintura verde en el cabello. Me acuerdo que me caí en el mercado y todos se empezaron a burlar. Me acuerdo cuando hablaba por horas con mi mejor amiga.
Me acuerdo cuando tenía que cuidar a mi sobrino. Me acuerdo cuando iba con mis hermanos al cerro por zarzamora. Me acuerdo cuando fui a Monte Albán y a Mitla. Me acuerdo cuando me gustaba salir a caminar sola por la calle.
El 17 de septiembre de 2017 , el terremoto de 8.2 grados que azotó al Istmo de Tehuantepec ocasionó graves daños en la iglesia de San Vicente Ferrer, en la Heroica Ciudad de Juchitán de Zaragoza. Erigida en el siglo XVII, y reedificada varias veces desde entonces. Esta iglesia es la más grande y la más visitada del lugar; entorno a ella se organiza una riquísima variedad de fiestas y tradiciones religiosas de alta estima para la población, principalmente en honor al santo patrono del pueblo, san Vicente Ferrer.
El terremoto puso en riesgo las campanas del templo y ocasionó daños en la pintura mural del interior, en los retablos, altares y vitrinas, en las pinturas de caballete y en las imágenes de culto principalmente esculturas históricas policromadas. Durante los primeros meses después del terremoto, el Instituto Nacional de Antropología e Historia se dedicó a asegurar el inmueble con estructuras y apuntalamientos provisionales, protegió los retablos, retiró las imágenes y el arte sacro del interior para almacenarlos en lugares más seguros.
En 2018, el Taller de Restauración de la FAHHO y la Sección de Conservación-Restauración del Centro INAH Oaxaca, comenzaron a trabajar conjuntamente en el desarrollo de los proyectos de restauración y reconstrucción de estos bienes religiosos pertenecientes al templo de San Vicente Ferrer. Desde entonces, se han realizado acciones prioritarias, como el registro riguroso de las características y los deterioros en todos los bienes históricos del templo, el estudio estratigráfico de los aplanados para encontrar vestigios de pintura mural antigua al interior de la iglesia, el encofrado de retablos, el desmontaje total de los retablos en las zonas donde es necesario atender fracturas estructurales del edificio, la liberación de aplanados para permitir la intervención arquitectónica, la restauración del 100% de las imágenes dañadas por el sismo (imágenes de gran devoción para los pobladores y cuyas graves afectaciones impedían su uso comunitario), el retiro de las campanas del campanario, la recuperación de todos los fragmentos del retablo colapsado de la Virgen con el Niño (retablo destruido casi por completo durante el sismo) y la proyección de las acciones preliminares para la reconstrucción de este mismo retablo. Aún queda pendiente realizar muchas más acciones, entre estas, la restauración de las pinturas de caballete del retablo principal, regresar cada retablo y cada campana a su lugar de origen y devolver las imágenes, o santos, al interior de la iglesia. Todo lo anterior se realizará una vez que se logre concluir la reconstrucción y reforzamiento estructural de la iglesia.
La estrecha colaboración entre la FAHHOy el INAH en la reconstrucción y la restauración del patrimonio religioso e histórico en Juchitán, significa que es posible devolver a sus pobladores los espacios espirituales destruidos tras la catástrofe, espacios que fueron necesarios para dar esperanza, orientación y sentido existencial a las personas que perdieron sus pertenencias, sus casas o a su familia. También, a dos años y medio de la tragedia, estos trabajos contribuyen a la recuperación visual del entorno urbano, fortaleciendo, en el subconsciente de los juchitecos, el sentimiento de superación de los tiempos difíciles y, no menos importante, fomentando la recuperación de las dinámicas sociales, culturales y turísticas, con impacto tangencial en la recuperación económica local al reactivarse el comercio en torno a las tradiciones religiosas según la temporada del año.
Este mes de septiembre se cumplen tres años desde que ocurrieron los sismos y réplicas que afectaron a nuestro país. En aquellas fechas, aun con el temor y las pérdidas presentes, brotó de México lo mejor de todos.
Con el humanismo y determinación que identifica a la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, se atendió a veinte localidades afectadas para evaluar las necesidades de nuestra gente y para hilvanar el plan que cada vez toma más vida e impacto en las personas.
Estando ante uno de los retos más significativos que ha enfrentado el estado de Oaxaca en los últimos años, la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca ha permanecido en las regiones del Istmo, la Mixteca y en los Mixes, decidida a recuperar los monumentos históricos y casas de valor patrimonial y de características tradicionales, afectados por los sismos.
En los últimos tres años, la FAHHO ha contribuido al rescate de casas de arquitectura vernácula, casas con valor patrimonial, recuperación de la imagen urbana y en el rescate y restauración de monumentos históricos, todos invaluables por su contenido cultural, histórico y constructivo. En la región de la Mixteca, se restauraron setenta y tres casas patrimoniales, se construyeron dieciséis casas de arquitectura vernácula y se restauraron dos monumentos a beneficio de dos localidades: la Casa Parroquial de Mariscala de Juárez y el Museo Regional de Huajuapan, MUREH, localidad para la cual se generó el proyecto para la restauración del Palacio Municipal.
En la Sierra Mixe, en el municipio de Santiago Zacatepec, se rescataron dieciséis casas de arquitectura vernácula, veintiún casas con valor patrimonial y se llevó a cabo la construcción de la Escuela de Música, espacio inaugurado el 20 de agosto de 2019 y felizmente recibido por la población.
En la región del Istmo, una de las zonas más afectadas en el 2017, se restauraron setenta y seis casas con valor patrimonial, se construyeron ciento cuatro casas tradicionales y se realizó el diseño específico y construcción de una vivienda prototipo sismorresistente, para una de las localidades. En dicha región, en el municipio de Santo Domingo Tehuantepec se concluyó, en colaboración con el Instituto Nacional de Antropología e Historia, la restauración de la antigua capilla abierta, actual Catedral de San Pedro, inmueble que forma parte del conjunto religioso de Santo Domingo de Guzmán, donde actualmente se avanza en la restauración del antiguo convento y templo. Estas obras han puesto de manifiesto, a través de los hallazgos decorativos de muros, bóvedas y de vestigios prehispánicos, la riqueza histórica y cultural de este municipio.
La restauración del frontón del Palacio Municipal, la Casa Guietiqui , que actualmente es un espacio cultural, y la rehabilitación del Parque Amado Chiñas, en el Barrio del Laborío, ubicados también en Tehuantepec, son algunos de los inmuebles que se encuentran en uso actualmente, luego de su restauración. Cabe mencionar la donación del proyecto para la rehabilitación del Mercado Guichivere, en el barrio del mismo nombre.
En Asunción Ixtaltepec, se llevó a cabo la restauración de la Casa del Pueblo, la rehabilitación del Mercado Jesús Rasgado y la instalación de juego de habilidades en la unidad deportiva. En Juchitán de Zaragoza, se concluyó la restauración de la Biblioteca del Ferrocarril, se encuentran en proceso la restauración el templo y casa cural de San Vicente Ferrer y la biblioteca Gabriel López Chiñas.
En Santo Domingo Tehuantepec serán intervenidas diecinueve casas como parte de una tercera etapa de restauración de casas con características patrimoniales, iniciada recientemente con cuatro casas en proceso. Con el objetivo de preservar la tecnología constructiva distintiva de cada una de las poblaciones oaxaqueñas, se continuará apoyando a familias de los municipios de Huajuapan de León en la región de la Mixteca y de Santiago Zacatepec, en la Sierra Mixe.
Cada año, la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca está deseosa de compartir con todos los avances de una labor que irradia la misma fuerza con que inició este magno compromiso. Cada año revela, con mayor intensidad, el legado cultural y arquitectónico de los oaxaqueños y la unión que nos caracteriza ante grandes retos.
El Parián Puerto terrestre hacia la Mixteca y la Costa, generador de comercio y bienestar. Presentaba cadenas comerciales creadas por las familias Muro y Cué, donde había un intercambio de productos elaborados por producción agrícola y ganadera, lo que era el actor principal del servicio ferroviario del Mexicano del Sur.
Hablando de lo postal y el ferrocarril, El Parían era un lugar de mucho interés, porque era de esos pueblos de la Mixteca en los que las cartas y la correspondencia eran un tequio obligado que manejaban las autoridades. Para los pueblos donde no había telégrafo era más fácil trasladarse a El Parián, donde sí había. Así, estas líneas de ferrocarril tenían una sección para el público, y cobraban tres pesos por el telegrama de diez palabras.
Huitzo Fue la población que aportó la mayor cantidad de trabajadores al ferrocarril. En los años cincuenta, estos trabajadores se presentaban en campamentos a los que el ferrocarril daba vivienda, entonces, las esposas de esas personas se quedaban en sus casas mientras el trabajador se iba el domingo en la noche, y regresaba el sábado sábado en la tarde.
Todos los días, esas mujeres iban al paso del tren a dejar unos tenates. Ahí echaban los alimentos envueltos en servilletas de tela, en tarritos de vidrio y los hacían llegar al tren aventando los tenates enteros a los vagones abiertos, ya que el tren no se paraba porque no era una estación, sino que estaba entre una y otra. Como los alimentos iban en envases de vidrio, la mayor parte de esas cosas se rompían. A la hora de la comida los trabajadores se juntaban y hacían fuego con la misma leña de los durmientes para calentar los alimentos y los compartían todos… Desde luego esas son vivencias.
Cuicatlán Cuicatlán, por ejemplo, es un lugar de la cañada oaxaqueña que tiene dos cosas fundamentales: su clima y su agua, porque tiene agua en abundancia. Hay un río que sale de Ixtlán, de esa zona de la Sierra Norte, y ya en las montañas pasa por Cuicatlán y se une, unos kilómetros antes, con el río que se genera en Santiago Tenango. Entonces, el distrito de Cuicatlán es pródigo, es pródiga la naturaleza, ahí se producía muchísima fruta, inclusive, se exportaba a Estados Unidos. Su economía era muy sana: en los tianguis de los domingos casi todos los pueblos circunvecinos, de unos treinta kilómetros a la redonda, se reunían en Cuicatlán, como en El Parián, a vender sus productos originarios y a comprar mercancías elaboradas para el diario vivir, eso les daba una importancia fenomenal a pueblos como Cuicatlán.
Zaachila Zaachila era parte de uno de los tianguis que se formó a raíz de la llegada del ferrocarril: este circuito incluía Etla, que era los viernes; Oaxaca, los sábados; los martes, Zimatlán; los jueves, Zaachila y los viernes, Ocotlán. Entonces, las personas de los pueblos cercanos acudían a esos tianguis semanales, llevando sus productos: elote, queso, quesillo, chicharrón, bueno, en fin, todo lo sabroso, y lo ponían a vender. La venta era de productor a comprador, además de que los precios eran muy bajos y aquella gente del entorno comercial a donde iban, compraban algunas cosas para su diario vivir.
Después, esas personas comenzaron a brincar la cerca, por ejemplo: había un tren mixto, llegaba el tren aquí y había señoras, con grandes canastos y cajas, que se bajaban del tren que venía de Ocotlán y se subían al tren que iba para México. Una se bajaba en Tehuacán, otra en Puebla, otra en México y ahí llegaban con lo mismo: carne enchilada, asiento, tlayudas, mezcal… Iban y lo vendían en esos lugares. Ya de regreso, traían ropa, alguna cosa, productos elaborados; pero te estoy hablando de unas cien señoras, cien, ciento cincuenta personas que viajaban en el tren en plan comercial, pero eso saneaba la economía.
Tlacolula Costaba $1.50 el pasaje de ida a Tlacolula y era para el viajante del tren comercial. Había un letrero que decía: “Sólo 25 kilos de equipaje”, pero cada paisano metía 100, 150 kilos. Llevaban unas canastas grandes de carrizo, ahí llevaban todo lo que se produjera, todavía no eran tan populares las cajas de huevo, pero había cajas de madera; un bote que contenía dos botes de alcohol y estos venían en otras cajas de madera. En el totomoxtle metían dos huevos y lo amarraban con una palmita, se acomodaban en una caja vacía y así se embarcaba a Tehuacán, Puebla, México… de aquí para fuera.
*Extracto de la primera parte de una serie de relatos sobre el ferrocarril en Oaxaca, contado por los protagonistas que recorrieron el camino de hierro en nuestro estado. Realizado con información proporcionada por el antiguo jefe de estación, Miguel Ángel Ortega Mata.
Han transcurrido más de 150 años desde que el primer timbre postal fue emitido en México. Desde entonces, en ellos se han plasmado representaciones culturales, artísticas, arquitectónicas, políticas y deportivas, convirtiéndolos en un valioso archivo iconográfico de nuestra historia. Oaxaca, siendo un estado con una identidad y un patrimonio multicultural sobresaliente, no es extraño que haya sido representado en múltiples ocasiones en emisiones filatélicas.
Como parte de la misión por promover, revisar y difundir su colección filatélica desde hace 22 años, el Museo de la Filatelia de Oaxaca presentará este homenaje a nuestro estado a través de una exposición que refleja su carácter artístico y diverso.
Oaxaca inspira la filatelia es una exposición conformada por 61 estampillas contenidas en planillas, bloques, sobres de primer día y hojillas filatélicas, acompañadas por más de 70 piezas, entre documentos, piezas de numismática y obras artísticas relacionadas temáticamente, las cuales fueron creadas por artistas y artesanos inspirados en escenas del patrimonio oaxaqueño. La gran particularidad de esta exhibición son las emisiones postales que ha gestionado el MUFI en colaboración con Correos de México como parte de su misión de preservar material filatélico; ejemplo de esto es la emisión por el 75 aniversario de los Diablos Rojos en el 2015, el timbre emitido por la inauguración del Salón de la Fama de Béisbol Mexicano y del Estadio Alfredo Harp Helú de los Diablos Rojos del México, en el 2018 y 2019, respectivamente.
Entre las piezas destacadas se encuentra La campesina, una litografía de 1969 del maestro Rufino Tamayo, pintor oaxaqueño que, a lo largo del siglo XX, pudo conjugar su herencia mexicana y el arte prehispánico con las vanguardias internacionales, en piezas en donde destacan el color, la perspectiva, la armonía y la textura. Otras piezas características de la exposición son los bocetos elaborados por el caricaturista Eduardo del Río (Rius) para el timbre conmemorativo del 75 Aniversario de la Liga Mexicana de Béisbol en 1999. El trabajo de curaduría fue extenso, ya que fueron meses de trabajo de investigación y de gestión para conjuntar la participación de todos los artistas y colaboradores involucrados. Algunos de los participantes son artistas que nos han acompañado en pasadas ediciones y quienes, amablemente, siempre están dispuestos a compartir su trabajo con el MUFI. Algunos más son artistas que colaborarán por primera vez y estamos seguros de que nos acompañarán en futuras colaboraciones. Esta exposición refleja el compromiso que tiene el Museo de la Filatelia de Oaxaca con la promoción de distintas manifestaciones artísticas.
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