Boletín FAHHO Digital No. 34 (Ene 2024)

Seis cervatillos esponjados

Alejando de Ávila
Dechado completo.
Fotografías tomadas por Geovanni Martínez Guerra, JEBOax, 2018

Cinco números previos del Boletín dan cuenta del proyecto que emprendimos hace nueve años Noé Pinzón Palafox y yo en el seno del Museo Textil de Oaxaca, gracias al apoyo de la Fundación Alfredo Harp Helú. Noé es un joven tejedor sumamente diestro y talentoso, quien nació y creció en la comunidad ikoots de San Mateo del Mar, en el Istmo de Tehuantepec. Él y yo hemos recreado diversas técnicas textiles que florecieron antiguamente en Oaxaca y en otras regiones de México, pero se perdieron en los siglos XIX y XX. En el Boletín de septiembre-octubre pasado describimos un huipil emplumado labrado con grecas, que tejimos a finales de 2017 y principios de 2018, en preparación para la entrega de la distinción “Memoria del Mundo” a la Biblioteca Francisco de Burgoa. Revivimos así un arte perdido, pues las prendas adornadas con plumón torcido, que son una exclusividad mexicana, habían dejado de hacerse en el siglo XVIII, según la evidencia documental que conocemos.

Una vez terminado el huipil de grecas, Noé tejió en tan solo dos meses, de marzo a abril de 2018, un lienzo corto a manera de muestrario, empleando una técnica novedosa para él. Se conoce como “tejido de urdimbre traspuesta” y aparece en algunas prendas peruanas prehispánicas de lana de alpaca. Nuestras colegas chilenas del pueblo mapuche, quienes nos han visitado repetidamente en el MTO, reconocieron de inmediato la estructura y nos comentaron que se usa tradicionalmente en sus comunidades de origen para tejer caronas: las mantillas que protegen al lomo del caballo de las rozaduras que provocaría la silla de montar. En el noreste de México la misma técnica servía antiguamente para tejer cintas y gabanes. En 1978 tuve la fortuna de entrevistar a doña Romana Ordaz en la comunidad de Atotonilco, municipio de Ciudad Fernández, San Luis Potosí, quien me explicó a detalle cómo urdía y tramaba ella en su juventud este tejido, que llamaba “del gigante”.

Al preguntarle a doña Romana por qué se nombraba así a una labor textil de dimensiones reducidas, me explicó que “gigante” es una planta. Entendí entonces que se refería al arbusto que en otras regiones de México se conoce como “tabaquillo” o “yerba del zopilote”. Se trata de Nicotiana glauca, un arbusto originario del norte de Argentina y sur de Bolivia, pariente en efecto del tabaco, que se ha extendido recientemente hacia el norte como especie invasora: se propaga como maleza y crece a la orilla de caminos y terrenos baldíos. En Oaxaca la encontramos con frecuencia coronando las paredes de adobe en las casas abandonadas. Las flores tubulares amarillas son polinizadas por colibríes y los alcaloides de las hojas han encontrado un lugar en la medicina tradicional de nuestro país, como en su región de origen: se recomiendan para aliviar dolores de cabeza y de muelas, inflamaciones reumáticas y aflicciones de la piel, entre otras.

Cuando intenté recrear el tejido siguiendo las indicaciones de doña Romana, quien había perdido la vista, ella recalcó que yo debía manipular los hilos para formar un diseño de rombos alargados, como las hojas del gigante. En esas fechas no pude avanzar mucho en mi pequeño telar porque la ceguera de mi anciana maestra no le permitía corregir mis errores, pero tiempo después observé que algunas cintas que adquirí en el centro y sur de San Luis Potosí habían sido tejidas justo en la forma como ella me decía. Al urdir la tela, se alternaban siempre cuatro hilos de color (en este caso, lana hilada a mano, teñida con grana importada de Oaxaca) con cuatro hilos blancos (en las cintas potosinas, hilaza industrial de algodón). Al insertar la trama, la tejedora había cambiado la posición de los hilos de la urdimbre, moviendo pares de hilos blancos hacia ambos lados y colocando en su lugar los dos pares adyacentes de hilos de color. Se forman así ojillos blancos con puntos de color al centro. Si la manipulación inicia con los hilos de lana, los ojillos de color llevan puntos blancos al centro. En ambos casos se traspone a los hilos de la urdimbre de su posición original, para retornarlos después al mismo sitio, un par de tramas más adelante. El desplazamiento temporal de los hilos explica el nombre de este tejido de urdimbre “traspuesta”.

En 2007 doné al MTO la colección de textiles que reuní en el noreste de México en los años 1970. Al reexaminar en la bodega del Museo las cintas referidas, ya echado en marcha el proyecto con Noé, me di cuenta que es factible crear diseños complejos con esta técnica, al desplegar figuras compuestas de ojillos blancos sobre un fondo de ojillos de color, o viceversa. Le propuse a Noé tejer un lienzo demostrativo, idea que él acogió con el entusiasmo que lo caracteriza, y pusimos manos a la obra. Urdimos un lienzo corto y angosto con hilo de seda criolla, criada, hilada y teñida por Moisés Martínez Velasco y su familia en San Pedro Cajonos, comunidad zapoteca de la Sierra Juárez. La lustrosa fibra sin desgomar fue hilada con malacate y teñida después con grana, añil y zacatlaxcal (plantas parásitas sin clorofila del género Cuscuta). Como trama usamos hilo de seda de la misma procedencia, sin teñir.

Al urdir, alternamos siempre grupos de cuatro hilos: la secuencia de colores fue blanco-azul-amarillo-rojo-blanco-verdeamarillo-magenta, reiniciando la secuencia a partir de allí. El azul fue teñido con añil, el amarillo con zacatlaxcal, y el rojo y el magenta con grana, modificando en este caso el pH del baño para alcanzar la tonalidad deseada. El verde se logró combinando añil y zacatlaxcal. Terminada la urdimbre, Noé armó su telar con un solo lizo, comenzando el lienzo en ligamento sencillo y pepenando después los hilos con los dedos para formar los diseños. Antes de empezar, tracé en papel milimétrico la figura simplificada de un venado pequeño sin cornamenta, para que le sirviera de guía a Noé. Una vez avanzado el diseño, decidimos incorporarle puntos de pluma esponjada para resaltar las manchas sobre el lomo de los cervatillos, que en la naturaleza ofrecen camuflaje a los venaditos recién nacidos: su respuesta instintiva a un depredador es permanecer inmóviles sobre la hojarasca, donde el sol filtrado por la copa de los árboles confunde su silueta a ojos del puma. Para esponjar los puntos sobre el lienzo, usamos como trama suplementaria un torzal de hilo fino de algodón, con plumón de ganso torcido entre ambos cabos. Román Gutiérrez Ruiz, gran tintorero y tejedor de Teotitlán del Valle, tiñó la pluma con grana y zacatlaxcal, y preparó en seguida el torzal, procedimiento sumamente laborioso y molesto porque las fibrillas vuelan por todo el taller. Aunque todavía no iniciaba la pandemia del Covid, Román ya usaba cubrebocas desde entonces, para evitar ahogarse con la pluma.

Terminado el tejido en el telar de cintu ra de Noé, decidimos entrelazar los cabos de la urdimbre en ambos extremos del lienzo, para formar un trenzado plano, estructura análoga a los tejidos de palma de Oaxaca, como los petates y los tenates. Para ello separamos los colores de la urdimbre, logrando así franjas anchas que se entrecruzan en diagonal. Se trata de un acabado tradicional para los rebozos de bolita, las servilletas, las fajas y los ceñidores en distintas regiones del país. Concebido como un muestrario del tejido y del trenzado, nombramos a este lienzo el “Dechado de Gamitos”. En 2015 habíamos montado una exposición en el MTO dedicada precisamente a los muestrarios textiles, titulada “Dechados de virtud y entereza”, acompañada de un catálogo impreso en esta ciudad. Esa exhibición dio pie a muestras hermanadas de dechados antiguos en el Museo Franz Mayer en la Ciudad de México y en el Museo de Historia Mexicana en Monterrey. Por otro lado, en nuestra experiencia de investigación en el norte de Oaxaca, la designación de “gamitos” se refiere específicamente a los temazates, venados pequeños y hermosos del género Mazama que habitan en los bosques tropicales de México, Centro y Sudamérica. Se trata de un linaje de mamíferos artiodáctilos que vincula a nuestra fauna con la biota del Neotrópico, la más rica del planeta. Lo mismo podemos decir de la planta que me señalaba doña Romana.

Al mostrarle el lienzo terminado a Hector Meneses, director del MTO, nos pareció a él y a mí que la técnica se presta para tejer un rebozo, porque los cervatillos difuminados evocan el efecto del jaspe o íkat, el teñido de reserva anudada sobre la urdimbre, técnica de mucho prestigio que encarna una historia compleja y fascinante de intercambio cultural transatlántico. No nos parece una casualidad que la prenda icónica del nacionalismo mexicano sea precisamente un rebozo jaspeado. Recrear un ejemplo del “tejido del gigante”, que aproximara las dimensiones del chal con su rapacejo, serviría de contrapunto a esa epopeya ultramarina. Noé y yo tenemos así una encomienda más por delante…


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