Boletín FAHHO Digital No. 30 (Sep 2023)

Una mano no aplaude sola

Aisha Cruz

Hubo un tiempo en el que los espíritus invisibles animaban el mundo ante la vista estática de los humanos: Tiempo inmemorial y tiempo personal que se fundieron en revelaciones continuadas, de iniciación al mundo, de inocencia, de primeras veces. ¡Ah, pero qué crédulos han sido nuestros ojos que se entregan fácilmente o se pierden en el revestimiento de las formas con que algún demiurgo infatigable ha recreado el mundo desde entonces! Mientras tanto, la mano permanece ajena a la distracción de aquellos gemelos dominantes; ella, espíritu libre e inquieto de por sí, se anima por su cuenta: es tacto que siente, explora y modela, es activa pulsión que convoca a sumergirse en la realidad matérica de las formas aparentemente inabarcables, increíblemente diversas.

Una mano llama a otra mano, una mano que puede ser la otra mano, una mano que es un doble cuerpo, cuerpo potencial, la contracara de… Anima, moviliza, sopesa, da sentido, reconoce… “Una mano no aplaude sola”, del artista Sergio Gutiérrez, me parece una declaración de principios que abre el portal a una dimensión otra de ese mundo artístico que, desde hace varios años, él crea y nos comparte con una conciencia intelectual y de renovación notables. “Una mano no aplaude sola” también puede ser una exhortación lúdica para “salir de la caverna” a través de una inmersión inversa: sonora y táctil.

La exposición de Sergio Gutiérrez materializa una trayectoria de colaboración que, siguiendo esa declaración de principios que subyace en cada etapa y en cada pieza, inició en sus dibujos con grafito sobre papel, inspirado por su memoria visual en relación con la historia del arte (las artes y oficios, por ejemplo) así como con sus propios referentes de la mano, que se enriquecieron aún más a partir del diálogo colaborativo con Blanca González y, luego, con Eric Barrita e Israel Amador. De ahí, se abrieron cauces y se dejaron venir transformaciones que animaron todo el proceso creativo, motivados por el uso de otros soportes, pero también por los desafíos y las preguntas (¿qué sonido tienen estos movimientos?, por ejemplo) que el propio proceso iba generando. Había que estar atento al flujo con que la obra avanzaba y mostraba su metamorfosis: coreografías, actitudes, efectos sonoros, personajes que cobraban vida y, en ocasiones, desconcertaban, pero generalmente fascinaban e invitaban a ir más allá.

Para Sergio, por ejemplo, el proceso de composición sonora no solo es fruto de una enriquecedora retroalimentación con Eric e Israel, también es una forma de aventurarse en territorio desconocido. Así, se vio a sí mismo grabando sonidos de trazos con distintos lápices sobre superficies diversas, descubriendo en el propio trazado y en los patrones que se iban generando, una brújula particular que lo guiaba por un mapa conformado por escenas con sonido. Aunque el azar fue un participante activo —así lo demuestra la “Composición pentadactilofónica”— desde un principio todos tenían clara la organización y la división de tareas específicas y, por citar un aspecto fundamental, la base de sonidos (con el número 5 como referente) con la cual crearían las piezas para el “ensamble” en que había transmutado toda la obra. Como lo podemos imaginar y percibir en este espacio que la Biblioteca Andrés Henestrosa nos ofrece, ahora mismo habitado por ese espíritu creativo que los unió. Los aprendizajes han sido múltiples, y la experiencia muy concreta, muy real, en el otro o devenir sonido o trazo. Así sucedió, por ejemplo, con las atmósferas creadas por Israel que aportaron otra capa significativa a la composición primaria; o al escuchar y desconocer ciertos sonidos que por habituales ya no se perciben realmente, o la voz de uno, que puede resultar inusitada, como un ente con vida propia; o las percusiones alteradas y asombrosas que generaban los instrumentos virtuales que usó Eric; todo ello, al compartirse, ampliaba y dinamizaba el flujo creativo en que participaron todos los convocados por Sergio.

A menudo me pregunto, ¿cómo darles cuerpo a las palabras para animar las abstracciones o las imaginaciones del corazón o del espíritu? No son pocas las ocasiones en que mi mano me abre camino… Esta vez me detuve a observar larga y despaciosamente los dibujos del políptico: como un vestigio de luz que se niega a perecer, una mano pequeñita, casi invisible, anima cada metamorfosis y hechiza como tiempo atrás debieron hacerlo las primeras llamas del fuego prometeico… el tiempo se ralentizaba y ellas, incesantes, se transmutaban en lenguaje, en cifra, en cuerpo que es materia, que es imagen, que es sonido… Sentí que mis manos… las manos, no, no aplauden solas.


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