Traduciendo palabras antiguas. Análisis y traducción de un testamento de 1573

Existe una compleja relación entre la lengua hablada y la escritura. En el mundo actual, la escritura, con sus connotaciones de poder e ideología, modifica el estatus de las lenguas. Estas connotaciones, a su vez, derivan de la permanencia de la escritura y de su descorporeización: la escritura puede separarse del hablante e incluso atribuírsele orígenes divinos. De este entramado de valores se derivan múltiples ideas sobre el papel de la escritura en las sociedades, entre ellas las relacionadas con la reproducción de relaciones políticas entre el Estado y los pueblos indígenas. Sin embargo, el acto de escribir necesita de espacios sociales donde hay tanto autores como lectores, lo que no es fácil de lograr. En realidad, no solo se trata de cómo escribir (normas), sino de quiénes leerían lo escrito y por qué lo harían. Y en esta última cuestión podemos distinguir usos cívicos u “obligatorios” (por ejemplo, en leyes, facturas e impuestos) y usos opcionales (a saber, en poesía y novela). En la actualidad, la escritura en lenguas indígenas en México se circunscribe en gran medida a este segundo uso.
Frente a esta realidad, llama la atención el hecho de que varias lenguas indígenas del actual estado de Oaxaca hayan desarrollado tradiciones de escritura alfabética muy exitosas durante la época virreinal en el ámbito cívico. Era una práctica normal y cotidiana escribir documentos oficiales en mixteco, zapoteco o chocholteco. Hubo pueblos, como los mixes, que adoptaron el náhuatl como su lengua escrita para asuntos administrativos. Nacida de los proyectos de conversión religiosa, la escritura alfabética de lenguas indígenas en la Nueva España pronto dejó el ámbito doctrinal y se instaló en la dinámica de la administración comunitaria. De todo lo escrito en estas lenguas, un pequeño porcentaje quedó conservado en los archivos históricos de las comunidades, así como en los estatales y federales. Cientos de testamentos, actas de compraventa, inventarios, cuentas comunitarias, averiguaciones previas y otros tipos de documentos están regados en diversos expedientes conservados. Nunca sabremos qué tanto fue desechado a lo largo de los años por considerarse documentación obsoleta. Sin embargo, lo que queda nos ofrece un interesantísimo material para reflexionar sobre el papel de la escritura en lenguas indígenas en una de las épocas históricas que dieron forma a lo que hoy es México.
Dentro de este panorama, y entre los documentos escritos en mixteco, resalta el testamento que en 1573 redactó don Felipe de Saavedra, señor de Tlaxiaco y Achiutla, descendiente del antiguo linaje prehispánico de estos lugares. Este texto se conserva en el Archivo Histórico del Poder Judicial de Oaxaca y está escrito en la variante de Tlaxiaco-Achiutla, como se hablaba hace 450 años. Entre 2021 y 2025, el Taller de Filología Mixteca de la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca y el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM trabajaron en el análisis y la traducción de este texto temprano. En el taller participaron hablantes de diferentes variantes actuales del mixteco, quienes no solo están interesados en la filología de esta lengua, sino que también hallan en el taller un espacio para encauzar sus propios intereses como hablantes de ella.

Como se trata de un documento histórico emanado de un momento social, político y religioso muy particular, a saber, la dramática refundación de Tlaxiaco y Achiutla en el marco de la instauración de la sociedad colonial, la lectura debe ser cuidadosa y contextualizada. Para valorar el texto necesitamos saber quién era don Felipe de Saavedra, conocer su relación con el linaje prehispánico del doble señorío de Tlaxiaco-Achiutla y su parentesco con el famoso gobernante llamado Malinaltzin en las fuentes del centro de México, o Señor 8-Hierba, esto es Iya Nacuañe, en el Códice Bodley, conservado en la Universidad de Oxford. También debemos preguntarnos cómo y con quién aprendió a escribir don Felipe. Llama la atención que su vida corrió en paralelo con la de fray Benito Hernández, ese hombre atrapado en la ambivalencia y los grandes claroscuros, y quien, a partir de 1552, dirigió el diseño de una ortografía alfabética para el mixteco de Tlaxiaco y Achiutla. Dado que no se produjo ningún arte (gramática) ni vocabulario en esta variedad (los que hay son para la extinta variedad de Teposcolula), los antiguos textos que han sobrevivido nos brindan una perspectiva única sobre la lengua de la región en aquella época, recuperando algo de la antigua pronunciación y gramática, así como del léxico ahora perdido. El testamento enumera una serie de joyas que representan el estatus social de don Felipe, objetos similares a los que admiramos en las vitrinas de la sala de la Tumba 7 de Monte Albán expuestas en el exconvento de Santo Domingo. En el testamento vemos cómo llamaron a estos artefactos en la lengua de las personas que los crearon. Finalmente, el documento fue usado después como un texto autoritativo en varios conflictos por tierras en la región de Tlaxiaco y Achiutla. Todos estos aspectos y más deben ser analizados para entender la función del texto en sus distintos momentos de “activación”.
El resultado de este análisis —que incluye la traducción interlineal integral trabajada con los participantes del taller— fue el amplio estudio de un documento importante en aquella época de profundos cambios en la región de la Mixteca. Nos sentimos muy honrados de que nuestro texto haya sido escogido para acompañar la publicación del discurso que la Dra. María Isabel Grañén Porrúa, presidenta de la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, ofreció en febrero de este año con motivo de su ingreso a la Academia Mexicana de Historia como Académica Corresponsal en Oaxaca; publicación que confiamos saldrá a la luz muy pronto.