SPLENDOR. LAS PORTADAS ARQUITECTÓNICAS EN LOS LIBROS DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
La primera página de un libro se llama “portada”. El origen de la palabra proviene del latín porta que significa puerta, es la entrada al libro. En los inicios de la imprenta los datos de identificación del libro se consignaban al final de la obra, en el colofón. La aparición de la portada se relaciona más con el proceso de creación del libro que con el interés del autor o el impresor de mostrar sus datos, ya que las obras se distribuían sin encuadernar y los impresores dejaban en blanco la primera hoja para evitar el deterioro del texto con la manipulación, al paso del tiempo se añadieron datos en esa primera hoja hasta llegar a conformar lo que actualmente conocemos como portada. Su función era presentar los datos esenciales para la identificación del libro: título general de la obra, nombre del autor, dedicatoria, particularidades de la edición y pie de imprenta. En España, Felipe II estableció en la Pragmática de 1558 que los datos de la obra debían consignarse en la primera página con penas de muerte, destierro y confiscación de bienes para los infractores.
El diseño de la portada alcanzó su esplendor con las portadas arquitectónicas de los siglos XVI y XVII. Fue una de las manifestaciones más importantes del grabado libresco, en las que se incorporaron elementos arquitectónicos imitando fachadas, retablos y pedestales para enmarcar los datos. En esta ocasión, la Biblioteca Francisco de Burgoa exhibe obras editadas en las imprentas más destacadas del Renacimiento y del periodo Barroco, libros en los que se conjugan la habilidad del dibujante, la maestría del grabador y el pensamiento de una época.
La sustitución del grabado en madera por el grabado en metal, a fines del XVI, fomentó los nuevos cambios en el aspecto de la portada porque el metal permitía reproducir mejor el contraste y un trazo más fino. La presentación de la obra ya no estaba sólo en manos de los impresores sino de los artistas; los dibujantes y los grabadores salieron del anonimato y firmaron sus obras adquiriendo su parte de responsabilidad en el resultado final, junto con el autor y el impresor.
El libro, menciona Jorge Luis Borges, es una extensión de la memoria y la imaginación, es así como las portadas arquitectónicas nos trasladan a una época en la que el arte y el pensamiento redescubren las fuentes clásicas y se inspiran para crear nuevas formas. Un mundo simbólico inunda el pensamiento de la época, el lenguaje es comprensible sólo para aquellos que conocen el código por el que se rigen las imágenes. A través de la cultura grecolatina, presente en la memoria, se dio contexto a ciertas necesidades de expresión. El artista conectó, transformó y adaptó los símbolos. Son frecuentes las referencias a la mitología clásica con intención moralizadora y las diversas representaciones alegóricas que aluden a las virtudes, la muerte, los planetas, los continentes o el poder.
Predominan elementos arquitectónicos como basamento, frontón circular o triangular, apoyado sobre pilastras o columnas formando un marco para los datos de la obra. También es común la colocación de figuras laterales en nichos o en forma de estípites, a manera de retablo escultórico. Con el paso del tiempo, los elementos esenciales no solamente hacen referencia al texto sino que se combinan con retratos, escudos nobiliarios, emblemas y alegorías. En la portada se dispone del espacio de acuerdo al mensaje que se quiera transmitir, nada es aleatorio.
La Biblioteca Francisco de Burgoa se enorgullece por contar con diversos ejemplares de libros con grabados que ejemplifican este tema y extiende una cordial invitación para que visiten la exposición Splendor. Las portadas arquitectónicas en los libros de los siglos XVI y XVII a partir del 26 de abril al 28 de agosto.