Por los sueños se suspira, por las metas se trabaja. Humberto Ramos
El año 2020 quedará grabado en la memoria de todos como un año atípico, lleno de cambios y muchos momentos de adaptación; también podemos decir que ha sido un año de esforzarnos y trabajar el doble por nuestras metas.
Para el personal que labora en el paraíso beisbolero no ha sido la excepción y, a pesar de todo, ha sido un año de mucho desarrollo interno. Compartimos la emoción y felicidad de ver que el trabajo realizado está dando frutos; algunos de nuestros egresados se encuentran triunfando en el mejor beisbol del mundo, por ejemplo, tres que ahora mismo participan en las series de eliminación de las grandes ligas: Giovanny Gallego, Ramón Urías y Víctor González.
Sabíamos que la temporada 2020 de la MLB iba a ser diferente por la reducción del número de encuentros, se temían muchas cosas sobre el desarrollo del calendario y había pocos mexicanos activos en los equipos.
La buena racha de egresados la inició el nayarita Víctor González, pícher zurdo de los Dodgers, quien debutó enfrentándose a los Diamondbacks, entró al relevo en la quinta entrada y enfrentó a cinco bateadores para salir del juego sin decisión.
El segundo egresado en debutar en el mejor beisbol del mundo fue el tapatío Humberto Castellanos, pícher derecho de los Astros, quien curiosamente debutó enfrentando al mismo equipo que su excompañero en el paraíso beisbolero en Oaxaca.
El sonorense Isaac Paredes había sido considerado, en varias ocasiones, como uno de los mejores prospectos mexicanos. Este año pudo cumplir su sueño de llegar al mejor beisbol del mundo. Recibió el anhelado llamado por su equipo, Tigers, y se enfrentó a los White Sox.
La emoción por el debut de un egresado más seguía a flor de piel, cuando nos enteramos de que su paisano, el sonorense Ramón Urías, había sido llamado al equipo Orioles, para enfrentarse a Red Sox; ingresó a batear de emergente en sustitución de Pat Valaika.
Los continuos debuts de estos jóvenes no son pura suerte: todos han entrenado durante años y han sacrificado muchas cosas para poder llegar al mejor beisbol del mundo. Y eso, sin duda alguna, se convierte en un impulso para todos los que se encuentran luchando por su meta. Y también para el personal que labora en el paraíso beisbolero: esto nos motiva a seguir preparándonos para poder brindarles la mejor atención posible, nos anima a seguir capacitándonos y a seguir apoyando su desarrollo deportivo y personal. Nos indica que, a once años de su apertura, la Academia de Beisbol Alfredo Harp Helú sigue cumpliendo su objetivo y reafirma el compromiso por ser la mejor del país.
Dentro del mundo de la ciencia hay una gran variedad de temas que por su importancia se incluyen desde los primeros años de enseñanza. Los dinosaurios han ocupado un lugar preferente ya sea porque la humanidad sigue buscando el eslabón perdido o acaso por prevenir una extinción futura que se antoja cada vez más cercana.
Hace ciento cincuenta años, Julio Verne (probablemente uno de los autores más prolíficos del siglo XIX en el campo de las aventuras de corte científico) incorporó una mirada diferente sobre ellos y los revivió en la novela Viaje al centro de la tierra, donde describe a detalle al diplodoco, al triceratops, al pterodáctilo y al tiranosaurio. Si bien el tema de los dinosaurios es amplio, el corte de ficción ha generado un gran número de seguidores, principalmente niños y adolescentes. El cine y la televisión hacen su parte, idealizando y reviviendo realidades alternas donde estos saurópcidos gigantes son la estrella principal.
La serie Dino-historias da el siguiente paso en el espacio literario de la ficción y la divulgación científica. Rob Shone, escritor e ilustrador inglés y amante de la ciencia, reúne a un grupo de ilustradores que comparten la pasión por mostrar a los niños una cara más real de los ancestros terráqueos. Terry Riley y Geoff Ball acompañan estas historias ficticias con datos reales acerca de las costumbres y alimentación, así como la relación de los dinosaurios con su entorno, utilizando trazos propios de cada ilustrador para lograr una serie de cómics con gran valor artístico, pero también científico que, además es una delicia para el público más exigente: los infantes.
Dino-historias. Rob Shone, traducción de Juan Elías Tovar Ilustraciones de Terry Riley, James Field y Geoff Ball Editorial Océano, España, 2009
Dentro del universo cora, cada animal ocupa un lugar y tiene una función, ambos determinados por la cosmovisión. Dicho lugar encuentra explicación en la mitología, ritualidad y usos que se les da a los elementos que componen a cada animal. El borrego se encuentra asociado con la deidad solar, representada en el panteón católico como Jesucristo. Entre los huicholes, las ovejas negras son ofrendadas a la deidad solar Takutsi, mientras que las blancas están asociadas con el viento.
En el caso cora, ocurre algo similar con el uso de los vellones e hilos de lana de las ovejas negras. Cuando alguien nace, tanto el nuevo ser como su madre deben ser resguardados de la luz del sol durante cinco días; en la última noche se hace el ritual de incorporación a la sociedad cora. Para ello, el abuelo —o el padre— es el encargado de elaborar una flecha protectora con plumas de gavilancillo café o de paloma gris, para indicar el aspecto masculino o femenino de la criatura, respectivamente. Con la misma finalidad se elaboran un huso y un arco.
En este ritual, al infante le son amarradas dos pulseras: la primera es elaborada con algodón y se coloca sobre la mano derecha si es varón, lleva consigo cinco cuentas de chaquira; si es mujer, cuatro. En el pie izquierdo se coloca una pulsera de lana café que lleva un saco con yerbas que sirven como “remedio”. Se considera que este saquito los protege de chajkan y bústiana, entidades asociadas al inframundo; de esta forma la pisada humana estará ahuyentando al mal. Además, en el ritual de iniciación se menciona que las pulseras son de protección “porque la tierra tiene hambre”.
El algodón blanco está relacionado con las nubes y lo acuoso, y tiene la capacidad de elevarse y llevar mensajes a las deidades celestes. En contraparte, el algodón café, o vellón de oveja negra, es utilizado para combatir las enfermedades provocadas por bústiana, entidad relacionada con los primeros seres anteriores a los humanos y que residen en algunos espacios de la Tierra. Cuando esta entidad es molestada por el ruido o los pasos de los humanos, provoca enfermedades como temperatura alta, vómito o debilitamiento. Si ocurre esto, los coras colocan un vellón de oveja negra, o algodón café, junto con flores y otros elementos de ofrenda para su curación. De acuerdo con un informante, se cree que este vellón se convertirá en borrego y con su frente luchará contra el mal.
Un uso especial de este tipo de vellón es el que ejercen los centuriones de Jesús María, que son los personajes encargados de dirigir la Semana Santa cora en donde se venera al Santo Entierro. Esta divinidad es el alter ego de Jesucristo-Sol, es decir, representa al sol en su fase nocturna. En dicha celebración se representa la lucha astral.
Durante la Semana Santa, los centuriones tienen que llevar un vellón de lana negra cortado de un borrego que aún no ha sido destinado a la reproducción. El centurión primero corta el vellón del lado de la pierna derecha, mientras que el segundo corta del lado de la pierna izquierda. Durante el Viernes Santo, el nicho del Santo Entierro es decorado con diferentes fibras: algodón blanco y café en la parte superior, y ambos son atados con hilos de ixtle. En el receptáculo del nicho se pone una serie de cobijas donde se colocará el Santo Entierro y una tela negra con lunares blancos que simula el cielo nocturno. En las patas que sostienen el nicho, los centuriones colocan los vellones de lana café. De acuerdo con Petronilo López (comunicación personal, Jesús María, abril 2017), este nicho es la representación del mundo.
Después de cada celebración, los nichos son deshechos y las fibras son repartidas entre quienes ostentan un cargo. Regularmente, estas fibras son hiladas y convertidas en morrales que presentan diseños geométricos asociados a las palabras de los santitos, a los caminos o hacen alusión a ciertos animales, que tienen su explicación en diferentes mitos.
Hasta aquí se esbozan algunas pistas para entender que lo derivado de las ovejas negras encuentra su significado en un sistema de transformaciones. Así, la lana de borrego, como vellón o como hilo, sigue haciendo la función de la deidad solar: proteger a los coras.
Desde la primera estampilla del mundo en 1840, el Penny Black, miles de emisiones han salido a la luz y con ellas miles de historias. Ahora daremos un salto en el tiempo, millones de años atrás, para conocer a estos colosales personajes y saber en qué momento se originó la vida.
Sabemos que hace 4600 millones de años surgió el sistema solar, pero ignoramos cómo surgió la vida en el tercer planeta más cercano al sol, la Tierra. Estudios de fósiles de rocas nos revelan que la vida probablemente comenzó hace unos cuatro billones de años, millones de años después, las condiciones no eran las más favorables para una existencia relajada: la atmósfera estaba contaminada por gases tóxicos, dañinos rayos ultravioleta, había volcanes en constante erupción, además del desplaza- miento de placas tectónicas.
Una gran extensión del mundo estaba cubierta por agua, en donde aparecieron las primeras formas de vida microscópicas. Hace unos mil millones de años, los seres unicelulares se transformaron en pluricelulares. En el Paleozoico se constituyeron otros organismos más complejos como al- gas, moluscos y medusas.
Los primeros animales vertebrados se remontan al Cámbrico. Después brotaron las plantas que se propagaron por la tierra; los anfibios más veteranos pisaron el suelo hace 365 millones de años y los reptiles comenzaron su colonización cuarenta millones de años después. Ya no necesitaban el agua para anidar sus huevos, la evolución continúo y los dinosaurios entraron en escena hace 230 millones de años. Hasta el momento de su extinción dominaron la vida en el planeta. Cuando desaparecieron, 66 millones de años atrás, llegó la era de los mamíferos.
La era de los gigantes
La vida de la Tierra se ordena en eras geológicas que abarcan millones de años: el Paleozoico (era de los peces y los anfibios), el Mesozoico (era de los reptiles) y el Ceno- zoico (la era de los mamíferos). Los dinosaurios existieron en el Mesozoico, subdividido a su vez en tres periodos: Triásico, Jurásico y Cretácico.
¿Qué son los dinosaurios?
En el siglo XIX, el científico inglés Sir Richard Owen, designó el término Dinosaurio, que significa ‘lagarto terrible’, para clasificar los descubrimientos de reptiles diferentes a los contemporáneos (Un dinosaurio en mi buzón, Madrid, Sociedad Estatal Correos y Telégrafos, 2015).
Estos colosos reinaron en el planeta más de 160 millones de años —cincuenta veces más del tiempo que el ser humano lleva por aquí— durante los periodos Triásico, Jurásico y Cretácico del Mesozoico. Poblaron un mundo muy diferente al que conocemos, los continentes y los mares poco se parecían a los actuales. En tierra caminaban los dinosaurios, en el cielo desplegaban sus alas los pterosaurios y el agua era surcada por plesiosaurios, pliosaurios, tortugas, cocodrilos y otros reptiles marinos. Como los reptiles, los dinosaurios eran de piel escamosa (algunos incluso lucían plumas) y se reproducían poniendo huevos. No todos eran tan descomunales como el Dreadnoughtus, pesado como diez elefantes; el diminuto Fruitadens marcaba menos de un kilo en la báscula.
Conozcamos ahora algunos dinosaurios
El anquilosaurio: El tanque cretácico
A simple vista es un rival invencible, pero recuerda el mito de Aquiles, todos tenemos al menos un punto débil y este ejemplar no era la excepción. Este dinosaurio carecía de protección en el vientre, por lo tanto, si conseguían voltearlo quedaba tan indefenso como una tortuga al revés.
Su enorme cola terminaba en un mazo formado por la fusión de estas placas con las últimas vértebras (llamadas caudales). Al balancearlo, el anquilosaurio lograba una potencia enorme, al igual que las bolas que derriban edificios. Un único impacto destrozaba los huesos del enemigo.
Tiranosaurio Rex: Un carnívoro terrible
Este quizá sea el favorito de muchos, el tiranosaurio es una estrella de Hollywood, protagonista de películas. Aunque no sabemos si era un depredador o se alimentaba de animales muertos como los carroñeros, en cualquier caso, poco quedaba de sus víctimas tras pasar por sus mandíbulas de metro y medio, repletas de afilados dientes y capaces de dar a su mordedura una presión superior a las cuatro toneladas… ¡wow!
Sus enormes patas traseras, sobre las que se alzaba, chocan con sus cortas extremidades superiores, pero ¡cuidado!, estas terminaban en dos dedos con garras afiladas.
Triceratops: Uno de los últimos dinosaurios con cuernos
Muchas son las teorías para explicar la existencia de la cornamenta y la gola. Los investigadores apuntan a su utilidad defensiva, pero también señalan que tal vez se usaran para determinar el estatus social, comunicarse con otros triceratops o para cortejar a sus parejas. Este coloso convivía en manada, en las excavaciones se han encontrado centenares de individuos en el mismo yacimiento. Los grupos recorrían extensas distancias para alimentarse de extraordinarias cantidades de plantas bajas que devoraban con su mandíbula en forma de pico.
Su descomunal cráneo superaba los dos metros de longitud, con una defensa corta en el hocico y dos cuernos de un metro a la altura de los ojos. Cuan- do embestía, pocos se salvaban.
Diplodocus: Coloso del Jurásico
Su silueta es fácilmente reconocible: cabeza diminuta, larguísimo cuello, espléndida cola (superior a los 15 metros) en forma de látigo y recias patas como los elefantes.
Este gigante tenía una digestión pesada por culpa de los gastrolitos, que son unas piedras redondeadas, halladas normalmente en las orillas de los ríos, que estos dinosaurios tragaban para facilitar la trituración del alimento; hoy en día es una práctica común entre avestruces, cactáceos y cocodrilos.
Sin duda estas emisiones postales son fascinantes, Correos de España ha hecho un gran trabajo con la aplicación de las nuevas tecnologías en sus emisiones, como el uso de realidad aumentada, imágenes en 3D, 2D, hologramas y códigos QR; asimismo, son muchos los servicios postales que emiten estampillas con estos singulares seres vivos que poblaron por algún tiempo la Tierra y que sin duda merecen su lugar en la filatelia.
Oaxaca tiene la mayor diversidad de murciélagos en México, sin embargo, la falta de información sobre las causas que los perjudican no permite percibir los daños que sufren, ni la situación en la que se encuentra la mayoría de las 96 especies que viven en el estado y que están sufriendo los efectos de la acelerada alteración y contaminación de las áreas naturales.
El desconocimiento de factores ecológicos, como el ensamble de la comunidad, la estructura de edades, proporción de sexos, así como el tamaño y la estructura poblacional dificulta la evaluación oportuna sobre el estado de conservación de las especies. Evaluar los procesos ecológicos en áreas perturbadas es de suma importancia para la toma de decisiones en cuanto al manejo y conservación de las especies, por lo que el estudio del ensamble de murciélagos es de vital importancia para su conservación, así como de la biodiversidad (Medellín et al, 2000). Esta investigación pretende generar información sobre la respuesta de los murciélagos a la urbanización en la región de Valles Centrales de Oaxaca.
El Museo Infantil de Oaxaca se localiza dentro de los sitios donde se analizará la diversidad de murciélagos presente y se determinará el impacto que tienen diversos factores antropogénicos previamente mencionados. El objetivo principal de esta investigación es “analizar la respuesta de los murciélagos a la urbanización en Valles Centrales, Oaxaca”, por lo que se analizan distintos factores, como el ruido, la iluminación, la temperatura y la velocidad del viento, entre otros, con el fin de determinar si estos factores influyen en la diversidad de murciélagos presentes en la zona.
Se han realizado un total del seis visitas al museo a partir del mes de febrero. En cada una se colocaron seis redes de niebla para la captura de murciélagos, desde las 6 pm hasta las 2 am. Así mismo, se han realizado grabaciones acústicas con el fin de documentar a los murciélagos insectívoros.
Se han capturado un total de diez murciélagos de los cuales seis son insectívoros, de la familia Molosidae (Molosus rufus) y cuatro son frugívoros, de la familia Phyllostomidae (Artibeus jamaicensis).
Dentro del museo detectamos un refugio de murciélagos insectívoros Molossus rufus que habitan en el ahuehuete que se ubica al lado de la granja, por lo que determinamos que el árbol es de suma importancia para la conservación de estos organismos. También se observó que los murciélagos frugívoros presentan cuadros leves de alopecia probablemente producida por la contaminación presente en la zona.
Las mariposas que hoy vemos, sin tierra que las orille, que se pueden posar en las flores, en la superficie de las aguas y hasta en las trémulas ramas del aire, no son otra cosa que una fracasada imagen de lo que el murciélago fue en otro tiempo: el ave más bella de la creación.
Pero no siempre fue así: Cuando la luz y la sombra echaron a andar, el murciélago era como ahora lo conocemos y se llamaba biguidibela, es decir, biguidi, ‘mariposa’, y bela ‘carne’, mariposa en carne, es decir, desnuda. La más fea y más desventurada de todas las criaturas era entonces el murciélago. Y un día acosado por el frío, subió al cielo y le dijo a Dios:
–Me muero de frío. Necesito plumas.
Y como Dios, aunque no cesa de trabajar, no vuelve las manos a tareas ya cumplidas, no tenía ninguna pluma. Así que le dijo que volviera a la tierra y suplicara en su nombre una pluma a todas las aves. Porque Dios da siempre más de lo que se le pide. Y el murciélago, vuelto a la tierra, recurrió a aquellos pájaros de más vistoso plumaje. La pluma verde del cuello de los loros, la azul de la paloma azul, la blanca de la paloma blanca, la tornasol de la chuparrosa, su más próxima imagen actual: todas las tuvo el murciélago. Y orgulloso volaba sobre las sienes de la mañana, y las otras aves, refrenando el vuelo, se detenían para admirarlo. Y había una emoción nueva que agitaba los sentidos sobre la tierra. A la caída de la tarde, volando con el viento al poniente, coloraba el horizonte.
Y una vez, viniendo de más allá de las nubes, creó el arcoíris, como un eco de su vuelo. Sentado en las ramas de los árboles abría alternativamente las alas, sacudiéndolas en un temblor que alegraba el aire. Todas las aves comenzaron a sentir envidia de él, y el odio se volvió unánime, como un día lo fue la admiración. Entonces los pájaros subieron al cielo, el colibrí adelante. Dios oyó su queja. El murciélago se burlaba de ellos, además, con una pluma menos padecían frío. Y ellos mismos trajeron el mensaje al murciélago. Cuando estuvo en la casa de allá arriba, Dios le hizo repetir los ademanes que de aquel modo habían ofendido a sus compañeros; y agitando las alas se quedó otra vez desnudo. Se dice que todo un día llovieron plumas del cielo. Y desde entonces, sólo vuela en los atardeceres en rápidos giros, cazando plumas imaginarias. Y no se detiene, para que nadie advierta su fealdad.
La práctica de marcar a los animales se ha realizado desde épocas remotas. Después de la llegada de los españoles, Hernán Cortés trasladó los primeros bovinos a la Nueva España, el ganado de su propiedad estaba marcado con un hierro que representaba tres cruces latinas.
Para poder marcar a los animales era necesario llevar el control y registro de las marcas. Así en 1529 surgió, en la Ciudad de México, la Mesta Novohispana, la primera asociación que se encargó de solucionar los asuntos ganaderos. Dentro de sus ordenanzas había una que indicaba la obligación de los dueños de los rebaños de registrar sus fierros marcadores para poder identificar el ganado y así evitar el abigeato —que es la venta de ganado de manera ilegal—, o si invadían algún predio saber a quién pertenecía el animal. Estas marcas eran registradas en un libro para el control e identificación del ganado; si no se cumplía con esta ordenanza los dueños eran acreedores a una multa; la Real Hacienda se encargaba de ejecutar estos castigos y, en el caso de incumplir con este registro, se decomisaba el ganado y pasaba a formar parte de los bienes mesteños. La marca era hecha con las siglas del nombre del dueño, el fierro, al rojo vivo por las altas temperaturas a las que era expuesto, se colocaba en alguna parte del cuerpo del animal. A esta marca también se le conoce como yerra.
Dentro de la vasta documentación que es organizada al intervenir los archivos históricos de los municipios, se han encontrado diversos asuntos ganaderos, como los registros del uso del fierro para marcar el ganado, incluso con el dibujo de la marca o los recibos por pagos hechos a la tesorería. Estos testimonios existen debido al registro de los animales y por el pago de los impuestos que generaba.
El documento más antiguo respecto a este asunto que hemos encontrado durante la organización de los archivos históricos municipales es una licencia de 1714 sobre el uso del fierro común en el pueblo de San Francisco Telixtlahuaca. Ahí se menciona que a don Ygnacio Fernández de Ribera, alférez guardia del conde duque de Linares virrey y gobernador de la Nueva España y presidente de la Real Audiencia, se le había conferido la facultad de dar licencia de uso y registro de los fierros del ganado. También era el encargado del cobro por este permiso: los naturales pagarían cuatro pesos, que serían destinados a la fábrica del real palacio, y otros cuatro pesos por la media annata —impuesto real por el otorgamiento de la concesión—, mientras que los españoles y los de color “quebrado” pagarían diez pesos y cuatro reales.
El mismo documento narra cómo se presentó el principal del pueblo de San Francisco diciendo que tenía ganado mayor; entonces mostró el hierro para ferrarlo y pidió licencia para usarlo. Luego de pagar cuatro pesos y cuatro reales se le otorgó el derecho de ferrar a sus animales. Este fierro fue registrado en un cuaderno para control de las marcas.
Los archivos históricos resguardan la memoria de la comunidad, sin la preservación de ellos los acontecimientos del pasado serían inciertos. Por ello hay que hacer conciencia sobre la importancia de su conservación y rescate en las autoridades que custodian estos vestigios, ya que estos documentos son el patrimonio cultural e histórico de la población y le dan identidad a la comunidad.
En la Historia del Arte, la iconografía “se ocupa del asunto o significado de las obras de arte”, según explicaba Erwin Panofsky, y de acuerdo con esta tradición, asociamos a los animales con virtudes o defectos según la relación simbólica entre las figuras y su significado en el contexto cultural en que se inscriban. Como la serpiente, que comúnmente se relaciona con el mal; pero también como elemento de la salud y el bienestar, y es por eso que también es símbolo de la Medicina.
Así, los símbolos no son estáticos, sino que responden a los significados que cada sociedad les otorga. En este mismo sentido, el caimán es un animal carnívoro americano que, desde el descubrimiento de América, se asoció con el “salvajismo” del continente, de sus habitantes y con su flora y fauna. Desde Cesare Ripa, en el siglo XVI, la representación de América era la de una “mujer desnuda y de color oscuro, mezclado de amarillo”, y se acompañaba de atributos que enfatizaban el carácter fiero que los europeos asignaron al continente recién descubierto:
Con la izquierda ha de sostener un arco y una flecha con la diestra, poniéndose al costado una bolsa o carcaj bien provista de flechas, así como bajo sus pies una cabeza humana […] En cuanto al lagarto o caimán es animal muy notable y abundante en esta parte del Mundo, siendo tan grandes y fieros que devoran a los restantes animales y aun a los hombres en ciertas ocasiones.
Sin duda, estos elementos recuerdan a la representación oficial de la ciudad de Oaxaca de la princesa Donají, cuya cabeza mutilada aparece rodeada de estos mismos elementos: el carcaj, la flecha y el caimán, que ha despertado la duda sobre si estos reptiles temerarios habitaron el río Atoyac. Lo cierto es que se trata de un cartabón de la antigua América “salvaje”, pero resignificado ya por el sacrificio de la princesa zapoteca para señalar un elemento de apropiación territorial oaxaqueña al margen del río Atoyac. El caimán ya no es un elemento de barbarie, sino de apropiación para representar la identidad a través de sus culturas originarias, de la flora y fauna americanas.
En este sentido, los animales han sido una rica fuente de significados para el ser humano, como una forma de entender el medio que les rodea; como decía Aby Warburg, una forma de “tomar distancia”, para razonar la naturaleza inextricable.
“Albeitería” es el nombre de la medicina árabe dedicada al estudio de las enfermedades de los caballos. Los árabes, grandes aficionados a estos animales, traducen los tratados de veterinaria, del griego y latín, al árabe, y los enriquecen con sus conocimientos.
De acuerdo con la Real Academia, el término al-Beytar proviene del árabe “al- báytar” y del griego ἱππίατρος (hippiatros), que significa ‘médico veterinario’.
La obra de Martín Arredondo, considerado el albéitar (veterinario) español más culto del siglo XVII, es fundamental para comprender la historia de la medicina veterinaria. Extrae de autores clásicos como Hipócrates, Aristóteles, Galeno y Dioscórides, por mencionar algunos, todo el conocimiento relacionado con las enfermedades de los équidos y lo recopila en su obra que sirvió para formar a los albéitares de su época.
Este libro es un excelente ejemplo de la cultura veterinaria del siglo XVII: en él se mezclan maravillosamente la biología, la fantasía, la mitología y la superstición. La primera edición se imprimió en 1669. En su acervo, la Biblioteca Burgoa conserva un ejemplar que data de 1705, impreso en Madrid, del cual les compartimos un par de imágenes.
Martín ARREDONDO, Obras de Albeyteria, primera, segunda, y tercera parte, ahora nuevamente corregidas, y añadidas por Martin Arredondo, su autor, maestro de Herrador, Albeytar, y cirujano, gentil-hombre en las Reales Guardas Viejas de Castilla, natural de la Villa de Almaràz, y vezino de la noble Villa de Talavera de la Reyna. Anotados, corregidos, y declarados los terminos de los simples, mas convenientes al uso, exercicio y, utilidad de esta ciencia. Y ahora nuevamente añadido la sanidad del cavallo, y explicacion de sus enfermedades. Madrid, Antonio González de Reyes, 1705.
Transcurría el año de 1987 cuando, una vez más, nos reunimos entre los amigos, como lo hacíamos con frecuencia, Alfredo Harp Helú, Antonio Rafful Assam, Antonio† y Emilio Trabulse Kaim. En algún momento de la plática, Alfredo, con su acostumbrada iniciativa, nos hizo una sugerencia maravillosa que nos dejó helados: “¿Qué les parece si, en agradecimiento a México —que tan bondadosamente recibió a nuestros abuelos y padres—, hacemos una institución que sirva para unir a nuestros queridos México y Líbano, a través de la cultura que puede, y es, de hecho, la mejor forma de enlazar a dos naciones hermanas?”. Ya en la actualidad nuestras familias han permanecido en México por más de 75 años.
Obviamente, no se hizo esperar el “Sí” unánime, y comenzamos a darle marcha. Para ello, necesitábamos a una persona más, que tuviera gran entrega e iniciativa. José Slim Helú†, sin duda, fue la persona ideal; y de inmediato dijo “Claro que sí”, y entonces comenzamos a darle sentido a lo que inicialmente fue el Centro Cultural Mexicano Libanés, A. C.
Unos años después, nos dimos cuenta de que se estaba confundiendo nuestra institución con el Centro Libanés, A.C., por lo que decidimos cambiar “Centro” por “Instituto”, nombre que quedó aceptado por los cinco integrantes.
Lo primero que decidimos hacer fue reunir una gran cantidad de artesanías, música, libros, fotos, etcétera, que nos permitieran dar a conocer de forma didáctica lo que es el país de los cedros milenarios. Tony y yo nos dimos a la tarea de hacer un viaje relámpago (por la triste situación que prevalecía) a Líbano, y hacernos de todo lo necesario para tener una institución fuerte, que pudiera mostrar todo, o casi todo, lo que posee ese pequeño gran gigante. Logramos traer lo que habíamos pensado y, a pesar de la guerra que en ese momento atravesaba Líbano, pudimos llegar a lugares en los que encontramos todo lo que nos habíamos propuesto traer. La cultura en ese país es enorme, y siempre ha sido un hito para el desarrollo humano, social y cultural, por ende, instituciones grandes y pequeñas estaban abiertas para brindar lo necesario, culturalmente hablando, para quien lo requiriera. Cuál fue nuestra sorpresa al ver que, a pesar de la situación, todos estos sitios estaban a reventar de personas ávidas de poseer libros o algo que los relacionara con el conocimiento del Líbano.
Regresando a México, nos dimos a la tarea de buscar un sitio en el que pudiera estar físicamente el que entonces sería el Centro Cultural Mexicano Libanés, A.C. Afortunadamente, encontramos un pequeño predio en la Av. Miguel Ángel de Quevedo No. 718, Colonia Del Carmen Coyoacán, en la Ciudad de México. Comenzamos a hacer los arreglos y adaptaciones pertinentes mientras recibíamos la mercancía adquirida en Líbano. Hicimos también los trámites legales para que quedara debidamente fundada esta organización. Al mes, aproximadamente, nuestro agente aduanal nos llamó para darnos la buena noticia de que nuestra mercancía ya estaba en Veracruz y debidamente liberada, misma que, en menos de una semana, estaría en nuestras instalaciones que, para entonces, ya estarían listas para ser acondicionadas y dar inicio al gran proyecto.
Una vez hechos los trabajos de museografía y demás asuntos, y habiendo hecho de antemano una lista de instituciones libanesas y mexicanas que tuvieran relación con Líbano, o bien, que estuvieran interesadas en conocer y llevar a sus respectivas labores algo de lo que es esa enorme cultura, hicimos oficialmente la inauguración en noviembre de 1987. Contamos con la presencia de todas la asociaciones libanesas en México e incluso algunas de Costa Rica, Argentina y Brasil. También nos acompañaron sociedades mexicanas como el Instituto Ítalo Mexicano, la Asociación de Poetas y algunos escritores del barrio del Carmen y otros de la ahora Alcaldía Coyoacán. El C.P. Alfredo Harp, presidente del Instituto, dio la bienvenida a nombre de los fundadores y dio una interesante plática sobre la creación de la institución. El Lic. Antonio Trabulse Kaim, director, dio una pequeña semblanza de lo que es Líbano y lo que nosotros pretendíamos realizar. Dicho acto causó una magnífica impresión en los asistentes, al grado que fuimos invitados por asociaciones relacionadas con ellos para dar conferencias, exposiciones artesanales y organizar diversas actividades. Otros, nos preguntaron si podrían traer a alumnos de diferentes escuelas y asociaciones para visitar las instalaciones y que, acompañados de una pequeña plática sobre Líbano, tuvieran más conocimiento de lo grande que es ese país y las aportaciones que ha hecho a Occidente.
En el transcurrir del tiempo fuimos cambiando y ajustando algunos asuntos, como las presentaciones de las artesanías, conferencias e invitaciones a las instalaciones, todo para facilitar que los interesados en Líbano tuvieran mayor acceso al conocimiento del pequeño (en extensión) país del Medio Oriente.
Al principio, llevamos muestras artesanales y gastronómicas a lo largo y an- cho de nuestro querido México. Poco después, países como Costa Rica, Guatemala y otros, nos pidieron que les hiciéramos presentaciones del mismo rubro. Nuestro director, el Lic. Antonio Trabulse, internacionalmente conocido por sus conocimientos del Cercano Oriente, visitó algunos países para dar conferencias y llevar ponencias a diferentes congresos. Entre otros, fue obviamente Líbano, además de Turquía, España, Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, entre otros países. Posteriormente, realizamos exposiciones fotográficas de libaneses en México y otras actividades, pero eso será motivo de una siguiente colaboración.
Fue nuestra primera clase de computación. Y quizás es la primera computadora en la escuela. Para otros, es la primera vez que encendemos un monitor y que agarramos un “ratón”. Y al explorarla ¡encontramos lecturas en chatino! También las hay en inglés y en español, pero lo más sorprendente es que algunas están en la lengua de nuestros padres.
La primera clase de computación en la primaria bilingüe de Cieneguilla, del municipio de San Juan Quiahije, se hizo en la lengua de la comunidad, el chatino. Impartida por la Dra. Emiliana Cruz del CIESAS, la clase se pudo hacer gracias a la donación de varias computadoras con contenido en chatino del proyecto “Endless Oaxaca Multilingüe”, una iniciativa de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca en colaboración con la Fundación Endless y con el apoyo de la International Community Foundation. A este gran esfuerzo conjunto se le llamó Endless Oaxaca Multilingüe.
Su objetivo es acercar el sistema operativo gratuito, Endless OS, a las comunidades más alejadas del estado donde hay poca o nula conectividad. Este sistema operativo se encuentra disponible para su descarga, y casi cualquier dispositivo puede acceder a él. “Fácil como un teléfono inteligente”, asegura su página de internet. Durante este tiempo en que han colaborado las fundaciones se ha beneficiado, en el estado de Oaxaca, a doce escuelas primarias, un prescolar, una secundaria y dos telesecundarias. El programa, además de contener actividades escolares, es flexible para uso en bibliotecas. Actualmente, se ha instalado en tres bibliotecas municipales.
Endless Oaxaca Multilingüe ha entregado más de mil computadoras con el sistema operativo instalado. Y ni hablar de su uso durante la pandemia, los más beneficiados con este sistema han sido los estudiantes. Al iniciar el confinamiento también dio inicio la segunda etapa del proyecto. Tajëëw Díaz, la responsable de Endless Oaxaca Multilingüe, comenta que:
A las comunidades con las que ya se tenía contacto, se les donó una cantidad adicional de dispositivos para sus centros de cómputo, de manera que pudieran tener suficientes equipos para realizar préstamos a sus alumnos, al menos de 4.o a 6.o año de primaria.
Los libros cuentan con contenido precargado, lo que ayuda en el caso de no tener conexión a internet. Tiene el paquete de LibreOffice para crear documentos, hacer gráficas, tablas e incluso presentaciones de diapositivas; cuenta con una enciclopedia, aplicaciones de manualidades, juegos y ejercicios básicos para aprender a teclear. Contiene, además, libros y recursos en lenguas como, mixe, triqui, ixcateco y chatino.
Sin embargo, no solo en las comunidades más alejadas está presente Endless Oaxaca Multilingüe. Gracias a la coordinación con Seguimos Leyendo y al esfuerzo del Museo Infantil de Oaxaca se otorgaron equipos a las escuelas primarias de Tlalixtac de Cabrera y de Ocotlán de Morelos.
Para el funcionamiento de este gran propósito de difusión y acercamiento sin fin, es fundamental el apoyo de “maestras y maestros, colectivos, autoridades y personas voluntarias que han trabajado desde hace muchos años en la generación de contenidos en sus lenguas”. Endless Oaxaca Multilingüe es un proyecto amplio, y se convierte, incluso, en una “plataforma de difusión” del contenido que se genere.
Recuerdos entrañables vienen a mi mente cada vez que pienso en Francisco Toledo. Hubiera querido darle un abrazo fuerte por sus 80 años y, aunque no fuera su cumpleaños, también me hubiera gustado dárselo. Y es que me cuesta trabajo saberlo ausente, cuando lo siento tan presente en los tonos de un atardecer, en las calles de Oaxaca, en las paredes del IAGO, en los libros de su biblioteca, en la mirada de sus cinco maravillosos hijos, en los colores difuminados de la grana y el nopal o en una pequeña hoja comida por los insectos. En cada detalle lleno de belleza y amor encuentro a Francisco. Así era él: detalles de amor y de belleza, la sensibilidad a flor de piel.
Mi encuentro con Francisco no solo fue un proyecto de libros —que fue la razón por la que llegué a Oaxaca—, sino que la existencia me cambió por completo. Toledo me enseñó a ver la vida de otra manera: a maravillarme con el milagro de nombrarla en las diferentes lenguas originarias; a captar el arte en la partícula más simple, en lo más sencillo; a sorprenderme de la belleza en la piel de México. Gracias a Toledo comprendí las texturas y los colores de las piedras y las montañas de Oaxaca; la sabiduría de la arquitectura vernácula; el paso de la luz sobre la fachada de Santo Domingo; descubrí cómo el olor te transporta a los recuerdos más esenciales y cómo uno puede ser feliz con tan pocas cosas.
Oaxaca se convirtió para mí en el centro del mundo: lo que a mí me interesaba llegaba, irremediablemente, a esta ciudad, incluso el amor de Alfredo Harp Helú. Me deslumbró el cielo estrellado que nos arropaba en los patios abiertos del MACO y del IAGO, era la misma cúpula celestial que había cubierto a los habitantes de Monte Albán. Toledo era un imán que atraía a personalidades admirables como escritores, músicos, artistas, bailarines, historiadores, críticos de arte, arqueólogos, fotógrafos, poetas, cantantes, filósofos, cineastas, científicos, naturalistas y hasta merecedores del Premio Nobel iban a buscarlo. También acudían funcionarios y políticos, porque Toledo siempre andaba metido en todo. Llegaban a su amado Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, que Toledo me confió para que fuera su directora. Adoraba esa casa y también su biblioteca. Fueron años entrañables, fascinantes, en los que, sin duda, aprendí más que en la escuela y la universidad.
Me maravillaba cómo la mente de Toledo iba a mil por hora, siempre con alguna ocurrencia excepcional que nos ponía a horas de que tomé posesión en una silla de madera con patas de palo. Le pregunté: “¿Qué exposiciones hay organizadas para este año?”. “Ninguna —me dijo—, a ver qué se te ocurre porque ya me cansé de ver la que está ahora”.
La peor parte de mi trabajo consistía en explicarle al maestro la contabilidad que teníamos que entregar al Instituto Nacional de Bellas Artes. Extendía la hoja de cálculo, a Toledo y a mí nos costaba entender lo que era aquello, sabíamos leer letras, pero no números. Entonces, empezaba con mi cancioncita: “Mira, en esta columna están los nombres de los empleados, aquí los impuestos retenidos, aquí el pago al Seguro Social, menos el ISR, que es un impuesto que debemos pagar…”. Toledo cerraba aquella libreta y me decía: “Muy bien, preséntalo al INBA”. Y es que, a Toledo, los números nada más no se le daban. Un día, llegó furioso porque se enteró que la tienda del museo no producía ni siquiera “cuatro mil pesos” que necesitaba en ese momento. La encargada corrió a la dirección asustadísima. Salí a preguntarle al maestro que para qué quería tanto dinero y me dijo: “Pues para comprar mi Jornada”, es decir, para su periódico que costaba cuatro pesos; hacía como tres años que al peso le habían quitado tres ceros y él seguía pensando que costaba cuatro mil.
Los números no se le daban, pero el talento de Toledo llegaba más allá de las cifras. Un día compró unos hermosos grabados de Piranessi y con ellos organizamos una exposición. Me hizo mover cielo, mar y tierra para conseguir el permiso de reproducción de un hermoso texto de Marguerite Yourcenar, que quería que incluyéramos en un pequeño catálogo que publicaríamos con los ahorros del IAGO. Otro día llegó con la nueva de que organizáramos la proyección del último documental sobre Juan Rulfo; o la presentación del libro recién salido de Homero Aridjis o el de la contaminación del río de Juchitán. En una ocasión, ideó una exposición irreverente sobre las caricaturas en la época de Benito Juárez y el texto lo escribió don Luis González y González. En otra, pidió que llamáramos a Elías Trabulse para que diera una conferencia sobre el antiguo reloj de sol de Santo Domingo, porque los arquitectos restauradores habían decidido hacer uno nuevo, ya que, según ellos, existieron dos relojes. A veces teníamos que improvisar una conferencia porque tenía algún invitado que había llegado a visitarlo, como Carlos Monsiváis, Iván Restrepo, Teresa del Conde, Alberto Blanco, Alberto Ruy Sánchez y muchos otros que él consideraba importante que escucharan los jóvenes oaxaqueños. Hubo un tiempo en que se empeñó en buscar citas de grandes escritores sobre lo absurdo que era erigir monumentos sin lógica alguna, como una crítica feroz al desatino de los gobernantes por su afán de inaugurar estatuas de grandes héroes. Siempre había algo nuevo que aprender de Toledo, porque él era una explosión de ideas, y mi trabajo consistía en hacer realidad esas ideas, aunque, la verdad, no siempre eran factibles y, por supuesto, también tenía que decirle que eran imposibles.
Recuerdo aquella vez en que compró una hermosa casa en el centro histórico. Decidió convertirla en el Centro Fotográfico Álvarez Bravo. Por supuesto, hacía mucha falta un espacio para reflexionar sobre la fotografía y es un éxito que continúe hasta el día de hoy, fue otra de sus grandes herencias. Don Manuel Álvarez Bravo estuvo en la inauguración fascinado por el lugar y el proyecto. Toledo nos asombraba siempre. Otro día, me llamó para pedirme que atendiera a unos finlandeses que estaban sentados en el patio del IAGO porque querían donar una máquina desfibradora para hacer papel con plantas de Oaxaca. Y ese fue el comienzo de una virtuosa experiencia para crear un taller artesanal de papel y experimentar con fibras locales.
La confianza que Toledo depositaba en mí, al ofrecerme el proyecto de organización de los libros antiguos de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, la dirección de su amado IAGO, con su maravillosa colección de artes gráficas, del Centro Fotográfico y del Taller Arte Papel Oaxaca en San Agustín Etla, ha sido uno de los mayores aprendizajes de mi vida. Me sentía afortunada, y eso me daba seguridad, jamás lo defraudaría.
Podría seguir enumerando la cantidad de actividades que se llevaron a cabo cuando fui directora del IAGO, ahí donde llegaba Alfredo Harp Helú a cortejarme. Entonces, Toledo iba a a la oficina y me informaba: “Ya está Harp allá afuera”. Apurada, le decía: “Ya lo sé, pero todavía no termino, ya lo mandé a bolearse los zapatos, pero creo que ya regresó”. “Sí —me decía—, ahora está hablando por teléfono y preguntando por los Diablos. Apúrate”. Y salía disparada a ver al novio.
Algunas veces, había tanto trabajo que me quedaba hasta tarde. Una noche, se asomó por los barrotes de la oficina y dijo: “Ya no es hora de trabajar”. Tenía razón, comprendí que la jornada laboral se terminaba cuando cerraba el museo y que la vida estaba más allá del trabajo. Toledo solía preguntarme si no me sentía sola, pero no tenía tiempo para la soledad, siempre sentí el cariño de la Chatita, de Freddy, de mis amigos y, además, mi familia siempre estuvo muy cerca. Una tarde, Toledo me contó que cuando vivía en París, la casera se compadeció de su soledad, entró a su cuarto y le cambió las sábanas. En la noche, cuando llegó, al meterse a la cama, el olor le recordó a su mamá, lloró y decidió que ya era hora de regresar a México, necesitaba el calor del hogar. Así de terrenal era Toledo, también así de excepcional.
Toledo fue un artista muy completo, incursionaba en diferentes técnicas y las dominaba como nadie; admiraba el trabajo manual y artesanal. También le gustaba experimentar con diversos materiales y siempre dejaba su huella. Pero su obra no solo se exhibe en los museos, Toledo creó arte en sus instituciones, en la Biblioteca del IAGO, repleta de jóvenes lectores; en el CaSa, con sus escaleras que chorrean sangre de grana, en la bugambilia que cobija a los lectores del IAGO, en el cinema El Pochote, en el Jardín Etnobotánico y en cada paso que daba en beneficio de su comunidad.
Lo ordinario se volvía extraordinario. Así sucedió aquella vez. No sé cómo consiguió Toledo que nos prestaran tres libros que del editor Ambroise Vollard le encargó. a Marc Chagall para ilustrarlos: Las almas muertas, de Gogol, Las fábulas, de Lafontaine, y las ilustraciones de la Biblia. Bella, la nieta de Chagall, vino a Oaxaca desde Nueva York especialmente a la inauguración y, después de cenar, Toledo preguntó: “¿Les gusta bailar?”, contestamos que sí. Nos llevó al Bar Efraín, en los confines del río Atoyac, un sitio de mala muerte, donde la pista de baile se convertía en una pasarela con focos de neón en el piso para que las chicas con poca ropa desfilaran. Había una sombra de humo, música, algunas mesas y uno que otro borracho dormido sobre su asiento.
Nos llevaron a una mesa con sillas de metal que anunciaban “Corona”. De beber, no había cerveza, así que trajeron una botella de ron, refresco de cola y agua mineral. Jamás en mi vida había visto a Toledo, a Sergio Hernández y a Alfredo Harp beber tal veneno. Pero eso no fue lo peor, sino que agarraban hielos con la mano, los echaban a los vasos y bebían muy a gusto disfrutando el espectáculo. Bella estaba feliz, jamás se imaginó que existiera un lugar así en el universo. Yo tampoco. Por supuesto, no faltó el borrachito que insistía en bailar con la güerita. Como ella se negó, los tipos de seguridad del antro se vieron en la necesidad de sacarlo a empujones. Luego se acercó otro borracho a pedirle un autógrafo a Toledo. Él, sonrió, se “chivió” y firmó con gusto. Después bailamos. La pista se llenó con parejas disparejas. Bailar la pieza con las muchachas del lugar costaba cinco pesos. Iban vestidas con atuendos demasiado estrechos, ajustados en las enormes caderas y con escotes provocativos que dejaban ver sus prominentes bustos. Seducían sus zapatos de tacón de colores llamativos. La más atractiva llevaba unas medias con una línea negra que subía desde el talón al gluteo. Se cubría el pecho con un brasier rojo de satín con flecos. Su pareja era un chaparro nefasto que le llegaba al busto, bailaba con un cigarro y, cuando la abrazaba, le agarraba las nalgas ¡Ni en Hollywood hubieran imaginado un escenario más provocador!
En eso, escuchamos un tamborazo y anunciaron algo que no logramos entender. En ese momento, la gente descendió de la pista. Apareció sobre la tarima una hermosa mujer que vestía una lencería sensual de malla transparente y bordada en tonos blancos. Su mayor sofisticación consistía en caminar sobre unos zapatos de plataforma con tacón alto y grueso. Comenzó a bailar con movimientos ondulantes, giros de cintura, caderas de un lado a otro, brazos ligeros y fluidos, utilizaba un tul transparente que le daba cierta gracia a sus movimientos. Poco a poco, al ritmo de la música, comenzó a quitarse los hilos de ropa que llevaba encima. Cuando era el turno para despojarse del brasier, sonó un tambor y la luz se apagó. Chiflidos y chiflidos, aplausos y más aplausos. Fue una noche inolvidable, como los miles de recuerdos que llevo de Toledo.
Quisiera celebrar a Francisco Toledo con estas evocaciones y decirle cuánto lo quiero y que, dondequiera que esté, vive en mí. Mi gratitud y mi cariño a Francisco Toledo.
El Centro de Arte Textil Zapoteco Bii Daüü, fue una de las primeras cooperativas que se acercaron al Museo Textil de Oaxaca cuando abrió sus puertas al público, en 2008. Poco tiempo después de su apertura, Bii Daüü presentó una charla en el Museo, cuando estas aún se llevaban a cabo en la Sala Caracol. Con el tiempo, la relación entre Bii Daüü y el MTO se ha ido estrechando gracias a los talleres de teñido y de tejido, las visitas de campo a Teotitlán del Valle, la participación activa en encuentros y congresos, así como en talleres especializados en torno a diseño y técnicas de teñido. Incluso, frente a prácticas de negocio poco ventajosas para la cooperativa, los socios se han acercado al MTO para exponer su situación y crear una estrategia de respuesta.
Como parte del programa de apoyo al sector artesanal, emprendido por la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca frente a la pandemia de COVID-19, Alejandro de Ávila sugirió comisionar algunas recreaciones de piezas históricas, tanto pertenecientes a los acervos que resguarda el MTO, como piezas que se conservan en otras instituciones. El listado incluía un sarape de ca. 1900, tejido en Teotitlán y enviado por Zelia Nuttall al Museo de Antropología en Berkeley, California (hoy, Phoebe A. Hearst Museum of Anthropology). El sitio del museo solo ofrece una fotografía del sarape, doblado varias veces sobre sí mismo. La única fotografía completa del sarape a la que tuvimos acceso aparece en la publicación Historia del arte de Oaxaca,1 dentro del texto de Alejandro, titulado “Un huipil colorado: tiempos del textil oaxaqueño”.
El proceso de la recreación del sarape comenzó con tan solo esa fotografía enviada a través de WhatsApp a Mariano Sosa Martínez, presidente de la cooperativa. Al interior de la organización, se decidió que serían Horacio Mendoza Martínez y su esposa, Fermina Ruiz Gutiérrez, quienes estarían a cargo de la elaboración de la pieza. Fermina se ha metido de lleno en el tema del color y, si bien la pieza original parece haberse realizado con tintes sintéticos, en este tejido se emplearon exclusivamente tintes naturales. La grana cochinilla y el añil fueron los tintes primordiales, matizándose con cáscara de granada, jugo de limón y pericón para alcanzar distintas tonalidades. De acuerdo con prácticas realizadas desde antaño, no solamente emplearon lana blanca para el teñido, sino que también utilizaron lana gris para lograr una mayor saturación de color en ciertas áreas, principalmente en el color oscuro del área central. La saturación del añil sobre la lana de color gris ha creado prácticamente un fondo negro sobre el que resplandece el centro rojo, como si fuera un corazón palpitante.
A fines de mayo comenzó el proceso de tejido. Horacio necesitaba terminar un encargo previo para desocupar el telar que utilizaría en esta pieza pues, a diferencia de la original, la tejería en un solo lienzo (el sarape tomado como referencia mide 240 x 153 cm). Al esbozar los diseños y distribuirlos en las medidas indicadas, se dio cuenta de que necesitaría cambiar el peine del telar. Usualmente emplea un peine de seis hilos por pulgada; en esta ocasión, requería ocho hilos por pulgada. El tejido prometía e iba a buen paso cuando, de pronto, tuvo que interrumpirse, pues Horacio había contraído COVID-19.
Débil y con dificultad para respirar, Horacio y la familia Mendoza Ruiz se enfrentaron a un periodo bastante oscuro. Ante el inconveniente de no poder recibir atención médica en Teotitlán, ya fuera porque no había turno con el médico local o porque no querían atenderlo por temor a contagiarse del virus, terminaron hablando con la madrina de Fermina, médica radicada en Tijuana. Con la confianza en ella y la facilidad de conversar en su propia lengua, a través de llamadas telefónicas, mensajes de WhatsApp y videoconferencias, se diagnosticó como positivo a Horacio y se le comenzó a dar un cuidado riguroso basado en la higiene. Fermina permaneció a su lado de forma constante, lavando diariamente la ropa (incluida la ropa de cama), así como desinfectando la habitación y cualquier otro espacio que su esposo recorriera y tocara. “Abría las ventanas, la puerta, todo… Le decía: ‘Respira… Tienes que respirar el aire de la naturaleza… Respira’”, cuenta Fermina. Angustiada, mantenía una actitud calma y segura, pues no deseaba transmitir su preocupación y miedo a sus hijos, Christian, David y Reyna Ximena, de 21, 13 y 7 años respectivamente. El momento de mayor desesperación llegó una noche en que Horacio le pedía a Fermina que no lo dejara dormir “Porque si me duermo… ya no vuelvo”. La imagen de su abuela vino a él y, en su agotamiento, lo instaba a descansar, le decía que ella lo ayudaría en ese trance. Con algunos niños rondando, Horacio alcanzaba a ver un corredor muy largo, oscuro… y sintió que los pulmones se le vaciaban. Fermina se volcó a la oración, pidiendo por Horacio, por sus hijos, por ella…
“Es un milagro estar aquí”, afirmaron ambos durante su visita al MTO a inicios de este mes. “Me pidió una ensalada, ¡y pronto corrí a hacerla!”, rememora Fermina, pues el apetito indicaba mejoría. Las fuerzas volvieron poco a poco al cuerpo y al ánimo de Horacio, quien a mediados de julio volvió al telar. Al principio, solo un ratito, pues se agotaba.
—Oiga, Horacio, después de una experiencia así… estoy seguro de que la primera parte que tejió no es igual a lo que tejió después de su recuperación, ¿o sí?
—No, no es igual. Volví a nacer.
La pareja contó entonces sobre el cambio en su apreciación por las cosas. Por momentos, Fermina se sorprendía de tan poco avance en el telar después de toda una jornada de trabajo, pero Horacio era muy exigente consigo mismo en el proceso. “Me fijaba en cosas en las que tal vez antes no me hubiera fijado tanto”. Tejía… y si no le parecía correcto, destejía y volvía a tejer. Su actitud no solo cambió frente a su telar, sino frente a su familia. “Hasta los niños notan que hay un cambio en su papá”, cuenta Fermina.
Ver el sarape suspendido en el patio del MTO es atestiguar las historias que alimentan la creación textil. El tejido no es solo una cuestión manual o técnica; puede serlo, pero también va más allá. Los hilos son un lenguaje y, como tal, expresan ideas, experiencias, anhelos, logros, miedos… El textil también es un medio propicio para la reflexión, la apreciación, es más, para la sanación. En muchas ocasiones, los telares también establecen un puente entre el individuo y el colectivo, entre el presente y el pasado. Horacio concluye: “Mientras lo tejía, pensaba ‘quien hizo esto, fue un gran tejedor’”.2
(1) De Ávila, Alejandro. (1997). Historia del arte de Oaxaca, Arte contemporáneo. Oaxaca: Instituto Oaxaqueño de las Culturas.
(2) 11 de agosto de 2020. Texto de Hector M. Meneses Lozano escrito tras la visita de Fermina Ruiz Gutiérrez, Horacio Mendoza Martínez y Mariano Sosa Martínez al Museo Textil de Oaxaca, el día 3 de agosto de 2020, fecha en que entregaron el sarape. Cuenta con la revisión, edición y aprobación de Fermina y Horacio.
En el Boletín número 24, correspondiente a mayo-junio de 2018, se escribió sobre la producción de cartillas y otros materiales para la alfabetización en lenguas indígenas, durante buena parte del siglo XX, por parte del Instituto Lingüístico de Verano (ILV), institución religiosa fundada en 1936 y dedicada a la lectoescritura en lenguas indígenas, con el objetivo de divulgar las sagradas escrituras en todos los pueblos del mundo. De 1951 a 1979, esta producción se dio en el marco de una colaboración formal con el gobierno de México, el cual estaba interesado, por otras razones, en la pronta alfabetización de la población indígena de México. A lo largo de su existencia, los lingüistas del ILV produjeron una asombrosa cantidad de pequeños libros donde tocaron todo tipo de temas, desde vocabularios básicos ilustrados hasta explicaciones de microbios y los viajes a la luna, en casi todas las lenguas nacionales de México.
La Biblioteca Juan de Córdova tiene una importante colección, que consta de 1300 cartillas de alfabetización del ILV, de las cuales, unas 570 son del periodo de la colaboración formal con la SEP. Muchas de estas cartillas son peculiares o extremadamente raras, porque fueron impresas en tirajes pequeños y distribuidas en las comunidades, donde perecieron con el tiempo. Independientemente de las cuestionadas metas del ILV, o de la efectividad de su método, el conjunto de sus publicaciones representa el proyecto más ambicioso que se haya concebido para introducir la escritura en las lenguas locales en las comunidades. Creemos que, hoy en día, poseer esta colección en Oaxaca, el estado con mayor diversidad lingüística y mayor población hablante de todo el país, tiene mucho sentido. Una buena parte de los usuarios de la Biblioteca son hablantes de alguna de las lenguas de Oaxaca.
Cuando, en 2011, la Fundación Alfredo Harp Helú compró la casa y la biblioteca del abogado, literato y filatelista José Lorenzo Cossío y Cosío (1902-1975), ubicada en Coyoacán, Ciudad de México, se encontró, entre las colecciones, con un importante número de cartillas y materiales para la alfabetización. En total, se identificaron 541 publicaciones que complementan la colección en Oaxaca. Lo interesante es que las piezas provenientes de México son, sobre todo, de las primeras décadas del trabajo del ILV, o sea, entre 1940 y 1950, completando el material más tardío en Oaxaca. Hasta la fecha no queda claro cómo y por qué José Lorenzo Cossío y Cosío coleccionó estos pequeños y frágiles cuadernillos con tanto cuidado.
Cuando en el mismo año de 2011 se abrió la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova, en el exconvento de San Pablo, surgió la propuesta de incorporar la colección de cartillas recién encontradas al acervo en Oaxaca y conformar la colección más completa de cartillas y materiales para la alfabetización en México. Para nuestra biblioteca, esta compilación es la contraparte de una riquísima colección de 133 impresos y manuscritos en lenguas indígenas de México, que datan de la época virreinal y el siglo XIX. Juntas, conforman un reflejo y una memoria del papel de la escritura en lenguas indígenas en las complejas relaciones entre los pueblos indígenas y el Estado novohispano, decimonónico y posrevolucionario.
Sin embargo, en los años siguientes, ambas bibliotecas atendieron sus propias dinámicas y no fue sino hasta este 2020 que se decidió hacer el traslado de las piezas de la Ciudad de México a Oaxaca. En febrero, se trasladaron a Oaxaca los primeros 100 ejemplares y, a finales de junio, se trasladaron los 441 faltantes. Aunque las puertas de la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova están cerradas mientras dura la pandemia, se ha iniciado el trabajo de integrar las fichas del inventario al catálogo de la Biblioteca, con miras a futuros eventos y acciones que difundan esta excepcional colección entre el público. Desde la Biblioteca agradecemos a las personas de ADABI de México que hicieron posible esta expansión de la Colección de Cartillas y Materiales de Alfabetización en Lenguas Indígenas en Oaxaca.
–Dame una con todo. –¿Con tasajo? –Sí, con tasajo.
En la ciudad de Oaxaca, casi todos tenemos un lugar favorito para comer tlayudas, o como generalmente se pronuncia aquí, clayudas. En muchos de estos lugares, generalmente los mejores, uno se sienta en una silla de plástico, mientras el olor a humo impregna el aire nocturno y el viento de un enérgico soplador alienta el fuego en el anafre para tostar la gran tortilla doblada. Pero, ¿de dónde viene el nombre de este antojo, cuyo hogar son los Valles Centrales de Oaxaca y el Istmo de Tehuantepec? Actualmente, el asunto volvió a la discusión pública después de que cierto programa de televisión en línea declaró este manjar como la mejor comida callejera de América Latina.
Tlayuda (o clayuda) es una sustantivación del adjetivo tlayudo (o clayudo), que significa hoy ‘fuerte, correoso, resistente’. La (tortilla) tlayuda/clayuda, por lo tanto, contrasta con la (tortilla) blandita y la (tortilla) tostada.1 Así, el escritor oaxaqueño José María Bradomín (seudónimo de Guillermo Villa Castañeda), en su libro Oaxaca en la tradición, describe a un “aguador”, ya bien entrado en años, pero erguido y tlayudo, como todos los viejos de su época” (1960: 143). Un año antes, la autora María Lombardo de Caso, hermana de Vicente Lombardo Toledano y esposa del famoso arqueólogo Alfonso Caso, escribió en su novela Una luz en la otra orilla (1959: 39) un diálogo en el que uno de los personajes pregunta: “—¿Le pasa algo a Daniel? No me vaya a decir que está malo porque no se lo voy a creer. Ése es más tlayudo que la más jaleada de mis mulas”.2
El primer testimonio de la palabra que hemos podido localizar aparece en la novela costumbrista El cielo de Oaxaca, de Arturo Fenochio Rosas, quien nació en la ciudad de Oaxaca en 1854. En el capítulo cinco del libro, uno de los personajes comenta: “…le voy á dar unas tortillas que me dieron en una casa de por las Nieves… Aquí están las tortillas, algo tlayudas; pero no le hace” (p. 64). El evento narrado tiene lugar en la ciudad de Oaxaca y el autor coloca la palabra en cursiva para indicar que es una expresión local. Es de notar que la palabra tlayuda todavía no se usa como platillo, sino como adjetivo para calificar las tortillas. La novela no tiene fecha, pero se publicó en la década de 1890, ya que fue en estos años cuando el editor Benjamín Lara estaba imprimiendo en Puebla. En las Monografías bibliográficasmexicanas (1925, vol. 2-3), aparece la fecha de 1890 para la impresión de la novela.3
Aunque este primer testimonio aparece en la ciudad de Oaxaca, la palabra, escrita tlayuda tanto como clayuda, aparece en Tehuantepec en la década de 1920. En 1926, Eulogio R. Valdivieso publicó una breve descripción de una historia que su padre le había contado sobre Todos Santos en Tehuantepec, en la que menciona “la sabrosa clayuda (especie de tortilla que, después de cocerse por un lado en el comal, se quita y se recarga en una cantimplora, para que se cueza el otro por las llamas)” (1926: 51). En su relato de la rebelión delahuertista (1923-1924), el general Donato Bravo Izquierdo, de Coxcatlán, Puebla, describe la comida que brindó al general Otilio Jiménez Madrigal y su contingente cuando llegaron al Istmo: “Alojado lo mayor posible este contingente, le obsequié lo que de acuerdo con las circunstancias que prevalecían entre nosotros, podía llamarse un espléndido banquete, y que fue una sencilla ‘barbacoa’ con las indispensables ‘tlayudas’ (tortillas de maíz llamadas así por esta gente)”. Aunque esto se publicó en 1948, el uso de la palabra se atribuye a la gente del Istmo cuando estaba allí (Bravo Izquierdo, 1948: 83).
Como muestran estos testimonios, la palabra se documenta por primera vez en la ciudad de Oaxaca, pero poco después también en el Istmo. También muestran que tanto la forma tl– como la forma cl– se registran bastante temprano. Mientras que Fenochio y Bravo Izquierdo proporcionan pruebas de la forma “tlayuda” en el siglo XIX y principios de la década de 1920, Valdivieso publica “clayuda” en 1926. Ambas formas continúan en textos posteriores. Después del infame terremoto del 14 de enero de 1931, que dejó a Oaxaca en ruinas, la ciudad trató de recuperarse echando mano de dos eventos trascendentales: el descubrimiento de la Tumba 7 en Monte Albán, en enero de 1932, y el Homenaje Racial de abril del mismo año. En la promoción turística que surgió alrededor de estos eventos, se comenzó a canonizar lo que vendría a ser la “cocina oaxaqueña típica”. Por lo mismo, en 1933, podemos leer en El Mundo Gráfico (p. 464), en su número dedicado a Oaxaca, en el aparta- do “La Cocina Oaxaqueña” –después de la enumeración de los moles para personas con recursos–: “Las personas más pobres pueden deleitarse tomando una tlayuda (tortilla grande, de manufactura especial) recalentada y cubierta con ‘asiento’ […] y rociada con salsa picante de tomate o de chile pasilla”. Notamos aquí también el cambió del original sentido peyorativo de la palabra a una connotación positiva en el contexto urbano. Años después, junto con el uso ya mencionado de Bradomín y Lombardo de “tlayudo”, en 1959 y 1960, Jorge Tamayo se refiere a “tortillas generalmente grandes y secas llamadas clayudas”, en su libro escolar de 1950, Geografía de Oaxaca (1950: 64). En el mismo año, el economista-antropólogo Moisés T. de la Peña (1950: 131), cuando escribió sobre la Mixteca, mencionó la tortilla “siempre ‘tlayuda’ (¿clayuda?), gracias a un cocimiento […] excesivo del nixtamal, con lo que la […] tortilla adquiere la consistencia de la correa y es un martirio mascarla para quien no está habituado o no dispone de una dentadura a prueba para moler piedras. Parece que la finalidad es la de que la tortilla dure semanas y no se rompa al llevarla a la labor o al camino”. Es interesante ver que la duda sobre las formas tl– y cl– ya existía hace 70 años. Hoy en día, se considera que clayuda es más auténtica y representativa de la pronunciación oaxaqueña —fue con esta pronunciación que la lingüista Beatriz Garza Cuarón registró la palabra en su libro, El español hablado en la ciudad de Oaxaca, (1987: 92)—, sin embargo, históricamente, debe entenderse que tlayuda y clayuda han sido formas variantes contemporáneas de la misma palabra durante los últimos cien años.
Esta variación se explica como parte del proceso regular de adopción fonológica de palabras con tl-, casi siempre de origen nahuatl, a la fonotáctica del español, no solo en Oaxaca. Por ejemplo, las palabras tlachique (aguamiel), chahuistle, apastle, tlacoyo e ixtludo se pronuncian también clachi- que, chahuiscle, apascle, clacoyo e ixcludo. La pronunciación clayuda refleja este tipo de adaptación fonológica de tlayuda.
Actualmente no hay consenso en cuan- to a la etimología de tlayuda/clayuda. Algunos, favoreciendo la forma tl-, ven su origen en alguna derivación de la palabra nahuatl “tlaolli”, que significa ‘granos de maíz’. Otros, prefiriendo la forma cl-, han buscado su origen en la palabra española “cal”. En este artículo, nos gustaría sugerir otra posible etimología que, creemos, explica mejor la semántica y la forma de la palabra.
En muchas partes de México y América Central existe la palabra tayudo o (menos frecuente) talludo, con un significado idéntico a ‘tlayudo’ o ‘clayudo’ en Oaxaca. Por ejemplo, en el libro Lenguaje popular de Jalisco (Brambila Pelayo, 1957), bajo talluda se dice: “Aplícase a la masa de maíz difícil de tortearse a consecuencia de estar empedernido el nixtamal por causa de su mal cocimiento. Lo mismo se dice de las tortillas apelmazadas”. En Centroamérica, la palabra tayudo se aplica a alimentos que son difíciles de comer, un árbol difícil de cortar o arcilla que es difícil de trabajar. Así, en el Manual del lenguaje criollo de Centro y Sudamérica (Bayo, 1931), tayudo/a se define como “Duro; difícil de masticar, de cortar o de torcer” y en el segundo volumen de la Semántica guatemalense, o Diccionario de guatemaltequísmos (Sandoval, 1942), tayudo/a “aplícase a las cosas que son o se ponen duras y, a la vez, elásticas: ‘esta carne está muy tayuda’”. En Hondureñismos (Membreño, 1897) se escribió “talludo”, lo que se definió como “Coriáceo. […] El árbol que sin ser duro cuesta dividirse no obstante los hachazos del labrador, es talludo; así como lo es el deudor de plazo vencido á quien el acreedor insta constantemente á que cumpla con su obligación, y no verifica teniendo medios y hasta voluntad del pagar”. Más recientemente, en el libro Alfarería lenca contemporánea de Honduras (Foletti-Castegnaro, 1989), la palabra “tayudo” se describe como “Difícil de amasar, rebelde en la elaboración [de alfarería]”. Finalmente, en el Diccionario campesino hondureño (Bentley, 2001) se aplica a las “tortillas viejas que son tan duras y que cuesta masticarlas y comerlas”. Por lo anterior, es muy probable que tlayudo en Oaxaca sea una pronunciación local de tayudo o talludo, palabra con una amplia distribución fuera del estado.
Esta misma palabra, talludo, en España se refiere a alguien o algo crecido. Parece entonces que el adjetivo talludo-tayudo, que en última instancia deriva del “tallo” con el sufijo adjetivador -udo (cf. peludo, barbudo, tompiatudo), experimentó un cambio metonímico en el español americano en el que ‘crecido’ se cambió a ‘resistente’. Tlayudo/clayudo es, entonces, la forma oaxaqueña de esta palabra.
Sigue siendo un misterio por qué talludo/tayudo cambió su consonante inicial t- a tl- en Oaxaca. Puede haber sido que esta palabra, tal vez sentida como algo arcaica o rural, fuera considerada erróneamente un mexicanismo y sufrió una retroformación al cambiar la t- inicial a tl-, en imitación de la africada característica del náhuatl. Los oaxaqueños aparentemente no estaban solos en la búsqueda de una etimología para esta palabra en un idioma indígena. En 1894, casi contemporáneo con el uso de la palabra por parte de Fenochio, el autor guatemalteco Santiago I. Barberena incluyó “Tayudo” entre sus “quicheísmos” (es decir, palabras cuyo étima se puede encontrar en el idioma k’iche’):
En resumen, según la interpretación aquí presentada, el origen de la palabra tlayuda/ clayuda se puede encontrar en el adjetivo español “talludo”, que en México y Centroamérica adquirió el significado de ‘resistente, fuerte, correoso’. Uno de sus usos prototípicos fue para describir ciertas tortillas. Ya en la década de 1890, el adjetivo se había transformado en tlayudo/a en la ciudad de Oaxaca y fue atestiguado poco después en el Istmo de Tehuantepec. Para la década de 1920, el adjetivo se había nominalizado (“la tlayuda”) para referirse a un tipo de tortilla y aparece por primera vez la pronunciación con el cl– inicial. Esperamos que una investigación futura pueda proporcionar evidencia sobre la fuente del cambio de t– a tl-.
Agradecimientos
Agradecemos a Aurelio Asiain por habernos señalado, por redes sociales, el artículo de Valdivieso. También agradecemos a Jorge Velasco Baltazar, de la Biblioteca Henestrosa, por facilitar la consulta de algunas fuentes de ese acervo, y a Kevin Terraciano por revisar algunas referencias en línea. Finalmente, agradecemos a Rosa María Rojas Torres el habernos señalado la semejanza entre “tayudo” en San Andrés Tuxtla, y “clayudo” en Oaxaca, lo que abrió el camino para este breve texto.
Notas
(1) Este contraste entre blanditas y clayudas ya fue señalado por Ana María Guzmán de Vásquez Colmenares, en su libro Tradiciones Gastronómicas Oaxaqueñas, de 1982, a quien algunos, sin fundamento, atribuyen la introducción de la variante tlayuda. (2) Curiosamente, se supone que la historia contada tuvo lugar en Teziutlán, Sierra de Puebla, donde ella nació. Nos resulta imposible en este momento saber si la palabra tlayudo se usaba allí o si fue una palabra que la autora “adoptó” a raíz de sus largas estancias en Oaxaca en las décadas de 1930 y 1940. (3) Esta fecha coincide con la solicitud del derecho de autor publicada en la Recopilacion de leyes, decretos y providencias de los poderes legislativo y ejecutivo de la union: Desde que se estableció en la ciudad de México el Supremo Gobierno, volumen 56, de 1892: “[…] ante vd. declaro en cumplimiento del art. 1, 234 del Código Civil, que habiendo compuesto y hecho imprimir á mi costa una novela titulada “El Cielo de Oaxaca,” me reservo el derecho de propiedad literaria que me corresponde como autor de dicha obra”.
Referencias Barberena, Santiago I. (1894). Quicheísmos. Contribución al estudio del folklore americano. San Salvador: Tipografía La Luz. Bayo, Ciro. (1931). Manual del lenguaje criollo de Centro y Sudamérica. Madrid: Rafael Caro Raggio. Bentley, Jeffery W. (2001). Diccionario campesino hondureño. Ceiba, vol. 42(2):79-157. Bradomín, José María [Guillermo Villa Castañeda]. (1960). Oaxaca en la tradición. México: sin Editorial. Brambila Pelayo, Alberto M. (1957). Lenguajepopular en Jalisco. Guadalajara: Editorial Brambila. Bravo Izquierdo, Donato. (1948). Lealtad militar (campaña en el estado de Chiapas e Istmo deTehuantepec 1923-1924). México: sin editorial. Fenochio, Arturo. sf [circa 1890]. El cielo de Oaxaca. Novela de costumbres. Puebla: Benjamín Lara. Foletti-Castegnaro, Alessandra. (1989). Alfarería lenca contemporánea de Honduras. [Tegucigalpa]: Editorial Guaymuras. Garza Cuarón, Beatriz. (1987). El español hablado en la ciudad de Oaxaca, México. Caracterización fonética y léxica. México: El Colegio de México. Lombardo de Caso, María. (1959). Una luz en la otra orilla. México: Fondo de Cultura Económica. Membreño, Alberto. (1982). Hondureñismos. Tegucigalpa: Editorial Guaymuras. (Primera edición de 1897). Monografías bibliográficas mexicanas. (1925). México: Secretaría de Relaciones Exteriores. (vol. 2-3) Peña, Moisés T. de la. (1950). Problemas sociales y económicos de las Mixtecas. México: Instituto Nacional Indigenista. Recopilacion de leyes, decretos y providencias de los poderes legislativo y ejecutivo de la unión: Desde que se estableció en la ciudad de México el Supremo Gobierno. (1892). México: Imprenta del Gobierno. (vol. 56). Sandoval, Lisandro. (1942). Semántica guate-malense, o Diccionario de guatemaltequismos, (vol. 2). Guatemala: Tipografía Nacional. Tamayo, Jorge L. (1950). Geografía de Oaxaca. México: Eds. El Nacional. Valdivieso, Eulogio R. (1926). “Leyenda de la venida de los Muertos en Todos Santos, en Tehuantepec, Istmo”. Mexican Folkways, vol. 2 (no. 9): 48-53.
El 14 de septiembre de 2020, Mario Benedetti hubiera cumplido 100 años. La obra del escritor uruguayo fue extensa y transitó prácticamente por todos los géneros literarios: escribió novela, cuento, ensayo, dramaturgia, poesía, guiones cinematográficos y canciones. Algunos de sus poemas se convirtieron en grandes éxitos al ser musicalizados por cantantes como Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat, Alaíde Costa, Nacha Guevara, Daniel Viglietti, entre otros. La adaptación al cine de su novela La tregua (1960), realizada por el argentino Sergio Renán, fue nominada, en 1975, al Oscar a mejor película extranjera, sin embargo, no resultó ganadora, imponiéndose ese año Amarcord, de Fellini.
Los primeros poemas publicados de Benedetti están fechados a finales de la década de 1940, sin embargo, el reconocimiento por su obra no llegaría sino hasta 1954, año en que publicó Poemas de la oficina. A partir de ese momento, su trabajo lírico se caracterizó por construirse con un lenguaje que preponderó la simplicidad y el discurso directo, con el objetivo primordial de comunicar. En palabras del propio Benedetti, “poetas comunicantes significa, en su acepción más obvia, la preocupación de la actual poesía latinoamericana en comunicar, en llegar a su lector, en incluirlo también a él en su buceo, en su osadía, y a la vez en su austeridad”.
El 27 de junio de 1973, Juan María Bordaberry, quien entonces era presidente de Uruguay, disolvió, con apoyo de las fuerzas armadas, la Cámara de Senadores y la Cámara de Representantes; acto seguido, instauró un Consejo de Estado “designado por el poder ejecutivo” que asumió las facultades legislativas, al tiempo que los militares fueron nombrados para desempeñar cargos en la estructura gubernamental y se suprimieron las libertades civiles. Estos sucesos marcaron el inicio de la dictadura cívico-militar que asoló al país hasta 1985.
El año del golpe, Mario era miembro del Secretariado Provisorio del Movimiento de Independientes “26 de marzo”, movimiento de izquierda que combatió la fascistización de Uruguay desde 1971. Al mismo tiempo, dirigía el Departamento de Literatura Latinoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República. Debido a su militancia contraria al régimen, Benedetti tuvo que salir del país exiliado hacia Argentina, lo que marcó fuertemente su obra posterior.
Los poemas que Mario escribió durante el exilio intentaron construir una memoria de lo ocurrido en la dictadura. La militancia literaria de Benedetti se sostenía en la idea de que el arte es un instrumento de transformación y de lucha, de denuncia. De esta época datan algunos poemas que se convirtieron en testimonio de lo ocurrido, por ejemplo, “Zelmar”, poema en el cual hace un homenaje a su amigo Zelmar Michelli- ni, uno de los fundadores de la coalición de izquierda Frente Amplio, y quien moriría asesinado en el exilio en Argentina.
Galardonado en 1999 con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana y en 2005 con el Internacional Méndez Pelayo, Benedetti murió el 17 de mayo de 2009, en Montevideo, debido a una enfermedad pulmonar.
A continuación les comparto un fragmento de “Hombre preso que mira a su hijo”, publicado en el libro Poemas de otros (1974). Para hacer memoria, para no olvidar.