Semilla de jícara
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La obra de Carlos Zurc profundiza en la naturaleza y los misterios que la rodean, usa sus manos como herramienta para contarnos su historia: por medio de felinos, aves, monos y reptiles nos muestra el alma de su tierra. Las imágenes oníricas y las representaciones de hombres feroces con cara de diablo, calaveras y nahuales que perturban sus sueños, se integran naturalmente en su obra.
Realiza con destreza su detallado trabajo, pareciera ser tan fácil como un dibujo sobre una hoja de papel. Su penetrante gubia hiere las profundidades de la corteza de las jícaras, una materia que conoce desde pequeño por ser un elemento de la vida cotidiana en Pinotepa de Don Luis, municipio enclavado en la región Mixteca Baja, de donde es originario.
Zurc se inició desde niño y por su propia cuenta en el labrado de jícara; muy pronto supo que había encontrado el oficio de su vida y se sumergió en esta tradición ancestral. Con el tiempo empezó a experimentar en diferentes superficies, como madera de parota y fibra de vidrio; también, gracias a la recomendación que un día le hizo el maestro Francisco Toledo, ha explorado tallando la jícara sin cortarla del árbol. El resultado fue novedoso: al pasar de los días el dibujo se convirtió en una cicatriz con vida, que iba creciendo conforme lo hacía el fruto del árbol.
Carlos tiene muy presente las tradiciones de su pueblo, siente un deseo inmenso de convertirse en el elemento de su arte y, cuando se cuestiona sobre la vida y la muerte, le brota el anhelo por seguir existiendo en forma de un árbol jícaro. Así que cuando muera, quiere que entierren una semilla en su cuerpo para que de él nazca un árbol de raíces profundas y ramas enormes como brazos. Así seguirá existiendo.