Carta de la presidenta

Amo el canto del cenzontle, 
pájaro de cuatrocientas voces, 
amo el color del jade 
y el enervante perfume de las flores, 
pero más amo a mi hermano 
el hombre. 
Nezahualcóyotl 

Una profunda ilusión me ha dado leer este boletín. Cada autor, desde su propio interés hace un recuento formidable de su visión de los pájaros. Cada sede de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca aporta un canto emotivo sobre las aves y, en su conjunto, logra un concierto armonioso: los pericos, las águilas, los halcones, las hurracas, los guacamayos, el Martín Pescador, los tucanes pico iris… 

¿Quién dice que las aves son exclusivas de una disciplina? Este boletín es un ejemplo de que la diversidad enriquece, de que los diferentes puntos de vista dignifican la visión del mundo y que, al trabajar en colaboración, el resultado es multiplicador, porque el sonido de un instrumento musical se armoniza mejor en una sinfonía. 

Los autores tienen algo en común: son personas constructivas, capaces de mirar la belleza en el más mínimo detalle, logran escuchar los sonidos más hermosos y profundos, son sensibles al arte, a la lectura, la ciencia y la naturaleza. Me emociona saber que trabajan bajo el cobijo de la Fundación, esta familia que, mientras camina, esparce su amor, como el canto matutino del cenzontle, haciendo vibrar los corazones de cientos de personas dispuestas a construir un país más humano, generoso y equitativo. Una enseñanza surge de todo esto: la inspiración habrá que buscarla en el comportamiento de la naturaleza, ahí encontraremos las respuestas del ser humano. 

Esta edición digital ha sido cuidada con esmero. Cada fotografía ha sido pensada, meditada; cada letra armoniza en el espacio; las palabras son elocuentes, el diseño, equilibrado; los temas diversos, dinámicos, interesantes, compaginados. Nos recuerdan que desde el encierro hay posibilidades de alzar las alas, volar con la imaginación a través de las letras y las palabras. ¡Benditos libros! ¡Bendita la escritura! 

Los sueños son reales, lo leo en estas páginas. Me emociono en la distancia, también –debo reconocerlo– en la melancolía y en la añoranza de la otra vida, antes del confinamiento. Extraño a cada uno de ustedes, a mis rincones consentidos, que hacen mi vida plena, libre y feliz. Volveremos renovados, así lo expresan estas páginas, dispuestos a encontrar las plumas metálicas de un colibrí, como si fuera un arcoiris que uniera el cielo con la tierra. Seremos más sensibles y valoraremos más la vida. ¡Seguiremos adelante! 

Gracias a todos por su participación, por hacer que su vuelo llegue a los corazones de los lectores. 

María Isabel Grañén Porrúa 
Junio, 2020.

Editorial

Este es un número especial del Boletín FAHHO porque las condiciones que vive el mundo son excepcionales. Estamos pasando por un paréntesis en la vida, no solo nuestra, sino del planeta, queremos invitarlos a dirigir nuestra mirada hacia otra parte: a la naturaleza.

El encierro le ha permitido manifestarse de diferentes maneras, así, vemos delfines en Venecia, venados y osos caminando por las calles desiertas y jabalíes olfateando las grandes avenidas. Al bajar la actividad humana –y por lo tanto el ruido urbano–, los animales han recobrado confianza y curiosean en lugares adonde no se atrevían a pasar. En Oaxaca, las escenas de cientos, si no es que miles, de delfines que se acercan a la costa son totalmente insólitas. Llegó el COVID-19, y con él también llegó la posibilidad de ser más conscientes del canto de los pájaros. Esta primavera, como ninguna otra, hemos podido apreciarlo con ahínco. Los pájaros nos iluminan el día y nos enseñan la hermosura de la comunicación entre ellos. Las aves, a lo largo de la historia de la humanidad, nos han dado cobijo y sustento, se les ha relacionado con la libertad, la independencia, la esperanza, la paz, lo divino, la fertilidad, la abundancia y un largo etcétera. Es por ello que en el Boletín FAHHO, por primera vez, hemos decidido voltear todos hacia el tema de las aves. Cada institución, desde su propio quehacer, ha estado vinculada de una u otra manera a estos seres enigmáticos que alegran nuestras vidas. Cada una tiene historias que contar para ayudarnos a voltear hacia un lugar esperanzador. 

Aves, sonidos y silencios

Una experiencia inédita en el mundo, actualmente, es que miles de millones de personas están bajo la protección de las paredes de sus casas, ante el peligro de contagio del COVID-19 en las calles. Al detenerse la frenética actividad urbana, uno de los aspectos más notorios –como parte de un proceso global, único e inesperado de limpieza ambiental– es lo que escuchamos y lo que dejamos de oír. A la manera de un eclipse total de sol, cuando podemos ver y los astrónomos estudiar al astro solar, al ocultarse los ruidos cotidianos de manera brusca y gratificante, quedan algunos residuos del ruido en una descomunal proporción y destacan los sonidos que, aunque estén presentes siempre, solo ahora podemos apreciar de una manera plena y, sobre todo, el silencio aparece con gran fuerza expresiva. 

Gracias al Dr. Hira de Gortari recibí un regalo: un cuestionario que forma parte de un proyecto más amplio de la Dra. Jimena de Gortari Ludlow, el Diario Sonoro (Universidad Iberoamericana). Después de contestarlo y reenviarlo a muchas personas en mi directorio empecé a registrar sonidos y silencios durante marzo, abril y mayo. Vale decir que por ser melómano y, sin vanagloria, educado en el terreno de la música, disfruto y dedico mucho tiempo a escucharla, especialmente música antigua y clásica. En consecuencia, soy muy sensible al tema del ruido. Tiende uno a creer que el ruido es insoportable, como la contaminación del aire es irrespirable. La verdad es que, tristemente, soportamos una realidad degradante en la calidad acústica de la vida en las ciudades, por así decir, y más evidentemente en la pésima e insalubre calidad del aire.

Desde tiempo atrás he estado interesado en el fenómeno de la contaminación acústica en la Ciudad de México; por experiencia y en contraste con otras muchas ciudades en el mundo, y gracias a la propia Dra. Jimena de Gortari y a la Dra. Alejandra Moreno Toscano, sabemos que el ruido contaminante es un problema realmente grave en nuestra ciudad. Medir y entender la contaminación acústica; legislar y actuar, por parte de las autoridades, son pasos de un complejo proceso para buscar mejorar la vida en nuestras ciudades, proceso en el que todo ciudadano tiene mucho que aportar. Por añadidura, trabajé por décadas en el Centro Histórico, así que tengo noticia directa y personal de los excesos y de las peores prácticas comerciales, de movilidad y del ciudadano de a pie, que producen un ruido constante y ominoso. Recuerdo haber escuchado a la Dra. Moreno Toscano referir que, a ciertas horas, en una época en las calles de Correo Mayor, con miles de comerciantes ambulantes y una masa compacta de transeúntes (Canetti), el ruido era equiparable al de las pistas del aeropuerto. No sé si es una metáfora. Decibeles al por mayor, en cualquier caso.

He desarrollado, inconscientemente, cierta habilidad para abstraerme del ruido –acaso todos lo hacen, pues sería insoportable de otra manera– y muchas veces logro aislar sus efectos perniciosos. Vecino de la colonia Roma desde hace casi treinta años, tengo una ala improvisada, pero con un buen margen de aproximación, para relacionar los ruidos y sonidos usuales, diríamos, con lo que ocurre en las últimas semanas a partir del confinamiento al que nos tiene obligados la pandemia de coronavirus. 

Casi todos los sonidos que continúan escuchándose han modificado su presencia, volumen y regularidad. Están espaciados y algunos que eran constantes ahora parecen un eco lejano. Desde luego, los horarios son muy importantes. Acostumbro despertar muy temprano (vieja y disfrutable rutina de leer antes del amanecer) así que estoy atento el día completo a este fenómeno sonoro del entorno. Doy por descontado, por el momento, los sonidos intramuros, domésticos, así como los de la música que escucho en un equipo de audio o de un instrumento musical, pues al tener concertista en casa, puedo agradecer a todos los dioses del Olimpo poder escuchar a distintas horas a Bach, Couperin, Purcell, Haendel y un largo etcétera de grandes compositores. Ya en estas obras uno adivina algún trino de aves que surcaron el aire y la imaginación de aquellos compositores. 

Entre los sonidos de la Colonia Roma en estos días aciagos debo empezar a nombrarlos en ese mismo terreno, el musical: el tañido de las campanas de la Sagrada Familia, la iglesia en las calles de Orizaba y Puebla. Es un sonido de una gran pureza, afinado y limpio, que suena en horas bien establecidas, el toque de alba, el ángelus, etc., ahora silenciosas. Este sonido fue muy pronto apagado al cancelarse los servicios religiosos. El cencerro del camión de la basura está emparentado con aquellas campanas, y asumo que cada uno de los empleados de limpieza tiene su estilo para hacer su perentorio llamado. Desde niño, he escuchado pregoneros y vendedores que vocean sus productos y servicios. Casi todos han desaparecido, pero quedan algunos. Recuerdo con especial gusto al pajarero, cuyo primer asombro era una suerte de equilibrio imposible por la alta torre de jaulas que parecía llegar al cielo. Vi en Tulancingo, hace algunos años, un espectáculo singular: un grupo de pajareros cerca del mercado y los cantos cruzados creaban una atmósfera irreal que por un momento apagaba el resto de los sonidos al derredor. 

En estos días he escuchado una sola vez la flauta de pan del afilador, como al final es, a su manera, música de ocasión, aunque siga un patrón repetitivo, el afilador forma parte de la familia de los sonidos musicales de la ciudad, que imita de cierta forma las escalas de los pájaros. Escuché con gran gusto, una tarde, a un trompetista, afinado y talentoso. Gracias al silencio casi absoluto a su alrededor, la pieza de metal sonaba con mucha fuerza y claridad. He escuchado también, una sola vez, en domingo, una banda oaxaqueña que seguramente caminaba por una calle cercana, pues se escuchaba apagada, como con sordina. Un pasaje melódico hermoso, resultado de la hábil destreza de los alientos oaxaqueños. Por su parte, una sola vez he escuchado el silbato inconfundible del carrito (un horno rodante) donde se preparan plátanos y camotes. Muy de vez en vez escucho a niños jugando a la pelota o corriendo en el patio central del viejo y hermoso edificio en el que vivo (que data de 1917). Solo en dos de diez casas hay niños. Así que es tan tranquilo como habitualmente. 

En el aire he escuchado, en estas semanas, muy pocos aviones y un helicóptero que da vueltas como mosca gigante. Este, muy cercano –quizá por el edificio con helipuerto de la glorieta de Insurgentes– y aquellos solo en un rumor mustio. Como no hay tráfico a ninguna hora, es realmente esporádico y fugaz el ruido automotor. He escuchado una vez el llamado, desde una patrulla, a quedarse en casa como mensaje de salud pública; en cambio, están muy presentes las sirenas de las ambulancias. No tanto como en el sismo de 1985, pero sí en forma creciente y a todas horas. Hay sorpresa en ciertos ruidos aislados. Un sonido metálico, un misterioso y lejano ruido difícil de identificar, algunas voces. Pese a vivir en una privada, la notable arquitectura del edificio (obra de los ingenieros Armando Santa Cruz y Benito Ortiz y Córdova) contiene y guarda muy bien los ruidos del vecindario. No tengo vecinos, gracias al cielo y a todo el santoral novohispano, que gusten de fiestas ni de hacer ruidos a deshoras, y la familia de la casa contigua –franceses– es discreta. La mudanza de una pareja de vecinas pasa casi desapercibida.

De la fauna en la ciudad viene lo verdaderamente bueno. Casi no se escucha ladrar a los perros (gracias, Rulfo), y en mi casa el maullido y ronroneo familiar de mi gata Pinta está presente, conozco y me agrada su lenguaje. Con vernos a los ojos sabemos de qué va la cosa. En cambio, una verdadera revelación es el piar y el canto de los pájaros desde la aurora. No es que no estuvieran presentes antes, lo que ocurre es que en el nuevo silencio, equiparable a una sala de conciertos monumental que el Arq. Orso Núñez debe estar disfrutando, aparece un sinfónico repertorio, que me hace revisar el magnífico inventario de cantos de aves de la ciudad de México, preparado por la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, y así intentar identificar la maravilla de voces de un número de pájaros que, en plena primavera, no parece dejar de crecer con su inagotable mensaje de alegría desde las primeras horas de cada nuevo día hasta el atardecer, cuando la algarabía se instala en los árboles, cuyas ramas están muy cerca de las ventanas de mi casa que dan al oriente. Adicionalmente, aprovecho el motivo musical para revisitar y admirar dos ediciones que guardo como un tesoro: Histoire des Oiseaux (François Nicolas Martinet) y Storia naturale degli Uccelli (Buffon-Martinet). La belleza de las acuarelas de Martinet es en sí misma un registro de la gran fantasía que han despertado los pájaros en la historia del arte.

Recuerdo que hace muchos años, en 1983, gracias a la erudición de Elías Trabulse estábamos preparando la exposición Cartografía Mexicana, Tesoros de la Nación, cuyo texto de presentación del propio Trabulse es magnífico y como siempre, erudito– vimos con detenimiento el hermoso libro de Rafael Montes de Oca en el que hay estampas verdaderamente maravillosas de los colibríes de México. Montes de Oca y José María Velasco estuvieron muy interesados en el registro de esa riqueza del aire y de la naturaleza mexicana. En la Biblioteca José Lorenzo Cossío hay un ejemplar de la bella edición de 1963, Colibríes y Orquídeas de México (Rafael Montes de Oca) que fue una iniciativa de doña Carolina Amor de Fournier, quien preparó la edición y el prólogo; la introducción y los textos sobre estas aves se deben a Rafael Martín del Campo.

El silencio de esta época es propicio para disfrutar el canto de las aves y la maravilla de los registros artísticos, en los que Martinet y Montes de Oca nos recuerdan el grandioso sueño al que las aves nos invitan día con día.

El vuelo, el canto, la palabra

A través del canto de los pájaros, el espíritu humano es capaz de darse a sí mismo juegos de significación en número infinito, combinaciones verbales y sonoras que le sugieran toda clase de sensaciones físicas o de emociones ante el infinito.
Juan Luis Martínez

De la fascinación que las aves ejercen sobre nosotros, hay tantas manifestaciones de todo tipo que, hurgando en las edades y los rincones del planeta, dan material para varios volúmenes. Del Paleolítico atraviesa los siglos hasta nosotros la visión primigenia del Australopitecos, Homo Habilis, Homo Erectus, Homo Sapiens, Neandertales y Cromañones, y su encuentro con el canto de los pájaros, la maravilla de su vuelo, la gracia de sus movimientos y, por qué no, de su recurso como alimento, adorno y vestido. En sus refugios de piedra dejaron aves eternizadas en pinturas o en petroglifos. Miles de años después, durante la época precolombina, aparece un colibrí –o ermitaño–, entre otras aves, plasmado en un gran geoglifo de 67 m de largo en las líneas de Nazca, Perú. Todos los geoglifos, en ruta hacia la ciudad preincaica de Cahuachi, se trazaron retirando las piedras del terreno o apartando sus bordes, para hacer contraste entre los tonos oscuros de las piedras y el fondo terroso descubierto más claro.

Las aves aparecen en cuentos, leyendas y mitos, en muchos casos con cualidades y/o defectos humanos. En Egipto, el ibis sagrado –de blanco plumaje excepto en la cabeza y extremos de las alas, que son negras– es la encarnación de Thot, inventor y protector de la escritura y de la sabiduría, al que acuden todos los demás dioses para pedir ayuda y buenos consejos. Thot es además dios de la música, la medicina, la geometría, la astronomía, la magia y el símbolo de la Luna. El ibis eremita, con su característico penacho de plumas en la cabeza, es símbolo del aj o akh, que en la religión egipcia es un espíritu sagrado. Extinto en Europa, esta ave sobrevive en estado silvestre solamente en Marruecos y, escasamente, en Siria.

Escritura egipcia

En la antigua Grecia, Aristófanes crea, en su comedia Las Aves, un mundo poblado por los colores y la alegría de las canciones de los pájaros. Dos ciudadanos atenienses, Evelpides (que representa a la esperanza) y Pistherairos (que representa a la persuación), desencantados de la política y guiados por una corneja y una abubilla, huyen de Atenas y se refugian en Puput, Ciudad de las Aves, para rebelarse contra el dominio de los dioses y de los hombres y crear una utopía suspendida entre el cielo y la tierra, a la que nombran “Cucópolis de las Nubes”. Para conseguirlo, Pisteheraios toma el control de la situación, echando mano de la persuasión, tan defenestrada por él y su compañero cuando se refieren a la politeia griega; conseguidos sus fines, la esperanza queda olvidada en alguna parte del camino. En Grecia, la encarnación de las creencias religiosas y la deidad arquetípica residía en Zeus, padre de los dioses, que presidía el panteón olímpico y quien, en muchas de sus aventuras amorosas, se metamorfoseaba en ave: en codorniz para seducir a Leto, en águila para raptar a Ganímedes, en Cisne para seducir a Leda. El huevo, como origen del todo, es puesto por Nix –o Noche de alas negras–, diosa temida por el mismo Zeus. Fecundada por el viento, Nix deposita un huevo de plata del que nace Eros, quien pone en marcha al universo.

Otro ejemplo de literatura de aves es El coloquio de los pájaros, escrito entre los siglos XII y XIII por el poeta y místico persa Farid al Din Attar. En él, treinta mil pájaros, bajo la guía espiritual de la abubilla –hete aquí la misma ave otra vez–, se reúnen para ir en busca del rey pájaro Simurg, analogía de la divinidad; el pájaro como símbolo del alma humana en su viaje por la senda sufí hacia la iluminación.


El coloquio de los pájaros, ejemplar del Metropolitan Museum de Nueva York

En otra geografía, Nezahualcóyotl expresa, en su poema más conocido, su amor al canto del cenzontle, al jade, a la flor y al hombre; y en otros hace mención del parloteo y canto de las aves, del plumaje del quetzal, del plumaje del ave sacuán, ave de cuello de hule y del águila, que también aparece en la fundación de Tenochtitlan.

En Los hombres que dispersó la danza, Andrés Henestrosa recoge narraciones de los antiguos zapotecas. En algunas de ellas, las aves son personajes en la vida de Jesús: en “La golondrina”, esta ave aparece como adoradora y compañera de Jesús, que borra con el pecho las huellas de su paso por la arena para que los judíos que lo persiguen no lo encuentren. Cuando, confundida, la golondrina no lo encuentra, se torna negra de pena, excepto el pecho. En “La urraca” hay otra ave que, en este caso, delata a Jesús, a pesar de haber sido sobornada por la Virgen con su manto azul y el hilo de gotas negras de su collar. Por eso la urraca es azul y en su pecho blanco porta un hilo negro. “El pájaro carpintero” es convencido por los judíos para aliarse con ellos y, en complicidad con la urraca, agujereando troncos secos y verdes, encuentran a Jesús en el tallo del carrizo.

A vuelo rasante encontramos, en la Biblioteca Henestrosa, Las aves en la poesía castellana, de Salvador Novo, que recoge su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, en 1953 y es publicado por el Fondo de Cultura Económica ese mismo año. Las aves, como imagen recurrente en la poesía castellana de los Siglos de Oro, nos invitan a descubrir al breve colibrí, al literario y europeo ruiseñor, a la humilde corneja del Cid y al gallo del Arcipreste; a mirar también a la paloma de Berceo y a los extraordinarios gerifaltes del Cancionero de Baena.

Otro volumen, disponible también en la Henestrosa, es El libro de los pájaros, de Alberto Blanco, publicado por Ediciones Toledo en 1990, quien escribe:

LA GOLONDRINA

El enorme alivio que sentimos al contemplar los montes a lo lejos, al ver el vuelo de una golondrina o al escuchar la conversación del viento con los fresnos, es el de estar –por un instante– en contacto real, hermanados con una infinidad de seres que no son otra cosa que lo que son y que no desean –en lo absoluto– ser de ninguna otra manera.

Al libro también lo habitan mirlos, tordos, pelícanos, gorriones. “Lo que hermana a la poesía con los pájaros –afirma Alberto Blanco– es su ligereza, audaces vuelos, trinos cuya belleza radica en su cualidad de ser únicos”, y que ambos son símbolo de la libertad. En la Biblioteca encontramos un tercer libro, La paloma, publicado en 1987, del mismo autor de El perfume y El contrabajo, el alemán Patrick Süskind. Narra la historia de Jonathan Noel, un personaje solitario a quien no le ha ido muy bien en la vida, y al que la soledad y la rutina de su trabajo como guardia de un banco le dan tranquilidad, hasta que la presencia de una paloma, en el pasillo de la pensión donde vive desde hace dos décadas, viene a romper ese equilibrio aparente. Aquí la paloma no es la protagonista de la historia, todo lo que tiene que ver con ella está en la mente de Jonathan. La paloma representa el despertar de la conciencia del protagonista, quien descubre con esa presencia una nueva dimensión de las cosas y de sí mismo, al punto de aflorar la psicosis contenida por largo tiempo.

Un cuarto libro en la Biblioteca es otro discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, el de la filóloga Margit Frenk en 1993: Charla de pájaros o las aves en la poesía folklórica. Publicado por la UNAM al año siguiente. En este discurso Frenk da cuenta del Cancionero Folklórico Mexicano, dirigido por ella en el Colegio de México, y publicado en cinco volúmenes entre 1975 y 1985, que hace inventario “del pulular de pájaros en las coplas populares de nuestro país. Ahí revolotean infinidad de aves de las más diversas especies: chuparrosas, garzas, cenzontles, jilgueros, primaveras; pericos, papagayos, cotorras; cuicacoches y chachalacas; uno que otro pijul, totol, gallo; águilas reales e imperiales; mucho gavilán o gavilancillo, guacamaya, gorrioncito; el pájaro cardenal y el carpintero, el pájaro cú, el acagualero, jaralero, lagunero, manzanero, mañanero, platanero, hechicero; el pájaro colorado, el verde, el azul, el prieto, y el pájaro mulato, de color azul oscuro y antifaz negro, que sabe imitar el canto de otras aves; el pájaro paisano, el vilán, el galán, y el tildío; por supuesto, la paloma y el palomo, el tordo, la torcaza, la tortolita, además del tecolote, el zopilote, el querreque… Vemos a esos pájaros volando por los aires, atravesando mares, a las orillas de los ríos y en las laderas de los cerros; parados en árboles, nopales, torres, garitas; posados en las ramas de los limones, los olivos, los laureles o ‘en la cumbre’ de una vid, un cardón, una palma. Las coplas mexicanas saben evocar a las aves en medio de su entorno natural, de una manera muy gráfica”, a diferencia de la península ibérica en la que no se encuentra la cantidad de coplas con pájaros que hay en el folklor mexicano. En este lado del Atlántico la diferencia puede ser la vasta herencia indígena mexicana. 

“Salta a la vista que los pájaros hablan como si fueran seres humanos; y se comportan como tales: se enamoran, abandonan a quien los quiere, se emborrachan de tristeza. En Jalisco, la chachalaca ‘por las orillas del cerro / andaba de enamorada / con el pájaro jilguero’ y ‘por las orillas del río / andaba de enamorada / con el pájaro tildío’”. “Suni, suni, suni”, decían en Guerrero por los años 30: 

Suni, suni, suni, la zopilotita, 
suni, suni, suni, se fue para el mar; 
dice que al zopilotito 
ya lo piensa abandonar. 

En las rockolas de cantinitas rurales de México todavía se escuchan canciones del dúo Las Jilguerillas, como “Anda paloma y dile”: 

Anda paloma y dile que no sea ingrata 
Dile que estoy muy triste sin su mirada 
Anda paloma y dile que yo me muero 
Que sus caricias dulces reviven mi alma. 

O al dueto Las Palomas, interpretando “Paloma mentirosa” y su “Pajarito mañanero”: 

Pajarito mañanero 
quiero que me hagas favor 
de cantar en su ventana 
pa’ que despierte mi amor 
El rocío que cai del cielo 
el jardín humedeció 
anda llévale una rosa 
y dile que la mando yo. 

Daphne Du Maurier escribe su novela corta Los pájaros, en la que, después de la guerra, una familia de Cornualles, Inglaterra, es atacada por cientos de pájaros, poseídos por la locura; la ambigüedad narrativa le confiere un potencial interpretativo que desafía al lector: puede leerse como una metáfora sobre la guerra, como un manifiesto ecologista, o como un perfil sicológico. Este libro y la noticia de un extraño hecho reportado por el Santa Cruz Sentinel (viernes 18 de agosto de 1961), sobre centenares de gaviotas tambaleándose en las calles y estrellándose contra los tejados de la Bahía de Monterrey, en California, probablemente envenenadas por el ácido domoico presente en peces que, a su vez, consumieron un alga microscópica que abunda en el lugar, son claves para que Alfred Hitchcock filme su versión de la historia. Rafael Narbona, escritor y crítico literario, afirma que la película es “una fábula sobre la precariedad de la existencia humana, un recuerdo permanente de nuestra fragilidad y una invitación a la humildad […] el terror podía emerger de lo cotidiano y trivial, alterando nuestra visión del mundo. Pensamos que las amenazas proceden del exterior, pero muchas veces anidan en lo más próximo y aparentemente inofensivo”. 

“La poesía es una faisán que desaparece entre la maleza”, nos dice el aforismo de Wallace Stevens, un poeta que gustaba de reflexionar sobre la poesía desde la experiencia del poema. Contemporáneo de Ezra Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, e.e. cummins y Carl Sandburg, Stevens pertenece al grupo de poetas que renovaron la poesía norteamericana del siglo XX. “Pertenece a la estirpe de poetas que trató de pensar en términos puramente poéticos. Sus poemas expresan una complejidad que da pie a las glosas y las exégesis más desmesuradas. Cultivó una ironía devastadora que transgredió con frecuencia la lógica. Los poemas adquieren coherencia a través de un sistema propio de metáforas y la intención lúdica de su estilo se manifiesta con destacado acento en los títulos desconcertantes de los poemas, que pueden ser considerados como una respuesta a sus profundas dudas sobre la realidad percibida”, en palabras de Miguel Ángel Flores.

 

Thirteen Ways of Looking at a Blackbird 

II 
I was of three minds, 
Like a tree 
In which there are three blackbirds. 

Trece maneras de mirar un mirlo 

II 
Tenía tres pareceres, 
Como un árbol 
En el que hay tres mirlos. 

En 1981 Francisco Toledo publica su portafolio inspirado en este poema de Stevens, que consiste en 10 grabados a la ruleta, sobre papel Rives BFK, cada uno firmado con lápiz y numerado en un tiraje de 25 carpetas más 6 pruebas de artista. Una página con el título y los poemas de Wallace Stevens en inglés, incluyendo su traducción al español por Luis Roberto Vera. Fueron impresos por Mario Reyes y publicados por la Galería Arvil. En la vasta zoología de Toledo siempre hay aves –entre muchos otros animales– y la pregunta que surge es: ¿Por qué Stevens? Quizá porque Wallace Stevens no viajó casi nunca, pero uno de sus pocos viajes lo hizo al Golfo de Tehuantepec, del que quizá se inspiró para crear su “Superficie marina colmada de nubes” que Toledo publicó, traducido por Carlos Monsiváis, en el número 4, segunda época, de la revista Guchachi` Reza (Iguana Rajada). Publicada por el Patronato de la Casa de la Cultura de Juchitán con las colaboraciones de Víctor y Gloria de la Cruz, Macario Matus, Elisa Ramírez y Francisco Toledo. Entrados en las digresiones, diremos que, la sucesora de esta revista y emblema de los trabajos de Toledo, colaboradores y el IAGO, vino a ser una revista con nombre de ave: El Alcaraván

Virando a otra disciplina, “Blackbird” es una canción compuesta por Paul McCartney, incluida en su álbum doble de Los Beatles, The White Album. McCartney confiesa que la escribió como reacción a las graves tensiones raciales que se intensificaban en los Estados Unidos en la primavera de 1968: 

BLACKBIRD 
Blackbird singing in the dead of night 
Take these broken wings and learn to fly 
All your life 
You were only waiting for this moment to arise 
Blackbird singing in the dead of night 
Take these sunken eyes and learn to see 
All your life 
You were only waiting for this moment to be free 
Blackbird fly, blackbird fly 
Into the light of a dark black night 
Blackbird fly, blackbird fly 
Into the light of a dark black night 
Blackbird singing in the dead of night 
Take these broken wings and learn to fly 
All your life 
You were only waiting for this moment to arise 
You were only waiting for this moment to arise 
You were only waiting for this moment to arise 

Al búho se le ha atribuido el don de la inteligencia, quizá por sus grandes ojos y porque fija la mirada de tal modo que a menudo provoca turbación. Muchos abogados lo adoptan como emblema y se le ha representado posado en el hombro de Atenea. Sin embargo, su cerebro es muy pequeño en relación con el tamaño de su cuerpo y quizá no sea tan inteligente como el cuervo. 

Edgar Allan Poe publica su poema narrativo, El cuervo, en el New York Evening Mirror, en 1845. A diferencia de la paloma de Süskind, que aparece casualmente en la pensión y que desencadena todo en la mente de Jonathan, el cuervo parlante de Poe toca en la ventana del protagonista e irrumpe a media noche en la habitación del afligido narrador, que se duele de la pérdida de su amada Leonora. El protagonista cuestiona al cuervo, que responde a cada cuestionamiento con una misma palabra que lo precipita lentamente a la locura en medio de un clima sobrenatural, mientras el ave se posa sobre un busto de Atenea: 

Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly, 
Though its answer little meaning -little relevancy bore; 
For we cannot help agreeing that no living human being 
Ever yet was blessed with seeing bird above his chamber door- 
Bird or beast upon the sculptured bust above his chamber door, 
With such name as “Nevermore.”* 

… 

El Libro de los seres imaginarios, escrito por Jorge Luis Borges con la colaboración de Margarita Guerrero, fue publicado en México por el Fondo de Cultura Económica en 1957 con el nombre de Manual de Zoología Fantástica. Borges describe muchos entes extraños engendrados por la fantasía de los hombres a lo largo del tiempo; entre ellos hay varias aves, y algunos híbridos, como las arpías, el basilisco, la garuda, el dragón, la esfinge, el grifo, el hipogrifo, el peritio, la youwarkee, la sirena, el ángel. Borges describe también al ave fénix, cuyo mito de pájaro inmortal y periódico nos viene de los egipcios, aunque más tarde su versión más elaborada corre a cuenta de griegos y romanos: “Tácito y Plinio retomaron la prodigiosa historia; el primero rectamente observó que toda antigüedad es oscura, pero que una tradición ha fijado el plazo de la vida del fénix en mil cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI, 28). También el segundo investigó la cronología del fénix; registró (X, 2) que, según Manilio, aquél vive un año platónico, o año magno. Año platónico es el tiempo que requieren el Sol, la Luna y los cinco planetas para volver a su posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los Oradores, lo hace abarcar doce mil novecientos noventa y cuatro años comunes. Los antiguos creyeron que, cumplido ese enorme ciclo astronómico, la historia universal se repetiría en todos sus detalles, por repetirse los influjos de los planetas; el fénix vendría a ser un espejo o una imagen del universo. Para mayor analogía, los estoicos enseñaron que el universo muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y no tuvo principio”. El ave roc es parecida al águila, pero incomparablemente mayor, tanto, que en sus garras puede cargar volando a un elefante con el que alimenta a sus crías. 

En el Bestiario de Leonardo da Vinci se define así al pelícano: “Quiere mucho a sus hijos, y hallándolos en el nido muertos por las serpientes, se desgarra el pecho y, bañándolos con su sangre, los vuelve a la vida”. 

El simurg es un pájaro inmortal que anida en las ramas del Árbol de la Ciencia; Burton lo equipara con el águila escandinava que, según la Edda Menor, tiene conocimiento de muchas cosas y anida en las ramas del Árbol Cósmico, que se llama Iggdrasill. Según los chinos, el gallo celestial es un ave de plumaje de oro, que canta tres veces al día. La primera, cuando el sol toma su baño matinal en los confines del océano; la segunda, cuando el sol está en el cenit; la última, cuando se hunde en el poniente. El primer canto sacude los cielos y despierta a la humanidad. Es antepasado del yang, principio masculino del universo. Está provisto de tres patas y anida en el árbol fu-sang cuya altura se mide por centenares de millas y que crece en la región de la aurora. La voz del gallo celestial es muy fuerte; su porte, majestuoso. Pone huevos de los que salen pichones con crestas rojas que contestan a su canto cada mañana. Todos los gallos de la tierra descienden del gallo celestial que se llama también “El ave del alba”. 

El pájaro que causa la lluvia. Además del dragón, los agricultores chinos disponen del pájaro llamado shang yang para obtener la lluvia. Tiene una sola pata; en épocas antiguas los niños saltaban en un pie y fruncían las cejas afirmando: “Lloverá porque está retozando el shang yang”. Se refieren, en efecto, a que bebe el agua de los ríos y la deja caer sobre la tierra. 

Aunque Borges no lo menciona, el pájaro de fuego representa al ave Fénix en la mitología celta. El pájaro de fuego es un ave grande de majestuoso plumaje, que brilla intensamente emitiendo una luz roja, ámbar y amarilla, como una hoguera que es solo el pasado de una llama turbulenta y que es una bendición y condena, a la vez, para quien lo atrape. El ruso Igor Stravinsky se inspira en el folclor de esta ave para componer su ballet del mismo nombre. 

Con ésta, y no digo más, 
como dijo un pajarito; 
ya me voy a retirar: 
ya los divertí un ratito… 

Escucha el canto de un ave extinta

Puedes escuchar el canto del último pájaro Kaua’i’ō ‘ō. Es el canto de un macho solitario, que busca a una hembra que no encontrará. 

Los Kaua’i’ō ‘ō era una especia endémica de Hawái. Se extinguieron en 1987, a causa de la pérdida de su hábitat.Todos sus primos están extintos también, incluyendo a el O’ahu’ō‘ō, el Bishopō‘ō y el Hawai’i ō‘ō. 

Una pluma para escribir sobre la importancia de las aves en H2A, Oaxaca

Tomar una pluma para escribir sobre la importancia de lo que es Oaxaca para las aves del continente, ofrece la oportunidad de hacer volar la imaginación. Seguramente, muchos de ustedes saben que México tiene alrededor de 1 100 especies de aves, de las cuales 125 son únicas o endémicas del país, posicionando a México en el 4.º lugar a nivel mundial en cuanto a la riqueza de especies endémicas. En este macro-contexto, Oaxaca destaca particularmente. De esta riqueza avifáunica de México, el 70% se puede encontrar en Oaxaca. El primer estado de la república en diversidad de especies de aves. El primer lugar de la república en especies únicas. Oaxaca es el paraíso de las aves. Esto se debe, en parte, a los corredores migratorios que se conjuntan, la influencia del Golfo y del Pacífico con regiones áridas entre ambos, a la vez de montañas, todo esto entre las zonas Neártica y Neotropical del planeta, creando un mosaico de hábitats y bioregiones que hacen que Oaxaca sea megadiverso. Pero no solamente en aves, sino en culturas indígenas, lenguas que suman 16 con un sinfín de variantes. 

Imagínense, Europa, con 27 países y con un territorio 40 veces más grande que Oaxaca, donde se hablan 24 idiomas. Sin embargo, esta diversidad cultural de Oaxaca no solo da pie a una diversidad de lenguas entre humanos, sino también en las aves. 

Podemos representar a Oaxaca a través del pájaro de las mil voces, que es un ave de un profundo azul, única en México y que canta, imita tantos cantos de otras especies que personifica la diversidad lingüística del estado. Nos referimos al Mulato Azul (Melanotis caerulescens). Para encontrarlo, nada más hay que abrir tus sentidos y en los alrededores de la ciudad de Oaxaca, lo verás.

Hablar de esta ave es hablar de la riqueza de Oaxaca, su diversidad, amenazas, retos y la magia que emana del estado. Es un ave muy común en las faldas del Cerro de San Felipe, viene a ser cada vez más rara cuando uno se acerca a la ciudad de Oaxaca. Cuando llegas al corazón de la ciudad de Oaxaca, ya no se encuentra, no es un ave urbana. No obstante, en los bordes de la ciudad, como en el Parque H2A, es un residente muy común, y si pones atención y escuchas, lo oirás todo el año, cantando sus miles de voces.

Este parque es de suma importancia, debido a la voracidad de la urbe que le va robando espacios naturales a nuestras aves. La densidad de aves de esta reserva natural no es muy alta, sin embargo, las especies que hay son preciadas por su rareza y su belleza. Es el último bastión, antes de la ciudad, de especies endémicas de México como el Gorrión Embridado (Peucaea mystacalis), los Vireos Enano y Pizarra (Vireo nelsoni y brevipennis), del misterioso y elusivo Mosquero de Balsas (Xenotriccus mexicanus). Si sales del H2A y caminas doscientos metros hacia la ciudad, ya no se encuentran. Son aves endémicas de México, y únicas en el mundo. Tenemos la dicha de que en el Ejido Guadalupe Victoria se cuente con este reservorio de especies emblemáticas. Además, ahí también se observan, en temporadas, varias especies migratorias de todos los colores: amarillo y verde, todo rojo, todo azul, como los colores del arcoíris. Pudiéramos hacer un listado largo de estas especies multicolor que vienen durante el invierno dejando un toque fugaz de radiantes tonalidades. 

El Parque H2A es como un museo viviente de la riqueza de los Valles Centrales de Oaxaca. Es también un refugio de estas aves, y de las aves migratorias que ahí regresan cada año porque saben que en este sitio están seguras y que hay alimento para continuar su largo y peligroso viaje de migración. Este parque es doblemente importante para Oaxaca, porque la ciudad carece de un sitio natural urbano en su diseño.

El Parque H2A es el aliado perfecto del Jardín EtnoBotánico para poder estudiar y entender los cambios de las poblaciones de aves entre una zona limítrofe de la ciudad de Oaxaca (H2A) y el medio urbano (Jardín EtnoBotánico). Los dos se complementan y podrían ofrecer a los oaxaqueños la oportunidad de aprender más sobre los métodos de estudio de estos seres maravillosos, de esta enorme riqueza que nos rodea, si creamos un observatorio de aves que vincule a los dos sitios, aplicando estrategias de estudio simultáneo entre ambos sitios y que sirva para promover la apreciación de la riqueza de las aves que nos rodea en Oaxaca. 

Recomendaciones de los promotores de lectura

Serrano, Francisco
El jardín de los pájaros
Ilustraciones de Irina Botcharova
México, CIDCLI, 2005

*Edad recomendada: 10 años en adelante 

La poesía y la ciencia comparten la intuición, el asombro ante el hallazgo y la constante necesidad de interpretarnos. La materia prima de ambas se encuentra en la realidad y el mundo que nos rodea. Una toma elementos de la naturaleza para proponernos otras miradas y evocar imágenes de lo que pasa desapercibido o se diluye en lo cotidiano. La otra, observa y explica, con rigor científico, cómo funciona el mundo a nuestro alrededor. 

El jardín de los pájaros es un libro donde la doble página es el todo dividido en dos momentos. El lado derecho del libro es el primero que llama nuestra atención: una ilustración que abarca toda la página donde el personaje principal, que es una de las doce especies de aves que lo integran, está colocado en su entorno natural con apenas unos pocos elementos: algunas hojas, una rama, una flor. Esta imagen, casi fotográfica, está colocada sobre un fondo totalmente blanco que da espacio para que suceda, al tiempo que observamos. Poemas de Francisco Serrano acompañan a cada ave durante el vuelo. Del lado izquierdo se encuentra la información científica de la especie; datos generales de cada ave: en la parte inferior hay un apartado especial que plantea preguntas interesantes, como ¿por qué cantan las aves? ¿Has contado las plumas de un ave? ¿Por qué las aves pueden volar?, entre otras. 

Como se esperaría de un buen libro de divulgación científica, El jardín de los pájaros permite que sea el lector quien decida hasta qué punto adentrarse en él. Ya sea que nos detengamos solo en las ilustraciones, en los poemas o que quizá necesitemos consultar información específica sobre estos animales; este libro permite volar con la mirada, de un punto a otro de la página en busca del alimento que sacie nuestra curiosidad. 

Editado por CIDCLI, El jardín de los pájaros es una propuesta para acercarnos al placer de descubrir distintas formas de abordar el mundo. 

Guiexhooba de Gyves 

*

Rodríguez, Antonio Orlando
Cuento del sinsonte olvidadizo
Ilustraciones de Enrique Martínez
 México, El Naranjo, 2010. 

*Edad recomendada: 5 años en adelante 

Los sinsontes son pájaros cantores, su canto es melodioso y potente e imita las voces de otras aves, e incluso, el silbido del hombre y el maullido del gato. Al sinsonte de esta historia, se le olvidó su canto y tiene que ir en busca de uno. En su búsqueda va entonando cantos y versos, que le van sugiriendo sus amigos del monte. Antonio Orlando Rodríguez nos regala un libro poético, lleno de juegos de palabras, rimas y sonidos nuevos, que vamos descubriendo melodiosamente, y que se van acoplando de manera armoniosa con las ilustraciones, sencillas pero coloridas, creando así, una complicidad. Es un libro que nos conecta con la diversidad y musicalidad de la vida, una invitación para leer en voz alta con los niños y niñas, y juntos disfrutar y repetirla. 

Gladys Isabel Contreras Noyola 

*

Díaz Garrido, María Julia
Bandada
Ilustraciones de David Daniel Álvarez Hernández
Madrid, Kalamndraka, 2014. 

*Edad recomendada: 8 años en adelante 

Bandada es sin duda una historia profunda, retrata lo que ocurre cuando, al imaginar una vida distinta, te alejas de la esencia de aquello que de manera natural eres en armonía; el exceso, lo práctico, lo fácil, el control y la crueldad se agolpan a lo largo de las páginas de este libro. El lector se sentirá identificado con la metáfora conductora de la historia, pareciera el bucle del tiempo en el que está girando la humanidad desde que cualquiera de nosotros tiene conciencia. Un principio sencillo: “Un día, las aves posaron su mirada más allá de las ramas y las hojas e imaginaron una vida distinta”, una bandada de búhos, colibríes, gansos, águilas, gallos y pericos con un anhelo desencadenan esta historia que nos brinda un final esperanzadoramente inconcluso. 

Con un texto sucinto que, como sentencias, cae sobre cada hoja, se va armando el esqueleto de este libro, recubierto con las preciosas, pulcras y nítidas ilustraciones de David Álvarez que parecen fusionarse en el pensamiento de la autora para así crear una historia contundente, fuerte, sin un ápice de color, solo el trazo de las líneas, sombras, luces y relieves del lápiz. Formas y personajes en primer plano donde el detalle del escenario en el que transitan no es necesario, la página se llena con la economía y certeza de su trazo. No es de extrañarse que la obra fuera ganadora del V Premio Internacional Compostela de Álbum Ilustrado 2012; un libro magistral e imperdible, que seguramente hará eco en estos tiempos de reflexión por los que transitamos actualmente. 

Cyntia Irais Trujillo López 

K’UK’UMAL CHILIL

Hace casi 500 años, a finales de agosto de 1520, Albrecht Dürer visitaba Bruselas, donde veía por primera vez objetos realizados por el pueblo mexica enviados por Hernán Cortés al rey Carlos V. Durero –como lo conocemos en México– trató de plasmar su experiencia en su diario: “… Yo no he visto en todos los días de mi vida nada que haya regocijado tanto mi corazón como estas cosas, pues vi allí artefactos soberbios y me maravilló el sutil ingenio de los hombres de tierras extranjeras. En verdad no soy capaz de describir todo lo que allí pensé”. Si bien no describió más que en términos generales el tipo de objetos que vio, me gustaría hacer hincapié en dos aspectos: “… vestimentas extrañas, […] y todo tipo de cosas maravillosas de usos diversos; sería un milagro encontrar algo más hermoso”. No es descabellado decir que parte de lo que le causó tal maravilla fueron los objetos de plumaria. Resulta difícil saber a ciencia cierta qué vio, pues no tenemos la suerte de contar con telas emplumadas de la época que hayan sobrevivido al paso del tiempo. No obstante, sí podemos imaginar ciertos aspectos de aquellas prendas a partir del legado que ha llegado hasta nuestros días. 

En el Museo Textil de Oaxaca tenemos la fortuna de conservar un textil emplumado de fines del siglo XVII, gracias a la generosa donación del maestro Francisco Toledo. A pesar de ser tan solo un fragmento de lo que sin duda fue un huipil extraordinario, este nos ha permitido conocer más a fondo la sofisticación del tejido con plumas.

Al observar con detenimiento el delicado y suave plumón empleado en los hilos de esta tela, cobran vida las menciones del siglo XVI que hacen referencia a la cría de patos para el aprovechamiento de sus plumas en la elaboración de textiles. Por ejemplo, las relaciones de distintos pueblos de la Sierra Juárez de Oaxaca nos dicen que “… el hábito y traje que traían […] eran unas mantas largas de algodón cuadradas, […] entretejidas por ellas, plumas blancas y de otros colores. Y, para esto, crían unos patos a manera de anadones, salvo que son más grandes y tienen el pico colorado”. Esta mención es de particular interés, pues nos permite conocer al ave exacta que se criaba en la sierra: el pato moscovita, Cairina moschata, pato que fue domesticado en distintas regiones de Mesoamérica desde época prehispánica. Los estudios de laboratorio hechos sobre el fragmento que conservamos en el MTO corroboran la historia, pues muestran que los hilos empleados se hicieron con plumón de ese pato en particular. 

En el Museo Nacional de Antropología se encuentra un huipil completo que nos sirve de referencia para completar la imagen mental de cómo pudo ser el huipil cuyo fragmento hoy conservamos. Si queremos apreciar otros huipiles de pluma de la época hemos de conformarnos con las pinturas al óleo, y solo a través del trazo del pincel podremos palpar la textura de aquellos tejidos tan espléndidos. Sin embargo, a ustedes que, como yo, se deleitan y maravillan ante el aspecto tangible de la cultura, quiero decirles que aún hoy es posible tocar la vaporosidad de los huipiles emplumados. 

Zinacantan, en los altos de Chiapas, es una comunidad tsotsil que ha mantenido el tejido de pluma para la creación del k’uk’umal chilil, huipil con plumas. Irmgard Johnson, Alejandro de Ávila y Ricardo Martínez han hecho notar el vínculo entre los huipiles que ilustran los manuscritos coloniales de Oaxaca y el centro de México con el huipil de boda de Zinacantan, distinto de otros huipiles del área maya en su forma, confección y en el ordenamiento de sus elementos decorativos. Ejemplo de ello es la forma del cuello del huipil: si bien los huipiles emplumados más recientes muestran un cuello cuadrado –como es común en la región–, el formato del k’uk’umal chilil de mediados del siglo XX guardaba una relación más cercana a los huipiles que se observan en el Lienzo de Tlaxcala del siglo XVI, donde el cuello es una ranura en forma de V. La decoración, como se observa en los numerosos huipiles que ilustran el lienzo mencionado, se ubica principalmente en la parte central –a la altura del pecho, espalda y hombros–, así como en todo el borde inferior. Las técnicas de incorporación de la pluma en la tela, sin embargo, difieren en buena medida de lo que hemos observado en las piezas virreinales. Además del hilo de pluma que aún se empleaba a finales de 1980 –en menor medida y en distinta forma a los hilos antiguos–, las tejedoras también han recurrido a otras técnicas, como el anudado y la inserción de plumas en la trama del telar. 

Se ha mencionado que en el k’uk’umal chilil se emplean plumas de gallina, pues se trata de un ave domesticada: no puede volar y, por lo tanto, no se aleja de casa. De acuerdo con esa visión, estas cualidades se vuelven deseables en la mujer –futura esposa– que porta el huipil. Sin embargo, en un encuentro de tejedoras del huipil emplumado, llevado a cabo en el Centro de Textiles del Mundo Maya a finales de 2015, cuando una persona del público hizo mención de ello, las tejedoras solamente atinaron a reírse mientras desmentían esa afirmación. Negaron el simbolismo atribuido a las plumas de gallina e incluso mencionaron que no se limitan a esas plumas, “también usamos las plumas de los gallos y pollitos”, toda vez que sean suaves y sirvan para el tejido. Estos comentarios me hacen replantear un par de cosas dichas por Durero.

Por un lado, es importante puntualizar que no le maravilló únicamente el ingenio de los hombres de allende el mar. Aun cuando haya querido referirse a la idea de “humanidad” bajo el término de “hombre”, aquellas vestimentas que vio (y muy seguramente tocó) no fueron hechas por el pueblo mexica en general; fueron creadas, específicamente, por mujeres. Esto me lleva al segundo punto y a replantear en torno a sus palabras. Ese “sutil ingenio” es justamente el arte vertido en el telar por mujeres talentosas, creativas e inteligentes. No quiero decir que el arte textil sea solo sutil, al contrario, posee una fuerza contundente. Las plumas, entre muchas otras connotaciones, se han vinculado a la guerra. Mientras que a nuestra mente podrían venir las imágenes de ciertas deidades masculinas veneradas en el centro de México como Huitzilopochtli (con sus plumas de colibrí) o Quetzalcóatl (la serpiente emplumada), y quisiera en este momento recordar una de las múltiples manifestaciones de Cihuacóatl, mujer serpiente; también llamada Yaocíhuatl, mujer guerrera: diosa de la fertilidad, con su cabeza rodeada de plumas blancas de águila y blandiendo el machete del telar de cintura en una de sus manos. Así imagino a las mujeres que dieron vida a aquellas telas emplumadas de antaño, armadas con el telar, resistiendo y luchando continuamente para preservar su cultura y el conocimiento de los hilos para que sus herederas continúen creando a partir del tejido.

Si no fuera por un numeroso contingente de mujeres guerreras ¿de qué otra forma podríamos explicar que aún hoy, 500 años después de que Durero conociera la plumaria mesoamericana y en medio de interminables batallas, existan mujeres que elaboran los textiles de pluma? 

#TramandoEnFamilia

SOPA DE LETRAS

Los tejidos y bordados del mundo se han inspirado en numerosos elementos de la naturaleza. Es así como hallamos algunas flores que existen localmente en distintos pueblos, pero también aparecen otras que son producto de la fantasía e imaginación de quienes las crean.

En estas imágenes verás cómo las aves han volado directamente a los hilos, entrecruzándose en el telar para permanecer tejidas en un morral de San Luis Potosí, o bien, enhebrándose en una aguja para lucir bellamente bordadas sobre una blusa de los pueblos chatinos de Oaxaca.

Lograr estos resultados implica muchos años de práctica, pues las tejedoras y bordadoras requieren contar cada uno de los hilos en la tela para alcanzar estos diseños tan bien definidos. Algunos de ellos se representan de manera figurativa, con el mayor detalle posible al presentar las plumas de las crestas o en la cola. Otros casos se muestran de forma más abstracta, con tan solo unos trazos que esbozan las siluetas necesarias para que nuestra mente comprenda qué ave se está representando.

Hemos recopilado algunos diseños de aves empleados en textiles de México, así como un ave de cuello alargado y en pleno vuelo procedente de Japón. Verás que algunas figuras intentan ser sumamente fieles a la realidad, mientras que otras se simplifican a unas cuantas líneas y, algunas más, incluso se caricaturizan.

Y tú, ¿cómo dibujarías a estos animales alados? Encuentra sus nombres en la sopa de letras y compártenos tus dibujos en Facebook o Twitter.

ROMPECABEZAS 

Los wixaritari tienen múltiples tradiciones de carácter místico y religioso. Entre ellas se encuentra el uso de colores extremadamente brillantes, portales para el diálogo del mundo material con el de los dioses. Las figuras que emplean representan una gran variedad de deidades, procesos, rituales y protecciones, entre otros aspectos.

El águila es una de las figuras más importantes dentro de la iconografía huichol, pues representa la comunicación de los humanos con los dioses; es un animal sagrado que al estar en el cielo volando, todo lo ve y todo lo sabe. 

En el siguiente link te compartimos un rompecabezas que pondrá a prueba tu destreza y paciencia y te revelará una sorpresa. 

¡Vamos! 

Durero visita Tlalpujahua

Un libro lleva a otro libro libro, y a veces esos caminos vuelan con la gracia de los pájaros en el aire, y en el color de su plumaje la imaginación sonríe, lo remoto es cercano y el tiempo anuda lo lejano. 

Alberto Durero realizó una serie de obras dedicadas a las aves. La que a mí me parece más maravillosa es una de 1512, conservada en la Albertina de Viena. Se trata de una acuarela y el motivo es el ala de una carraca europea (Coracias garrulus). También debe tenerse presente que Durero fue testigo de las maravillas mexicanas enviadas por Hernán Cortés al Emperador y que hizo un gran elogio de estas, entre las cuales, había piezas de arte plumario.

Conservo numerosos libros y referencias a Durero, uno de los más grandes artistas que ha dado gloria y sentido a la vida del ser humano en el mundo. Pero quiso el azar que otro hermoso libro fuera editado, en este caso por Fomento Cultural Banamex: Grandes Maestros del Arte Popular Mexicano. En esta asamblea de grandes artistas, encontré el apellido Olay, un gran maestro de Tlalpujahua, Michoacán. 

Llamé a Walter Boesterly, cuya labor al frente del Museo de Arte Popular ha sido de extraordinario valor, y le pedí consejo sobre a quién podría recomendarme como maestro de arte plumario. Me dio un nombre: el maestro Eliseo Ramírez. Logré contactarlo y una mañana se presentó en mi oficina. Es un hombre muy amable, educado, trajeado con pajarita, nunca mejor asociación en el vestir para un maestro de este oficio. De inmediato pensé que había un error, pues concluí con prejuicio obvio que ese artista no correspondía –solo de verlo– con lo que imaginaba que era un maestro del arte plumario. En fin, conversamos muy cordialmente, le conté mi interés en intentar aproximarnos a una obra tan célebre como la de Durero y llegamos a un acuerdo. Algún tiempo después el maestro Ramírez trajo a mi oficina la obra, la mandé enmarcar y la conservo con enorme gusto, pues tiene el gesto artístico que corresponde con aquella acuarela de 1512, y en alguna visita a mi casa de un verdadero erudito en historia del arte, de inmediato, al ver la pieza, me dijo: “¡Ah, el ala de Durero!”. Así que ese elogio vale totalmente para el maestro de la pajarita. Por cierto, el maestro Eliseo Ramírez presentó en Oaxaca, en el Centro Cultural San Pablo, el 25 de octubre de 2017, el libro Arte Plumario. La tecnología de un arte ancestral. Esa tarde, el maestro Ramírez concluyó: “Lo que pretendo es que el arte plumario no se pierda”. 

En cualquier caso, seguía yo tras la pista del maestro Olay, y lo seguí buscando. Gracias a la gentileza de la doctora Teresa Rojas Rabiela conseguí alguna información adicional muy valiosa y, en fin, llamé al ayuntamiento de Tlalpujahua, hablé con el mismísimo secretario y, para mi sorpresa, me dijo desconocer al maestro Olay. No me pudieron dar datos precisos de quien yo consideraba debería ser uno de los ciudadanos más ilustres del lugar. Mientras tanto, en las frecuentes visitas a San Miguel Allende encontré una galería que tenía muy bella cerámica y un buen día, con la alegría con la que asoma el sol por la mañana, vi que de una pared colgaba una pieza hermosísima de arte plumario: nada menos que del maestro Olay. Por más que intenté persuadir a la dependienta y más tarde a la dueña de que me diera el número y dirección del maestro, no lo logré. En cualquier caso, en cada visita a San Miguel, lo primero que hacía era visitar al maestro Olay en las paredes de esa galería donde, para no hacer la vuelta en balde conseguí adquirir algunas bellas piezas de otro gran maestro: Gustavo Pérez, a quien tuve el gusto de conocer gracias a mi cuñada, la maestra Hilda San Vicente. Así que un día me animé a viajar a Tlalpujahua para buscar personalmente al maestro.

Estacioné el auto cerca de su bellísima iglesia, el santuario de Nuestra Señora del Carmen. Bajé de mi flamante Jetta azul, estiré las piernas y saludé a una santa señora que salía de la parroquia y venía con la bolsa del mercado en mano. Tras los saludos de cortesía le pregunté si por pura casualidad había oído hablar del maestro Olay. Me vio con incredulidad, como si le hubiera preguntado por el santuario mismo que teníamos enfrente, y me dio su dirección exacta. Entendí que en las oficinas del alcalde no querían, por alguna razón, al maestro, pues era alguien evidentemente conocido, estimado y admirado en el pueblo. 

Llegué al lugar, al final de una calle, es de hecho la última casa en esa cuadra: tañido de una campana. Esperar, ladrido de perros. Abrieron la puerta y un hombre me saludó. Pensé que –a diferencia del otro maestro plumajero de la Ciudad de México– este sí tenía el aspecto de ser el verdadero maestro. Y lo saludé así: “Maestro Olay, muy buen día”. Me cortó secamente y me contestó: “El maestro Olay murió”. El alma se me fue al piso. Le dije que había hecho el viaje exclusivamente para saludar al maestro, por lo que me invitó a pasar a su casa, y me contó la historia completa de la estirpe, que es una de las más fascinantes de una familia de artistas y merece ser contada en otra ocasión. En cualquier caso, el maestro Olay ahora era él, aunque consideraba el mote como un homenaje a sus ancestros, que ellos eran los únicos y verdaderos maestros y que él debía ganarse todavía ese reconocimiento. En su actitud noté también un maestro. Tuvo la gentileza de mostrarme obra y también su taller, así como las formas cuidadosas con las que recopila las alas siguiendo las mudas, como un principio. Así que, desde entonces, tenemos un trato de amigos y he adquirido verdaderas joyas de su taller, que incluye también obras magistrales en popotillo, o popote, como él le dice. Le pregunté también si sus hijos aprendían de ese antiguo oficio mexicano para continuar con la tradición familiar y me contestó, también en forma seca, con una sonrisa no sin una pizca de decepción: “No tienen patas pa’gallo”. Fin de la discusión. 

Quien me había llevado a ese recorrido no era otro, sino Alberto Durero, y el lejanísimo año de 1512. Así que llevaba una impresión de muy buena calidad de la hermosísima acuarela y le dejé al maestro el encargo. Muy serio, quedó en pensarlo y, en su caso, en trabajar. Algunas semanas después se presentó en mi oficina, una mañana que recuerdo como de felicidad plena: había hecho el trayecto desde Tlalpujahua en camión y traía en una bolsa, el Durero-Olay. Supe reconocer de inmediato la huella inequívoca de la maestría absoluta. Le mostré la otra pieza, y, sin crueldad, creo que es la única vez que lo he visto sonreír, me hizo ver lo que a su juicio eran problemas técnicos de la pieza. El manejo de la pluma tiene unas reglas muy rigurosas que impone el material y, al parecer, el maestro Eliseo Ramírez se había tomado libertades distintas a la técnica del propio Olay. En cualquier caso, esta perspectiva abre un capítulo del mayor interés: no hay una técnica, sino una tradición del antiguo oficio mexicano de hacer arte con plumas preciosas de aves. En cualquier caso, conservo desde luego las dos obras, cada una de las cuales me gusta, aunque evidentemente la de Olay es una obra maestra que estoy seguro habría hecho feliz también a Durero, quien, como he dicho y repito, pues a veces se olvida, admiró y elogió en Bruselas las obras mexicanas que envió Cortés al Emperador. 

El Museo Nacional de Arte hizo una gran exposición de arte plumario, cuyo catálogo se quedó en algún cajón sin publicarse. Tengo la esperanza de que en algún momento el buen juicio permita que salga a la luz, pues hasta donde tengo entendido todo estaba muy avanzado: textos, fotografías, diseño. En fin, seguramente se publicará tarde o temprano. 

Por añadidura, quien haya visto una obra del gran maestro Eduardo Sánchez, puede darse una idea cabal de que, lejos de perderse en el tiempo, este arte mayor está presente en México, en las manos de grandes artistas. Es tan conmovedora la maestría en los trabajos del maestro Sánchez que uno quisiera que formara un gran taller o escuela, y que recibiera todo el apoyo para recuperar, difundir y engrandecer esta gran maravilla del arte mexicano. 

Pero el arte plumario tiene una correspondencia –a mi juicio– con el tema de la memoria y la ciencia: las colecciones de aves –sus pieles y esqueletos– que se conservan en los institutos de ciencias biológicas. Para no ir más lejos, pues en el mundo hay maravillosos acervos, conviene tener presente que la Universidad Nacional Autónoma de México, en el Instituto de Biología, conserva el 90% de las especies registradas en México. Leamos a la doctora Patricia Escalante Pliego, curadora de la colección:

De las 1052 especies registradas en México, la Colección Nacional de Aves cuenta con ejemplares de 950 de ellas (90%). Además, se tienen ejemplares en piel de 106 especies que no se encuentran en México, producto de donaciones o intercambios. El número total de pieles catalogadas es de 22 966 y aproximadamente 2300 pieles nuevas por catalogar.

Esas colecciones, desde mi punto de vista, con independencia de su importancia científica también son un muestrario del color y la belleza de las aves, el repertorio del que se desprende la mirada de los antiguos mexicanos, interesados en captar en obras maestras de arte plumario la fantasía del vuelo, la hermosa reflexión de la luz, la iridiscencia y la composición de joyas irrepetibles. Esas colecciones del Instituto de Biología de la UNAM, así como la obra del maestro Eduardo Sánchez, habrían emocionado también, indudablemente, a Alberto Durero. 

Un ave que se convirtió en taller

Al principio de mi aprendizaje como impresor, en el otoño de 1971, pensaba que el nombre de un taller se refería al lugar o al conjunto de herramientas; de ahí que pusiera “The Cummington Press” (fundada en Cummington, Massachusets) al pie de mis primeras obritas: unas traducciones de Leopoldo Lugones y una cita de Dioscorides del ejemplar de mi abuelo. Mi maestro me dejó un recado escrito: que por favor desistiera de usar el nombre de su imprenta en mis trabajos, pues esta representaba un nivel de calidad de concepto y logro que no se observaba en nada de lo hecho por mí. O sea que el nombre era una abstracción, un mote portátil, un apodo formal, una marca flotante.

Durante el año de mi estancia ahí, y en la primera temporada de mi regreso a México –con la intención de armar una imprenta–, cada edición hecha por mí llevaba el pie de “Imprenta Rascuache”. Mi maestro hablaba el italiano de Dante, nada del español coloquial, y nunca entendió tal referencia.

En el otoño de 1975, vivía en Mixcoac y era dueño de una prensa vieja, cuarteada, y de unas cajas de letra fundida Garamont (la versión corriente de la ilustre letra Garamond), y también era maestro de inglés en el Anglo-Mexicano de Guadalupe Inn. Una de mis alumnas, Cristina de la Peña –de la clase intensiva de las 7 am, cinco días a la semana– tenía escrito un conjunto de poemas que me permitió imprimir; ya era hora de que me lanzara o abandonara el intento. Meses después, el cuerpo del libro estaba impreso, pero faltaba la portada, la página donde debía ir el nombre de la imprenta. Lo de “Rascuache” era un chiste útil en las praderas solitarias de Iowa, pero no era mi deseo ser ni mediocre ni miserable. Cristina quedó de traer propuestas, y el día que llegó con una cuartilla mecanografiada a doble columna con posibles nombres, estaba ahí de visita Roberto Bolaño, el joven poeta chileno. Antes de que empezara a leer dije que me parecía mejor que fuera “taller” y no “imprenta”, porque no era posible predecir el futuro y mejor no estar atado a una sola cosa. Entonces comenzó: Taller esto, Taller el otro. Los primeros eran nombres en náhuatl. Dije que no, nada de eso: no se podían pronunciar, ni escribir, siempre habría que explicarlos. Luego comenzó con nombres significativos: Libertad, Penumbra, Vereda, Cordel, etc. Dije que tampoco: no quería que significara nada porque estaría comprometido con aquella línea. De ahí comenzó con mamíferos, reptiles y aves. Cuando pronunció “Taller Martín Pescador”, Bolaño dijo: “Ahí tienes; ¿qué más quieres?”. 

En todos los lugares donde viví, el viejo Tlacopac, la reserva pápago en Arizona, Monteverde en Costa Rica, Cochabamba, Jartúm (dormíamos en el techo de la casa y cada madrugada era una sinfonía de pajarracos del Nilo), Tlacotalpan y Tacámbaro, siempre hubo, en las ecologías acuáticas, martines pescadores (Megaceryle alcyon). Estos nunca llegaban, como otras especies, a los árboles alrededor de las casas a cantar al atardecer; sino que eran solitarios, independientes, seguros de sí mismos, guerreros veloces y coloridos. Su canto se parecía a una matraca, similar al de las paitas, cuando en la primavera graznan en las barrancas. Eran aves de trabajo, sin atributos floridos ni de ornato ni de sonoridad.

Supe que han existido imprentas con nombres similares: Kingfisher Press (una, ya extinta, en Oxford, otra, que sigue hoy en día, en California), The Halcyon Press (la admirable imprenta holandesa de Alexandre A. M. Stols, el biógrafo de varios impresores novohispanos). También se escuchaba del lejano eco literario del Fisher King que aparece en La tierra baldía de T. S. Eliot. El nombre era un poco largo, llevaba una peligrosa cascada de erres, pero sonaba bien, se veía bien: la prueba era comenzar a usarlo, a ver si mantenía su dignidad.

Tenía el posible nombre, y me puse a buscar una imagen: fue una versión europea de la especie, sin la cresta americana, de uno de los volúmenes de Dover que facilita grabados libres. Mandé a hacer un clisé, y el primer uso que encontré fue en una hoja suelta de 1976, una “declaración de principios”. Llegó Bolaño el día que escribía el texto (quería que le imprimiera un poema). Dijo “A ver, a ver…” y se sentó en la mesa con un bolígrafo en la mano. Dijo: “Tú crees que eres un escritor, pero no lo eres; hay que arreglar esto”. Y lo arregló. Declaraba que el Taller Martín Pescador no pretendía ser una imprenta para la élite bibliográfica, sino estar al servicio de la literatura y formar parte de la vieja tradición tipográfica; esto procedía de mí, el velo marxista era la intervención del corrector.

Hacia finales del siglo XX, mi amigo impresor Bradley Hutchinson, de Digital Letterpress, en Austin, producía una edición de la Biblia con 262 grabados de Barry Moser, un grabador que procedía de la escuela tipográfica exquisita de Ben Shahn. Pregunté en cuánto me saldría un grabado pequeño de un martín pescador, mismo que podría utilizar como sello. Reprodujo tres y dijo que ninguno le había agradado del todo, pero que en lugar de pagarle podía enviar la cantidad de obra que yo considerara adecuada. Así lo hice, envié libros y hojas sueltas con el ya longevo pie de imprenta, Taller Martín Pescador, hasta que un día me dijo que ya no tenía que mandar más. Fue así como esta ave nos ha acompañado desde entonces.

En 2008, el grabador Artemio Rodríguez propuso que hiciéramos un Abecedario, y para el colofón, que aparece en lugar de la letra T (hizo un sello, TMP), talló un martín pescador. En algún momento hizo otro, al estilo de los hierros de marcar de las bibliotecas conventuales. En fin, el vuelo continúa. 

Vuelo metafórico de Oriente a Occidente

Nuestra imaginación es alcanzada sola-mente por lo que es grande; pero el amor de la filosofía natural debería reflejar igualdad en pequeñas cosas.
Alexander von Humboldt

En 2017, la Dirección de Filatelia de Correos de España lanzó una peculiar emisión filatélica en la cual se difundiría, por primera vez en el mundo postal, un ícono popular de la cultura occidental: la pajarita.

Esta pieza comenzó a circular el 17 de julio del mismo año, con un valor facial de 4.25 euros. Destacaba no solo por la singularidad del contenido de la pieza, sino por sus dimensiones y diseño. Esta hoja bloque, como se le conoce en el mundo de la filatelia, en sus 60 x 60 mm, daba las instrucciones para la elaboración de la tradicional pajarita de papel: el timbre postal, aunque delimitado por la clásica dentadura cuadrada en la hoja, poseía la singularidad tecnológica de realidad aumentada. Cabe destacar que la oficina de Correos eligió este diseño porque esta imagen es conocida como un elemento representativo de la papiroflexia, y por la relación que existe con la paloma mensajera, la cual forma parte del origen y actividad de correo en el mundo. Con este diseño se emitía el primer timbre postal de papiroflexia en el mundo; su razón de ser tendría, además, propósitos fundamentales para los cuales no había sido elaborada, sin embargo, sería una ventana en la filatelia que nos enlazaría con dos culturas y dos grandes historias, que nos ayudarían a entender la resiliencia de la cultura oriental y occidental, y cómo esa capacidad de enfrentarse a la adversidad ha quedado plasmada en la filatelia y el arte, vinculadas con el amor por las aves, su simbolismo y relación con la humanidad. Esta emisión fue presentada por el director de Filatelia de Correos y el director de la Escuela Museo Origami de Zaragoza, (EMOZ) España, lo que nos remite al punto geográfico donde surge la historia que estamos a punto de conocer.

Zaragoza, capital aragonesa, fue elegida para presentar esta emisión por ser una ciudad donde la papiroflexia está documentada, desde 1944, por una tertulia de plegadores de papel que cada 6 de agosto, a partir del año 2007, coloca un manto a la Virgen del Pilar hecho con más de 1536 papeles. Tanto la fecha como el diseño del manto guardan un significado muy especial, relacionado con la historia de las figuras de papel. El dibujo en el manto representa el monumento “Las Pajaritas”, de Ramón Acín, ubicado en el parque “Miguel Servet”, en Huesca, ciudad aragonesa; el artista, casualmente, falleció un 6 de agosto de 1936. Actualmente, ese día se celebra el Día Mundial por la Paz, dado el trágico acontecimiento de 1945, cuando fue lanzada la bomba atómica de Hiroshima. En esta fecha Japón realiza una “ofrenda de grullas” en el Parque de la Paz de Hiroshima, conformada por miles y miles de estas aves como símbolo de esperanza, de aquí que el símbolo de paz japonés sea la grulla, y la pajarita, el símbolo español, gracias al monumento de Ramón Acín Aquilué. Este personaje es considerado un héroe, su obra representa la gran promesa de regeneración del pueblo español por la cultura. Por todo lo anterior, este día se celebra en Zaragoza colocándole un manto de papel a la Virgen del Pilar, además de doblar grullas y pajaritas en la Plaza del Pilar.

Tras estos hechos que enlazan dos culturas, la occidental y la oriental, existe otra historia: la de la grulla. En Japón existe la leyenda denominada Senbazuru (mil grullas de origami unidas por hilos), que cuenta que, a la persona que haga mil grullas de papel, le será concedido un deseo. Después del bombardeo de Hiroshima, a causa de los efectos de la radiación de la bomba, Sadako Sasaki, una niña de 2 años de edad comenzó a enfermar; en 1955, poco tiempo después de cumplir 12 años, le diagnosticaron leucemia. Estando hospitalizada por dicha enfermedad, su amiga Chizuko le contó la leyenda de las mil grullas, y a raíz de esta historia Sadako comenzó a construir grullas de papel para llegar a las mil y así cumplir su deseo de curarse, de que no existieran más guerras y de vivir en paz. Lamentablemente, falleció en octubre de ese mismo año, en este lapso solo había logrado plegar 644 grullas. Sus amigos, tras saber esto, continuaron plegando papel, terminando de manera simbólica su misión. De esta forma, las grullas de papel se convertirían en un símbolo de paz en todo el mundo. Y así, cada 6 de agosto, los niños de la ciudad y de diferentes partes del mundo cuelgan estas figuras de papel en la estatua que erigieron en memoria de Sadako Sasaki, recordándola con la esperanza de llevar el mensaje a todo el mundo y pedir por la paz mundial.

Más allá de este significado atribuido a la figura de origami, al simbolismo de esta ave de largas patas y cuello, se le asocia con valores como la lealtad, el honor, la fortaleza, la felicidad, el bienestar y la prosperidad. En Oriente se considera de buen augurio encontrarte con una de ellas, estas aves son conocidas por su fiereza con la que protegen su nido, por su elegancia, agilidad y capacidad para reaccionar ante el peligro; la humanidad ha logrado admirar estos atributos, aprender de ellos y tomarlos para incorporarlos a su vida diaria, logran-do que estas historias o leyendas antiguas perduren con el tiempo. 

*Liga para el taller de origami, aquí.

*Liga para el video sobre “La pajarita”, aquí.

Aves de dos mundos: vuelos a través de años y océanos

Hace 500 años –lo que dura la vida del ave Fénix–, una vez recibidos en el palacio de Moctezuma y hospedados en las casas de Axayácatl, los españoles quedaron maravillados, entre muchas otras cosas, con el vivario-aviario que estaba a un lado de su posada. Tanto Cortés mismo como Bernal Díaz del Castillo describen la visita que hicieron, notando los estanques de agua dulce y los de agua salada para las aves acuáticas, su sistema de tuberías para mantener el agua limpia, los aviarios sofisticados para las aves rapaces y las grandes jaulas para encerrar jaguares, pumas y otras “fieras”, pero también los cuartos para albinos, enanos y corcovados humanos, parte del “espectáculo”, y el personal numeroso que estaba a cargo de todo esto.

Díaz del Castillo señala que estas casas no servían solo para la recreación de Moctezuma, sino también para fines más prácticos: “de todas estas aves pelábanles las plumas en tiempos que para ello era convenible, y tornaban a pelechar”. Los hallazgos de distintos animales en las ofrendas del Templo Mayor indican que también servían para el culto. Quizás un tercer fin del zoológico era simbolizar el dominio geográfico de la ciudad de Tenochtitlán. La colección de animales, plantas, pero también de dioses concentrada en la ciudad representaba los elementos y fuerzas de las regiones sujetas a su dominio tributario, y su encierro y cuidado los sometía simbólicamente al control de la casa real tenochca, no tan diferente a la manera en que los Wunderkammer (‘gabinetes de curiosidades’) de la Europa colonial –aquellos antecedentes de los museos actuales– representaban el dominio de este continente sobre el mundo.

La casa de aves y fieras de Moctezuma está representada en el enigmático mapa de Tenochtitlán –de autoría desconocida– que acompaña la edición nurembergense de 1524 de la segunda Carta de Cortés, acompañada por una leyenda en latín, Dom[us] a[n]i[m]aliu[m], ‘casa de los animales’.

Figura 1

[Fig. 1] El dibujo representa, de manera esquemática, un complejo con ocho secciones, cada una destinada a ciertos animales, la mayoría aves. El mapa ubica esta casa entre la calzada que salió del Templo Mayor al embarcadero Tetamazolco (hoy República de Guatemala, que termina en las ruinas de la iglesia del Antiguo Hospital de San Lázaro, construido encima del embarcadero) y los palacios de Moctezuma (hoy Palacio Nacional), con la leyenda dom[us] D[omini] Mutetzuma, ‘casa del señor Moctezuma’. El complejo pereció en la destrucción de la ciudad en agosto de 1521. Cortés mismo anota sobre las casas de Moctezuma y Axayácatl y su zoológico: “y aunque a mí me pesó mucho de ello, porque a ellos les pesaba mucho más, determiné de las quemar”.

Figura 2

Décadas después, cuando las primeras dos epidemias, de las muchas que acompañaron a los españoles, ya habían hecho destrozos entre la población de Mesoamérica, los nobles nahuas que trabajaron en una suerte de enciclopedia de la vida nahua, bajo la dirección del fraile franciscano Bernardino de Sahagún, recordaban las casas de las aves y fieras, y las pintaron en el manuscrito conocido como el Códice Florentino [Fig. 2].

Figura 3

Ahora bien, este zoológico no era un invento de Moctezuma, sino probablemente parte de la larga tradición mesoamericana. En los documentos de los gobernantes hereditarios mixtecos también encontramos escenas en que se presentan jaulas con aves y fieras vivas ante los gobernantes, como en esta imagen del Códice Selden, en que el fundador del linaje de Añute (hoy Santa Magdalena Jaltepec) conviene la entrega de estos animales, junto con piezas de arte plumario, con los gobernantes de asentamientos aliados [Fig. 3].

Figura 4

La importancia del aviario como fuente de plumas finas es obvia. Los artesanos del arte plumario, a quienes los colaboradores nahuas de Sahagún dedican varias páginas y múltiples dibujos, crearon obras singulares aprovechándose del colorido y brillo de las plumas [Fig. 4]. Muchísimas piezas de los atuendos ceremoniales, militares y religiosos de toda Mesoamérica estaban decorados con, o consistían en, obras de plumas. Aparte de pocos ejemplos de tipos prehispánicos, como los escudos que sobreviven (uno de los cuales se expuso recientemente en el Museo de Historia de Chapultepec), este arte tuvo un nuevo auge en la época colonial en la elaboración de cuadros de temática cristiana y hasta en la decoración de mitras, sobre todo en el área de Pátzcuaro, Michoacán [Fig. 5]. Estas piezas, apreciadas por su hermosura, dieron la vuelta por el mundo y los que sobreviven se encuentran en museos muy dispersos.

Figura 5

El encuentro con un mundo natural desconocido impulsó entre los eruditos y naturalistas europeos varios proyectos de descripción e inventario de la flora, fauna y geología en obras de “Historia Natural”. Así está lo que queda de la extraordinaria obra del protomédico Francisco Hernández, producida durante su viaje por la Nueva España de 1571 a 1577, en la que describió casi 3 000 plantas y árboles y más de 400 animales. Por desgracia, los 19 libros manuscritos originales, 15 de los cuales llevaban las pinturas, se quemaron en el horrible incendio del Escorial de junio de 1671, aunque versiones resumidas lograron llegar a la prensa. Tenemos además la obra del jesuita Joseph de Acosta, impresa en 1592. Pero, por su originalidad y la participación tan importante de los nobles nahuas, la obra coetánea de Bernardino de Sahagún destaca entre todas. Todo el libro 11, de los doce que conforman su obra, está dedicado a la flora, fauna y geología del centro de México. Las ilustraciones hechas por manos nahuas son maravillosas en sus detalles y realismo [Fig. 6]. Notorias obras todas por su relativa “objetividad”: por lo inaudito se quedaron sin modelos, distanciándose de las tradiciones anteriores de la “Historia Natural” a servicio de Dios y su glorificación. Solo después, en la segunda mitad del siglo XVIII, con las obras del francés Georges Louis Leclerc, mejor conocido como el Conde de Bufón, y del holandés Cornelius de Pauw, inicia la funesta idea –que hasta ahora influye la percepción popular europea, sobre todo a través de la influencia de ambos sobre los directores de la Encyclopédie– de que la naturaleza de América representaba un estado degenerado o atrasado. Juicios basados en un anticuado eurocentrismo y una ignorancia espeluznante de quienes nunca habían pisado estas tierras.

Figura 6

Más allá de su valor alimenticio, de su utilidad para plumas o pieles, de su rol en el entretenimiento palaciego y en su simbolismo imperial, los animales se desempeñaron como mensajeros. Las aves y fieras aparecen con frecuencia en la vetusta tradición mántica mesoamericana, ese arte de la interpretación de los signos que permean desde la metarrealidad. Conocido ejemplo es aquella ocasión en que Moctezuma, poco antes de la llegada de Cortés, recibió un presagio que lo inquietó mucho: “[…] los pescadores mientras cazaban con sus redes, atraparon a un ave color gris, como una grulla. Fueron […] a mostrárselo a Motecuhzoma; el sol estaba inclinándose, pasaba a penas el mediodía. En la cabeza [del ave] había algo que parecía un espejo, redondo, circular, se mostraba perforado por el medio, ahí se veían las estrellas, [la constelación] Mamalhuaztli [o sea Orión]. Y Motecuhzoma tomó esto como un mal presagio […]. La segunda vez que vio en el espejo sobre la cabeza del ave miró a una multitud de personas que venían hacia donde él estaba, venían en masa, vestidos para la guerra, montados sobre ciervos” [Fig. 7]. Los libros mánticos del centro de  México y de la Mixteca están llenos de aves en su papel de signos mánticos, desde águilas y tecolotes (quién no conoce el dicho) hasta guajolotes y colibríes [Fig. 8].

Figura 7
Figura 8

En ese mismo momento, los europeos estaban saliendo de la edad medieval, dominada por el pensamiento escolástico. En ello, los animales igual eran mensajeros, pero de otra naturaleza. Desde el Physiologus, cuyo original perdido en griego data entre el siglo II y IV, pasando por los simpáticos Bestiaria de la Plena Edad Media, los inventarios de animales, reales o fantásticos, sirvieron como un espejo de la creación divina, en que cada elemento simbolizaba algún valor o enseñanza moral para el ser humano. De esta manera se justificaba su estudio, que de otra forma hubiera sido tildado de vano. De allí el simbolismo de animales como el unicornio y el pelícano. De allí también la muy comentada y escandalosa decisión de Hernán Cortés de enviarle a Carlos V –una vez consumada la destrucción de Tenochtitlán– una culebrina (un tipo de cañón) llamado “El Fénix”, hecho de plata michoacana con la inscripción “Aquesta nació sin par; yo, en serviros, sin segundo; vos, sin igual en el mundo”, haciendo alusión vanidosa a la semejanza entre él, el rey y el carácter único y extraordinario del ave Fénix.

Con el tiempo, a veces estas dos lecturas distintas de la naturaleza se fundían. Mientras el águila bicéfala, símbolo del poder de la casa de Austria (pero también de Rusia, Albania y otras unidades políticas), ingresó al imaginario colectivo de muchos pueblos indígenas de Oaxaca como un símbolo de la persecución que alguna vez sufrieron, el águila sobre el nopal, representación del anuncio mántico de la fundación de Tenochtitlán (y también de otros pueblos), ingresó al pensamiento alegórico y heráldico criollo para convertirse en el símbolo del Estado-nación de México.

Pasó la edad del Fénix. A través de las ventanas abiertas escucho el canto de los pájaros como nunca antes. Temporalmente, el tráfico motorizado les ha cedido la palabra. Ellos, que dominan el aire, parecen recordarnos nuestro actual estado de cautiverio. Los papeles se han invertido. Que cada quien interprete el canto de los pájaros como quiera y busque el mensaje escondido. 

Las aves en la dieta de los antiguos mexicanos*

Aunque se ha dicho que en la dieta de los antiguos mexicanos escaseaban las proteínas, la verdad es que nuevamente nos encontramos frente a la visión de los colonizadores observando nuevas costumbres y enjuiciándolas a partir de su propia realidad. Es claro que si se comparan las porciones a las que está acostumbrado el europeo con la proteína derivada, por ejemplo de los insectos, fácilmente se puede caer en la simplificación de considerarla escasa. Otro elemento que interviene en el desagrado que puede causar una mirada extraña es la utilización de animales que no está acostumbrado a comer. Los sabores son aprendidos, forman parte de nuestra tradición cultural y solo quienes están abiertos a la aventura y a la exploración de lo nuevo o de costumbres diversas a las suyas, se abren a nuevos sabores. 

Una revisión cuidadosa de las especies comestibles que se mencionan en diversas fuentes muestra la gran variedad de aves que consumían los antiguos mexicanos. Su disposición para utilizarlas, la capacidad de observación para determinar cuáles eran comestibles y cuáles no y el aprovechamiento que debieron hacer de sus huevos muestra que este tipo de alimento estaba presente en la dieta. Y también puede inferirse que se había estructurado un conocimiento en torno a la nutrición, que no por transmitirse oralmente era menos complejo o especializado. 

Bernardino de Sahagún es especialmente prolijo al describirlas. Se refiere, por ejemplo, a que cerca de la “mar del Sur” se cría una “avecilla que se llama yollotótotl, su canto es dulce y suave, su plumaje entre pardo y amarillo […] es de comer”.1 De la provincia de Tuztlan (Los Tuxtlas) y Catemaco es el popocálex que canta “diciendo popocálex a la puesta de sol”, come peces, tiene plumaje pardo y patas coloradas y también es de comer. Lo mismo ocurre con el teuhclitótol y con el ixmatlatótol

De entre las especies de patos muchos eran para comer: el canauhtli, el canauhtli tzonyayauhqui, el conachauhtli y el tlalalácatl, que Sahagún relaciona con los ánsares europeos y que tenían buena carne; también unas especies de grullas llamadas tocuilcoyótl, los cuauchilton de cabeza colorada, pico agudo y pies negros también eran de buen comer. Los sufijos tótotl y canauhtli, respectivamente “pájaro” y “pato”, son muestra de un sistema de clasificación por género. 

En el verano debía escucharse, en los lagos que rodeaban Tenochtitlán, una gran algarabía, pues hasta allí llegaban numerosas aves. Unas llamadas atzitzicuílotl, de muy buen comer y de las que se decía, igual que de los tordos de agua, que en ciertas etapas se convertían en peces; las teniztli, las cuapetláhuac, las cuatézcati, las cohuilzin, similares en color a la codorniz, y las icxixoxouhqui de pies verdes. 

La lista es larga, los plumajes de color y calidades diversas: amarillos oscuro, leonados, blancos con rayas negras, cenicientos, y a veces tan suaves y mullidos que se hacían mantas con ellos. 

Los habitantes de la laguna escuchaban los lenguajes de las aves. Las atapálcatl avisaban cuando habría lluvia, otras auguraban el buen –o el mal– destino y esta relación intensa también les confería propiedades más complejas, como las de la atotoli (de las palabras atl ‘agua’ y tototl ‘ave’, esto es, ‘gallina de agua’) que seducía con malas artes a los pescadores, haciéndolos desaparecer en las aguas. En fin que las aves comestibles de esta lista no son menos de cincuenta, algunas de residencia fija, otras migratorias, incluyendo palomas, huilotas y las cocotli o tortolillas, cuya carne se comía para combatir la tristeza y los celos. 

Afirma Sahagún que en nuestra tierra había gallinas monteses y gallos iguales a los de España: “así en el tamaño como en la pluma como en todo lo demás. Son de muy buen comer”; es el caso de las codornices, zulli. Pero además había gallinas y gallos domésticos llamados totoli e ihuiquentzin “que comen maíz majado cuando pequeños”, bledos y hierbas, los había de muchos colores: blancos, rojos, negros, pardos, con gran papada y gran pechuga, la cabeza azul cuando se enojan y en el pescuezo unos corales colorados, “son de muy buen comer, la mejor carne de todas las aves”. El lector ha adivinado, se trata de nuestro guajolote. 

Guajolote 
Esta ave tan peculiar llamó la atención de los españoles que la conocieron como gallina de la tierra. Bernardino de Sahagún la describe con detalle en el capítulo II del libro undécimo al que titula “De las aves”. Escribe que a las hembras las llaman totolli y a los machos huexólotl. Son aves domésticas, añade, de cola redonda que “tienen plumas en las alas aunque no vuelan”. Cuando son pequeños les dan de comer “maíz majado” y también bledos cocidos y molidos (hojas de amaranto). Menciona que los hay de varios colores: blancos, rojos, negros, pardos, entre otros. Los machos “tienen gran papada y gran pechuga. Tienen largo pescuezo; tienen unos corales colorados: La cabeza la tienen azul, especial cuando se enojan. Es cexunto. Tiene un pico de carne que le cuelga sobre el pico. Bofa, hínchase o enerízase”. Considera que la carne de estas aves es “de muy buen comer, la mejor carne de todas”. 

Hay imágenes del huexolotl o guajolote en diversos códices y también quedó plasmado en la cerámica. En el Códice Laud, que pertenece a las antiguas culturas nahuas asentadas en la cuenca del río Papaloapan, puede verse a una anciana haciendo una ofrenda frente a un perro y un guajolote. Estos dos animales convivieron estrechamente con el hombre y se relacionan con la creación. En ese mismo códice aparece un guajolote de cuyas alas brotan una semilla de maíz, una de frijol y dos de calabaza, las tres plantas básicas de la milpa. 

Esta concepción no se limita a las culturas del centro de México, pues el ave estaba presente desde Nicaragua hasta los límites de Estados Unidos con Canadá. Gordon Brotherston, en el libro La américa indígena en su literatura: los libros del cuarto mundo3 registra que para numerosos grupos étnicos de Estados Unidos, como es el caso de los navajos y los anasazi, el guajolote es el compañero de viaje que lleva los mantenimientos. La semejanza es muy grande, pues además hay textos navajos que describen que el guajolote deja caer semillas de frijol y de dos tipos de calabaza cuando abre sus alas. 

En su Historia natural de la Nueva España Francisco Hernández identifica al huexólotl con el “gallo” de Indias, que algunos llaman gallipavo y conocen todos”. Se difunde por Europa muy tempranamente pues a España llega y hay testimonios que lo ubican en Alemania hacia 1530 y en Francia en tiempos de Francisco I (1494-1547). Los franceses lo conocen como dindon, palabra que proviene de dinde (de Indias), jugando tal vez con el sonido que emite el guajolote. En Italia se le nombró gallus indicus y aparece en un tapiz de 1549, de acuerdo con la investigación de Rosa Casanova y Marco Bellingeri.3 El italiano Castore Durante, en su Tesoro de la salud (ca. 1580) comenta de la carne del guajolote: “En sabor, en bondad y en nutrimento no pierden los pollos de India ante los pollos nuestros; es más, su carne es óptima y candidísima (blanquísima) y supera a todas las demás porque tiene un sabor grato y es sana, por lo que es fácil de digerir, de mejor alimento y de menor derroche”. 

* Fragmentos tomados de Cristina Barros y Marco Buenrostro, El Tlacualero, cultura y alimentación de los antiguos mexicanos. México, Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán/FAHH, 2016. 
1 Bernardino de Sahagún, Historia general de las cosas de la Nueva España, t.III, México, CONACULTA, 2000. 
2 Gordon Brotherston, La américa indígena en su literatura: los libros del cuarto mundo, México, FCE, 1997. 
3 Rosa Casanova y Marco Bellingeri, Alimentos, remedios, vicios y placeres: breve historia de los productos mexicanos en Italia, México, INAH, 1988. 

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