Boletín FAHHO No. 23 (Mar-Abr 2018)

Museo Textil de Oaxaca: X ANIVERSARIO

Jaime Cuadriello

En la primavera de 2008, caminando por la esquina de las calles Hidalgo y Fiallo de la ciudad de Oaxaca, con mis colegas y amigas Angélica Velázquez y María Isabel Grañén, tocamos con una aldaba el portón de un edificio de cantera verde del siglo XVIII y, traspasando el dintel en cuya clave sonreía un mascarón, los albañiles y carpinteros nos dieron la bienvenida a “la obra negra”. 

Entonces allí se gestaba lo que en unos meses iba a inaugurarse como el primer museo textil de nuestro país. Sí, aunque era penosa la prolongada ausencia de una institución con este perfil, a la vez resultaba halagüeño, se trataba de la apertura de un recinto precursor y promisorio consagrado a la protección, estudio, análisis y exhibición de esa “otra forma” de escritura lectio-visual que son, precisamente, las prendas de uso cotidiano. O de aquellas vestiduras de cuerpo y casa que, desde tiempo inmemorial y hasta el presente, nos han conferido identidad y abrigo, porte y elegancia, pudor y liviandad. En una palabra, lo que para muchos eran simples “trapos” ahora permiten, después de una década, ingresar a una dimensión de la visualidad y el tacto que en pocos lugares se puede disfrutar, conocer y aprender como en el Museo Textil de Oaxaca.

Encomiable y oportuna iniciativa de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca y de un entusiasta equipo de colaboradores, voluntarios y donadores que están allí más por vocación y profesionalismo, que por simple vínculo laboral. Todos ellos han hecho posible, por medio de sus memorables exposiciones temporales y sus respectivos catálogos, que la cultura textil, ahora mismo, sea un campo fértil y generoso para los estudios culturales, antropológicos, etno-gráficos y peculiares de la historia del arte.

Para mí ha sido una distinción y un privilegio haber podido seguir de cerca el desarrollo de este centro de cultura. Quizás lo más valioso es su modelo de gestión y exhibición, en que caben por igual la imaginación y el buen gusto. Me refiero a su distintivo rostro espacial e institucional: pese a ser un centro de exhibición de áreas constreñidas y adaptadas, con gusto tradicional y una mirada contemporánea, la vida del museo es sumamente intensa y expandida por sus visitantes, sus programas y su presencia en los medios electrónicos. Quiero decir que no se necesitan modelos faraónicos y dispendiosos de instituciones culturales para poder penetrar entre el público de todos los niveles, en donde es protagónica la intervención de las comunidades indígenas para llevar a buen puerto un modelo de selección y colección que, hoy por hoy, no tiene semejante en el ámbito de los museos en México. Tanto así que han llegado a una década de vida sustentable e igualmente promisoria. 

No me queda más que felicitar y reconocer al equipo del museo, a los colaboradores externos y a la visión de la Fundación Alfredo Harp Helú, que bajo este esquema se puede abrir y se consolida una iniciativa cultural de amplio espectro y profundas raíces.

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