Tesoros alfabéticos en ngiwa de San Miguel Tulancingo

Libros de contabilidad resguardados por la comunidad de Tulancingo en el palacio municipal. Fotografía: Acervo de la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova

Durante los días 14 y 15 del mes de mayo de 2025, el Valle de Coixtlahuaca en la Mixteca Alta fue la sede de varias actividades realizadas con motivo de una visita por parte de una delegación del Museo Etnológico de Berlín a la nación chocholteca. La visita fue la contraparte del un encuentro organizado un año antes en Berlín, precisamente en las instalaciones de este Museo, con la participación de una delegación chocholteca (Boletín FAHHO Digital No. 39, Jun 2024). En las actividades participaron autoridades de Coixtlahuaca, Santa María Nativitas, San Jerónimo Otla, San Miguel Tulancingo, entre otras. También formaron parte estudiantes y profesores de las escuelas de estas comunidades, y un grupo de representantes de estos pueblos.

Las actividades tienen como trasfondo la desafortunada dispersión, en el periodo de 1890 a 1940, de una serie de documentos que remiten a los orígenes de estos pueblos. De los 13 documentos, solo cinco se quedaron en comunidades pertenecientes a la región y los demás se resguardan en museos nacionales y del extranjero. Por tal motivo, el objetivo de las actividades fue doble: por un lado, compartir los más recientes conocimientos sobre el grupo de lienzos pictográficos extraordinarios procedentes de la región, a partir de la necesidad de recuperar la memoria histórica de las poblaciones, socializando la información con las autoridades y los interesados en conocer más sobre su historia; por otra parte, se busca concientizar al personal alemán acerca de la gran importancia que tienen estos documentos en su región de origen.

Fue en el marco de este trabajo con las comunidades que se visitó San Miguel Tulancingo, donde tuvimos la oportunidad de admirar otro tipo de documentos históricos de gran importancia para la región: dos cuadernillos antiguos escritos en ngiwa (chocholteco), los cuales están muy bien conservados y resguardados por parte de las autoridades locales. Son, sin duda, tesoros de la lengua chocholteca, hoy en día en vías de extinción. Uno de ellos es un pequeño Libro de cuentas de Ca’andaxu, un barrio de Teotongo, que abarca los años de 1592 a 1621, en el cual, año con año, se fueron registrando los ingresos y gastos del barrio. Curiosamente, solo el año 1599 está escrito en lengua mixteca, una señal del multilingüismo que existía en la región. El otro es el Libro de Testamentos de Tulancingo escrito en ngiwa, el cual contiene 291 testamentos escritos entre 1592 y 1635. Ambos documentos ya habían sido identificados en 1996 y en esta ocasión se aprovechó para constatar su estado de conservación, el cual es bueno.

La importancia de ambos documentos radica no solo en ser registros muy extensos escritos en la lengua ngiwa antigua –permitiendo a los lingüistas y hablantes conocer la historia de esta lengua–, sino también en el hecho de que ofrecen una ventana muy detallada a la cultura de estos pueblos a un siglo de la invasión española, pues en ellos se asentaron datos muy precisos sobre la economía y la vida diaria de la época. El momento histórico que cubren los documentos corresponde a la fuerte transformación de las sociedades prehispánicas hacia la conformación de los pueblos como los conocemos hoy. Por lo mismo, son fuentes invaluables para entender los principales procesos históricos de las comunidades. Adicionalmente, los testamentos ofrecen una importante cantidad de topónimos locales que permiten, con el conocimiento actual de los últimos hablantes, reconstruir el sistema de la tenencia de la tierra en esa época. Finalmente, ambos textos abundan en nombres calendáricos en ngiwa, pues en ellos podemos encontrar nombres como Antonio Ximiña, Juan Tnachinga o María Rhusihi.1

Para la BIJC es importante dar a conocer los resultados de las investigaciones y hacer accesibles las fuentes primarias, pero también contribuir a la conservación de las mismas. Es por ello que se aprovechó la ocasión para realizar —con autorización de la autoridad— la digitalización de estas obras, y de esta forma ayudar a su conservación junto a una mejor consulta. Esta actividad forma parte del proyecto Filología de las Lenguas Otomangues y Vecinas (FILOV) y el Repositorio Filológico Mesoamericano Satnu https://www.iifilologicas.unam.mx/satnu/.

1 Para conocer más sobre el contenido y estudios de estos libros consultar: Doesburg, Sebastián van, El legado de Atonaltzin: la historia pictográfica de la región de Coixtlahuaca: siglos XI a XVI, 2024.


Ingresan la doctora María Isabel Grañén Porrúa y el Doctor Alejandro de Ávila Blomberg a la Sociedad Filosófica Americana

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- La Sociedad Filosófica Americana (APS por su nombre en inglés, American Philosophical Society) acaba de anunciar la incorporación a su membresía de la doctora María Isabel Grañén Porrúa, presidenta de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca (FAHHO), en la categoría de artes y políticas públicas, y del doctor Alejandro de Ávila Blomberg, director del Jardín Etnobiológico de Oaxaca, en la categoría de matemáticas y ciencias físicas.

Durante la conferencia de prensa realizada este viernes 16 de mayo en el Claustro del Centro Cultural San Pablo, donde se dio a conocer la incorporación. La doctora Grañén Porrúa expresó que este ingreso a la APS significa que se ha dado un seguimiento del trabajo social y cultural que ha sido realizado, desde hace más de 30 años en Oaxaca, por instituciones como la FAHHO.

“Habla de un trabajo que se ha venido haciendo con mucha constancia, con mucho seguimiento y siendo muy sensibles a nuestro entorno, abriendo nuestro corazón, abriendo las puertas, haciendo comunidad. Un ejemplo son todos los espacios que ha creado la Fundación donde se abren las puertas para dar un respiro de paz, para reflexionar, para crear juntos, para pensar, sentir, aprender unos de otros”, señaló la doctora. Asimismo, agregó que esta labor tambiéne es el fruto de las enseñanzas obtenidas de maestros oaxaqueños como los artistas Francisco Toledo y Rodolfo Morales.

Por su parte, De Ávila Blomberg, señaló que esta membresía “es un reconocimiento al compromiso humanitario. La Sociedad Filosófica Americana es una organización que promueve el humanismo y en ese sentido creo que nos refuerza los proyectos personales que tenemos, y que los años que nos quedan en Oaxaca los queremos destinar a esta misma línea de trabajo de relevancia social”.

La Sociedad Filosófica Americana fue fundada en 1743 por Benjamin Franklin con el fin de promover el conocimiento útil para la sociedad. Como el polímata que era, Franklin fue también un inventor que se oponía a las patentes, por considerar que los beneficios del conocimiento debían ser de libre acceso. Además fue un abolicionista de la esclavitud. Es por eso que el sello de la Sociedad representa a una persona indígena y a una europea acercándose a Minerva, diosa del conocimiento, bajo el lema de la APS: Nullo discrimine, “Sin discriminación”. La Sociedad fue una de las primeras instituciones en el planeta que promovió la comprensión y la empatía hacia las culturas originarias. Sus archivos y su biblioteca son uno de los acervos más extensos dedicados a las lenguas del hemisferio occidental.

La APS admite, por medio de una votación, a menos de cincuenta personas cada año. Los criterios de selección se centran en la creatividad y la originalidad del pensamiento, así como en el compromiso social de las candidaturas que abarcan muy diversos campos. La APS suma hoy día menos de mil miembros, entre los que figuran las siguientes personalidades mexicanas: el historiador oaxaqueño Carlos María de Bustamante y el estudioso del pasado indígena Antonio Peñafiel (siglo XIX); el escritor Alfonso Reyes y el arqueólogo Alfonso Caso (siglo XX); en 2012 fueron seleccionados una arqueóloga, un politólogo y un economista. Con los ingresos que anunciamos aquí suman 10 mexicanos en la membresía de la APS.

La incorporación de Grañén Porrúa y De Ávila Blomberg reconoce la trayectoria intelectual y activista de ambas personas, al tiempo en que resalta la relevancia de la gestión cultural en Oaxaca como una contribución a la sociedad global en tiempos de descomposición generalizada, “al mismo tiempo que reconoce de manera tácita el legado comunitario de dos figuras visionarias: el Maestro Francisco Toledo y don Alfredo Harp Helú”, como señaló el director del Jardín Etnobiológico.


EDITORIAL

Obra de Rodolfo Morales.

Aquí en Oaxaca, en el camino hacia Ocotlán, hay una guardia de jacarandas apostada a cada lado del camino, esa presencia morada está ahí gracias a la labor del pintor oaxaqueño Rodolfo Morales. Por haber pintado Oaxaca con árboles florales, así como con sus pinceles, en este número del Boletín digital celebramos los cien años del natalicio de Rodolfo Morales. En consecuencia, la Dra. María Isabel Grañén Porrúa, el Museo de la Filatelia de Oaxaca, el área de Publicaciones de la FAHHO y el Museo Infantil de Oaxaca nos regalan textos sobre cómo la vida, labor y obra del pintor alcanzaron la vida de los oaxaqueños y, con especial cariño, la de la gente del distrito de Ocotlán de Morelos.

Asimismo, es motivo de celebración el hecho de que los Diablos Rojos del México hayan conquistado la Baseball Champions League Americas 2025 y para seguir celebrando, echamos un vistazo a los anillos de los campeones. Además, desde la Academia de Beisbol Alfredo Harp Helú el deporte rey sigue fortaleciéndose al estrechar lazos con la gerencia de los Yankees de Nueva York.

Respecto al trabajo que se realiza en favor de las infancias, Seguimos Leyendo y el MIO nos cuentan sobre el VIII Festival para la Primera Infancia; la BS Ferrocarril habla sobre la importancia de unir aprendizaje y juego en la niñez. Por otra parte, el Museo Textil de Oaxaca resalta el carácter terapéutico que el trabajo con los hilos tiene en la salud mental y emocional. También el Centro Cultural San Pablo expone el talante sanador que encierra la exposición “Presencias en su intimidad” de Nour Kuri. Las lectoras voluntarias de Seguimos Leyendo hablan sobre la experiencia de compartir la poesía. Compartir también es el objetivo del Curso práctico en gestión cultural independiente de la FAHHO Itinerante.

Andares del Arte Popular presenta una nota sobre la cultura de Villa Hidalgo Yalálag, una de las comunidades que colabora en la galería. La Biblioteca de Investigación Juan de Córdova y el área de Publicaciones FAHHO hablan acerca de la importancia de El legado de Atonaltzin. Adabi de México cuenta sobre la labor que su equipo desarrolla a lo largo del país, mientras Adabi Oaxaca destaca la importancia de la fotografía del Fondo Personal Ronald Spores que resguarda la BIJC. Finalmente, exponemos las oportunidades que los árboles tienen después de haber muerto y los servicios ambientales que siguen prestando incluso en ese estado.

Deseamos que encuentren en estas páginas algo que resuene en sus vidas y sepan que pueden acercarse a la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca para participar de cualquiera de las experiencias que aquí les compartimos.


Rodolfo Morales y los perfumes que nos regalan sus obras

Rodolfo Morales con Francisco Toledo, María Isabel Grañén Porrúa y Alfredo Harp Helú.

Hace 31 años, cuando llegué a trabajar a Oaxaca, conocí al maestro Rodolfo Morales. Como historiadora del arte, había oído hablar de él, conocía su obra pictórica, pero no lo mejor: a ese hombre oriundo de Ocotlán que amaba con gran intensidad su tierra. Era el año de 1994, una etapa en la que ambos dedicamos nuestras vidas a trabajar por la preservación del patrimonio y la cultura de Oaxaca. Por mi parte eran los libros, los proyectos de Francisco Toledo, y luego los sueños compartidos con Alfredo Harp Helú. Morales vivía dedicado a producir obras de arte luminosas, coloridas, salidas de su corazón enraizado en la profundidad de la cultura de su pueblo. Los dos compartimos un mismo objetivo: el amor por Oaxaca.

Añoro las tardes en las que nos quedábamos platicando en su taller, sentados en unas sillas de cantina vieja, con la vista hacia uno de los muros laterales de Santo Domingo, caía la noche y seguíamos conversando gratamente. Supe de su interés por la historia del arte y me enteraba de los hallazgos en el rescate del exconvento de Ocotlán, así como en otras de las iglesias que él restauraba. La plática iba más allá de las grandes hazañas; siempre contaba anécdotas interesantes con su voz bajita. Decía que de niño disfrutaba meterse debajo de la mesa a construir papalotes con pedazos de papel, telas e hilos que vendía en la plaza, y a la gente le gustaron tanto que se volvió famoso por ellos. Y con buen humor evocaba la primera vez que desde Ocotlán viajó a Oaxaca en tren, cuando quedó fascinado al observar el paisaje que desde la ventana del tren parecía moverse rápidamente, pero que él siempre había visto quieto. En aquel viaje también le sorprendió la luz eléctrica, porque en su pueblo todavía se iluminaban las casas con lámparas y velas.

A Morales le traían buenos recuerdos los años que vivió en la Ciudad de México, cuando en 1948 acudía a la Academia de San Carlos, llamada entonces Escuela Nacional de Bellas Artes, y le asombraba su enorme vitral que soñaba con reproducir en una casa que había comprado. Él formó parte de la primera generación de profesores de la Preparatoria 5 de la UNAM, llamada entonces de Coapa: daba clases de artes plásticas y en el vestíbulo del Auditorio Gabino Barreda pintó un fresco de 68 metros cuadrados titulado Las ciencias y las artes, con el apoyo de Bartolo S. Ortega y Ponciano S. Rodríguez. Su mural es poco conocido, sin embargo, el historiador de arte Renato González Mello lo califica como “una obra de arte hecha y derecha, […] destacada dentro de la producción del pintor”, fue concebida cuando Morales iniciaba su carrera artística en 1962 y cobraba ochenta pesos por sus clases de dibujo. Para ese entonces, el artista ya había pintado el mural del Palacio de Gobierno de Ocotlán.

Morales también disfrutaba escuchar mis peripecias en la Biblioteca Francisco de Burgoa, y no solo de los fascinantes hallazgos documentales, sino de las anécdotas personales con las que siempre terminábamos riendo.

El deseo por recuperar la historia nos unía. Solía llevar a la Biblioteca Burgoa documentos, folletos y libros que recuperaba de algún rincón olvidado. Entre ellos, donó su más grande tesoro: una carta firmada por Rufino Tamayo donde elogió su obra:

Rodolfo Morales, este nuevo pintor que me complace presentarles a los amantes del arte, es, sin ninguna duda, el soplo de aire fresco que nos devolverá la alegría de vivir. Su pintura, como es fácil de probar, no está solo realizada con la mente, sino principalmente con el corazón. Su mensaje simple y directo no nos alcanza superficialmente, como es el caso de algo que es meramente intelectualizante; más bien llega a lo más profundo de nosotros y nos hace sentirlo y disfrutarlo plenamente, porque está imbuido de verdad y ya sabemos que la presencia de la verdad siempre es emocionante… Su voz, aunque es una voz tranquila, ahora comienza a ser escuchada, porque tiene algo que decir y lo dice de manera convincente.

Morales siempre fue un visitante distinguido, y no solo por ser un renombrado artista, sino por su calidad humana. Varias veces fue testigo de honor cuando las comunidades llevaban sus títulos primordiales a restaurar, sin duda, él era una persona de fiar, su presencia daba credibilidad a nuestro trabajo. Una de sus últimas salidas, estando ya bastante debilitado por su enfermedad, fue a la Biblioteca Burgoa para donar unos papeles que recuperó de un espejo en Santa Ana Zegache y, para nuestra sorpresa, eran las hojas del primer libro oaxaqueño conocido: El Sermón fúnebre, impreso por Francisca Flores en 1720.

Fotografías: Acervo de Comunicación FAHHO

Rodolfo Morales admiraba el arte mexicano, y gracias a su insistencia ahora Oaxaca cuenta con una sede del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM. Tan entusiasmado estaba con este sueño que ofreció una parte de su casa de Oaxaca, en la calle de Murguía, para alojar este proyecto. Al maestro Morales le faltó vida, pero logró que instalaran la sede y aplaudimos su iniciativa, una flor más de las muchas semillas que sembró, como las maravillosas jacarandas que plantó siete kilómetros antes de llegar a Ocotán y otros siete que van de la carretera a Santa Ana Zegache. Hoy sus tapetes morados pintan los caminos hacia sus pueblos.

Admiro al maestro Morales por su inmensa bondad, por ese gusto con el que llevaba eventos a su pueblo y por el amor con el que trabajaba pensando en recuperar el patrimonio cultural de Oaxaca. Generoso por naturaleza, Morales, además, era un gran anfitrión: las puertas de su casa siempre estuvieron abiertas para grandes y pequeños, ricos y pobres, para todos por igual. Recuerdo los deliciosos platillos que comí en su casa: pan de yema, marquesote o regañadas con chocolate, atole o tejate, pellizcadas con asiento, higaditos, memelas, tamales, empanadas de San Antonino, mole, pollo frito con enchiladas de guajillo, molotes, tamales de pescado, buñuelos…, y, además, siempre salía de ahí con itacate y mi lugar después lo ocupaba el siguiente invitado.

Morales pintaba y con lo ganado restauraba varios conventos, iglesias y casas de Oaxaca, como los templos de San Pedro Taviche, San Baltazar Chichicapam, San Jacinto Ocotlán, San Felipe Apóstol, San José del Progreso, Magdalena Ocotlán, Santa Ana Zegache, el Exconvento de Santo Domingo Ocotlán, entre otras. También impulsó la educación y cultura mediante la creación de una biblioteca, una sala de cómputo, un teatro y distintos programas musicales y artísticos. Y no solo disfrutaba de la preservación del patrimonio, sino que gozaba durante meses con el festejo de la inauguración. Parecía que él quería restaurar una obra o echar a andar un proyecto para organizar una fiesta, una gran celebración donde los invitados de honor eran los integrantes de los pueblos favorecidos. Por eso era tan querido. Siempre me sorprendió que al llegar a la fiesta, entre la música de una banda, cuetes y ramos de poleo, los asistentes hacían una fila inmensa para llevarle al maestro una muestra de agradecimiento: una bolsita con frijoles, unos huevos, un guajolote o unas flores. Para él, aquello era un verdadero tesoro y, en verdad, así lo fue.

Conocer sus proyectos era motivo de reflexión, porque su generosidad no tenía límite. Recuerdo la inauguración del vivero de Tocuela, los conciertos que llevaba a Ocotlán y a sus comunidades vecinas, sus iniciativas en la reforestación, las plantaciones de árboles que ahora nos dan sombra, las imponentes restauraciones de retablos y templos, sus vistosas exposiciones, la biblioteca y sala de cómputo que abrió en su casa para los jóvenes estudiantes de su comunidad… tantas obras ofrecidas sin grandes alardes. Y en esta discreción que lo caracterizaba, Morales apoyó cientos de proyectos que no podemos dejar a un lado: historiadores que necesitaban apoyo para un libro, un músico que requería de un instrumento, un niño que necesitaba de una medicina, la creación de un taller de carpintería para evitar la migración… El querido maestro no solamente pensaba en los demás, sino en el mañana: en esos árboles que nos sobrevivirán, en esas flores que nos regalan su perfume para el disfrute de nuestros hijos y nietos.

Morales llevaba su tierra tan dentro que salía con su pincel, la amaba tanto que nos asombraba. Recuerdo una frase que escuché en la inauguración de la iglesia de Santa Ana Zegache: “Antes el maestro Morales pintaba sus cuadros como sus pueblos, ahora pinta sus pueblos como sus cuadros”. He tenido la fortuna de conocer personas generosas, pero el más desprendido sin duda fue Rodolfo Morales, él lo daba todo, lo mejor de sí mismo para el bien de su comunidad. ¡Nos hace mucha falta! Afortunadamente, dejó una huella profunda. Después de tantos años, su recuerdo sigue inundándome de cariño, y deseo que la memoria de uno de los hombres más bondadosos de Oaxaca perdure en sus obras, entre sus amigos y su pueblo.


Rodolfo Morales, 1925-2001

Este 2025 se cumplen cien años del natalicio del pintor oaxaqueño Rodolfo Morales, quien nació el 8 de mayo de 1925 en Ocotlán de Morelos, y falleció el 30 de enero de 2001 en la ciudad de Oaxaca.

Estudió pintura en la Academia de San Carlos; después de graduarse en 1953 pintó su primer mural en el Palacio Municipal de Ocotlán, el cual terminó en 1956. Ocupó el puesto de maestro de dibujo en la Preparatoria No. 5 en la capital del país de 1953 a 1985.

En 1992 estableció la Fundación Cultural Rodolfo Morales A. C., institución dedicada al rescate del patrimonio arquitectónico y cultural de los Valles Centrales de Oaxaca; a la restauración de monumentos históricos; a la promoción del arte popular, la música y las artes escénicas; a la preservación de las tradiciones y el apoyo a obras sociales. La importancia de su obra es indudable; junto con Rufino Tamayo y Francisco Toledo representa una pieza clave en el desarrollo de las artes de Oaxaca.

La comunidad artística y cultural oaxaqueña, por iniciativa del Museo de la Filatelia de Oaxaca, propuso la elaboración de una emisión postal dedicada a Rodolfo Morales. Es así que el 4 de agosto de 2001 el Servicio Postal Mexicano emitió una estampilla postal especial, conocida como hoja recuerdo, con una medida de 12 x 6 cm y un timbre de 4.8 x 4 cm, impresa por Grupo Gráfico Romo, con un tiraje de 50000 y un valor facial de $10.00.

La imagen en la estampilla corresponde a una obra del maestro Morales, en la cual se observa una atrevida gama cromática; en la parte superior sobresalen nubes que simulan rostros, y en la parte inferior se pueden observar mujeres cargando flores. Destacan al fondo el Templo de Santo Domingo y el Palacio Municipal, ambos ubicados en su natal Ocotlán de Morelos.


Un anillo de reyes

Este anillo representa el camino a la victoria que los Diablos Rojos del México emprendieron en 2024. Se trata de una pieza creada por la afamada casa Jostens, que también elaboró los de los Dodgers. La M roja al centro —en la cabeza del anillo— junto con la sutil franja color menta que la perfila son el recuerdo de los colores con los que los Diablos alcanzaron este nuevo triunfo. Estamos ante el característico logotipo rodeado por pequeños diamantes. Sobre el cuerpo y diámetro exterior de la argolla —por debajo de este logo—, encontramos la inscripción “Los reyes”, el título que se le da a nuestro equipo, no solo por este campeonato —cuyo año, 2024, también se encuentra inscrito en el anillo—, sino por ser el equipo con más campeonatos obtenidos en la Liga Mexicana de Beisbol: diecisiete, para ser exactos (1956, 1964, 1968, 1973, 1974, 1976, 1981, 1985, 1987, 1988, 1994, 1999, 2002, 2003, 2008, 2014, 2024).

Es por eso que el número 17 también se halla en uno de los costados exteriores de la pieza. En el lado opuesto encontramos las cifras 73–19, que señalan los 19 encuentros perdidos más los 71 ganados durante la temporada regular 2024, a los cuales se suman las dos victorias obtenidas frente a los Yankees de Nueva York; acontecimientos que marcaron el inicio del camino hacia la conquista del campeonato de 2024.

En el diámetro interior del puente de la argolla se grabó la trayectoria de la serie que se ganó para llegar a la final, precisamente contra los equipos de Puebla (4-1), Yucatán (4-0), Oaxaca (4-1) y Monterrey (4 0). Asimismo, podemos ver la fecha del triunfo final: 09/09/2024.

Como una caja de sorpresas, el anillo se abre en la parte superior, en la cabeza, para descubrir el legado de los Diablos Rojos con la frase “Vivir y morir jugando beisbol”, así como con una miniatura del Estadio Alfredo Harp Helú. Porque, además, queda marcado para la posteridad que en el 2024 los Rojos obtuvieron su primer campeonato en casa.

Esta composición remata con la frase “Equipo histórico”, que se encuentra distribuida en el diámetro interior y exterior de la base del anillo, para resaltar las hazañas de los Diablos Rojos del México al establecer algunos récords dentro del equipo o en la Liga Mexicana de Beisbol, así como de manera grupal o individual.

Por todas las veces en que han vencido en la Serie del Rey, pero, ante todo, por cada momento en que han hecho que la vida sea mejor jugando beisbol, los Diablos comparten con la afición este anillo hecho para los reyes del beisbol mexicano.


Campeones de América

A sesenta y seis años de disputar su primer y único torneo internacional con carácter de oficial, los Diablos Rojos del México conquistaron la Baseball Champions League Americas 2025, torneo organizado por la Federación Internacional de Beisbol y Softbol, respaldado por la LMB.

Aunque la competencia se desarrolló en plena pretemporada del club escarlata, el equipo representativo de México llegó invicto a la cima, dejando en el camino a equipos de Estados Unidos y Nicaragua en primera ronda, mientras que en la semifinal se impusieron a Curazao y a Cuba en el juego de campeonato. Una gran noticia para la fanaticada de la Pandilla Roja fue que el equipo volvió a demostrar una ofensiva demoledora, encabezada por Robinson Canó, quien se hizo merecedor de la nominación de Jugador Más Valioso con un porcentaje de .684 con 13 hits, seis carreras producidas y dos cuadrangulares, el último de ellos en el juego definitorio ante los Leñadores de Las Tunas.

En el renglón del picheo, de los catorce lanzadores llamados por Lorenzo Bundy, ocho no permitieron carrera y otros cinco apenas admitieron una rayita. Lo mismo que en el 2024, cuando vencieron dos veces a los Yankees de Nueva York, los Diablos Rojos vuelven a iniciar la temporada de la Liga Mexicana con una nota alta en el ámbito nacional, manteniendo una racha que ahora suma cuatro campeonatos en tres disciplinas distintas y en menos de un año.


Yankees y familia Harp estrechan relaciones con encuentro histórico en la Academia de Oaxaca

La Academia de Beisbol Alfredo Harp Helú vivió un acontecimiento trascendental el pasado 3 de marzo con la visita de Omar Minaya, consejero especial de la Gerencia de los Yankees de Nueva York.

Minaya es una de las figuras más prestigiosas en la industria del beisbol internacional. Con décadas de trayectoria en el mundo de las Grandes Ligas, se destacó como el primer gerente general latino en la historia de las Mayores al asumir el cargo con los Expos de Montreal en 2002. Más tarde, dirigió la oficina de los Mets de Nueva York, donde jugó un papel clave en la conformación de equipos competitivos y en el desarrollo de jugadores internacionales. Su experiencia en la detección y firma de talento latino ha sido fundamental en el crecimiento del beisbol caribeño y en el reconocimiento de nuevos mercados emergentes, como México.

Este evento representó un nuevo paso en el fortalecimiento de los lazos entre la franquicia más emblemática del beisbol estadounidense y el semillero de los Diablos Rojos del México y los Guerreros de Oaxaca, reconocido como la mina más importante del talento beisbolístico de todo México.

Acompañado por don Alfredo Harp Helú, Santiago Harp Grañén, Jorge del Valle del Mohar (vicepresidente de los Diablos Rojos del México) y Octavio Hernández Pernía (director de la Academia), Omar Minaya recorrió las instalaciones de la Academia, reconoció la infraestructura de primer nivel diseñada para el desarrollo del talento joven en México y conversó con los presentes sobre diferentes temas relacionados con el beisbol nacional e internacional. Además, se discutieron diversas posibilidades para aprovechar aún más este espacio de formación, con la intención de potenciar el inmenso talento beisbolístico que hoy existe en el país.

En un contexto en el que el mercado internacional del beisbol está dominado por República Dominicana y Venezuela, Minaya no dudó en destacar el enorme potencial de México, y en particular de Oaxaca, como una nueva fuente de jugadores de calidad para la pelota profesional. “Esto no tiene nada que envidiarles a las academias de MLB en República Dominicana. Sin duda, es de los secretos mejor guardados del desarrollo de Latinoamérica”, afirmó Minaya, en compañía de la alta gerencia de los Diablos Rojos del México y la Academia AHH.

Esta visita sucedió después de varias firmas realizadas con éxito, como la del joven Christian Zazueta o el jardinero Israel Arias, quienes se formaron en las granjas de la Academia y fueron seleccionados por los Yankees, que atestiguaron un desarrollo sumamente positivo en ambos casos. También ocurre un año después de que los Yankees visitaran el Estadio Alfredo Harp Helú y celebraran un par de juegos con los Diablos Rojos del México, marcando un hecho histórico en el beisbol mundial.

El compromiso de la familia Harp Grañén con el desarrollo del beisbol mexicano sigue rindiendo frutos. Con visitas como la de Omar Minaya y la creciente atención internacional sobre la Academia, el futuro de este deporte en México parece más prometedor que nunca. La Academia Alfredo Harp Helú se consolida no solo como un semillero de talento, sino también como un símbolo del potencial que tiene el país para convertirse en una referencia global en el desarrollo de jugadores profesionales.


¿Quién es Nour Kuri?

Tal vez tú misma seas una “Presencia”, alguien que viene y nos trae mensajes de ese tiempo y ese lugar por el que transitaste a través del dolor, de la ausencia. Corriste todos los riesgos, como en una partida de ajedrez, y volviste para regalarnos tus estrategias de vida.

Qué belleza fue encontrarte por casualidad y pensar que eras otra, alguien a quien conocí hace tal vez más de 30 años. No fue un error, ahora lo sé. Ese era el lugar preciso del “encuentro” para cruzarnos, porque la primera lluvia del año, que llegó en marzo, nos empujó solo para reconocernos. Hicimos una cita para después de mi cumpleaños. Nos volveríamos a encontrar el 4 de abril por la mañana, el día de la inauguración de tu exposición. A lo largo de la semana hice todos los intentos para traer de mi memoria tu nombre… ¿A quién voy a entrevistar? Llegó el día y confieso que pensé en cancelar más de una vez; me resistía, pero las señales eran claras, una llamada, una voz, una confirmación. Así llegué al Centro Cultural San Pablo, a la hora convenida, y conversamos más de una hora; ahora, mientras escucho la grabación, me doy cuenta de que no fue una entrevista. Hablamos para reconocernos de otro tiempo. Ahí estabas, radiante, lista para contar tu camino, tus hallazgos, las revelaciones sobre cómo apareció la escritura, el lenguaje, la poesía en medio del barro, de las formas. Un tiempo inédito de volver a casa y, poco a poco, convertir tu casa en un Refugio de Presencias.

El Centro Cultural San Pablo, de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, se abrió por completo para acoger “Presencias en su intimidad”, de la escultora Nour Kuri (Ciudad de México), una muestra que incluye un gran tablero de ajedrez de 4×4 metros con piezas de más de un metro cada una, colocado en el atrio y donde los visitantes pueden darle jaque a la dama por amor. Además de las 120 piezas que ocupan el retablo y la Capilla del Rosario, así como todas las salas del recinto.

Oaxaca para mí fue el dolor más grande que he sentido. Estaba aquí cuando supe que mi mami había muerto, así que Oaxaca se volvió una espina metida en el corazón. Ese episodio significó un cambio en mi vida. Nunca pensé que esa separación me traería al mismo tiempo una vida nueva. Fue un parteaguas. Siento que mi madre me mandó de regalo mi encuentro con el barro. La Nour que ves ahora es la más realizada, la que vuela en libertad. Cada obra ha sido un reto y un encuentro muy íntimo. Nunca sé que va a salir. No hago bocetos, tomo el barro y me dejo, y me voy, lo escucho y me escucha.

Se ha escrito mucho sobre el poder sanador del arte. Nour entró a ese lugar para curarse de una herida profunda, construyó un refugio e inició una búsqueda haciendo lo que más ama, y las Presencias la acompañaron durante todo el proceso hasta volver a Oaxaca para ser arropada amorosamente por su gente. Volvió con la medicina, sus palabras dibujadas en los muros, en las formas de sus esculturas que nos recuerdan que los seres que más hemos amado y que más nos han amado nunca se van. Recorrer la exposición es como decir una oración, reconocer los colores de las emociones y mirarnos nos permite sentir el espacio en el que también habitan las Presencias; es dentro de nosotros, en los espacios que quedan en los abrazos largos, entre las máscaras que usamos, en los encuentros no planeados, en los versos que evocan algo o a alguien. En la exhibición de San Pablo hay una sala pequeñita con una ventana que conecta a los “Monjes en procesión” acompañados con cantos gregorianos: presenciar esta imagen es como volver a entrar en una memoria donde todo es paz y conexión profunda con la vida.

Gracias, Nour, por este viaje que es como “un barco que navega el cielo llevando a cuestas su pensamiento y el nuestro”.


Lydia, la niña de los lentes

Participantes del Club de Ciencia en la BS Ferrocarril. Fotografías: Acervo de la BS Ferrocarril

El inicio del año 2025 estuvo acompañado de un bello fenómeno astronómico: una gran alineación planetaria que se observó en la bóveda celeste durante todo el mes de enero y continuó siendo visible hasta inicios de febrero, deslumbrando a todos los transeúntes en sus meditaciones y recorridos nocturnos. Lydia, de 9 años, usuaria de la biblioteca infantil y juvenil de la antigua estación de ferrocarril, es una participante recurrente que no se pierde las actividades que se realizan en el club de ciencia; le encantan los días de observación con el telescopio y, al mismo tiempo, le fascina investigar las pequeñas partículas que hay debajo de su cama con el microscopio. Ella se autonombra “la niña de los lentes”, debido al manejo de los objetivos de aumento que se utilizan para la observación, ya que a Lydia le gusta cambiar los lentes del microscopio y telescopio para “espiar” de cerca los tallos de las flores y también las estrellas.

A Lydia, esta pasarela de astros que ocurre en el cielo nocturno le ha llenado de curiosidad, y decidió investigar en la biblioteca para saber un poquito más de lo que ella ha nombrado “Estrellas que no son estrellas, porque no se apagan”, refiriéndose a los planetas de los cuales ha detectado con singular alegría la órbita que siguen, así como la posición y el horario en el que aparecerán. Sin embargo, al acompañarla en su aventura en el descubrimiento de la Vía Láctea por medio de la literatura, nos ha platicado que su interés por la geografía y el universo ha sido casi anulado en sus clases, al estar sometida a tareas aburridísimas e interminables, cuando lo que ella quiere es imaginar, pensar en cómo sería volar hacia la luna, contar la distancia que hay de un planeta a otro e imaginar cómo sería tomar una foto desde la luna al techo de su casa.

Esta anécdota que me fue compartida por Lydia, “la niña de los lentes” o Lidy, como la conocemos, me hace pensar que no es tan descabellado creer que “estar en la luna” pueda traer beneficios para el pensamiento científico de nuestras infancias. Como educadores, al permitirnos jugar e imaginar también nos permitimos crear una pedagogía más flexible y libre, donde podemos mostrar nuestro interés genuino por la ciencia, los astros y la naturaleza para ser un acompañante de las infancias en sus descubrimientos.

Lydi ya tiene su telescopio y sigue espiando estrellas; ya sabe por qué algunas parpadean y otras no, pero también sigue aburriéndose en sus clases de geografía.


A cien años del nacimiento del maestro de los sueños

Rodolfo Morales, Levantando el mundo, 1996

Rodolfo Morales contaba que su primer viaje en tren lo hizo de su pueblo natal, Ocotlán de Morelos, a la ciudad de Oaxaca; quedó impresionado al ver ese paisaje —que conocía estático— pasando afuera de la ventana de su vagón, en movimiento. Con algo de atrevimiento se podría decir que, a partir de ese día, surgió aquel a quien años después conoceríamos como el maestro de los sueños.

En la tradición oral zapoteca “bacaanda” es el sueño, la ilusión, la aspiración; con los griegos esa misma palabra se personifica como Morfeo; pero a finales del siglo pasado, en Oaxaca, su pseudónimo fue Rodolfo Morales. Estas personalidades comparten el rasgo distintivo de dar forma a los sueños, ya fuera induciéndolo, ya fuera plasmándolo en un lienzo.

De pequeño, Rodolfo descubrió las fábulas de Esopo, las aventuras del Quijote y los versos de Sor Juana, y sus primeros ejercicios de imaginación plasmados en dibujos comenzaron a reflejar, muy seguramente, una hibridación entre los mundos de estos grandes de la literatura universal y la vida del pueblo de Ocotlán. Poco a poco se fueron uniendo a su imaginario sus primeras impresiones de aquello que observaba en sus recorridos a la ciudad de Oaxaca, los cuales sucedieron siendo él muy niño: el asombro —impulso del conocimiento para la filosofía— formó parte de sus experiencias de infancia mientras conocía el mundo y sus colores.

Dejó la escuela porque su madre prefirió educarlo en casa, así evitaría que se contagiara de ideas liberales que, a la postre, él mismo exploraría años más tarde. Puso en práctica su destreza con el papel en el taller de manualidades y dibujo que su madre tenía, donde recibía a las niñas del pueblo. Disfrutaba escabullirse, silencioso, para observar lo que ocurría a su alrededor: escuchaba las conversaciones, contemplaba a las mujeres, y entraba a la iglesia o el mercado para detenerse a admirar cada detalle.

Comenzó a coleccionar tiliches, pero todos con la finalidad de usarlos en algún momento; su vista se llenaba de color al observarlos y guardarlos, seguramente su imaginación volaba maquinando qué podría crear con cada objeto. Cuando era ya grande, en su casa llamaba la atención su gran colección de frascos perfectamente ordenados en la parte superior de la escalera.

Ya hablando de su hogar, podemos recordar una de las habitaciones más bellas: la cocina. Como sacado de un museo, ese espacio reproducía lo tradicional de una cocina mexicana: el azul y el amarillo integrando rombos sobre los azulejos, y cada utensilio de barro —cazuelas, ollas, cántaros de distintos tamaños, tinajas, pucheros, jarras—, de madera —las grandes cucharas para preparar las comilonas, los molinillos para el chocolate, los soportes para los frascos de especias— o de palma —como su colección de tenates, canastas y chiquihuites—, se encontraban debidamente colgados en la pared, todos ubicados por tamaño y categoría. Esta sala de museo instalada en su casa, perfectamente podría ser la paleta de colores que inspiraba su obra.

El realismo mágico es esa corriente artística que define a los artistas latinoamericanos, pero ¿qué elementos de sus obras podrían indicarnos que, en efecto, son realismo mágico? Rodolfo pintaba mujeres que volaban vestidas de novia, o llevando entre sus manos listones que tejían el cuadro; también las vemos sosteniendo o siendo acompañadas por los perros (tan característicos en sus cuadros), convirtiéndose en la cabeza de los cerros, sobresaliendo de las casas, o llevando a cuestas el pueblo de Ocotlán. Él mismo decía que ese carácter onírico, que los especialistas en arte veían en la disposición de cada elemento en sus cuadros, solo era el resultado de lo que observaba todos los días. Para sus ojos, lo mágico en las mujeres que pintaba era la realidad cotidiana, donde él las veía libres y siendo una fuerza en el entorno.

¿Con qué soñaba Rodolfo? Con su tierra y las mujeres ocotlenses. Con los colores, formas, sabores y texturas del mercado; con la iglesia, los cerros, la comida, los perros, el viento, el sol… ¿Con qué nos hace soñar el maestro de los sueños? Con espacios surrealistas: su propia forma de ver el mundo plasmada en cuadros y murales. Todavía más extraordinario es el hecho de que cada pincelada tenía una intención detrás: crear obras maravillosas para convertirlas en un ingreso monetario que le permitiera financiar labores de rescate y conservación de edificios históricos en su querido Ocotlán. De esta forma, el maestro de los sueños hizo tangible una transformación en la realidad cultural oaxaqueña.


Solenoide de Mircea Cărtărescu

No podría decir con certeza de qué trata Solenoide de Mircea Cărtărescu. Es una obra tan colosal que, a pesar de haberla terminado el mismo día en que escribo esto, tendría que consultarla de nuevo para no omitir sus temas fundamentales. Algo casi imposible dado el formato breve de esta reseña. Lo que sí puedo expresar son mis reacciones sinceras de asombro, un tanto de pasmo, de aturdimiento. Una novela extraña, kafkiana, lyncheana, tan sui generis que es difícil compararla con alguna otra. Y, a pesar de las limitantes para reseñar una obra como esta —de casi ochocientas páginas— en un par de cuartillas, hago el intento.

Solenoide es la narración de un maestro de rumano en la Bucarest soviética de los años ochenta, un maestro y escritor fracasado que deja en claro, desde los primeros capítulos, que no desea escribir una novela, y que eso que redacta —es decir, Solenoide— no es literatura, sino un diario personal para contarse a sí mismo su vida, para preservar sus memorias como un acto vital con sentido solo para él. Esta primera impresión parece remitirnos a una novela de corte realista-social, pero cuartilla tras cuartilla el relato se va sumergiendo en una extrañeza profunda que carece de sentido racional. He aquí lo interesante de Solenoide: es una obra que exige sentirla más que entenderla, dejarse llevar por la compleja prosa de Cărtărescu y olvidarse de buscar explicaciones a los sucesos narrados. Hay que fluir en una especie de trance y disfrutar la musicalidad de las larguísimas frases, y el texto que sustituye los párrafos por densos bloques de letras.

No es una novela realista, de fantasía, de ciencia ficción o de realismo mágico, pero emplea herramientas y elementos de cada uno de estos géneros. Principalmente del realismo mágico, pues se nota la enorme influencia que la narrativa latinoamericana ha tenido sobre Mircea —como él mismo ha evidenciado—. “Rumania es una especie de Latinoamérica en Europa”, dijo el autor en una presentación. Sin embargo, tampoco se trata de una burda imitación o una copia. Al leer la vida asfixiante del protagonista de Solenoide, viviendo en una decadente ciudad comunista devastada por la descontrolada priorización de la industria, se crean imágenes muy distintas a los panoramas tradicionalmente narrados de América Latina. Una ciudad industrial triste y llena de nostalgias, de pasados atrapados en sus muros y construcciones derruidas. Es en una zona marginal donde el profesor compra una casa en forma de barco construida sobre un solenoide cuyas funciones, en un inicio, son desconocidas.

El punto de inflexión viene cuando el maestro cuenta que se desenamoró de la literatura tras presentar lo que consideraba su obra cúspide, el poema La caída, en una tertulia literaria. Obra que terminó siendo ninguneada, ignorada y ridiculizada por sus colegas. Así es como se da a entender que el protagonista es el mismo Mircea Cărtărescu en una realidad alterna, quien gozó de éxito continuo a partir de la presentación de ese mismo poema en un cenáculo parecido. Un juego metaficcional. De ahí se desprenden ambos Mirceas: el exitoso de nuestra realidad y el fracasado de la realidad de Solenoide. Incluso el protagonista llega a pensar que su otro yo, el exitoso, estaría viajando y presentando sus libros alrededor del mundo. Algo que sucede con Cărtărescu hoy en día, un candidato serio al Premio Nobel de Literatura.

La novela pronto se desenvuelve en temas místicos, metafísicos, científicos, oníricos y filosóficos. Algo que puede desorientar si no se presta atención a la complejidad narrativa, pues no existe un arco dramático definido. Tras un par de centenas de páginas, uno se da cuenta de que Cărtărescu no sabía hacia dónde llevar su novela; simplemente escribía de forma torrencial, como le dictaba su mente —algo que confirma en entrevistas—. En su obra hay temas recurrentes, pero el autor aborda casi de forma obsesiva la cuarta dimensión. El protagonista siempre está en busca de esta cuarta dimensión, con la esperanza de escapar y cegarse con las realidades más allá de la nuestra. Es en esos capítulos donde más disfruté a Cărtărescu: narraba con la pasión de alguien fascinado por el enigma de la realidad del universo podría hacerlo.

Otro tema cautivante es el de los piquetistas, una secta que se reunía en cementerios o en morgues de Bucarest y que protestaba contra la entropía, la muerte y el deterioro de la vida y del universo. Uno de mis capítulos favoritos es aquel donde el líder de los piquetistas lanza un discurso sobre lo aterrador y abominable que resulta juntar una consciencia con un cuerpo finito, que más pronto que tarde se pudrirá y convertirá en polvo.

En el libro podemos encontrar otros tópicos igual de fascinantes, como el manuscrito Voynich, los edificios con arquitectura escheriana, el hipercubo, la botella de Klein, los experimentos de autoahorcamiento de Nicolae Minovici… Su extrañeza me proporcionó una experiencia tremendamente disfrutable.

Entonces, ¿cómo definir Solenoide? Posiblemente como una novela única en su tipo. Solenoide es una de esas genialidades literarias que te pasman y redimensionan la literatura, que revitalizan el asombro, el candor y la indagación que se van perdiendo con la vida diaria.

Recuerda que puedes encontrar Solenoide y las demás obras de Mircea Cărtărescu en la Librería Grañén Porrúa.


Mi encuentro con Morales

Entre montañas moradas existe un pueblo bañado de flores
amarillas, rosas y violetas: se llama Ocotlán de Morelos, aunque
podría llamarse también Ocotlán de Morales, porque ahí nació
un artista llamado Rodolfo Morales, un maestro del color.

María Isabel Grañén Porrúa

No fue un día como cualquier otro. Trabajar en el Museo Infantil de Oaxaca era una de las cosas que más quería y, sin imaginarlo, quedé al frente del Proyecto Ocotlán.

Desde que era una niña mi mamá y yo íbamos de compras todos los viernes de plaza. Recuerdo que nos sentábamos en el Palacio Municipal, donde se asomaba algo que llamaba mi atención: tenía muchos colores y cubría un espacio al que no se podía acceder fácilmente, pues un guardia siempre estaba ahí, vigilando. No lo sabía entonces, pero ese vistazo al mural del Ayuntamiento había sido mi primer contacto con un artista que cambiaría el rumbo de mi vida.

Pasados algunos años, entré a trabajar al MIO. Allí conocí un proyecto dedicado a las infancias en el que, me contaron, yo estaría a cargo de hacer llegar todas las actividades a la comunidad de Ocotlán. Aprendí sobre el collage, visité por primera vez el convento de Santo Domingo y, sobre todo, pude admirar de cerca las obras del maestro Rodolfo Morales.

Ese instante detonó algo nuevo en mí. Morales me interesó especialmente por la forma en la que pintaba a las mujeres. Su obra estaba repleta de expresiones, pero eran rostros muy distintos a los que veía en otros lugares. Como él no se esforzaba en pintar mujeres felices, yo sentía que los personajes de sus cuadros eran mujeres reales. No sé si estaban tristes, cansadas o resignadas, pero algo en ellas me hacía pensar que trabajaban mucho, que no tenían muchas posibilidades de hacer otra cosa más que dedicarse al hogar.

Hablando de los paisajes, puedo decir que me resultaban muy pintorescos. Veía en ellos a Ocotlán y a su gente plasmados tal y como yo los conozco; tanto lo onírico como la realidad. Al mismo tiempo, el contraste de los rostros y el colorido me hacían sentir que estaba en un mundo completamente hecho por Morales, en un mundo donde mujeres tristes con manos grandes abrazan y protegen a su pueblo.

Son muy pocos los artistas que representan a su tierra con tanto amor como él lo hacía. Ves la obra; pero también ves el mercado, la plaza, la gente, la música, la religión, los perritos, los campos trabajados y esas jacarandas tan moradas que te guían desde San Martín Tilcajete hasta la entrada de Ocotlán. Eso es lo que lo hizo tan especial para mí.

Sin embargo, soy una educadora y tenía el inmenso reto de ayudar a los niños a ver lo que Morales mostraba en su obra. ¿Cómo ampliar su visión?, ¿cómo invitarlos a experimentar lo que yo había sentido?

Todos los estímulos que recibimos durante la infancia configuran la forma en la que vamos a concebir el mundo. Pronto entendí que los niños solo necesitaban un empujoncito; tienen tanta imaginación y creatividad que únicamente tuve que presentarles a Rodolfo Morales y decirles que no había límites, que el arte es una forma de expresar lo que, muchas veces, puede ser considerado una locura, además de ser una vía para comunicar nuestras emociones.

Este mensaje resonaba especialmente para mí. Desde mi adolescencia el arte fue uno de mis principales intereses, y conocer la obra de Morales me ayudó también en mi desarrollo personal y profesional. Aunque el Proyecto Ocotlán terminó hace cinco años, aún soy parte del MIO, donde sigo enseñando por medio del arte y la creatividad como coordinadora educativa. Las niñas y los niños son esencialmente imaginativos, pero a veces siento que esto ha dejado de ser importante para quienes los educan.

Cuando conocí a Morales, comencé a buscar lo bello en las caminatas por la mañana, en los viajes en urbano, los atardeceres, las estrellas, las plantas, el cielo y en todo lo que puedo imaginar. Ese sigue siendo uno de los objetivos del MIO: nos esforzamos a diario por mostrar a las niñas y los niños el mundo que está más allá de las pantallas, por sacarlos a mirar lo bonito de las costumbres y tradiciones, y del arte popular. Intentamos hacerles vivir lo difícil y también lo satisfactorio que es construir un títere, pintar sobre un lienzo con sus piecitos, que sepan que son capaces de entender y crear un mundo a su manera.

Este mes de mayo se cumplen cien años del natalicio de Rodolfo Morales y en el MIO lo celebraremos con todo tipo de historias y actividades dedicadas al maestro del color. Visítanos y aprende sobre el collage, la pintura, los árboles y la restauración. Pero no solo eso, también descubre ese pueblito hermoso al que le dedicó su vida: Ocotlán de Morelos.


Curso práctico en gestión cultural independiente

Actividades del curso en el Centro Cultural Comunitario de Teotitlán del Valle. Fotografías: Alan Vargas

El proyecto FAHHO Itinerante trabaja para acercar las filiales de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca a las localidades periurbanas de la ciudad. Por medio de la Fonoteca Juan León Mariscal organiza conciertos; en colaboración con la Casa de la Ciudad imparte talleres de ciclismo; y con el apoyo del equipo educativo del Museo Infantil de Oaxaca, el Museo Textil de Oaxaca y el Museo de Filatelia de Oaxaca ofrece diversos talleres artísticos y culturales.

Además de estas actividades, en marzo de 2025 inició el Curso práctico en gestión cultural independiente, implementado por la Coordinación de Programas Colaborativos. Este programa sigue uno de los principios rectores de la FAHHO Itinerante: el llamado a la autogestión. La primera generación está conformada por veinte cursantes provenientes de distintas regiones del estado, mismos que ingresaron al curso mediante una postulación. Los instructores, integrantes de diversas filiales de la FAHHO, comparten a los participantes su experiencia en gestión cultural para acompañarlos en el diseño, planificación y ejecución de un proyecto cultural durante el año.

El curso tiene como objetivo proporcionar herramientas que permitan a cada participante desarrollar un programa cultural para ser implementado en su comunidad. Durante las sesiones, especialistas de las filiales de la FAHHO comparten conocimientos y fomentan la creación de redes con agentes culturales en distintas localidades.

La primera sesión, realizada el 12 de marzo en el Centro Cultural Comunitario de Teotitlán del Valle, estuvo a cargo del Mtro. Arturo Saavedra, director del Museo Infantil de Oaxaca. En esta sesión, los participantes aprendieron sobre la aplicación de diagnósticos participativos para identificar las necesidades culturales de sus comunidades y diseñar programas adecuados al público objetivo. Cada cursante continuará desarrollando su programa cultural a lo largo del año.

Para la FAHHO Itinerante es fundamental integrar a las comunidades con la intención de que sean estas quienes construyan su propia agenda cultural. Un proceso donde la filial funciona como un facilitador de herramientas que permitan el ejercicio pleno de los derechos culturales.

El programa está diseñado para optimizar los recursos disponibles y fomentar la participación de los beneficiarios, con el fin de convertirlos en agentes capaces de impulsar actividades culturales de manera sostenible. Entre los participantes hay representantes de la ciudad de Oaxaca, Teotitlán del Valle, Matatlán, Tlacolula, Putla Villa de Guerrero, Santa María Guelacé, San Antonino Castillo Velasco, Villa de Zaachila, San Juan Chilateca, Santa María Peñoles, Etla, entre otras localidades del estado.

Con iniciativas como esta, la FAHHO Itinerante busca consolidar una red de gestores culturales comunitarios que fortalezcan la vida cultural en sus localidades y garanticen el acceso a la cultura como un derecho fundamental.


El legado de Atonaltzin de Sebastián van Doesburg

Presentación en el templo histórico de Coixtlahuaca. Fotografía: Acervo de la BIJC

La práctica de la escritura anida muchos y diversos cuestionamientos. Se trata de un proceso que naturalmente segrega preguntas y reflexiones. Y pienso que una de las interrogantes que alcanza a toda persona que se dedica a este oficio es, sin duda, la siguiente: ¿Por qué y para quién escribimos? Esta interpelación —ya veremos de qué manera— me conduce a hablar sobre el libro de Sebastián van Doesburg, El legado de Atonaltzin. La historia pictográfica de la región de Coixtlahuaca. Siglos XI al XVI, editado por la UNAM y la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca.

El libro ha sido presentado en varias ocasiones desde inicios de este 2025: la primera ocurrió el 25 de enero en el Museo Regional de Huajuapan; la segunda sucedió el 27 de febrero en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería; la tercera tuvo lugar en San Juan Bautista Coixtlahuaca el 28 de marzo; y la cuarta presentación se llevó a cabo en el Centro Cultural San Pablo el 7 de abril.

Este libro es el resultado de los treinta años de estudio que van Doesburg ha dedicado a un extraordinario grupo de al menos diecisiete documentos pictográficos (lienzos y códices), los cuales fueron producidos en los palacios mixtecos y chochopopolocas de la región de Coixtlahuaca durante el siglo XVI: Lienzo de Coixtlahuaca I (Ciudad de México), Lienzo de Coixtlahuaca II (Berlín, Alemania), Calca A (Nueva Orleans, EUA), Lienzo de Tlapiltepec (Toronto, Canandá), Lienzo de Tequixtepec I, Lienzo de Tequixtepec II, Lienzo de Ihuitlán (Nueva York, EUA), Lienzo de Tulancingo, Lienzo de Nativitas, Lienzo de Otla, Códice Baranda (Ciudad de México), Rollo Selden (Oxford, Reino Unido), Fragmento Dorenberg (Oaxaca), Atlatl de Tepelmeme (Washington, EUA),1 Mapa de Tecamachalco (Basilea, Suiza), Mapa Ecatepec-Huitziltepec (Washington, EUA), Códice Topográfico Fragmentado (Ciudad de México). De estos documentos, solo cinco se conservan en la región de origen.

Este corpus documental es vasto en número, pero lo es aún más en temporalidad. La interpretación de estas fuentes históricas no se agota en el contexto del siglo XVI, sino que nos retrotrae hasta el siglo XI, momento desde el que registran el desarrollo de los señoríos multiétnicos de la región por medio de una amplia red de relaciones genealógicas, políticas, económicas y rituales que alcanzaron un gran influjo y dominio, justo en la zona donde los pueblos de la actual mixteca oaxaqueña colindan con los pueblos nahuas del centro de México.

El libro consta de más de 500 páginas con ocho capítulos más un apéndice, donde se analizan y comentan a profundidad textos correspondientes a la región de Coixtlahuaca y al sur de Puebla. Al proporcionarnos detalles de los documentos pictográficos, las más de 240 imágenes a color y en alta definición que se encuentran en el libro no solo permiten seguir los argumentos de su interpretación, sino que esa abundancia ilustrativa habla de la importancia que la imagen tenía en el registro de la memoria de las culturas mesoamericanas. Porque la mayoría de esos documentos fueron producidos siguiendo técnicas y convenciones de las tradiciones pictográficas de origen prehispánico, aunque atravesadas por las convenciones de representación y la escritura occidentales. La imagen como pictografía o como letra, es decir, como una unidad de significado, es importante para reconstruir una memoria fragmentaria, fraccionada por un proceso de transformación cultural que fue violento y por el hecho de devenir con esa marca. Así, pues, necesitamos la imagen para seguir y comprender los hilos de esa historia, del mismo modo en que nos hace falta la oralidad, o bien, el reconocimiento del territorio, del paisaje, cuando se trata de la interpretación de topónimos, de los escenarios que contextualizan las hazañas y acontecimientos dignos de rememorar.

Presentación en el Centro Cultural San Pablo. Fotografía: Eduardo González

Esa es, precisamente, la tarea a la que Sebastián van Doesburg se entregó. En cada exposición, los ponentes que lo acompañaron en las mesas de presentación reconocieron la labor del investigador, quien no solo recorrió los documentos pictográficos, sino los territorios que ahí se representan para descifrar las historias que entretejen, al tiempo en que se relacionó cercanamente con los herederos de esas memorias.

Por eso resulta profundamente significativa la presentación realizada en San Juan Bautista Coixtlahuaca, que tuvo lugar en el templo histórico del pueblo con la participación de las autoridades y los asistentes suficientes como para abarrotar la iglesia; con un interés tan notorio capaz de hacerles olvidar el paso del tiempo actual para entregarse al tiempo ancestral que evoca El legado de Atonaltzin. Ese prístino interés por el pasado encuentra su razón en los acuciantes problemas del presente, aquellos relacionados con la pérdida identitaria arraigada en fenómenos tan complejos como la migración. De modo que este suceso no solo consistió en una exposición y promoción del libro, sino en un acto de agradecimiento hacia van Doesburg, tanto por compartir su conocimiento como por la amistad que ha forjado con los pueblos involucrados en su investigación. Así, la comunidad de Coixtlahuaca no solo ve en este libro la investigación histórica más importante sobre su pueblo, sino una oportunidad para reconstruir su identidad por medio de la recuperación de una memoria histórica cuya voz resuena en chocholteco. El rescate de la historia es lo mismo que la reivindicación de la lengua, entonces, de la identidad. Se trata de recuperar incluso el sentido de la vida.2

No es mi intención referir cada una de las presentaciones de El legado de Atonaltzin, más bien, intento rescatar aquellos aspectos que convierten a la presentación de un libro, de este libro particularmente, en un acontecimiento relevante. Quizá sea que como estudiantes de Humanidades se nos prepare para escribir y que, en el ámbito internacional, los investigadores se midan por la calidad e influencia de sus libros. Pero algo muy diferente es explicar y defender la importancia de estas publicaciones en particular, y me parece que, por lo que ya he mencionado, El legado de Atonaltzin es un ejemplo para hacerlo. En este sentido, no es casual que en el Centro Cultural San Pablo la presentación también se haya tornado en un reconocimiento y un agradecimiento para el autor. La doctora María Isabel Grañén Porrúa no solo elogió su rigor académico, sino que remarcó los lazos sociales y amistosos que van Doesburg ha tejido con las comunidades. Pues son estos lazos los que también han forjado un vínculo de confianza entre los pueblos originarios y la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca desde el 2001, cuando Sebastián se unió a la FAHHO. Su visión de historiador y humanista, respaldada por sus treinta años de trabajo documental y de campo, ha propiciado que los proyectos de recuperación, restauración y conservación que la FAHHO emprende sobre el patrimonio tangible e intangible de Oaxaca —patrimonio lingüístico, documental, bibliográfico y arquitectónico— estén respaldados por el conocimiento, la comprensión, la responsabilidad y el respeto hacia las comunidades.3

Haber conocido en cada una de las presentaciones los detalles del proceso de realización de esta obra —que tardó treinta años en ver la luz, entre la basta investigación, la escritura (y reescritura) y la edición—, es más que significativo. Lo que sucedió es que, al escribir un libro, Sebastián van Doesburg permitió que otras cosas sucedieran: reencontrar a una comunidad con su patrimonio cultural, iniciar el rescate de una lengua, buscar la reconstitución de la identidad, emprender procesos de conservación del patrimonio tangible e intangible.

El legado de Atonaltzin se convierte en sí mismo en otra memoria, aquella que corresponde a la vida de su autor y los vínculos que su obra le permite establecer con los demás: ahí se entretejen las horas de estudio, los viajes, las adversidades, las amistades, las complicidades, los éxitos académicos, los logros laborales, los triunfos personales… Como señala Verónica Loera y Chávez, coordinadora del trabajo editorial de este libro, “El Legado de Atonaltzin es el legado de Sebastián van Doesburg”.4 Y no es que el autor no haya escrito otros libros, pero no podríamos pedirle, dada su extensa trayectoria, que se limite a escribir relatos cortos ni que deje de narrar, de conducirnos al pasado para comprender los problemas que enfrentamos en el mundo que vivimos ahora.

Cuando pensamos en aquello que ha hecho cambiar nuestras vidas, o al menos la perspectiva que teníamos sobre algún asunto, podemos remitirnos a diversas experiencias y, en muchos casos, varias de ellas se asientan en los libros. Y este libro, sin duda, podría lograr alguna de estas transformaciones. Sin dejar de ser un texto sistemático y académicamente riguroso, El legado de Atonaltzin tiene una razón y un destinatario. ¿Para quién? Los pueblos originarios. ¿Para qué? Para contribuir a la justa lucha de las comunidades por el derecho a la autodeterminación, a la reconstitución y emancipación cultural y a la preservación de su memoria milenaria.5

1 Un texto excepcional, identificado en 2018, que se conserva en un atlatl o lanza dardos.

2 Savi Films, Presentación del libro “El legado de Atonaltzin. La historia pictográfica de la región de Coixtlahuaca. Siglos XI a XVI”, en el histórico Exconvento de Coixtlahuaca. Obra del Dr. Sebastian van Doesburg, 3 de abril de 2025. https://www.facebook.com/share/v/16FKV1dqPd/

3 Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, Presentación del libro El legado de Atonaltzin. La historia pictográfica de la región de Coixtlahuaca. Siglos XI al XVI de Sebastián van Doesburg, 8 de abril de
2025. https://www.facebook.com/fahhoaxaca/videos/presentaci%C3%B3n-del-libro-el-legado-de-atonaltzin-la-historia-pictogr%C3%A1fica-de-la-re/1181268606739394/?rdid=tcI0NNHh4iBe85Yh

4 Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, Presentación del libro El legado de Atonaltzin.

5 Sebastián van Doesburg, “Si la montaña no va a Mahoma…; Un reencuentro con el patrimonio cultural chocholteco”. Boletín FAHHO Digital, No. 39 (Jun 2024):


Me lo dijo un gorrión

Pregonera ofreciendo un destino poético.

Bajo el árbol y con el trinar de las aves, la comunidad lectora del programa Seguimos Leyendo celebró la llegada de la primavera y el Día Mundial de la Poesía en el atrio del Centro Cultural San Pablo, sede de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca.

Ocho mujeres pregoneras se dieron cita para recitar poemas, aforismos y epitafios que revelaban los destinos poéticos de cada uno de los participantes. Esta actividad se inspiró en el casi extinto oficio de los pajareros.

Previo al festejo, fueron semanas de creación y búsqueda de textos. Una de nuestras pregoneras, Julia Ríos, comentó: “Mientras iba eligiendo los escritos, surgían las ideas con textura, color y forma”. En pequeños pedazos de papel, colocados dentro de las pajareras, se iban manifestando los destinos literarios. En esta ocasión la jaula —llamada por nosotras pajarera— fungió como un “personaje provocador del diálogo con el mundo de las ideas y la suerte del consultante”, tal como lo expresó Karla Undiano.

La vista de las pajareras distribuidas en el atrio fue un delicado y bello preámbulo que causó la admiración del público que se encontraba en San Pablo; antes de iniciar la actividad las personas se acercaron a contemplarlas. Las decoraciones que cada pregonera hizo a las jaulas las volvieron realmente vistosas.

Para Carolina García “fue de infinita alegría cuando, al tomar su destino poético al azar, alguien expresaba que eso era lo que estaba sintiendo y viviendo justamente”. Sin duda, la palabra viva hace cimbrar el alma. Georgina Villanueva dijo que los asistentes experimentaron una serie de emociones: “Curiosidad, sorpresa, acompañamiento, consuelo; sintieron fuerza en sus decisiones y gran alegría. Recolectaron la frase que la poesía les regaló esa tarde”. Lucy Sandoval expresó lo siguiente: “Viví momentos inolvidables, el compartir fue muy asertivo”.

Cecilia Morales nos compartió: “Al terminar la actividad sentí un grato cansancio físico y una paz en el alma, dejándome la certeza de que la poesía tiene un importante lugar en el consiente e inconsciente de las personas”. Muy certeramente, Evelina Macellari nos hizo notar que “sea cual sea la forma, en el centro persiste el texto poético, leído y comentado en una travesía de ida y vuelta con el otro”.

Aquella tarde hubo adultos y adolescentes interesados en sumarse a la fiesta poética. Madres y padres acercaron a sus bebés para que les leyéramos poesía. Recibimos alrededor de 150 personas que arribaron en busca de un poema.

La sinergia fue exitosa, pues, para redondear esta actividad, la galería de Andares del Arte Popular ofreció un exitoso taller en el que niñas y niños pintaron un gorrión o un colibrí tallado en madera por manos artesanas de San Martín Tilcajete. Finalmente, quienes se quedaron con el deseo de seguir leyendo poesía tuvieron la oportunidad de acercarse a la mesa de libros seleccionados por la Librería Grañén Porrúa especialmente para esta celebración.


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