EDITORIAL

No es una verdad oculta que el reconocimiento de nuestros grandes y pequeños logros nutre nuestras vidas y crea un círculo virtuoso que impulsa nuestra voluntad de superación y de perseverar en esos actos. Eso es precisamente lo que sucede con la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca cuando sus fundadores, don Alfredo Harp Helú y María Isabel Grañén Porrúa, reciben validación social e institucional por sus diversas labores filantrópicas en favor de México. En esta ocasión fue la Fundación Callia la que anunció para ellos el XI Premio Internacional de Mecenazgo 2026 en la categoría latinoamericana. ¡Enhorabuena por este galardón que fortalece el compromiso con el bienestar de los mexicanos!

Otra felicitación llega por razón del bicampeonato de los Diablos Rojos del México y por el gran cierre de los Guerreros de Oaxaca en el Estadio Eduardo Vasconcelos. También es motivo de celebración el premio Una Vida Dedicada a la Promoción Cultural otorgado al impresor, editor y músico Juan Pascoe.

En otros temas, desde el Centro Cultural San Pablo se reseñan una película del ciclo de cine japonés, así como la exposición “El muerto al pozo y el vivo al gozo” de Carlomagno Pedro Martínez. Otras exposiciones que se presentan en este boletín son: “De tela y metal” del Mufi y “Somos Oaxaca” de Terry MacComarck en la planta baja de la Biblioteca Henestrosa. Por su parte el MIO nos permite adentrarnos en el proceso creativo de la exposición “El reino de las nubes”. Mientras tanto, Andares del Arte Popular presenta al artesano del mes de octubre con sus máscaras de la Danza de los Diablos.

Por otra parte, la BS Xochimilco nos habla de la inclusión de las infancias con Trastorno del Espectro Autista a partir del proyecto “La biblioteca es para todos”, y Seguimos Leyendo innova con sus Relatos desde la penumbra en una exitosa colaboración con la Biblioteca Francisco de Burgoa. En el área de la conservación documental, Adabi Oaxaca aborda las medidas de preservación del apartado fotográfico del Fondo Personal Manuel R. Palacios Luna.

Finalmente, cerramos esta entrega con dos nuevas secciones: la Librería Grañén Porrúa nos hablará de los libros por medio de las historias de sus lectores, y la Biblioteca José Lorenzo Cossío y Cosío abrirá sus estantes para dar a conocer las joyas que encierra esta biblioteca personal.

Les invitamos a recorrer estas páginas deseando que cada texto de este boletín sea un recordatorio de que los logros individuales se transforman en un bien colectivo cuando se ponen al servicio de la cultura y la comunidad.


Premio Internacional de Mecenazgo, 2026

El 23 de septiembre, la Fundación Callia (Madrid, España) anunció que el C. P. Alfredo Harp Helú y la Dra. María Isabel Grañén Porrúa serán galardonados con el XI Premio Internacional de Mecenazgo 2026 en la categoría latinoamericana.

El Premio es una iniciativa social cuya misión es promover el mecenazgo en el arte mediante el ejemplo de grandes benefactores en tres categorías: española, latinoamericana e internacional. Callia inicia su actividad social en 2012, luego de que Carmen Reviriego —presidenta de la Fundación e impulsora de estos premios— realizara un viaje por Iberoamérica con la idea de escribir un libro sobre el apoyo económico de libre iniciativa al arte, todo a partir de una pregunta inicial: ¿qué es lo que lleva a un gran empresario a compartir su riqueza con los demás? La respuesta la obtendría de las entrevistas publicadas en su libro La suerte de Dar, lo que provocaría el surgimiento en 2015 de los Premios Iberoamericanos de Mecenazgo que, en 2025, evolucionarían para convertirse en los Premios Internacionales de Mecenazgo.

Este galardón reconoce no solo la aportación monetaria que los mecenas realizan, sino sus convicciones éticas y morales en su labor social en beneficio de la cultura y las personas. “La mejor inversión está en México” es la frase que caracteriza a don Alfredo Harp, y muestra el profundo amor que siente por su país, especialmente por Oaxaca, tierra que ha elegido para vivir y llevar a cabo gran parte de su labor filantrópica. Junto con su esposa, la doctora María Isabel Grañén, lleva poco más de treinta años brindando apoyo a la sociedad oaxaqueña y mexicana por medio de sus tres fundaciones: Fundación Alfredo Harp Helú, Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca y Fundación Alfredo Harp Helú para el Deporte. Así, el cariño fraterno que ambos sienten por México se traduce en la creación de bibliotecas, museos, proyectos de fomento a las ciencias y la lectura para infancias, instancias dedicadas al rescate del patrimonio documental y edificado, así como de iniciativas para el cuidado del medio ambiente y la salud de la población.

Las acciones de don Alfredo en beneficio de la sociedad mexicana, así como el amor por los libros, el arte y la cultura de México que expresa María Isabel los han llevado a ser elegidos para recibir este reconocimiento, pues resulta tangible el apoyo que, traducido en números, ha beneficiado a miles de personas. Esto gracias al otorgamiento de becas, el apoyo a artesanos, la inversión en infraestructura para la restauración de patrimonio edificado, el impulso a la investigación y divulgación de las lenguas y culturas de los pueblos originarios de Oaxaca y zonas colindantes, todo ello encaminado a promover una vida más digna y humana para los mexicanos.

En la categoría española los galardonados son los artistas Ben Jakober y Yannick Vu, quienes presiden la Fundación Yannick y Ben Jakober, dedicada a la conservación y restauración de bienes considerados patrimonio histórico español. En el rubro internacional es la coleccionista de arte Batia Ofer, presidenta de The Royal Academy Trust —institución del Reino Unido entregada a la promoción del conocimiento y las artes visuales—, quien será acreedora de este reconocimiento. La premiación se llevará a cabo el 2 de marzo de 2026 en una ceremonia solemne en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (palacio de Goyeneche, Madrid), que será presidida por S. M. la Reina Doña Sofía.


Diablura al cuadrado

“Rodado al picher, Anraku levanta, le pasa a Marmolejos y…, ¡los Diablos Rojos son los campeones del Centenario de la Liga Mexicana de Beisbol, en la celebración de su aniversario 85!”. Así se escuchó la última jugada del encuentro donde la Pandilla Escarlata se coronó por decimoctava ocasión, esta vez en el Estadio Panamericano, sede de los Charros de Jalisco.

Por segundo año consecutivo el México requirió únicamente de cuatro juegos para alcanzar el título, y acumuló la fantástica e inédita cantidad de 12 victorias ininterrumpidas en Series Finales, tomando en cuenta que el año anterior, ante Monterrey, y en el 2014, frente a Puebla, los Rojos también definieron por barridas.

Con base en un estilo de juego dinámico a la ofensiva y un picheo de relevo indomable, Lorenzo Bundy, manager del equipo capitalino, estableció una estrategia que le permitió superar en todos los sentidos a los Charros de Jalisco, quienes tuvieron ventaja en la pizarra en uno de los 36 innings que se disputaron en la tan bién conocida como Serie del Rey.

En un déjà vu de 2024, la Serie de Campeonato de la Zona Sur resultó el trampolín para que los Diablos Rojos se convirtieran nuevamente en una aplanadora al encarar el compromiso final. Entre la definición del título sureño ante los Piratas de Campeche y la Serie del Rey contra Jalisco, el México consiguió siete triunfos al hilo, después de que los bucaneros llegaron a tener ventaja de dos triunfos contra uno.

Siendo el beisbol un universo de números, el campeonato 18 coloca al club carmesí como el equipo profesional del deporte mexicano más ganador de todos los tiempos, además, la barrida sobre los Charros es la cuarta que consiguen en Series Finales (1974, 2014, 2024 y 2025), hecho único en la LMB. Al mismo tiempo, el bicampeonato de los Rojos es el cuarto en su historia inigualable, algo que ningún otro club puede presumir.

En otro caso sin precedentes, el primera base estadounidense de sangre dominicana, José Marmolejos, fue designado como el Jugador Más Valioso de la Serie del Rey por segundo año consecutivo, con un porcentaje de bateo de .667, 10 hits, 2 dobles, 2 cuadrangulares y 3 carreras empujadas, dejando en segundo lugar al panameño Allen Córdoba, quien lo superó en carreras producidas al alcanzar un total de 8.

Al ganar la corona en terreno ajeno, los escarlatas organizaron nuevamente un festejo con sus aficionados, donde la música, los fuegos artificiales y el show de drones solo fueron superados por el anuncio sobre Robinson Canó: el dominicano volverá para vestir la franela roja en 2026, temporada en la que el equipo buscará alcanzar la gloria de un tricampeonato, logro que se consumó por única vez hace 76 años.


Juan Pascoe “… también zapatea cuando hace libros”

El 23 de septiembre, en el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología e Historia, se llevó a cabo una ceremonia de reconocimiento a la destacada trayectoria de Juan Pascoe, impresor, editor y músico jaranero. La ceremonia fue realizada por iniciativa de la Fundación Carmen Toscano, quien por vez primera otorgó el premio Una Vida Dedicada a la Promoción Cultural. Para celebrar a esta figura de la imprenta mexicana del siglo XX y lo que corre del XXI, se reunieron los amigos más allegados de Pascoe: José María Espinasa, Gilberto Gutiérrez Silva, Antonio García de León, Benjamín Mora, Francisco Segovia, Adolfo Castañón, Javier Ramírez, Alejandra Moreno Toscano —patrona fundadora—, Juan Manuel Herrera Huerta —presidente de la fundación convocante, así como maestro de ceremonias—, y, por supuesto, María Isabel Grañén Porrúa, presidenta de Adabi de México.

Un breve video permitió a algunos recordar y a otros conocer la trayectoria del fundador del Taller Martín Pescador, imprenta que cumple ya medio siglo de existencia. Asimismo, este material proporciona un recorrido “virtual” por un espacio que ya poco se ve dentro del mundo de los libros en México: una imprenta en donde lo digital y automático no tienen cabida, al menos no en la ejecución.

El tenor de los discursos giró alrededor de lo que Juan Pascoe ha hecho posible gracias a la pericia con que desempeña su dedicada labor de impresor, desde la creación de tipos, la propuesta de nuevos formatos y diseños, hasta la formación de un grupo musical. La trayectoria que inició con su formación con Harry Duncan —uno de los mejores impresores norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX— terminó convirtiendo al homenajeado en un “impresor al servicio del español”, igual que sus antepasados. Un camino iniciado desde la Imprenta Rascuache, sello bajo el cual nacieron sus primeros trabajos como aprendiz. Las travesías transitadas para la creación de 987 obras —al momento— han sido variadas, según dieron testimonio los oradores; sus impresiones destacan por su sofisticación, producto del estudio, dedicación y maestría en la ejecución, pero también porque sus poseedores mismos las separan para resguardarlas o para presumirlas. Los disertadores no dejaron de lado la historia propia de la imprenta internacional y mexicana, así como la revaloración que ha hecho Pascoe de la imprenta novohispana, sin olvidar cómo es que su taller fue acondicionado en un antiguo trapiche en Tacámbaro, Michoacán, evocando especialmente sus olores a tinta y a papel.

La doctora María Isabel Grañén, siempre entrañable, afirmó que es el amor el que llevó a todos los presentes a dicho acto de reconocimiento, independientemente de su trayectoria como impresor “es un artista de la tipografía, las bellas letras y la jarana”, tejiendo un paralelismo entre las partituras musicales y los textos publicados por el Taller Martín Pescador, ya que en ellos se puede notar la “afinación” de la composición tipográfica, así como la “armonía de la caja”. Desde una sincronía entre música e imprenta, la doctora Grañén propone una manera distinta de apreciar la obra de Pascoe, quien “nos hace sentir la ejecución musical de las letras”.

La historia de Mono Blanco, el “grupo tribu” iniciado igualmente por Pascoe, también estuvo presente en los discursos, ya que su vida ha sido una combinación de estas dos artes: la música y la impresión, un “nudo entre la tipografía y la jarana”, como afirmara Tomás Segovia, y como insistiera el músico Gilberto Gutiérrez Silva, al decir que donde nació el Taller Martín Pescador también nació Mono Blanco.

Además, el reconocido rememoró parte de la vida cotidiana que le tocó vivir al lado de Harry Duncan y el motivo por el que nació la Imprenta Rascuache: una especie de provocación; “era como Sor Juana diciendo ‘Yo la peorʼ”, afirmó Pascoe. Refirió también cómo nació el nombre del taller y una breve historia sobre cómo se crearon sus primeras impresiones y, por supuesto, sus primeras clientas: Cristina de la Peña y Verónica Volkow, quienes lo presentaron en el ámbito de la cultura mexicana…, y fue ahí que “empezó todo”.

La celebración continuó con un concierto de Mono Blanco al que se unió Pascoe, y finalizó con la apertura de la exposición —en la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia— de una parte representativa de su obra impresa.


Mis líneas, tus líneas, sus líneas: Cine japonés en San Pablo

¿Qué es lo que define nuestra existencia? Más allá del lugar donde nacimos, la familia en la que crecimos (y cuya genética compartimos) o la cultura que adquirimos, está ese espacio interno donde nuestra persona se esculpe finamente y toma forma: se define. Quizás ese espacio interno se genere precisamente a partir de todos esos elementos… o, en algunos casos, probablemente contra todos ellos, o contra algunos. ¿Quién lo puede decir con certeza?

Norihiro Kaizumi dirigió Las líneas que me definen en 2022, cinta en la que el arte del sumi-e aparece no solo como una propuesta estética para interpretar la realidad, sino como un camino de redención. ¿Y qué es el arte, sino un camino —no siempre sencillo, pero siempre valioso— por el que muchos encuentran un sentido para sus propias vidas, una posibilidad de definición de sí mismos?

Sosuke es un joven que queda extasiado ante una obra realizada con la técnica del sumi-e. Está absorto, contemplando un cuadro mientras su emoción se desborda por los ojos. Lo que no sabe es que el maestro Kozan Shinoda lo está observando a la distancia, justo en el momento en que limpia su rostro con el dorso de la mano. A partir de ese instante se inicia un proceso de aprendizaje que seguramente durará toda la vida del joven, ya que el maestro lo invita a ser su aprendiz y él acepta.

La cinta sigue dos procesos de manera paralela, el de Sosuke y el de Chiaki, una joven que lleva la delantera en el camino, ya que a su edad es una artista reconocida en el sumi-e. Ambos han vivido distintas realidades, ambos han sido llamados a superar situaciones personales muy complicadas a las que solo el arte podrá dar una respuesta; porque, finalmente, solo una fuerza vital como el arte podrá reconfigurarlas y orientarlas de nuevo hacia una vida más luminosa.

El director nos lleva de la mano a conocer las pinceladas con las que toma forma el sumi-e: algunas de gran envergadura, otras delicadas. Unas existen como fuerza que sostiene a la obra, otras son sutilezas que insinúan presencia de tallos, hojas, pétalos, lágrimas. Es necesaria una precisión que solo se logra con el trazo personal, la cual dará vida al espacio en blanco por medio de la tinta que debe estar exactamente en la densidad que precisa el papel y el pincel, y no otra.

Chiaki ha perdido su trazo personal en el afán de imitar el trazo del maestro. Sosuke, en su proceso de aprendizaje, es reprendido por el maestro debido al riesgo de perderse a sí mismo, de renunciar a su expresión personal en aras de dominar una mejor técnica al querer imitar el trazo de otros. Ambos, por momentos, parecen haberse extraviado en el camino que lleva a la esencia del sumi-e. Sin embargo, la vida y sus acontecimientos los orillan a darse cuenta de que son las propias experiencias, justo aquellas que los han marcado, lo que les ayudará a dominar este arte y a lograr su expresión personal.

Así, las líneas trazadas por cada uno van definiendo quién es quién. Líneas gruesas, de potente color azabache, que conforman un sendero, un risco, una fiera temible de enormes proporciones. Líneas delicadas, de trazos diluidos, en tonos que van del negro profundo al gris clarísimo, líneas que apenas se insinúan formando juncos flexibles, tallos, finísimas floraciones que dan vida a conjuntos armoniosos.

Líneas y líneas. Líneas distintas para cada uno, propias de cada uno. Líneas que definen a las personas, pues son expresión de la óptica con la que cada uno va mirando la vida. Líneas que son producto de la pincelada que cada uno traza en la hoja de papel que le tocó pintar.

Porque, finalmente, en la vida sí se nos da un tramo de papel muy diferente a todos, y un pincel o una brocha, y de cuando en cuando cada uno vamos hallando tintas diversas para intervenir el espacio en blanco. Es así como paso a paso vamos decidiendo cuáles líneas nos definirán, o bien, si de plano renunciamos a trazarlas estrujando el papel o dejándolo en blanco. Quiero creer que la mayoría, con los pinceles que tenemos a la mano, podemos realizar una obra que, al ser contemplada por alguien más, sea capaz de mover sus fibras más sensibles y quizá, quizá… también pueda tocar su vida.


El eco de 1998 y la fórmula de un contendiente

Jugadores del equipo Guerreros de Oaxaca. Fotografía: Eduardo González

La temporada 2025 de Guerreros de Oaxaca quedará marcada como una de las más sólidas en la historia del club. Con un porcentaje de victorias de .576, el tercero más alto desde su fundación, el equipo alcanzó una cifra que remite directamente a un año inolvidable: 1998. Aquella fue la última vez que Guerreros firmó exactamente ese porcentaje…, y terminó levantando el único campeonato de su historia. Hoy, 27 años después, el eco de aquella hazaña vuelve a resonar, impulsado por un proyecto que combina estrategia, carácter y hambre de victoria.

Una ofensiva diseñada para dominar
En 2025, Guerreros se erigió como la ofensiva más peligrosa de la liga cuando se considera el efecto del estadio. El equipo no solo bateó para .320 (2° en la liga), sino que impuso autoridad con un OBP de .404 y un SLG de .514. Lideró la liga en dobles (210) y en hits (1,056), y fue segundo en carreras anotadas (686) y carreras impulsadas (645).

La clave estuvo en la profundidad del line-up: nueve bateadores regulares por encima del .400 de OBP. Del capitán Alexi Amarista, ejemplo de consistencia y liderazgo, a los bates encendidos de Nelson Velásquez, Reynaldo Rodríguez, Yonathan Daza, Ricardo Valenzuela, Yariel González, José Carlos Ureña, Abraham Almonte y Emilio Bonifacio, todos supieron encontrar la manera de llegar a base y producir. Incluso Daza, el único sin SLG mayor a .500, compensó con un OBP de élite y defensa impecable.

Talento que otros dejaron ir y el núcleo que creció en casa
Guerreros detectó, rescató y potenció talento que otros equipos no supieron valorar. Bonifacio llegó desde Aguascalientes, Almonte desde Tabasco, Daza fue liberado por Tecolotes, Rodríguez provenía de Tigres y Amarista de El Águila de Veracruz. Aquí se les dio algo más que un uniforme: confianza, tiempo para madurar y un entorno donde el hambre de victoria es contagiosa.

A este núcleo se sumó el talento que ya estaba en casa y que este año dio un salto de calidad. José Carlos Ureña firmó una temporada muy superior a la del año pasado, elevando notablemente su promedio, su capacidad de embasarse y su poder. Ricardo Valenzuela, tras una gran campaña anterior, mejoró aún más su productividad ofensiva. Jorge Flores repuntó su OBP y su consistencia en el contacto, mientras que Sebastián García respondió con bateo sólido (.311 AVG, .408 OBP) cada vez que se le dio oportunidad.

El picheo reconstruido con bisturí
En el montículo, el cambio fue quirúrgico. El scouteo previo a la temporada identificó perfiles que encajaban en el plan de juego: Kyle Barraclough, Robert Dugger, Taylor Lehman, Blake Whitney, Reid Birlingmair y J.P. Woodward transformaron el rostro del staff, reforzando a veteranos como Radhames Liz. La apuesta por Christian Alvarado pagó con creces (11 HLD, 11.57 K/9). Edwar Colina, llegado desde Aguascalientes, dominó con una efectividad de 0.63. Thiago Da Silva, desde Durango, no permitió carreras. Aleaziz y Miranda, que ya vestían la casaca desde el año anterior, encontraron continuidad y un rol claro.

Superando la altitud y cerrando juegos
El desafío de lanzar en el Estadio Eduardo Vasconcelos, a más de 1500 metros sobre el nivel del mar, se enfrentó con un plan específico: ajustar repertorios, cuidar las zonas y rotar inteligentemente. El resultado: un bullpen que acumuló 69 apariciones preservando o cerrando ventaja (holds + salvamentos). Esa capacidad de asegurar los finales de juego fue decisiva para ganar series contra rivales directos.

El último año del Vasconcelos: afición y fortaleza en casa
El 2025 quedará también como el último año del histórico Estadio Eduardo Vasconcelos. La afición se volcó en las gradas y convirtió cada juego en casa en una fiesta de apoyo incondicional. Esa energía se reflejó en el terreno: Guerreros firmó un récord de 30 victorias y solo 17 derrotas como local, el cuarto mejor registro de la liga respecto a los juegos en casa. El Vasconcelos se despidió como un verdadero bastión, consolidando la identidad del club en su territorio.

Matemática y calidad humana: la filosofía del éxito
Nada de esto es producto del azar. El secreto para armar un equipo contendiente se resume en dos pilares: matemática y calidad humana. Matemática para comprender, con base en estadísticas, cómo encaja cada pieza y cómo convertir talento en victorias. Calidad humana para generar un entorno donde el jugador se sienta valorado, respaldado y libre de explotar su potencial. Guerreros no actúa con precipitación: apoya al jugador en los momentos difíciles, le da espacio para levantarse y lo integra a un grupo que no solo juega, sino que compite para ganar.

Con esa filosofía, Guerreros de Oaxaca cierra la temporada regular como algo más que un contendiente: un equipo que sabe por qué está aquí, que entiende cómo llegó hasta este punto y que mira hacia adelante con una sola meta en mente: el campeonato.


De tela y metal: La historia numismática de Oaxaca en el Mufi

¿Alguna vez te has imaginado pagar con un billete impreso en tela o con monedas acuñadas a toda prisa en medio de las montañas? La historia monetaria de Oaxaca está llena de episodios tan extraordinarios como reveladores, donde el dinero fue mucho más que un medio de intercambio: se convirtió en símbolo de resistencia, ingenio y soberanía.

La exposición “Oaxaca en circulación: monedas y billetes, patrimonio oaxaqueño” —organizada por el Museo de la Filatelia de Oaxaca en colaboración con el Club Numismático Oaxaqueño— abre una ventana hacia estas fascinantes historias por medio de las dos salas temáticas donde actualmente se encuentra en exhibición.

La primera, dedicada al papel moneda, revive el momento en que Oaxaca se declaró Estado Libre y Soberano durante la Revolución, bajo el gobierno de José Inés Dávila en 1915. Ante la urgencia de sostener la vida económica y política de un gobierno en resistencia, se emitieron billetes en distintas denominaciones que, además de circular como recurso económico, funcionaron como un manifiesto de autonomía regional. Estos billetes guardan detalles sorprendentes: al combinar las letras de sus series podían formarse las palabras “JUAREZ” y “P. DIAZ”, un guiño simbólico entre pasado y presente revolucionario. También destaca la variedad de materiales utilizados, pues, ante la escasez de insumos, se recurrió al papel de libretas contables e incluso a la tela para crear piezas tan resistentes como raras, que hoy son verdaderos tesoros de la numismática.

La segunda sala recorre la historia de las monedas en Oaxaca, desde las acuñaciones insurgentes de Morelos durante la Independencia hasta la creación de la Casa de Moneda en 1857, autorizada por Ignacio Comonfort y con Benito Juárez al frente del gobierno estatal. Aunque sus primeras emisiones fueron toscas, esta casa llegó a producir piezas que circularon ampliamente antes de su cierre en 1893.

El recorrido incluye también el episodio de 1915, cuando el mismo Dávila ordenó acuñar una moneda propia como emblema de soberanía estatal, dando origen a una de las series más extensas y extraordinarias del periodo revolucionario. Con grabados elaborados y el busto de Juárez en el anverso, estas monedas de oro, plata y cobre se convirtieron en un testimonio de la capacidad organizativa y la aspiración de autonomía de Oaxaca.

Pero la historia no termina ahí: la numismática oaxaqueña continuó en desarrollo mediante diversas medallas y a través de la representación de Oaxaca en las monedas nacionales, reflejando la vida política, económica y cultural de la región a lo largo del siglo XX y hasta nuestros días.

En conjunto, la exposición revela cómo cada billete y moneda narra una historia de lucha, creatividad y orgullo. Son piezas que no solo circularon en mercados y manos de ciudadanos, sino que también transmitieron mensajes políticos, proclamaron soberanía y dejaron una huella imborrable en la memoria colectiva.

Visita esta exposición que habitará nuestras salas hasta noviembre de este año, y descubre cómo la historia de Oaxaca se escribió en papel… y en metal.


“Somos Oaxaca, 1972-1977”: Cómo llegué a Oaxaca y conocí a mi futura esposa

Corría el año 1972. Yo tenía 26 años. Acababa de dejar mi trabajo como periodista en Ottawa, Canadá, y me dirigía al sur, a Ecuador. No sabía nada de Oaxaca. Por ello, a diferencia de la avalancha de turistas que ha invadido la ciudad en las últimas décadas, no tenía mucho interés en pasar una temporada aquí. Viajando de aventón y en autobús, llegué hasta la Ciudad de México. Allí conocí a Kyle, una mujer de California que me propuso tomar el tren a Oaxaca. Me dijo que le serviría de ayuda para sentirse más segura; ella, por su parte, me ayudaría con mi inexistente español.

Al llegar a Oaxaca nos registramos en el Hotel Francia y nos dirigimos al Bar Jardín para comer algo. Allí conocimos a Manuel, una persona encantadora que se acercó a nuestra mesa y estuvo charlando con Kyle, los dos parecían conectar mientras alternaban el español y el inglés. Durante los días siguientes Manuel se reuniría con nosotros en el Bar para luego guiarnos por la ciudad, claramente intentando impresionar a Kyle. Yo, básicamente, le seguía la corriente.

Me pareció bien hasta que, una semana más tarde, decidí que era hora de volver a la carretera. Mi plan era llegar a las afueras de la ciudad, sacar el pulgar y empezar a acortar la distancia que me separaba de Ecuador. Me habían dicho que la carretera estaría llena de tráfico en dirección sur a esa hora de la mañana, así que no tendría ningún problema en conseguir un aventón. Ese era el plan.

Llevaba una hora haciendo autostop cuando un coche se detuvo justo delante de mí. Tomé mi mochila y corrí hacia la puerta abierta. Pero cuando estaba a punto de entrar, me encontré cara a cara nada menos que con Manuel. Con una amplia sonrisa y una expresión en la cara que parecía decirme: “Mira nomás dónde te vine a encontrar”; me preguntó adónde pensaba ir. “Al sur”, le dije, “a Ecuador”. Manuel meneó la cabeza y, levantando el dedo índice, me dijo que yo no podía ir a Ecuador. “No, ¡te vienes conmigo!”, dijo. Tengo otros planes. Y con eso, Manuel giró el coche y me llevó de vuelta a Oaxaca.

Haciendo caso omiso de mis protestas, Manuel me llevó al Hotel Francia, donde finalmente me reveló lo que tenía en mente. Me explicó que a primera hora de la mañana siguiente iba a venir con una buena amiga, una profesora de inglés muy guapa, interesada en un intercambio lingüístico con un hablante nativo de inglés. Se llamaba Ofelia y, según Manuel, me olvidaría por completo de Ecuador en cuanto la conociera. Lo admito, tenía mis dudas. Pero Manuel estaba en lo correcto. Ciertamente, poco sospechaba yo de cómo su llegada a rescatarme de mis fantasías sobre Ecuador terminaría transformando mi vida como nunca lo hubiera imaginado.

No solo otra atracción turística
Llevo tomando fotos desde que tenía 15 años. Es una de las formas que tengo de dar sentido al mundo. Como resultado, una cámara me acompaña casi a todas partes. Hoy en día, sin embargo, basta un móvil para captar algunos de los increíbles atractivos de Oaxaca. Sus coloridos muros y portales, sus tradiciones artísticas y culinarias de fama mundial, y sus ruinas prehispánicas. Pero mucho más impresionante es su gente. Los oaxaqueños que viven y trabajan aquí, gente para la que su ciudad no es solo una atracción turística más, una aventura gastronómica o una meca para los aficionados que vienen a saborear el mejor mezcal del mundo. Al menos para mí, Oaxaca es eso: su gente. Ellos son su verdadero corazón y alma, oaxaqueños que pueden afirmar genuinamente: “Somos Oaxaca”.

En esencia, de eso trata esta exposición: de oaxaqueños que amablemente me permitieron fotografiarlos. Ofelia, por ejemplo, con quien más tarde me casaría, así como los miembros y amigos de su familia. Mi grupo de amigos cercanos que me enseñaron español y me adoptaron como uno más de su grupo con quienes salíamos a fiestas, organizábamos picnics y asistíamos a diversos actos sociales. Gente que conocí en Las Mesitas, así como personas que encontré en las calles, callejones y entornos rurales de Oaxaca: vendedores ambulantes de comida, comerciantes, taxistas, indígenas que vendían sus productos, niños que jugaban en la calle y familias que me permitieron tomarles fotos. Luego estaban las multitudes que crean el bullicio del mercado central de Oaxaca, así como sus jornaleros, algunos de los cuales se pasan el día arrastrando enormes trozos de carne por las abarrotadas calles, al grito de “¡Golpe! ¡Golpe!”

Cómo Manuel me rescató de mí mismo
No llevaba mucho tiempo en Oaxaca cuando empecé a deshacerme de mi vieja ropa y a vestirme con camisas bordadas de colores y huaraches. Luego mis papilas gustativas cambiaron, mi aburrida dieta canadiense fue sustituida por memelitas, chiles rellenos, tacos y enchiladas bañadas en mole. De manera más profunda, sin embargo, se estaba produciendo un cambio mucho más significativo. Mi sentido de mí mismo —la sensación que tenía de quién era yo— empezó a cambiar. Esto sucedió cuando empecé a expresarme más en español. De alguna manera, el idioma me permitía ser más expresivo emocionalmente de lo que nunca había sido en inglés. Me sentía mucho más animado, más abierto y más sociable de lo que mi habitual timidez me permitía. En resumen, me estaba convirtiendo en una persona diferente.

Como escribió Octavio Paz en su clásico El laberinto de la soledad: “Ser uno mismo es siempre llegar a ser ese otro que somos, y que llevamos oculto en nosotros, más que ninguna otra cosa, como promesa o posibilidad de ser”.

Han pasado más de 50 años desde que Manuel me arrastró de nuevo a Oaxaca. Seguramente pensó que venía a rescatarme. Pero no de cualquier plan que yo hubiera tenido de viajar de aventón hasta Ecuador. Había llegado para rescatarme de mí mismo. Era como si no solo Manuel, sino Oaxaca misma, estuvieran allí para ofrecerme, como escribe Paz, la promesa o la posibilidad de ser, de convertirme en ese otro que llevamos oculto en algún lugar de nuestro interior. En esencia, convertirnos en nuestro auténtico yo. Solo puedo esperar haber estado a la altura de la promesa.


La biblioteca es para todos

Talleres para infancias con TEA. Fotografías: Acervo de la BS Xochimilco

A lo largo de más de medio año, desde la BS Xochimilco, hemos planteado nuestro lugar como un espacio de cultura para la diversidad. Si bien durante muchos años se han realizado múltiples actividades que buscan la inclusión de personas con discapacidad, un sector que cultural y socialmente se ha enfrentado con mayor frecuencia a la incomprensión es el de las infancias con Trastorno del Espectro Autista (TEA).

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (2022) se describe a este trastorno como un grupo determinado de afecciones en la interacción social y la comunicación, presentando también algunos patrones atípicos de conducta y desórdenes sensoriales. Todo lo anterior se enmarca bajo el término “espectro”, por la variedad e intensidad de síntomas presentados.

Un discurso más reciente utilizado por especialistas en el tema y por la misma comunidad autista, apunta a un término acuñado por la socióloga Judy Singer, quien planteó el uso del término “neurodiversidad”, el cual hace referencia a la diversidad de cerebros y mentes humanas. Desde esta mirada se busca promover la comprensión y aceptación de las variaciones cerebrales, incluyendo a las personas con autismo. En consecuencia, y bajo estos criterios, desde la Biblioteca hemos pensado en la necesidad de llevar a cabo actividades dirigidas a buscar la inclusión de las infancias con TEA y sus familias en espacios culturales.

Durante 7 meses hemos colaborado con Nora Crespo, una madre de familia y especialista en la promoción del aprendizaje desde la neurodiversidad. Esta colaboración surgió a partir de la observación de sus visitas a la Biblioteca, las cuales suceden de manera muy cuidadosa y cuando la afluencia de usuarios es baja, esto con la intención de evitar que su hijo sufra alguna crisis. Ella, como otros padres y madres, buscan espacios para el desarrollo de sus hijos, sin embargo, se enfrentan continuamente a estigmas y etiquetas que repliegan su participación social y cultural en espacios públicos.

Escuchar atentamente el camino que ha recorrido, nos motivó a consolidar un espacio mensual para que las infancias que viven con TEA disfruten de las actividades de nuestra biblioteca. Y, al mismo tiempo, contribuir a que madres, padres, tutores y cuidadores puedan sentirse bienvenidos y escuchados en una comunidad.

Fue así como nació la sección de nuestra cartelera a la que denominamos “La biblioTEcA es para todos”, mediante la cual desarrollamos dos estrategias principales: un taller mensual para niñas y niños con autismo cuya finalidad es fomentar actividades artísticas, la lectura e integración sensorial; y un taller para padres, madres y cuidadores, donde se busca la expresión y contención de emociones y vivencias. Asimismo, llevamos a cabo una función de cine relajado planeada bajo condiciones sensoriales estrictamente pensadas para que las infancias con TEA disfruten del cine, sin el riesgo de experimentar alguna crisis sensorial.

La afluencia a nuestras actividades ha ido incrementando y cada vez hay más asistentes constantes en nuestros talleres. Nada hay tan efectivo para derribar nuestros prejuicios como la convivencia cotidiana con quienes han sido etiquetados como diferentes (Molina, 2010). Y para lograr esto la biblioteca tiene un lugar privilegiado como potenciador de la convivencia en diversidad. Estas actividades tienen el objetivo de brindarle a las infancias con TEA y sus familias la oportunidad de aprender, divertirse, disfrutar del espacio y de los libros, sentirse aceptados y reconocidos mucho más allá de las etiquetas y de los estigmas.


“El muerto al pozo y el vivo al gozo”, una exposición de Carlomagno Pedro Martínez

En él se asienta, ahonda y edifica, cumple una edad amarga de silencios y un reposo gentil de muerte niña, sonriente, que desflora un más allá de pájaros en desbandada.
José Gorostiza, Muerte sin fin, 1939

Carlomagno Pedro Martínez (1965) nació en la comunidad zapoteca de San Bartolo Coyotepec, en los Valles Centrales de Oaxaca. De familia de artistas y cobijado por las leyendas de su abuela Herminia, desde muy joven comenzó a trabajar con la escultura. Bajo la tutela del artista Roberto Donís, se incorporó al Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo para formar parte de la primera generación del llamado movimiento plástico oaxaqueño.

El legado del gran artista e ilustrador hidrocálido José Guadalupe Posada (1852-1913), especialmente con su célebre Calavera garbancera o Catrina, resulta señero en la obra del maestro.

Reconocido con premios nacionales e internacionales, su trabajo se centra en las tradiciones fundacionales de la cultura mexicana. Como portavoz de grandes creadores de la comunidad de San Bartolo, esta vocación se ve reflejada en la creación y permanencia del Museo Estatal de Arte Popular de Oaxaca —sito en dicha comunidad—, donde se hilvanan motivos, historias, mitos y costumbres de las ocho regiones del estado en textiles, barro, cantera, hojalata y almas de alebrije.

“El muerto al pozo y el vivo al gozo”, exposición que actualmente tiene lugar en las salas de vestigios y capitular del Centro Cultural San Pablo, reúne casi cuarenta piezas en torno al binomio vida-muerte que, desde tiempos muy antiguos, forma parte de nuestra memoria colectiva. Paseantes, plañideras, catrinas, borrachos, barqueros, animales, ángeles y demonios deambulan por estos lares terrenales con la consigna de que pueden volver en la fiesta de los difuntos. Al tiempo, tzompantlis o muros de cráneos se acompañan de representaciones de la madre tierra primigenia, como nueva Tlatecuhtli o Coatlicue, quien nos recuerda que, en la cosmogonía de los ancestros, todo forma parte de un mismo ciclo.

En cuatro núcleos temáticos: La jocosa muerte, Muertos de maíz, Regresan los difuntos y Tzompantli, los públicos encontrarán un recorrido visual en las grandiosas obras del maestro Carlomagno Pedro Martínez, artista de mirada lúcida, manos de tierra y corazón de barro negro.


Medidas para preservar el apartado fotográfico del Fondo Personal Manuel R. Palacios Luna

El pasado 3 de mayo se inauguró la exposición “Las vías del progreso”, ejecutada de manera conjunta por el Archivo General del Estado de Oaxaca, Adabi Oaxaca y el Museo Infantil de Oaxaca. En dicho evento, se presentó parte del legado del Lic. Manuel R. Palacios Luna derivado de su gestión como gerente general de los Ferrocarriles Nacionales de México (1946-1952).

En esta muestra se destacó el despliegue de 30 impresiones fotográficas seleccionadas del apartado fotográfico del fondo personal de este destacado oaxaqueño. Estas constituyen un testimonio visual único de las obras de modernización ferroviaria del país: desde la construcción de vías y puentes hasta la remodelación de talleres y estaciones, pasando por escenas en las que comunidades locales, obreros e ingenieros participaron en las obras. Cabe destacar que estas acciones son evidencia de la ejecución del Plan Alemán que impulsaba la renovación de la red ferroviaria mexicana con la implementación de la vía ancha y el cambio de locomotoras de vapor a diésel. En este contexto, es posible establecer el valor individual de estos ejemplares, porque son el complemento ideal para comprender muchos de los pasajes que se pueden examinar en el fondo personal documental Manuel R. Palacios Luna.

Ahora bien, más allá de que la fotografía es un medio técnico de registro, constituye un patrimonio cultural invaluable: cada imagen fotográfica encierra información histórica, estética y social que se vuelve testimonio insustituible del tiempo. Sin embargo, la naturaleza material de su composición y de los procesos fotográficos las hace susceptibles al deterioro, y esta colección de más de 2000 fotografías no fue la excepción. Por ello, la conservación y restauración fotográfica requieren de un enfoque integral que abarca desde el diagnóstico hasta la implementación de medidas preventivas de resguardo.

Después de una valoración exhaustiva del material fotográfico del fondo Palacios, se constituyó un plan de trabajo que encabezó la especialista en conservación y restauración fotográfica del AGEO, Marlen Vera Ruiz. El punto de partida fue el diagnóstico, que constituyó el análisis pieza por pieza del material. Esto implicó identificar el tipo de técnica fotográfica (plata gelatina), tipo de soporte (primario, secundario), factores de deterioro (polvo, roturas, dobleces, deformaciones, abrasión, craqueladuras, faltantes, amarillamiento, manchas por humedad, ataque de insectos, ataque de microorganismos), estado actual del material y tratamientos a realizar.

Una vez concluido dicho análisis, se pudo constatar que las fotografías presentaban diversos daños que comprometían su integridad física y, en algunos casos, la lectura de la imagen, por lo que fue necesario recurrir a algunos procesos de conservación y restauración. El más complicado fue la corrección de plano ejecutada por la especialista que, a decir verdad, abarcaba casi un tercio de los ejemplares. Además, es preciso destacar la limpieza mecánica para eliminar polvo, partículas y manchas superficiales. También se llevó a cabo la consolidación de emulsiones mediante adhesivos reversibles y gelatina grado fotográfico aplicados bajo lupa. Finalmente, se realizó la reintegración física por medio de refuerzos e injertos de papel japonés, utilizando adhesivos neutros y soportes secundarios que devolvieron la estabilidad al material sin alterar su lectura visual.

Cada ejemplar fue protegido en sobres —guardas de primer nivel— de papel libre de ácido y, posteriormente, fue acomodado en cajas de polipropileno —guardas de segundo nivel—, confeccionadas por la especialista Marlen Vera Ruiz y su equipo de trabajo.

En conclusión, hoy este acervo está protegido y abierto al público gracias a un paciente trabajo de conservación, estabilización y, más recientemente, digitalización, procesos realizados durante más de tres años bajo diversas circunstancias y pese a múltiples dificultades. Así, no solo se preserva la memoria de un ilustre personaje oaxaqueño, sino también una parte esencial de la historia de uno de los principales medios de transporte que surcaron los caminos de México.


El Museo Textil de Oaxaca en camino: Hilos, risas y aprendizajes

A finales de 2024, el Museo Textil de Oaxaca fue invitado por la FAHHO Itinerante a participar en un viaje muy especial. No era un viaje con maletas ni boletos, sino con madejas de hilos, agujas que parecían pinceles y tintes naturales que guardan los secretos de flores, raíces y cortezas. Este viaje tuvo como destino escuelas, patios y plazas de diferentes comunidades de Oaxaca, donde las infancias los esperaban con mucha curiosidad.

FAHHO Itinerante es un programa de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, cuyo propósito es llevar actividades gratuitas a distintos pueblos y barrios del estado. Se trata de una caravana cultural que viaja ligera, pero que llega a cada destino cargada de posibilidades gracias al esfuerzo de filiales hermanas como las Bibliotecas Móviles, la Casa de la Ciudad, el Museo Infantil de Oaxaca, el Museo de la Filatelia de Oaxaca y, por supuesto, el Museo Textil de Oaxaca.

En este recorrido, las alianzas con educadores, representantes comunitarios y autoridades locales han sido fundamentales. Gracias a ellos, las actividades llegan a buen puerto: los salones de clase se convierten en talleres, los patios se transforman en telares colectivos y las bibliotecas se llenan de hilos de colores.

En lo que va de 2025, dos comunidades de los Valles Centrales han abierto sus puertas y sus vidas a esta experiencia: Teotitlán del Valle y San Francisco Lachigoló. Allí la niñez ha descubierto que los hilos no solo sirven para coser ropa, sino también para dibujar caminos; que las cuentas brillan como estrellas en miniatura; que los estampados son huellas de flores y figuras que parecen cobrar vida; y que el telar es una ventana hacia mundos de colores infinitos.

Las actividades no se viven como clases, sino como juegos. Cada puntada es un reto, cada estampa una sorpresa, cada tejido una historia compartida. En los ojos de la niñez se refleja el asombro de descubrir que, con paciencia y creatividad, sus propias manos son capaces de dar lugar a la belleza.

Pero el viaje no termina en cada taller. El objetivo común de las filiales por medio de la FAHHO Itinerante es crear una gran colcha didáctica, compuesta por fragmentos que representan las distintas actividades creadas para las infancias. Esta colcha será mucho más que una manta: se convertirá en un mapa colectivo de experiencias, un diario textil para resguardar la memoria de juegos, aprendizajes y descubrimientos.

Cada retazo contará una historia: la alegría de quien aprendió a enhebrar por primera vez, el orgullo de quien terminó un tejido sencillo pero hermoso, la mirada curiosa de quien estampó una flor sobre tela. Juntos, esos retazos formarán una obra que abraza, enseña y recuerda.

Son estas experiencias las que hacen especial a este proyecto, el cual se ofrece de manera gratuita, porque cuando la cultura se comparte sin barreras, se convierte en semilla fértil. En cada actividad, las infancias aprenden mucho más que una técnica: descubren la importancia la paciencia de la creación, el trabajo en comunidad, y la alegría de aprender jugando.

El MTO y la FAHHO Itinerante nos recuerdan que las infancias no solo merece espacios de cuidado, sino también de inspiración. Sembrar en la niñez el amor por la cultura es una manera de asegurar que las tradiciones continúen vivas, renovadas y luminosas.

Cada visita, cada taller, cada juego con hilos y tintes naturales deja una huella. El MTO continúa su andar convencido de que estos viajes no son un destino, sino un camino que seguirá creciendo. Y en ese camino lo más valioso no son los materiales ni las técnicas, sino la certeza de que el arte textil puede convertirse en puente: un hilo que une a la tradición con la infancia, al juego con la memoria y a la comunidad con la esperanza.

Porque, al final, los hilos no solo sirven para unir telas, también sirven para unir corazones.


Diseñar ciudades y aprender jugando

Al principio parece una sala de museo como cualquier otra: vitrinas, luces tenues y cerámicas que parecen guardar secretos en su silencio. Pero al cruzar la pirámide todo cambia. De pronto, Monte Albán se enciende en colores y risas. Niños trepando, construyendo templos diminutos, tejiendo en colectivo, cocinando con ingredientes de juguete. La ciudad antigua se vuelve un patio vivo, donde el pasado no se mira a través de un vidrio, sino que se toca, se arma y se reinventa. Y entonces surge la pregunta inevitable: ¿cómo se diseñó un espacio en el que aprender es casi lo mismo que jugar?

“El Reino de las Nubes” es la cuarta exposición didáctica del Museo Infantil de Oaxaca y nació con una ambición clara: compartir con la niñez oaxaqueña los valores esenciales de Monte Albán y la civilización zapoteca. No se pensó como una sala solemne, sino como una ciudad viva, dividida en barrios. En cada uno se explora un universo distinto: los oficios de los artesanos, la arquitectura y el urbanismo, la comida, la medicina tradicional y la agricultura, la astronomía prehispánica, el juego de pelota, la religión y la espiritualidad. Todo está diseñado para que niñas y niños de cero a trece años encuentren algo qué hacer, ya sea competir, crear, colaborar o simplemente imaginar.

El mayor reto era este: lograr que el juego fuera intuitivo. Que no hiciera falta un manual ni un adulto explicando siempre las reglas. La idea era que los niños entendieran qué hacer apenas acercarse, guiados por la curiosidad, los colores y las formas, sin necesidad de instrucciones complicadas. Diseñar para la infancia implicó pensar en movimiento, en interacción constante y también en seguridad, para que cada actividad pudiera disfrutarse libremente, sin barreras ni temores.

Gran parte de los juegos, experiencias y contenidos de la exposición nacen de una idea muy sencilla, pero poderosa: Aunque Monte Albán es un símbolo enorme para Oaxaca, pocos imaginamos cómo era la vida diaria en esa ciudad. Para darle forma a esa visión, además de la investigación histórica, se creó un Consejo Infantil de Diseño: un grupo de diez “expertos” de entre nueve y once años que compartieron con nosotros sus maneras favoritas de divertirse en un museo. De sus ocurrencias surgieron ideas maravillosas, propuestas que a los ojos de un adulto podrían parecer disparatadas, pero que resultaron esenciales para conectar con el público infantil y aprender jugando.

El proceso creativo fue un verdadero trabajo en equipo entre diseñadores, museógrafos y educadores del museo. Para empezar a generar ideas, visitamos la zona arqueológica de Monte Albán y otros museos especializados en el tema con la intención de observar cómo se contaba ahí la historia. A partir de esas experiencias, cada integrante del grupo aportó miradas distintas: unos se enfocaron en la estética de los espacios, otros en la claridad del mensaje y otros en cómo facilitar la participación de los niños. El proceso se parecía a un taller de juego colectivo: bocetos en servilletas, referencias de juguetes tradicionales, adaptaciones de juegos modernos. Desde el principio teníamos claro que los niños debían tocar, mover, transformar. Esa fue nuestra regla de oro.

Los prototipos se probaron con el Consejo Infantil. Ahí llegaron muchas sugerencias que lo cambiaron todo: “Que los punzones de hueso suelten tinta para simular sangre de sacrificios”, “que se puedan usar máscaras para ser como dioses”, “faltan ingredientes para los tamales”. Cada propuesta nos confirmó que íbamos por el camino correcto y que, al involucrar a los niños en el proceso, estábamos logrando diseñar un museo verdaderamente pensado para ellos.

Los materiales también se escogieron con esa lógica. Había que crear objetos seguros y resistentes, pero que fueran capaces de conservar la textura y el encanto de lo artesanal. Maderas ligeras, textiles coloridos, superficies fáciles de limpiar. Todo pensado para que los módulos fueran llamativos y accesibles, para que se sintieran reales sin ser peligrosos, y para que el juego pudiera fluir sin límites.

Cada módulo fue concebido de tal manera que el aprendizaje suceda de forma natural por medio del juego. Un rompecabezas armable del “plato del buen comer zapoteco”, con el que los niños descubren la dieta prehispánica; una adaptación del tenis de mesa inspirada en el juego de pelota, que enseña tanto la dinámica física como su sentido ritual, político y social; una tumba a la que se puede bajar para comprender la importancia de los rituales destinados a los muertos; un telar colectivo donde, al mismo tiempo, muchas manos tejen y descubren los principios básicos del tejido. En todos los casos, la idea fue transformar temas complejos en experiencias vivas y memorables.

Desde la inauguración, el pasado 14 de septiembre, hemos tenido la oportunidad de ver cada módulo en acción. Decenas de niñas y niños han explorado la exposición, apropiándose de los espacios y llevándolos hasta sus propios límites. Algunos inventan reglas nuevas, otros combinan juegos y muchos simplemente se dejan llevar por la emoción de descubrir. Lo cierto es que todos se divierten, disfrutan y, sin darse cuenta, aprenden en cada actividad. La exposición no solo les ofrece maneras de jugar, sino que abre la puerta para que ellos mismos imaginen nuevas formas de hacerlo.

“El Reino de las Nubes” nos recuerda que los museos no tienen que ser silenciosos ni solemnes para enseñar; también pueden ser espacios llenos de risa, movimiento y asombro. En cada barrio el juego se convierte en una llave para entender mejor el legado zapoteca y, al mismo tiempo, en una oportunidad para convivir, crear y descubrir. La invitación está abierta para que familias enteras vivan esta experiencia: el Museo Infantil de Oaxaca te espera de martes a domingo, de 11 de la mañana a 6 de la tarde, para recorrer juntos esta recreación de Monte Albán llena de vida, donde aprender es tan natural como jugar.


Relatos desde la penumbra, una fructífera colaboración

Lectores voluntarios. Fotografía: Vanessa Méndez

Con dos funciones abarrotadas, Relatos desde la penumbra se ha convertido en una de las propuestas culturales más atractivas de la ciudad. El ciclo, organizado por la Biblioteca Francisco de Burgoa en colaboración con el programa Seguimos Leyendo de la FAHHO, ofrece lecturas dramatizadas que devuelven a la voz oral el poder de reanimar la historia y la tradición.

El ciclo inició el 29 de agosto en la Biblioteca Burgoa, donde los pasillos históricos se llenaron de voces que revivieron antiguas leyendas de Oaxaca. Posteriormente, en la presentación del 12 de septiembre llevada a cabo en el Centro Cultural San Pablo, la respuesta del público volvió a ser contundente, registrando un lleno total que confirmó el interés por este formato innovador.

La actividad destaca por ofrecer una experiencia distinta: los asistentes escuchan relatos inspirados en el acervo documental de la Biblioteca Burgoa y en las tradiciones orales oaxaqueñas, presentados por narradores voluntarios que logran transmitir la riqueza histórica y literaria en un ambiente íntimo y cautivador.

El éxito de ambas funciones refleja tanto la calidad artística de las adaptaciones como la creciente demanda de propuestas culturales que acerquen al público al patrimonio documental y narrativo del estado. Así, Relatos desde la penumbra amplía la oferta cultural de Oaxaca, fortaleciendo el vínculo entre comunidad, historia y palabra viva.

Agradecemos de manera especial a las siguientes personas: la Dra. María Isabel Grañén Porrúa, la Lic. Penélope Orozco y la Mtra. Elvia Acosta de la Biblioteca Burgoa; al equipo de Seguimos Leyendo: la Dra. Socorro Bennetts, la Lic. Gabriela Rubielas y a los lectores Uriel Chávez, Fabiola Zubieta, Julia Remedios, Cecilia Morales, Eduardo Navarro y Edgar Olmedo; así como al Mtro. Alan Vargas, por su trabajo en el guion. Gracias por su invaluable apoyo y colaboración en este proyecto.

En suma, con dos llenos totales y un recibimiento entusiasta, el proyecto confirma su relevancia dentro de la agenda cultural de la ciudad y se perfila como un espacio imprescindible para seguir explorando la memoria colectiva desde la voz de sus narradores.


Máscaras de Juxtlahuaca: El arte de tallar identidades

Las danzas de Juxtlahuaca, específicamente la Danza de los Diablos, se celebran durante la fiesta patronal de Santiago Apóstol.

La historia de Alejandro Jesús Vera Guzmán, maestro en la talla de máscaras, inicia con un pequeño Alejandro —de tan solo tres años— jugando a tallar un huesito para simular una máscara, una de esas imponentes piezas que dan vida a las danzas de su pueblo natal, Santiago Juxtlahuaca. Como todo juego, este también era simbólico: el pequeño Alejandro, embebido y maravillado por la música de viento, el ritmo de la chilena mixteca, el golpe del chicote y los trajes de chivarras, no hacía otra cosa que recrear ese entorno gozoso. Esa simple muestra de manipulación de un huesito llevaba impresa toda la fuerza de su herencia cultural y su genuina creatividad. Ese pequeño gesto creativo encapsuló, para el porvenir de Alejandro y su comunidad, las prácticas culturales de la talla y la danza.

Las danzas de Juxtlahuaca, específicamente la Danza de los Diablos, se celebran durante la fiesta patronal de Santiago Apóstol, el 25 de julio, así como en el carnaval que antecede a la Cuaresma. En estos momentos festivos, las máscaras y los disfraces se convierten en dispositivos culturales que facilitan la expresión y la diversión en la medida en que permiten la transgresión de normas sociales, la crítica mordaz y la inversión de distintos roles. También hacen posible transfigurar la propia identidad, representar a los espíritus o invocar la protección y el cambio.

En palabras más simples, las máscaras propician el juego, la creatividad y la libertad. Eso lo sabía Alejandro Jesús desde los 10 años, cuando decidió crear su primera máscara tradicional de madera, después de haber experimentado con elaboraciones en papel maché. Como en otros niños de su comunidad, en él latía el deseo de participar del juego, de la danza, pero su padre no podía comprarle una, así que encontró una solución rápida y simple: tallar su propia máscara. Fue hasta su tercer intento que la gente se interesó en adquirir sus creaciones, y así comenzó su camino en ese mundo que él mismo describe como mágico.

Un camino nada fácil… La materia prima de las máscaras de Juxtlahuaca es la madera de ahuehuete que, como señala su nombre (“viejo del agua”), es muy húmeda; de modo que, para poder trabajar con ella, es necesario dejarla secar a la sombra durante dos años. Una vez seca —como indica el maestro Alejandro Vera—, se hace un bosquejo en bulto, después se detalla con precisión, y enseguida se pinta con blanco de España para tapar todos los poros y lograr un acabado liso, una especie de lienzo que ha de recibir los colores que otorgarán su identidad final a la pieza. Cuando se trata de máscaras de diablos, se realizan incrustaciones de cuernos de chivo, toro o venado, obtenidos de animales de la región; los ojos son de esmalte y las pestañas, de pelo de res.

Para el maestro Alejandro, el uso de una máscara en la danza de los diablos, o en cualquier otra danza, guarda un profundo significado, porque quien la porta experimenta una transformación: cambia su piel por la que le otorga el nuevo personaje. Para Vera Guzmán, el hecho de hacer que cada máscara sea única es, al mismo tiempo, otorgar identidad a cada danzante y adquirir la suya propia como artista. “Nadie conoce al diablo, así que, para corregirme, tendrían que haberlo visto”, dice el maestro Alejandro. Y aquí radica la potencia creativa que este personaje le concede: el desconocimiento del diablo hace factible que ese ser posea todas las identidades posibles otorgadas por el artista, tantas personalidades como danzantes y creadores hay.

Pese a que Vera intenta que sus máscaras sean diferentes, también busca que guarden la esencia de Santiago Juxtlahuaca, por eso mezcla lo tradicional con lo artístico. Su propósito no es que su trabajo sea reconocido como “las máscaras de Alejandro” o como las del taller familiar. Su objetivo es promover la cultura y las tradiciones de Juxtlahuaca por medio de las máscaras, con la certeza de que esta práctica no se perderá.

Por ello, para los nuevos creadores, el maestro Alejandro Vera resalta la pasión, la paciencia y la perseverancia como aliados en la elaboración de máscaras y de cualquier otra artesanía. Asimismo, destaca la galería de Andares del Arte Popular como un espacio donde no solo se exponen obras de la más alta calidad de distintos artesanos —incluido él—, sino como un lugar que refleja la diversidad cultural y de las tradiciones artesanales que existen en Oaxaca. En este mismo sentido, quien visite Santiago Juxtlahuaca y el taller de la familia Vera Guzmán encontrará máscaras talladas con maestría y un referente en la preservación de la riqueza cultural de la Mixteca. Allí, las máscaras son un puente entre generaciones, un refugio de la memoria colectiva y un recordatorio de que la identidad —individual y comunitaria— seguirá vibrante mientras haya quien la celebre, la talle y la baile al pulso de
los chicotes de los diablos.


Gente que lee: Todas las mañanas, breves milagros

Imagina que son las nueve de la mañana y entra una pareja a la librería donde trabajas. Perdón, para empezar, piensa que trabajas en una librería. Luego haz de cuenta que la ciudad ya se ha quitado las lagañas, se ha lavado la cara y se ha recogido el cabello. La ciudad ya amaneció: ya no es fresca con esa luz amarilla que abraza, sino más bien tranquila, a punto del trote, muy cerca de la carrera, pero niña aún. Se escucha el remanso de la plática de personas que se dirigen a alguna parte sobre el Andador Turístico. Asomas el rostro por la reja de la ventana y a la derecha ves a las trabajadoras del Monte de Piedad que barren la banqueta; al lado izquierdo, el chico de la galería ya regó agua para imitar el gesto. Tú sacas las suculentas a las ventanas, acomodas los brazos de la sábila para que no dañe ni sea dañada. Soplas el alféizar de ambas ventanas y pides al día que sea bueno. Recuerda, estamos imaginando.

Entonces, la pareja. Ella, una mujer de mediana edad, camina con la seguridad que dan los años a la espalda —levemente encorvada— y a la cintura —ágil—; lleva el cabello suelto, echado un poco detrás de las orejas; los ojos, abiertos, con sombras de color azul cielo. Se nota tranquila. Él, un hombre con el cabello largo atrapado en un nudo detrás de la cabeza, raíces totalmente blancas; leves ojeras enmarcan un par de ojos sonrientes. Se le nota feliz. Entran de la mano, pero una vez que él ha mirado a su izquierda y ella a su derecha, los dedos se separan poco a poco hasta despedirse por completo. Él se va a ver los libros pequeños que están a un costado del mueble de las gorras —Biblioteca Portátil, de Editorial Periférica; Nuevos Cuadernos, de Anagrama; libros sobre arte, de Casimiro—; ella, las novedades. Nos dan los buenos días en momentos diferentes. Son amables, sonríen. Y van en silencio, cada uno por su lado, observando libros.

Los toman con cuidado de los estantes. Los leen con atención. Hojean una página, dos. Una vez que les he dado los buenos días no tengo nada más que decir, solo me queda esperar a que alguno de ellos requiera un título, un precio o la dirección del sanitario. Le doy una hojeada al libro que tomé hace un momento de la sección de editoriales oaxaqueñas. Ella está casi frente a mí, se acerca a preguntarme por un libro. No recuerda ni el título ni el autor, solo una parte de la historia, y vagamente el nombre del protagonista. Sonrío y respondo: “Aura, de Carlos Fuentes”. Le indico dónde está y ella va hacia allá. Él se ha sentado en la ventana con un libro en las manos, pero luego voltea hacia la calle y se pierde, no vuelve a abrir el ejemplar. Se pasa los dedos de la mano que tiene libre por la zona debajo de la nariz, como si tuviera un bigote tupido, pero no hay nada ahí, solo alguna sensación de seguridad, o de duda, o de nostalgia. Ella ha encontrado a Aura, pero también a los buenos vecinos de los que habla Walter Benjamin: Cristina Rivera Garza, por un lado, Elena Garro, por el otro, una novedad de un querido conocido, Daniel Saldaña París.

Te pedí que imaginaras todo esto porque sucedió esta mañana. Y la anterior, y la anterior a la anterior. Todas las mañanas somos testigos de breves milagros de tranquilidad: de la calma que da entrar a una tienda de libros, aunque solo sea para sentarte, hojear un libro o simplemente mirar por la ventana imaginando posibilidades.


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