Boletín FAHHO No. 37 (Jul-Ago 2020)

El vuelo, el canto, la palabra

Freddy Aguilar Reyes

A través del canto de los pájaros, el espíritu humano es capaz de darse a sí mismo juegos de significación en número infinito, combinaciones verbales y sonoras que le sugieran toda clase de sensaciones físicas o de emociones ante el infinito.
Juan Luis Martínez

De la fascinación que las aves ejercen sobre nosotros, hay tantas manifestaciones de todo tipo que, hurgando en las edades y los rincones del planeta, dan material para varios volúmenes. Del Paleolítico atraviesa los siglos hasta nosotros la visión primigenia del Australopitecos, Homo Habilis, Homo Erectus, Homo Sapiens, Neandertales y Cromañones, y su encuentro con el canto de los pájaros, la maravilla de su vuelo, la gracia de sus movimientos y, por qué no, de su recurso como alimento, adorno y vestido. En sus refugios de piedra dejaron aves eternizadas en pinturas o en petroglifos. Miles de años después, durante la época precolombina, aparece un colibrí –o ermitaño–, entre otras aves, plasmado en un gran geoglifo de 67 m de largo en las líneas de Nazca, Perú. Todos los geoglifos, en ruta hacia la ciudad preincaica de Cahuachi, se trazaron retirando las piedras del terreno o apartando sus bordes, para hacer contraste entre los tonos oscuros de las piedras y el fondo terroso descubierto más claro.

Las aves aparecen en cuentos, leyendas y mitos, en muchos casos con cualidades y/o defectos humanos. En Egipto, el ibis sagrado –de blanco plumaje excepto en la cabeza y extremos de las alas, que son negras– es la encarnación de Thot, inventor y protector de la escritura y de la sabiduría, al que acuden todos los demás dioses para pedir ayuda y buenos consejos. Thot es además dios de la música, la medicina, la geometría, la astronomía, la magia y el símbolo de la Luna. El ibis eremita, con su característico penacho de plumas en la cabeza, es símbolo del aj o akh, que en la religión egipcia es un espíritu sagrado. Extinto en Europa, esta ave sobrevive en estado silvestre solamente en Marruecos y, escasamente, en Siria.

Escritura egipcia

En la antigua Grecia, Aristófanes crea, en su comedia Las Aves, un mundo poblado por los colores y la alegría de las canciones de los pájaros. Dos ciudadanos atenienses, Evelpides (que representa a la esperanza) y Pistherairos (que representa a la persuación), desencantados de la política y guiados por una corneja y una abubilla, huyen de Atenas y se refugian en Puput, Ciudad de las Aves, para rebelarse contra el dominio de los dioses y de los hombres y crear una utopía suspendida entre el cielo y la tierra, a la que nombran “Cucópolis de las Nubes”. Para conseguirlo, Pisteheraios toma el control de la situación, echando mano de la persuasión, tan defenestrada por él y su compañero cuando se refieren a la politeia griega; conseguidos sus fines, la esperanza queda olvidada en alguna parte del camino. En Grecia, la encarnación de las creencias religiosas y la deidad arquetípica residía en Zeus, padre de los dioses, que presidía el panteón olímpico y quien, en muchas de sus aventuras amorosas, se metamorfoseaba en ave: en codorniz para seducir a Leto, en águila para raptar a Ganímedes, en Cisne para seducir a Leda. El huevo, como origen del todo, es puesto por Nix –o Noche de alas negras–, diosa temida por el mismo Zeus. Fecundada por el viento, Nix deposita un huevo de plata del que nace Eros, quien pone en marcha al universo.

Otro ejemplo de literatura de aves es El coloquio de los pájaros, escrito entre los siglos XII y XIII por el poeta y místico persa Farid al Din Attar. En él, treinta mil pájaros, bajo la guía espiritual de la abubilla –hete aquí la misma ave otra vez–, se reúnen para ir en busca del rey pájaro Simurg, analogía de la divinidad; el pájaro como símbolo del alma humana en su viaje por la senda sufí hacia la iluminación.


El coloquio de los pájaros, ejemplar del Metropolitan Museum de Nueva York

En otra geografía, Nezahualcóyotl expresa, en su poema más conocido, su amor al canto del cenzontle, al jade, a la flor y al hombre; y en otros hace mención del parloteo y canto de las aves, del plumaje del quetzal, del plumaje del ave sacuán, ave de cuello de hule y del águila, que también aparece en la fundación de Tenochtitlan.

En Los hombres que dispersó la danza, Andrés Henestrosa recoge narraciones de los antiguos zapotecas. En algunas de ellas, las aves son personajes en la vida de Jesús: en “La golondrina”, esta ave aparece como adoradora y compañera de Jesús, que borra con el pecho las huellas de su paso por la arena para que los judíos que lo persiguen no lo encuentren. Cuando, confundida, la golondrina no lo encuentra, se torna negra de pena, excepto el pecho. En “La urraca” hay otra ave que, en este caso, delata a Jesús, a pesar de haber sido sobornada por la Virgen con su manto azul y el hilo de gotas negras de su collar. Por eso la urraca es azul y en su pecho blanco porta un hilo negro. “El pájaro carpintero” es convencido por los judíos para aliarse con ellos y, en complicidad con la urraca, agujereando troncos secos y verdes, encuentran a Jesús en el tallo del carrizo.

A vuelo rasante encontramos, en la Biblioteca Henestrosa, Las aves en la poesía castellana, de Salvador Novo, que recoge su discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, en 1953 y es publicado por el Fondo de Cultura Económica ese mismo año. Las aves, como imagen recurrente en la poesía castellana de los Siglos de Oro, nos invitan a descubrir al breve colibrí, al literario y europeo ruiseñor, a la humilde corneja del Cid y al gallo del Arcipreste; a mirar también a la paloma de Berceo y a los extraordinarios gerifaltes del Cancionero de Baena.

Otro volumen, disponible también en la Henestrosa, es El libro de los pájaros, de Alberto Blanco, publicado por Ediciones Toledo en 1990, quien escribe:

LA GOLONDRINA

El enorme alivio que sentimos al contemplar los montes a lo lejos, al ver el vuelo de una golondrina o al escuchar la conversación del viento con los fresnos, es el de estar –por un instante– en contacto real, hermanados con una infinidad de seres que no son otra cosa que lo que son y que no desean –en lo absoluto– ser de ninguna otra manera.

Al libro también lo habitan mirlos, tordos, pelícanos, gorriones. “Lo que hermana a la poesía con los pájaros –afirma Alberto Blanco– es su ligereza, audaces vuelos, trinos cuya belleza radica en su cualidad de ser únicos”, y que ambos son símbolo de la libertad. En la Biblioteca encontramos un tercer libro, La paloma, publicado en 1987, del mismo autor de El perfume y El contrabajo, el alemán Patrick Süskind. Narra la historia de Jonathan Noel, un personaje solitario a quien no le ha ido muy bien en la vida, y al que la soledad y la rutina de su trabajo como guardia de un banco le dan tranquilidad, hasta que la presencia de una paloma, en el pasillo de la pensión donde vive desde hace dos décadas, viene a romper ese equilibrio aparente. Aquí la paloma no es la protagonista de la historia, todo lo que tiene que ver con ella está en la mente de Jonathan. La paloma representa el despertar de la conciencia del protagonista, quien descubre con esa presencia una nueva dimensión de las cosas y de sí mismo, al punto de aflorar la psicosis contenida por largo tiempo.

Un cuarto libro en la Biblioteca es otro discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua, el de la filóloga Margit Frenk en 1993: Charla de pájaros o las aves en la poesía folklórica. Publicado por la UNAM al año siguiente. En este discurso Frenk da cuenta del Cancionero Folklórico Mexicano, dirigido por ella en el Colegio de México, y publicado en cinco volúmenes entre 1975 y 1985, que hace inventario “del pulular de pájaros en las coplas populares de nuestro país. Ahí revolotean infinidad de aves de las más diversas especies: chuparrosas, garzas, cenzontles, jilgueros, primaveras; pericos, papagayos, cotorras; cuicacoches y chachalacas; uno que otro pijul, totol, gallo; águilas reales e imperiales; mucho gavilán o gavilancillo, guacamaya, gorrioncito; el pájaro cardenal y el carpintero, el pájaro cú, el acagualero, jaralero, lagunero, manzanero, mañanero, platanero, hechicero; el pájaro colorado, el verde, el azul, el prieto, y el pájaro mulato, de color azul oscuro y antifaz negro, que sabe imitar el canto de otras aves; el pájaro paisano, el vilán, el galán, y el tildío; por supuesto, la paloma y el palomo, el tordo, la torcaza, la tortolita, además del tecolote, el zopilote, el querreque… Vemos a esos pájaros volando por los aires, atravesando mares, a las orillas de los ríos y en las laderas de los cerros; parados en árboles, nopales, torres, garitas; posados en las ramas de los limones, los olivos, los laureles o ‘en la cumbre’ de una vid, un cardón, una palma. Las coplas mexicanas saben evocar a las aves en medio de su entorno natural, de una manera muy gráfica”, a diferencia de la península ibérica en la que no se encuentra la cantidad de coplas con pájaros que hay en el folklor mexicano. En este lado del Atlántico la diferencia puede ser la vasta herencia indígena mexicana. 

“Salta a la vista que los pájaros hablan como si fueran seres humanos; y se comportan como tales: se enamoran, abandonan a quien los quiere, se emborrachan de tristeza. En Jalisco, la chachalaca ‘por las orillas del cerro / andaba de enamorada / con el pájaro jilguero’ y ‘por las orillas del río / andaba de enamorada / con el pájaro tildío’”. “Suni, suni, suni”, decían en Guerrero por los años 30: 

Suni, suni, suni, la zopilotita, 
suni, suni, suni, se fue para el mar; 
dice que al zopilotito 
ya lo piensa abandonar. 

En las rockolas de cantinitas rurales de México todavía se escuchan canciones del dúo Las Jilguerillas, como “Anda paloma y dile”: 

Anda paloma y dile que no sea ingrata 
Dile que estoy muy triste sin su mirada 
Anda paloma y dile que yo me muero 
Que sus caricias dulces reviven mi alma. 

O al dueto Las Palomas, interpretando “Paloma mentirosa” y su “Pajarito mañanero”: 

Pajarito mañanero 
quiero que me hagas favor 
de cantar en su ventana 
pa’ que despierte mi amor 
El rocío que cai del cielo 
el jardín humedeció 
anda llévale una rosa 
y dile que la mando yo. 

Daphne Du Maurier escribe su novela corta Los pájaros, en la que, después de la guerra, una familia de Cornualles, Inglaterra, es atacada por cientos de pájaros, poseídos por la locura; la ambigüedad narrativa le confiere un potencial interpretativo que desafía al lector: puede leerse como una metáfora sobre la guerra, como un manifiesto ecologista, o como un perfil sicológico. Este libro y la noticia de un extraño hecho reportado por el Santa Cruz Sentinel (viernes 18 de agosto de 1961), sobre centenares de gaviotas tambaleándose en las calles y estrellándose contra los tejados de la Bahía de Monterrey, en California, probablemente envenenadas por el ácido domoico presente en peces que, a su vez, consumieron un alga microscópica que abunda en el lugar, son claves para que Alfred Hitchcock filme su versión de la historia. Rafael Narbona, escritor y crítico literario, afirma que la película es “una fábula sobre la precariedad de la existencia humana, un recuerdo permanente de nuestra fragilidad y una invitación a la humildad […] el terror podía emerger de lo cotidiano y trivial, alterando nuestra visión del mundo. Pensamos que las amenazas proceden del exterior, pero muchas veces anidan en lo más próximo y aparentemente inofensivo”. 

“La poesía es una faisán que desaparece entre la maleza”, nos dice el aforismo de Wallace Stevens, un poeta que gustaba de reflexionar sobre la poesía desde la experiencia del poema. Contemporáneo de Ezra Pound, T.S. Eliot, William Carlos Williams, e.e. cummins y Carl Sandburg, Stevens pertenece al grupo de poetas que renovaron la poesía norteamericana del siglo XX. “Pertenece a la estirpe de poetas que trató de pensar en términos puramente poéticos. Sus poemas expresan una complejidad que da pie a las glosas y las exégesis más desmesuradas. Cultivó una ironía devastadora que transgredió con frecuencia la lógica. Los poemas adquieren coherencia a través de un sistema propio de metáforas y la intención lúdica de su estilo se manifiesta con destacado acento en los títulos desconcertantes de los poemas, que pueden ser considerados como una respuesta a sus profundas dudas sobre la realidad percibida”, en palabras de Miguel Ángel Flores.

 

Thirteen Ways of Looking at a Blackbird 

II 
I was of three minds, 
Like a tree 
In which there are three blackbirds. 

Trece maneras de mirar un mirlo 

II 
Tenía tres pareceres, 
Como un árbol 
En el que hay tres mirlos. 

En 1981 Francisco Toledo publica su portafolio inspirado en este poema de Stevens, que consiste en 10 grabados a la ruleta, sobre papel Rives BFK, cada uno firmado con lápiz y numerado en un tiraje de 25 carpetas más 6 pruebas de artista. Una página con el título y los poemas de Wallace Stevens en inglés, incluyendo su traducción al español por Luis Roberto Vera. Fueron impresos por Mario Reyes y publicados por la Galería Arvil. En la vasta zoología de Toledo siempre hay aves –entre muchos otros animales– y la pregunta que surge es: ¿Por qué Stevens? Quizá porque Wallace Stevens no viajó casi nunca, pero uno de sus pocos viajes lo hizo al Golfo de Tehuantepec, del que quizá se inspiró para crear su “Superficie marina colmada de nubes” que Toledo publicó, traducido por Carlos Monsiváis, en el número 4, segunda época, de la revista Guchachi` Reza (Iguana Rajada). Publicada por el Patronato de la Casa de la Cultura de Juchitán con las colaboraciones de Víctor y Gloria de la Cruz, Macario Matus, Elisa Ramírez y Francisco Toledo. Entrados en las digresiones, diremos que, la sucesora de esta revista y emblema de los trabajos de Toledo, colaboradores y el IAGO, vino a ser una revista con nombre de ave: El Alcaraván

Virando a otra disciplina, “Blackbird” es una canción compuesta por Paul McCartney, incluida en su álbum doble de Los Beatles, The White Album. McCartney confiesa que la escribió como reacción a las graves tensiones raciales que se intensificaban en los Estados Unidos en la primavera de 1968: 

BLACKBIRD 
Blackbird singing in the dead of night 
Take these broken wings and learn to fly 
All your life 
You were only waiting for this moment to arise 
Blackbird singing in the dead of night 
Take these sunken eyes and learn to see 
All your life 
You were only waiting for this moment to be free 
Blackbird fly, blackbird fly 
Into the light of a dark black night 
Blackbird fly, blackbird fly 
Into the light of a dark black night 
Blackbird singing in the dead of night 
Take these broken wings and learn to fly 
All your life 
You were only waiting for this moment to arise 
You were only waiting for this moment to arise 
You were only waiting for this moment to arise 

Al búho se le ha atribuido el don de la inteligencia, quizá por sus grandes ojos y porque fija la mirada de tal modo que a menudo provoca turbación. Muchos abogados lo adoptan como emblema y se le ha representado posado en el hombro de Atenea. Sin embargo, su cerebro es muy pequeño en relación con el tamaño de su cuerpo y quizá no sea tan inteligente como el cuervo. 

Edgar Allan Poe publica su poema narrativo, El cuervo, en el New York Evening Mirror, en 1845. A diferencia de la paloma de Süskind, que aparece casualmente en la pensión y que desencadena todo en la mente de Jonathan, el cuervo parlante de Poe toca en la ventana del protagonista e irrumpe a media noche en la habitación del afligido narrador, que se duele de la pérdida de su amada Leonora. El protagonista cuestiona al cuervo, que responde a cada cuestionamiento con una misma palabra que lo precipita lentamente a la locura en medio de un clima sobrenatural, mientras el ave se posa sobre un busto de Atenea: 

Much I marvelled this ungainly fowl to hear discourse so plainly, 
Though its answer little meaning -little relevancy bore; 
For we cannot help agreeing that no living human being 
Ever yet was blessed with seeing bird above his chamber door- 
Bird or beast upon the sculptured bust above his chamber door, 
With such name as “Nevermore.”* 

… 

El Libro de los seres imaginarios, escrito por Jorge Luis Borges con la colaboración de Margarita Guerrero, fue publicado en México por el Fondo de Cultura Económica en 1957 con el nombre de Manual de Zoología Fantástica. Borges describe muchos entes extraños engendrados por la fantasía de los hombres a lo largo del tiempo; entre ellos hay varias aves, y algunos híbridos, como las arpías, el basilisco, la garuda, el dragón, la esfinge, el grifo, el hipogrifo, el peritio, la youwarkee, la sirena, el ángel. Borges describe también al ave fénix, cuyo mito de pájaro inmortal y periódico nos viene de los egipcios, aunque más tarde su versión más elaborada corre a cuenta de griegos y romanos: “Tácito y Plinio retomaron la prodigiosa historia; el primero rectamente observó que toda antigüedad es oscura, pero que una tradición ha fijado el plazo de la vida del fénix en mil cuatrocientos sesenta y un años (Anales, VI, 28). También el segundo investigó la cronología del fénix; registró (X, 2) que, según Manilio, aquél vive un año platónico, o año magno. Año platónico es el tiempo que requieren el Sol, la Luna y los cinco planetas para volver a su posición inicial; Tácito, en el Diálogo de los Oradores, lo hace abarcar doce mil novecientos noventa y cuatro años comunes. Los antiguos creyeron que, cumplido ese enorme ciclo astronómico, la historia universal se repetiría en todos sus detalles, por repetirse los influjos de los planetas; el fénix vendría a ser un espejo o una imagen del universo. Para mayor analogía, los estoicos enseñaron que el universo muere en el fuego y renace del fuego y que el proceso no tendrá fin y no tuvo principio”. El ave roc es parecida al águila, pero incomparablemente mayor, tanto, que en sus garras puede cargar volando a un elefante con el que alimenta a sus crías. 

En el Bestiario de Leonardo da Vinci se define así al pelícano: “Quiere mucho a sus hijos, y hallándolos en el nido muertos por las serpientes, se desgarra el pecho y, bañándolos con su sangre, los vuelve a la vida”. 

El simurg es un pájaro inmortal que anida en las ramas del Árbol de la Ciencia; Burton lo equipara con el águila escandinava que, según la Edda Menor, tiene conocimiento de muchas cosas y anida en las ramas del Árbol Cósmico, que se llama Iggdrasill. Según los chinos, el gallo celestial es un ave de plumaje de oro, que canta tres veces al día. La primera, cuando el sol toma su baño matinal en los confines del océano; la segunda, cuando el sol está en el cenit; la última, cuando se hunde en el poniente. El primer canto sacude los cielos y despierta a la humanidad. Es antepasado del yang, principio masculino del universo. Está provisto de tres patas y anida en el árbol fu-sang cuya altura se mide por centenares de millas y que crece en la región de la aurora. La voz del gallo celestial es muy fuerte; su porte, majestuoso. Pone huevos de los que salen pichones con crestas rojas que contestan a su canto cada mañana. Todos los gallos de la tierra descienden del gallo celestial que se llama también “El ave del alba”. 

El pájaro que causa la lluvia. Además del dragón, los agricultores chinos disponen del pájaro llamado shang yang para obtener la lluvia. Tiene una sola pata; en épocas antiguas los niños saltaban en un pie y fruncían las cejas afirmando: “Lloverá porque está retozando el shang yang”. Se refieren, en efecto, a que bebe el agua de los ríos y la deja caer sobre la tierra. 

Aunque Borges no lo menciona, el pájaro de fuego representa al ave Fénix en la mitología celta. El pájaro de fuego es un ave grande de majestuoso plumaje, que brilla intensamente emitiendo una luz roja, ámbar y amarilla, como una hoguera que es solo el pasado de una llama turbulenta y que es una bendición y condena, a la vez, para quien lo atrape. El ruso Igor Stravinsky se inspira en el folclor de esta ave para componer su ballet del mismo nombre. 

Con ésta, y no digo más, 
como dijo un pajarito; 
ya me voy a retirar: 
ya los divertí un ratito… 

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