Virtud y bálsamo de las palabras

Paz: Cuando uno se perdona.
Juan Camilo, 8 años

Palabra: Yo soy las palabras que salen de tu dulce boca y llegan a mi
propio corazón, el alma me dice que tus palabras soy yo.
Michel Yuliana, 10 años

Con motivo del Diplomado Internacional en Cultura de Paz y Literatura promovido y financiado por la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca y la ULSA Puebla, invitamos, en esta ocasión, a docentes colombianos a compartir su mirada sobre el tema y nuestro programa académico.

Yo nací cuando había guerra, y durante décadas hemos padecido en Colombia una guerra terrible que muchos se han negado a reconocer, a pesar de miles de muertos, desaparecidos, desarraigados, agredidos de mil formas, expoliados. Una guerra a la que algunos hemos intentado oponernos con algo tan inservible, parece, como las palabras. Leyendo cuentos, testimonios, poemas, escribiendo, conversando con diferentes personas de lo que les sucede en el alma, en su vida misma que se escribe, a voluntad, en una hoja. O en sus bocas que cuentan tímidas y temblorosas dolores y tristezas; al nombrarlos buscamos que no sucedan de nuevo, y así encontrar juntos caminos para perdonarse y perdonar, porque fuimos todos y, en breves pero hondos instantes, fuimos su adentro. Nos miramos a los ojos, nos respetamos: en la mayor de las sinestesias pudimos vernos en las palabras.

En nuestros países compartimos muchas situaciones: esa violencia que tantas veces empieza en el hogar fermenta en el adentro, se esparce iracunda y se vuelve cuerpo en el día a día de muchos. Hay que desarmar los espíritus y este diplomado piensa y trabaja en eso, así como en repensar también nuestra paz o nuestra zozobra para entender cuál es el trato que damos a los otros, que también soy yo. Debemos vernos a los ojos y usar lo que las palabras entregan para ayudar a sanarnos. Decía la escritora española Irene Vallejo:

[…] Estoy convencida que entre los muchos motivos que generan la violencia es esa frustración e impotencia de lo que no somos capaces de verbalizar, que solemos enterrar en nuestro interior, con las injusticias, las decepciones, el dolor, la tristeza, lo no verbalizado acaba convirtiéndose en violencia.

Sabemos que “cultura” viene de cultivar, esto nos emparenta con el ritmo de las plantas que, en medio de los terrenos más hostiles y adversos, con terquedad, paciencia y entereza pugnan por medrar, crecer, fructificar. Es bueno conversar y que el trabajo que hacemos, como el empeño de las plantas, nos permita a todos vivir, florecer.

La cultura de paz es como esta tenacidad de las flores, un esfuerzo para generar relaciones que nos permitan mirarnos a los ojos, encontrarnos, escucharnos, expresar nuestras ideas sin que el entorno se convierta en un campo de guerra: respetarnos en la diferencia. En situaciones marcadas por violencias sociales y políticas, construir esta cultura supone utilizar todas las herramientas posibles para remendar el tejido social roto.

Entender es nuestra obligación, como dijo muchas veces la filósofa alemana Hanna Arendt. Y para hacerlo es preciso escudriñar la realidad, enfrentarla con toda su gama de grises, explorar cómo nos hemos convertido en lo que somos… hallarnos en nuestra complejidad y diversidad. La literatura, el periodismo, los testimonios, las fotografías son fundamentales para lograrlo, y el aula de clase y las bibliotecas son lugares propicios para hacerlo.

Es precisamente de los episodios traumáticos de nuestras historias y los temas duros sobre lo que debemos conversar en el aula. Porque hoy los niños y los jóvenes tienen sus cabezas atiborradas de inquietudes a las que buscan explicaciones. Si no se las damos, ellos las buscan en otros lados…, ¡donde sea! Y en el reinado de las redes sociales el debate, por lo general, es reemplazado por la rabia; el que piense distinto, el contradictor, se convierte fácilmente en enemigo. No podemos valorar la paz si reducimos la guerra a un juego de amigos y enemigos, de buenos y malos, más bien, tenemos que atender y comprender la diferencia. Las novelas, las crónicas y los cuentos, nos llevan a mirar el mundo desde diferentes puntos de vista. En sus páginas podemos ver y entender al otro… La literatura corre velos, nos muestra verdades que el fanatismo y el sectarismo ocultan.

Las realidades de México y Colombia tienen muchos aspectos en común. Y ya que nos alimentamos de las experiencias de otros, los paralelismos nos sirven para trazar nuevas rutas, es por eso que el Diplomado en Cultura de Paz y Literatura nos motiva a compartir lecturas, a apropiarnos de nuevos textos que fortalecerán nuestra percepción del mundo y nuestra labor en el aula.

Los miedos y prejuicios que experimentamos son similares; en nuestros países hay quienes siguen pensando que los niños no tienen criterio, desconocen que se borró, hace años, la concepción del menor como ser incompleto y dependiente. Los niños y los jóvenes tienen derecho a conocer en qué mundo viven, a ser protagonistas de la cultura de paz. ¿Qué pasaría si el Estado, la familia y la sociedad cumplieran con su papel de garantes de los derechos de la infancia y adolescencia en nuestros países?

Para responder esta y otras dudas fundamentales hacia una cultura de paz, es necesaria una forma diferente de pensar y relacionarnos con los otros y con el mundo, una que obstaculice la tarea de los que, desde el poder, quieren crearnos y volvernos enemigos para llevarnos a nuevos conflictos. ¡Es tan necesario diseñar ambientes donde volvamos a creer en el otro, donde el miedo no nos paralice…! Debemos hacer pausas, detenernos y rastrear los porqués de tantos sinsabores.

Hace poco un estudiante de 10 años me dijo: “La guerra es por el odio” y su padre, un exmilitar, dio las gracias a la lectura por habilitar un espacio de diálogo con su hijo sobre un tema que creía vetado. “No sabía —reconoció— que de ‘eso’ (la guerra) podía hablar con él”.

Esto escribió una joven después de leer Crecimos en la guerra, una serie de crónicas sobre niños y jóvenes que han sufrido la violencia. “Ahora puedo ver una Colombia que se desangra. Ahora mi mente ya no es víctima de la ignorancia. Esta obra me muestra un conflicto que camina al pie de la indiferencia”. Son vivencias de jóvenes que, como todos los de su edad, tienen ilusiones, ganas de ser, de construir. Pero solo algunos pueden realizar sus sueños y para otros no existe ni siquiera la posibilidad de imaginarlos. Lo más bello es que la mayoría de los lectores expresa su interés en aportar con un granito de arena a que esta violenta realidad cambie: “¿Qué podemos hacer para que esto no se repita?”, preguntan.

El Diplomado en Cultura de Paz y Literatura en el aula es una especie de respuesta a esta pregunta, una invitación a leernos, a escucharnos, a reflexionar sobre un hecho al que no le dedicamos el tiempo que requiere: Detrás del odio y las balas se mueven muchos y diversos intereses. La invitación es a mirarnos a los ojos y entender que no estamos hechos para matarnos entre nosotros, que todos tenemos los mismos derechos y merecemos respeto y un lugar digno en el mundo. Como dice Ida Vitale: “La poesía busca sacar de su abismo ciertas palabras que puedan constituir el tejido de cicatrización en el que todos andamos sin saberlo”.


Dos librerías, dos niñas

Una de las salas de la Librería Grañén Porrúa. Fotografía: Acervo Librería Grañén Porrúa

En estas breves líneas, dos lectoras nos hablarán de su experiencia como asiduas transeúntes de las librerías. En cada experiencia observaremos cómo estos espacios, a diferencia de las bibliotecas, muestran un crisol de actividades y sensaciones que podemos experimentar entre el bullicio propio de los lectores; ahí la diferencia con las bibliotecas, que rinden más un homenaje al silencio consensuado.

Al principio no lo creía, pero, en efecto, hay personas que desde quince minutos antes de las 9 de la mañana ya están buscando libros. Quién lo diría. “¿A poco sí se venden los libros?”, me preguntaron mis tíos cuando les conté que ahora trabajaba en una librería en el centro. “Sí, va usté a creer, y mucho”. Bien bonito se siente cuando entran las mamás con los chamacos y les dicen: “Vamos a ver qué hay, ¿está bien? Solo vamos a ver”. Y cada quien termina llevándose un ejemplar. Digo, es mi trabajo: vender los libros, recomendarlos. Pero también contarlos, acomodarlos, sacarlos de las cajas cuando llegan, guardarlos cuando van de regreso, buscarlos cuando alguien pregunta por alguno y sé que lo he visto por algún lado… Sí que se venden, pero más atinado sería decir, sí que se lee.

Ya era tarde y todavía no nos acostumbrábamos al horario de Francia, pero queríamos conocer la librería Shakespeare & Company. Estábamos por el río Sena y era nuestra única oportunidad de visitarla porque (como buenas viajeras) teníamos un itinerario demasiado ajustado.

¡Era la primera vez que me tocaba hacer fila para entrar a una librería, estaba a reventar de gente! Mi mamá comentó que ojalá hubiera así de gente en su librería de Oaxaca. Ya era tarde y estaban a punto de cerrar, así que solo dejaban entrar a quienes fueran a comprar algo, y no a chismosas como nosotras. Como no podíamos regresar otro día, pero teníamos tantas ganas de entrar, cuando el guardia de la entrada nos preguntó si queríamos comprar, respondimos inmediatamente que sí.

Una vez adentro nos sorprendió un tumulto de gente y de libros. El lugar no me pareció tan grande como me lo imaginaba, o a lo mejor me pareció así porque ya empezaban a cerrar. Se me hizo curioso que hubiera tantos libros en inglés y no en francés. Había todo tipo de títulos: desde los más conocidos hasta los que están casi agotados. Y vi que muchas personas compraban solo bolsas de tela y otros recuerditos de la librería.

Pero era tanto que no sabía qué ver, además de que nos estaban apurando para que pudiera entrar más gente. Normalmente me gusta tomarme mi tiempo para elegir con calma, pero esta fue la visita más rápida del mundo. Vimos lo larga que era la fila para pagar y, sin decir una palabra, salimos de ahí con las manos vacías.

Durante el resto del viaje, leí la novela La librería más famosa del mundo, que justamente habla de Shakespeare & Co. Me encantó poder imaginarme todo a detalle porque ya la conocía. Me enteré que arriba de la librería hay cuartos para alojar visitantes, así que, si alguna vez se te ocurre ir a París y no tienes dónde quedarte, piensa que Shakespeare & Company te da posada a cambio de que leas un libro al día y ayudes en la tienda.

Comentar que la calle donde se aloja la librería en que trabajo es concurrida, sería decir poco. Por otro lado, decir que es bonita, sería exagerar. Bonitas las mujeres que pasan caminando vendiendo fruta picada, bonitos los niños que al diez para las ocho van corriendo a clases arrastrando la mochila. Bonito el sol que de mañana le pega a las paredes de todo Macedonio Alcalá. Su belleza radica en lo que ofrece y resguarda: mundos enteros, personajes interesantes e historias para cada gusto lector.

Cuando “el andador” —como coloquialmente se le conoce a la calle Macedonio Alcalá— se llena de calendas, manifestaciones, una lectura de poesía, un cantante callejero, andar es lo que menos se puede hacer. Así que ahí está la librería donde trabajo, en el 104 del Andador. Estoy segura de que si te tomas tu tiempo y te das una vuelta por cada sala, por cada estante, querrás volver una y otra vez.

Las razones por las que vas a una biblioteca o a una librería son diferentes, al margen, claro está, de la posibilidad económica que conlleva. Sin embargo, los libros ahí están, en ambos espacios, listos para ser leídos.


El archivo del templo de San Juan Chilateca

Mapa de San Juan Chilateca, 1760. Fotografía: Acervo Adabi Oaxaca

El templo católico dedicado a San Juan Bautista Chilateca, está ubicado en el municipio del mismo nombre, en el distrito de Ocotlán en los Valles Centrales. Ahí se resguarda un archivo conformado por cuatro cajas con los documentos del archivo histórico, tres cajas con libros litúrgicos y una con discos de vinilo, en su mayoría con temas religiosos. En general, el archivo contiene documentos de fechas recientes con información sobre devociones y tradiciones populares, usos y costumbres en la organización de la feligresía de la población, historia de las intervenciones en el inmueble, elección de mayordomías, administración del templo por parte de la Junta vecinal –que son los encargados de la iglesia, etc.

Aquí no se encuentran los registros de la administración sacramental, sino en la cabecera parroquial de Santa Ana Zegache. Sin embargo, durante el proceso de organización del archivo se identificaron, entre los documentos más antiguos, un conjunto que no correspondía con la administración de la iglesia, sino con asuntos judiciales del pueblo de San Juan en el siglo XVIII. Incluso se conserva un inventario de 1880 que enlista estos testimonios junto con los objetos de la iglesia. De hecho, algunos inventarios tienen el sello del Juzgado Constitucional, pues en las comunidades regidas por el sistema de usos y costumbres muchas veces no existe una separación entre la Iglesia y el Estado.

Entre estos documentos se encuentran dos expedientes fechados en 1735 que contienen diligencias realizadas ante el alcalde mayor de la cabecera de San Lorenzo Zimatlán, por el despojo en 3 mojones en los parajes nombrados Guelavecho, Lachiloveo y Sebasiguiñi, donde estaban unas piedras clavadas que fueron retiradas por el pueblo vecino de San Antonino. Después de la presentación de varios testigos, el pueblo de Chilateca pudo recuperar la posesión de sus tierras.

También se encuentra un bello mapa elaborado en 1760 que representa los principales linderos. Según el diagnóstico realizado por la asesora especializada en restauración del AGEO, María Magdalena Heredia, mide aproximadamente 63.6 por 40.5 cm, tiene un soporte de tela aprestada y está pintado en acuarela y tinta ferrogálica. Se encuentra adherido a una caja por la parte superior y, a manera de pergamino, se enrolla hacia adentro por medio de un bastón de madera.

El mapa tiene una cartela con la descripción de las tierras a partir de unas letras señaladas en el espacio geográfico. Ahí se muestran los terrenos de particulares del pueblo de San Jacinto, las tierras arrendadas por los de San Juan Chilateca al pueblo de San Martín, al bachiller don Juan Joseph Ortiz de Velasco y a Miguel Sánchez, las despojadas por los de San Antonino y Santo Tomás, así como las que gozan para sembrar los de Chilateca sin contradicción alguna.

En algún momento las autoridades civiles de San Juan Chilateca debieron resguardar en el templo los testimonios de los límites de su pueblo. Por eso, ahora el archivo conserva importantes fuentes de información para la historia de la comunidad. Muchos de los archivos locales mantienen invaluables tesoros que se han conservado gracias al celo de sus custodios; ahora es nuestro trabajo brindarles asesoría para su organización archivística, y así garantizar su conservación.


Golpe a golpe, el diablo despierta

Desde tiempos ancestrales, los pueblos de la Mixteca entendían que la vida es una danza entre la luz y la sombra, entre el bien y el mal, y que ambos habitan en el corazón de todos. Es por eso que la figura del diablo, difundida por el cristianismo, pudo alzarse como símbolo de libertad, y su presencia esculpió las fiestas patronales. Cada 25 de julio, Santiago Juxtlahuaca se llena de música y danza. Dos mayordomías marcan el ritmo de la fiesta: la del barrio de Santo Domingo y la del Centro. Ahí, los diablos aparecen solitarios o en grupo saliendo de las casas, bailando al son de las chilenas, enfrentando a los moros, hasta que alguien cae y es llevado, en triunfo o derrota, en brazos de quienes encarnan al diablo.

Entre estos rituales y bailes, el maestro Alejandro Jesús Vera Guzmán encontró su voz golpeando la madera de sabino hasta darle forma. Pasaron años, y la máscara que había soñado cobró vida. No buscaba una venta, era solo para bailar, para ser uno más de los diablos que llegan solos. Entre las gubias y la madera descubrió que no había límites para lo que podía crear. Sus manos nunca hicieron bocetos, solo asestan golpes precisos, como los de su zapateado, directos al corazón de la obra.

El taller del maestro Vera es un santuario del diablo, donde el sabino espera años para secarse. Después, las herramientas diseñadas por los mismos artesanos le arrancan poco a poco la forma: los ojos de vidrio que todo lo ven, las pestañas de toro, los cuernos de otros animales. Cuando Alejandro trabaja, el taller evoca las montañas mixtecas, se llena de historias antiguas y de danza. Cada máscara lleva en su rostro fragmentos de Juxtlahuaca, de sus paisajes y sus secretos. El maestro no busca copiar un rostro, busca tallar una emoción: la furia, la risa, el misterio. El diablo es su libertad, su compañero, su historia. Cada máscara es única, una pieza de la historia que aún sigue viva, resonando en Andares del Arte Popular.


Los actos notariales de los distritos del estado de Oaxaca en manos del juez receptor (1614-1931)

Fotografías: Acervo del Archivo Histórico de Notarías del Estado de Oaxaca

El Archivo Histórico de Notarías del Estado de Oaxaca, por invitación de la Biblioteca Fray Francisco de Burgoa de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca, presenta, en la Sala de Exposiciones de la misma, la muestra denominada “Los actos notariales de los distritos del estado de Oaxaca en manos del juez receptor (1614-1931)”.

En este recorrido podremos disfrutar de algunos documentos que pasaron ante los jueces receptores de los diferentes distritos que formaron el estado de Oaxaca en el periodo que va del virreinato al México Moderno. Estos actos notariales fueron el resultado de la función de los jueces receptores que actuaron ante la falta de notarios públicos en los lugares más apartados del estado.

En esta exposición queremos resaltar la importancia de la labor del juez receptor, pues gracias a ellos tenemos los libros de protocolos, apéndices y minutarios que forman el Archivo Histórico de Notarías. Durante el periodo temprano del virreinato, los alcaldes mayores y tenientes fueron quienes desempeñaron la función del escribano, y ya muy avanzado este periodo el cargo fue asumido por los subdelegados, quienes otorgaban la fe pública a los actos y hechos que pasaron ante ellos. Ya para mediados y finales del siglo XIX, los jueces de primera instancia fueron los encargados de investir de fe pública los documentos notariales ante la falta de notarios públicos.

Los jueces receptores elaboraron escrituras de ventas de casas, esclavos, tierras, haciendas y ranchos, además de testamentos, poderes, contratos, convenios, memorias testamentarías, certificaciones, hipotecas, préstamos de mutuo, protocolizaciones de escrituras, adjudicaciones de bienes, entre otros.

El acervo notarial de la sección de jueces receptores cuenta con documentos que datan de 1614 hasta 1940. La exposición nace a partir de los avances de los trabajos de catalogación de la sección de jueces receptores que el equipo encargado de estas funciones realiza día con día en este acervo. Al ver la riqueza de los documentos que se fueron registrando en la base de datos, se decidió hacer la selección de uno de los tantos instrumentos públicos que forman los libros de los distritos para poder mostrarlos, y qué mejor forma de hacerlo que en la sala de la biblioteca; para que un gran número de personas puedan tener acceso a estos tesoros escondidos de los pueblos de Oaxaca. En esta muestra podrás apreciar: el nombramiento de un escribano, que es el más antiguo del acervo (1614); protocolizaciones de títulos de composiciones de tierras, en mixteco y zapoteco; contratos, ventas y donaciones de tierra. Todo gracias al quehacer de los jueces receptores, quienes también fungían como escribanos y que actualmente conocemos como notarios públicos.

En la inauguración de la exposición daremos a conocer, para su consulta, los nuevos catálogos de los distritos de esa sección del archivo. Invitamos a que nos visiten estudiantes, académicos, público en general y, sobre todo, las comunidades de Oaxaca.

Los documentos presentados en esta exposición son una pequeña muestra de lo que puedes encontrar en el archivo de notarías. Si deseas conocer más de cerca la función del juez receptor, visita la exposición que se mantendrá durante los meses de marzo y abril del presente año. Además, si quieres consultar los libros de protocolos en donde se encuentran los documentos seleccionados, escríbenos al correo ahnoaxaca@gmail.com solicitando una cita para que lo puedas hacer en la Sala de Consulta de la Biblioteca Francisco de Burgoa, de lunes a viernes de 10 a 15 horas.

Así que, si te gusta conocer la historia, pero en particular la de los pueblos de Oaxaca, visita la exposición: te llevarás una gran experiencia.


La luz que da color a los 90 años de Shinzaburo Takeda

Oaxaca ha sido luz pura en mi vida, y en la obra del maestro Shinzaburo Takeda brilla con más intensidad. Sus destellos dan un toque especial en los paisajes, los mercados y la gastronomía; también deslumbran en sus pueblos y montañas; en la flora y la fauna, y en sus manifestaciones artísticas que expresan las tonalidades del espíritu de sus pueblos. Por eso Oaxaca, enlazada con su historia milenaria, jamás dejará de sorprendernos, siempre habrá algo asombroso por aprender.

Es verdad que Oaxaca cautiva la vista, pero sus emociones se perciben en otros sentidos, como cuando los aromas se mezclan en el ambiente de un exquisito mercado y se desprenden los olores de la canela, el cacao y el tejate; igualmente se percibe el perfume de la fruta fresca y los pétalos de flores; nos llega también el aroma de la carne humeada junto al chorizo asado con el chile de agua y la cebolla. Asimismo, Oaxaca encanta con sus chicharras que cantan a la lluvia, o bien al escuchar una banda con instrumentos de aliento y las músicas de esta entidad eminentemente melódica. El escritor Ítalo Calvino relacionaba Oaxaca con el sentido del gusto y los placeres carnales. A mí, en lo personal, me seducen las fibras de los textiles que tengo el privilegio de usar a diario. Y es que, sea como sea, Oaxaca siempre acaricia el alma.

Soy afortunada, el destino me concedió el honor de conocer Oaxaca, de crecer en ella y de ser regada con el amor de su gente. Llegué a este estado hace 31 años y, desde entonces, no he hecho más que trabajar por él y por mi amado país. Oaxaca me acogió y aquí he dejado mi corazón. Como el maestro Takeda, soy oaxaqueña por elección y aquí he vivido los años más felices de mi vida. ¡Cómo no enamorarse de esta tierra!

Siempre he dicho que Oaxaca es la mejor puerta de acceso para conocer México. No es suficiente recorrer los sitios de interés histórico, como monumentos arqueológicos y del periodo virreinal; seducen también los espacios culturales concebidos en el siglo decimonónico y aquellos que la sociedad civil contemporánea ha creado, gracias al talento de sus hombres y mujeres.

Takeda y yo, cada uno por su lado, llegamos a Oaxaca y al instante nadamos como el pez en el agua. Él quedó cautivado con la Costa y el Istmo; se maravilló con sus paisajes, mujeres, su flora y su fauna, y dedicó su vida a la docencia, donde encontró una descendencia prolífera y talentosa. Por mi parte, me dejé cobijar por paraísos con libros y, como si mi destino hubiera estado escrito, debía cuidarlos, limpiarlos y ponerlos al alcance del público. En el momento de mi llegada los astros estaban alineados: por un lado, la claridad del maestro Francisco Toledo impulsaba fuertemente el arte y la cultura. Por el otro, el futuro era esperanzador: pronto iniciaría la restauración del exconvento de Santo Domingo que tantos beneficios ha traído a la ciudad, además de la fortuita presencia de Alfredo Harp Helú. No puedo olvidar a personajes maravillosos que habían abierto el camino de la protección del patrimonio, como don Luis Castañeda Guzmán, el Ing. Juan Ignacio Bustamante, el historiador Francisco José Ruiz Cervantes, Anselmo Arellanes, Víctor de la Cruz, Manuel Matus, Freddy Aguilar, sin dejar de mencionar a la queridísima Beatriz Natera, bien conocida por todos como la Chatita. Otros personajes hacían y siguen haciendo brillar aun más la belleza de Oaxaca: Rodolfo Morales, Sergio Hernández, el maestro Shinzaburo Takeda, Ignacio Toscano y otros muchos que nos han abierto el camino. Ellos también eran y siguen siendo luz, faros de atracción de miles de personas que vienen de todo el mundo en busca de su brillo y color. De todos ellos aprendí y me nutrí.

Poco a poco, el sendero se fue construyendo, cada uno pondría su granito de arena, y con amor el ámbito cultural se desarrolló de una manera vertiginosa: galerías, museos, teatros, centros culturales, talleres de gráfica, bibliotecas y librerías brotaron por doquier. Así se nutrió una generación necesitada de letras, pinceles y prensas; germinaron también muchos músicos, poetas, escritores, artistas, historiadores, historiadores del arte, arqueólogos, filólogos, ceramistas, epigrafistas, lingüístas, fotógrafos, grabadores, impresores, curadores, alfareros, tejedores, críticos de arte, talladores de madera, sociólogos y humanistas que han llenado de más color a Oaxaca.

Tierra fértil para la belleza, Oaxaca ha bordado mi camino y también el del maestro Takeda: lo ha llenado de luz y nos ha regalado las más tiernas flores de amor. ¡Qué más se puede pedir en la vida! Por mi parte, me siento satisfecha. Hoy esta tierra sigue derrochando afectos para mí: Chocolate Mayordomo, mediante su Fundación Salvador Flores, junto a la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y la asociación civil Por Amor al Arte, me distinguen con la Presea Shinzaburo Takeda. Estoy más que agradecida y por ello no puedo dejar de recordar, en esta ocasión, a todas las personas que han sido parte de mi andar en estos años, sin su amistad y trabajo mi rumbo no sería tan pleno. Ustedes, Oaxaca y la medalla que hoy me brindan relumbran en mi corazón.

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