Boletín FAHHO No. 33 (Nov-Dic 2019)

XX aniversario

María Isabel Grañén Porrúa

Imposible imaginar mi vida sin libros. 
Ellos, mi refugio y mi sangre. 
Libros, libros, libros. 

Era un libro ya escrito, todavía con páginas en blanco. Así era la memoria de la Librería Grañén Porrúa. Llevaba 27 años de existencia cuando llegó a mis manos, la recibí como herencia de mi padre, Manuel Grañén Moré. En su recuerdo escribo estas letras. 

Mi padre era bonachón y cariñoso con sus hijos. Español de cepa, añoraba su tierra, pero hizo de México su país. Aquí pasó más de la mitad de su vida e hizo raíz, nacieron sus tres retoños: María Eugenia, Manuel y María Isabel. La vida de mi padre fue la Librería Grañén Porrúa, ubicada en el Paseo de la Reforma, 250, Local H. Estaba dedicada a la venta de libros de arte, literatura y tenía un sección especial para los bibliófilos taurinos. 

Mi papá solía llevar a sus hijos a “trabajar” a su librería. Más bien nos hacía sentir importantes porque quería que lo acompañáramos. En mis primeros años, acomodaba colecciones completas por orden numérico y, cuando aprendí a leer, por orden alfabético. Otras veces, organizaba notas, escalaba libros en la bodega, y salía a pasear en el carrito de libros que Manuel, mi hermano, empujaba. Pasé horas y horas disfrutando imágenes, leía cómics, la vida de Walt Disney, Las mil y una noches, Tintín, El conejito blanco y tantos otros… Me encantaba hojear libros con obras de artistas que seguramente despertaron mi futura vocación de historiadora del arte. Y lo más importante es que mi padre inculcó en mí su empeño, honradez y su tenacidad en el trabajo. Él, como yo, amaba su oficio. 

Ya con su pelo cano, se sentaba en su escritorio y, cuando llegaba algún cliente, se levantaba a saludarlo para comentarle las novedades y los temas de interés. Era una negocio cálido, personal, de los que ahora escasean. La muerte sorprendió a mi padre levantándose para ir a trabajar. A mí también me dejó pasmada. Heredé su librería, y la pregunta que rondaba en mi cabeza era: “¿Qué haré con la librería si yo vivo muy feliz en Oaxaca?”. Pero Alfredo Harp Helú, el amor de mi vida, hizo realidad un sueño más ni siquiera soñado. Un buen día me dijo: “Ya compré una casa para que traigas tu librería a Oaxaca”. Así que empezamos a restaurar ese bellísimo inmueble que hoy es una casa de los oaxaqueños, gracias al apoyo del arquitecto Daniel López Salgado. 

La Librería Grañén Porrúa fue muy bien recibida en la ciudad. Doña Arcelia Yañiz y don Andrés Henestrosa expresaron su alegría porque Oaxaca contaba ahora con otra tienda para los libros. Francisco Toledo entraba a la Librería como parte de su recorrido cotidiano, y, en ese momento, se detenía el mundo: el maestro admiraba los libros y elegía a su gusto. Fue nuestro cliente más fiel. Inolvidables las comidas de los jueves, cobijados por el calor de la Chatita. Los viernes de Dolores han sido una tradición con sus hermosos altares; las exposiciones, conferencias, lecturas de poesía y presentaciones de libros han sido un polo de atracción. Jamás olvidaré los altares de muertos que cada año montaban mis hijos y sus amigos en medio de juegos y sonrisas; los carteles realizados con tanto cariño para nuestros aniversarios salidos del Taller Martín Pescador; el logotipo diseñado por Bernardo Recamier; el tradicional nacimiento, realizado en Ocotlán con figuras de personajes tan queridos como el maestro Rodolfo Morales, don Luis Castañeda o la inolvidable Gloria Larumbe; las fiestas de aniversario con cuentacuentos, música y descuentos; la sala infantil llena de historias para contar; escritores o lectores apasionados que diario pisan nuestra casa… Hay tantos momentos felices, tantas emociones… Y todavía vamos por más. 

Y mientras concebíamos este sueño para Oaxaca, dentro de mí se gestaba una de las mayores glorias de mi vida: estaba embarazada de mi hijo Santiago. Nueve años después, la vida y el amor de Alfredo nos premió con la llegada de María Isabel que, hasta ahora, ha mostrado una inclinación especial hacia las letras y los libros. La Librería Grañén Porrúa en Oaxaca crece tanto como mis hijos, es algo que no se mide en centímetros, sino únicamente con amor, ellos también son libros abiertos con muchas hojas por escribirse.

Comparto el propio anhelo de Jorge Luis Borges: “No sé si hay otra vida. Si hay otra, deseo que me esperen en su recinto los libros que he leído bajo la luna con las mismas cubiertas y las mismas ilustraciones, quizá con las mismas erratas, y los que me depara aún el futuro”. 

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