Boletín FAHHO No. 14 (Sep-Oct 2016)

RESIDENCIA TEMPORAL, SEIS POETAS CHILENOS EN MÉXICO

Rodrigo Landaeta

Santiago de Chile

Hace unos días me enseñaban la hoja de san Pablo, una planta que crece en las cornisas y puede verse en algunos antiguos balcones de la ciudad, donde asoma y asombra por la excentricidad de su hábitat. ¿Qué hace ahí, aferrada al muro, en un lugar al que aparentemente no pertenece? Su semilla viaja y germina sobre la arcilla y la arena, elementos que han tomado la forma transitoria de aleros o terrazas en las fachadas de Oaxaca. Esto me hizo pensar en la adaptación y las mezclas, en las cosas que viven en un medio ajeno, en apariencia, como los que migran y estallan en las colisiones de la mudanza. Pensé en la extranjería, uno de los estados fundantes de la escritura, cuando el extrañamiento dibuja la singularidad de la vida, y aparecen relieves, contornos, formas, donde antes solo se ofrecía la planicie de la costumbre. El suelo bajo tus pies se convierte, por un tiempo, en materia movediza, hasta que logras resituar tu posición y observas los cambios.

La relación de México con la perspectiva extranjera es casi un género aparte, siendo algunas novelas de Roberto Bolaño su ejemplo más reciente. Este último es responsable de muchas peregrinaciones nuevas al ombligo del mundo, atraídas por el anzuelo de una obra que revitalizó la curiosidad por el habitar mexicano. De los poetas presentes en la muestra Residencia temporal: seis poetas chilenos en México (Aldus eds. 2016), cinco de ellos estoy seguro que fuimos, en gran medida, imantados por Bolaño.

En el fondo, creo yo, estaba el interés por vivir en otro país (fuera del “horroroso Chile” como dice Enrique Lihn), un tópico de la historia literaria que, más allá de los manuales y el esnobismo, enfrenta muchísimos saltos, entre ellos, los del estatuto legal y lingüístico de los individuos.

La portada del libro recrea la credencial que el INM (Instituto Nacional de Migración) entrega a los extranjeros, otorgándoles una residencia temporal o permanente, según el caso. En ella los apellidos de los autores: (Martín) Cinzano, (Sebastián) Figueroa, (Antonio) Rioseco, (Manuel) Illanes, (Bernardo) Colipán y (Rodrigo) Landaeta, interpuestos en una especie de código de barras. En este plano, como gestor y editor del proyecto, me interesaba recoger de la propia estética del poder los elementos más visibles del libro: su nombre y su portada. Residencia temporal es una expresión que posee en sí misma, me parece, una dimensión poética, por lo que bastaba con tomarla y reinscribirla en el libro para hacer notar su doble sentido, existencial y político a la vez. En cuanto a la portada, me interesaba mostrar algunas marcas de la visualidad oficial: símbolos y tonos patrios (mexicanos), comunicación impersonal y numeraciones aleatorias, signos con los que el poder fija las identidades.

El trabajo con el lenguaje es, a fin de cuentas, la tarea del escritor, y al proyectar este libro quería conocer lo que había ocurrido o estaba ocurriendo con estos poetas situados en la intensidad del contexto lingüístico y cultural mexicano. ¿Qué sucede con las palabras cuando cruzan la frontera?, ¿qué pasa con la imaginación y la memoria cuando entran en contacto con una materia verbal diferente? Son preguntas que guían mi conciencia de este habitar, camino con ellas, y otras tantas, como sutiles hologramas que surgen a mi paso, encarnando su interpelación y también su respuesta. Son preguntas que cabe hacerse ante esta muestra, seis escrituras en proceso, marcadas por la experiencia mexicana y en cierta medida transformadas por ella. Como la hoja de san Pablo, constituyen diferentes brotes surgidos en suelo extranjero, especies que seguirán creciendo, donde sea, o encontrarán en el silencio, pasajero o definitivo, otro lenguaje igualmente válido.

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