Boletín FAHHO No. 37 (Jul-Ago 2020)

Un censo de alas

Alejandro de Ávila

Son las cinco de la mañana y tres personas llegan al Jardín en medio de la oscuridad y el silencio. Sin sueño ni pereza, comienzan a trabajar de inmediato. Deberán tener listo su puesto de observación antes de que amanezca, cuando los primeros gorjeos anuncien la proximidad del alba y algunos revoloteos tentativos rasguen el aire fresco de la madrugada. Con movimientos armónicos, como si ejecutaran una danza, las tres personas extienden y tensan finísimas redes sobre unos postes livianos de aluminio, que ellas mismas afianzaron entre las plantas el día anterior por la tarde. En esas redes, sutiles como telarañas (su nombre técnico en inglés es elocuente: mist nets, ‘redes de bruma’), han de quedar atrapadas, por unos cuantos minutos esa mañana, varias de las aves que habitan o transitan por el Jardín. Así comienza un censo más, el último domingo de cada mes, en el Jardín Etnobotánico de Oaxaca (JEBOax), esfuerzo que inició en 2001 y que no ha cesado hasta la fecha. 

Las tres personas afanosas son Georgita Ruiz, Édgar del Valle y Manuel Grosselet, líder del trío y amante apasionado de las aves de todo el planeta. Los tres han fundado una asociación civil que nombraron, precisamente, Tierra de Aves. En muchos domingos los asisten estudiantes de biología que cursan su licenciatura en Oaxaca, así como aficionados a la ornitología que viven en la ciudad o que la visitan desde otros puntos del país, e incluso del extranjero. El trabajo que encabezan, mes con mes, Manuel o Édgar ya es legendario y atrae a varios voluntarios entusiastas, ávidos de aprender de ellos. Con una buena gorra de sol, una sarta de bolsas de tela suave para proteger a las aves y un libro guía que circula de mano en mano, el grupo pasa seis, siete y hasta ocho horas en el jardín, rondando constantemente las redes para tomar con delicadeza a las criaturas aladas que van cayendo en ellas, que serán durante algunos minutos los sujetos de observaciones muy cuidadosas. 

Primero hay que determinar, con certeza, a qué especie corresponde el individuo temporalmente cautivo. Aquí la pericia del trío es impecable. No hay ave alguna en el Jardín que no puedan identificar de inmediato, no importando su edad o su condición de salud. Décadas de experiencia en la investigación de campo le han conferido a nuestro trío un postgrado summa cum laude en taxonomía aviar. Igual de duchos son para determinar el sexo (hembras y machos parecieran corresponder a especies distintas en algunos casos, mientras que en otras especies son muy difíciles de diferenciar a simple vista) y la etapa de vida (los adultos y las aves jóvenes pueden parecer, de nuevo, especies diferentes en ciertos casos). En ocasiones, medir un ala les permite corroborar la especie y el sexo del ave cautiva, si hubiera duda. 

Determinada la especie, el sexo y la edad, anotando siempre todos los datos en la bitácora, comienzan ahora las observaciones más significativas: ¿puede detectársele al ave una protuberancia cloacal o un parche de incubación? Señales son éstas de oviposición y empollamiento; en otras palabras, son rasgos anatómicos que indican, con toda probabilidad, que la especie se está reproduciendo en el Jardín. Se encuentre o no en su etapa fértil, cada ave atrapada es pesada en una báscula especial y además se mide el grosor de su capa de grasa subcutánea. Tanto el peso total, como la reserva energética que implica el espesor de la enjundia (en su origen, nombre castizo del sebo aviar), son datos indicativos de la calidad del alimento disponible en el sitio. Las aves capturadas en el Jardín muestran regularmente una buena capa de grasa bajo la piel. Se trata de un parámetro crítico para las especies migratorias en vísperas de emprender la travesía a los lejanos destinos del norte donde pasan el verano. 

Antes de liberarla, cada ave capturada en las redes es marcada con un anillo metálico liviano en una pata. Ese anillo lleva grabado un número consecutivo; hasta la fecha han sido marcadas en el Jardín cerca de 16 108 aves, que corresponden a 97 de las 128 especies observadas en el lugar. El código del anillo ubica dónde fue marcado cada ejemplar, lo cual permite rastrear la fecha y las observaciones anotadas durante el censo mensual. Ejemplo de las hazañas migratorias que realizan año con año varias especies, fue un ave marcada en el jardín, reportada meses después en Quebec, en el oriente de Canadá, a 4 200 kilómetros de Oaxaca. Año con año, Georgita, Édgar y Manuel han capturado de nuevo a algunas aves migratorias marcadas con anterioridad, que regresan a pasar el invierno en el Jardín. En casos memorables, el mismo individuo ha retornado fielmente a este rincón de nuestra ciudad durante ocho años consecutivos. La fidelidad al sitio se hace más reveladora cuando recordamos que veintiséis años atrás el lugar era un gran cuartel militar, sin plantas, sin sombra, sin agua ni alimento alguno para las aves. 

Manuel llegó a México en 1998 (el mismo año que inauguramos el Jardín), procedente de Francia, donde había visitado algunas estaciones de monitoreo ornitológico llevado a cabo de modo constante a largo plazo. A su llegada no encontró un solo sitio equivalente en nuestro país. El JEBOax es hoy día el único lugar que él conoce que genera información de esa calidad en México. Pero no es solo el esfuerzo ejemplar de Georgita, Édgar, Manuel y sus colaboradores durante los censos mensuales lo que hace descollar al Jardín: se trata del sitio con la tasa más alta de captura de aves registrada en Norteamérica, y posiblemente en todo el hemisferio occidental. La tasa promedio en una estación de monitoreo oscila entre 0.2 y 0.5 aves capturadas por hora, por red. En el Parque H2A de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca (sitio de monitoreo establecido después del JEBOax), por ejemplo, la tasa varía entre 0.2 y 0.4. En el Jardín, en cambio, el rango va de 1.8 a 5.5, con una tasa promedio de 1.91 aves por hora-red, validada con casi veinte años de datos. Esa extraordinaria frecuencia de captura es un factor de peso para proponer que el jardín se convierta en un observatorio internacional de aves, junto con el Parque H2A, como es el sueño de Manuel. 

La tasa exorbitante de captura, que han constatado año con año los fundadores de Tierra de Aves, refleja densidades de población excepcionalmente altas para varias especies en el jardín, si bien algunas de ellas siguen patrones demográficos fluctuantes. Desde que comenzamos a plantar árboles en 1998, el sitio se ha convertido en un oasis de verdor en medio del páramo urbano de asfalto, piedra y concreto, con una diversidad de frutos, semillas, insectos y otros alimentos para las aves, así como agua limpia en abundancia gracias a los estanques y canales que restauramos. En veintidós años hemos logrado transformar un antiguo predio militar en un hábitat de calidad para la ciudadanía emplumada, que parece agradecerlo, según lo indica su crecimiento poblacional. La contingencia sanitaria que estamos viviendo en este momento por el COVID-19 pone de relieve nuestra convivencia creciente con las aves. Los censos levantados por Georgita, Édgar y Manuel en los últimos meses no atestiguan un incremento en la tasa de captura, pero quienes pasamos tiempo en el Jardín todos los días percibimos con mayor fuerza la presencia de chuparrosas, tortolitas y primaveras, entre otras. El quebrantahuesos, que antes ahuyentaba la llegada de los visitantes, ahora campea gallardo a la orilla del aljibe. 

Incluso los peatones que deambulan por las calles aledañas al Jardín dan cuenta de ello. A lo largo de los últimos años, el muro perimetral de cantera que construyeron los soldados se ha ido cubriendo de grafitis detestables. A contrapelo de esos mensajes ofensivos apareció, en marzo, al iniciar la pandemia que silenció el tráfico de la ciudad, una pinta que nos hizo sonreír: “oyes a las AVES?”, junto con una flecha apuntando hacia la copa de un guamúchil del JEBOax. En efecto, hoy se oyen mejor que nunca los trinos y los silbidos durante el día, como el croar de las ranas durante la noche. A nuestros oídos, el concierto cotidiano es una ovación. Lo escuchamos como un reconocimiento al trabajo colectivo para crear y mantener el Jardín. Hoy nos conmueve más que nunca su dictamen de aprobación porque ¿acaso hay un jurado más imparcial, oportuno, fidedigno y entrañable que la comunidad de las aves? 

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