RECORRIDO POR UNA FAJA MARROQUÍ
L’ahzem (faja nupcial de mujer), data al parecer del siglo XIX.
Tejida en Fez o Tetuán, norte de Marruecos
Pueblo marroquí, hablante de árabe, lengua de la rama semítica de la familia afroasiática
Nos conmovió mucho percibir la sensibilidad con la que Tony y Roger Johnston reunieron cientos de obras maestras del arte textil durante más de cuarenta años. Admiramos pieza tras pieza por varios días, la riqueza de los matices y la vitalidad de las figuras tejidas nos remitieron con fuerza a las imágenes que uno como niño se forma del jardín del edén. Al donarnos su colección, la familia Johnston hereda a Oaxaca su esfuerzo, su cariño y su visión del paraíso.
Una de las piezas de la colección que ahora llama nuestra atención es una faja nupcial de mujer que data, al parecer, del siglo XIX.
L’ahzem consta de dos urdimbres y dos tramas, todas ellas de seda devanada. Las urdimbres y la trama de base son del color natural de la fibra, mientras que las tramas suplementarias son de seda entorchada con laminilla metálica (que tomó un color café) y seda teñida con colorantes que parecen ser naturales. La estructura de tejido presenta dos técnicas: una de las variantes del tejido de lampas y un brocado. Se denomina “lampas” a una estructura compleja donde la urdimbre de base, que forma el fondo de la tela, se teje con una trama de base, ya sea en ligamento sencillo (también llamado tafetán), sarga (donde cada trama flota de manera equilibrada sobre dos o tres hilos de urdimbre, por ejemplo en la secuencia 2-1-2) o raso (donde las tramas flotan sobre varios hilos de urdimbre en forma desequilibrada, por ejemplo 5-1-5), mientras que una segunda urdimbre, llamada “urdimbre de ligamento”, interactúa con tramas suplementarias para formar los diseños. Éstos sobresalen del fondo al tejerse como una capa sobrepuesta en ligamento sencillo, sarga o raso. Para acentuar el contraste, la urdimbre y trama de base forman generalmente un tejido de cara de urdimbre, mientras que la urdimbre de ligamento y la trama suplementaria forman un tejido de cara de trama.
En las secciones de lampas de esta faja, el tejido de base es de tafetán de cara de urdimbre y la segunda capa decorativa es de ligamento de raso de cara de trama. Las secciones multicolores corresponden al tejido de lampas, mientras que las secciones de dos colores, donde la trama es de seda entorchada con laminilla metálica presentan una estructura distinta: se trata de un brocado donde las tramas suplementarias flotan por largos trechos a todo lo ancho del lienzo para formar el diseño geométrico a base de octágonos con las lacerías que se proyectan de sus vértices (las lacerías son las líneas que se entrecruzan, conectando un octágono con otro).
Las telas de lampas se tejen en un telar de pedales donde los diseños son preprogramados mediante cordones que determinan la secuencia de levantamiento de una larga serie de “ramos”. Cada uno de estos ramos se compone de una tira de madera que controla ciertos hilos de la urdimbre. Para tejer el diseño, se ha programado con anticipación cuáles cordones se jalarán para cada trama suplementaria, levantando varios “ramos” a la vez, que accionarán los hilos de urdimbre requeridos. Al mismo tiempo, el tejedor pisa los pedales indicados para insertar la trama de base en la urdimbre que le corresponde. El ensamblaje completo se conoce como “telar de tiro” (drawloom en inglés) y requiere de dos personas para operarlo: una para jalar los cordones que levantan los ramos en cada paso, y otra para tejer la tela.
Los telares de lampas son los más complejos de los diversos tipos de telares de tiro y fueron el antecedente inmediato de los telares Jacquard inventados en Francia en 1804, donde los diseños son predeterminados por medio de tarjetas perforadas. Los telares Jacquard con sus tarjetas propiciaron a su vez la invención de una de las primeras computadoras en 1944, programada mediante una cinta de papel con perforaciones.
Los tejidos de lampas fueron ideados en Medio Oriente en la época medieval y se difundieron rápidamente como textiles de lujo. Hacia el este fueron retomados a lo largo de Asia hasta China y Japón; hacia el oeste llegaron a Andalucía y se hicieron especialidad de Granada. De Granada pasaron a Fez en el siglo XIII, antes de la expulsión de los musulmanes de España. De Fez la técnica se difundió en Tetuán y otras ciudades, si bien la primera fue siempre el centro principal de producción. Los talleres perduraron allí hasta principios del siglo XX, y recientemente la técnica fue revivida en la medina (barrio antiguo) de la misma ciudad por empeño del artista Sy Hassan.
Antiguamente se tejían en Fez las fajas matrimoniales que vestían las novias en el norte de Marruecos, confeccionadas con un lienzo largo dividido en secciones marcadas por cambios en el diseño y el colorido. Esta pieza representa uno de esos lienzos. Tony y Roger lo compraron en 2000 en una tienda de antigüedades en la ciudad de Rabat, donde al parecer alguien les dijo que se trata de una faja hecha para la comunidad judía. Por lo visto, estas prendas de boda eran usadas tanto por novias judías como musulmanas, lo mismo árabes que bereberes.
Estamos así ante un textil que evoca una época no sólo de convivencia pacífica entre el Islam y el judaísmo, sino de comunicación cotidiana que moldeó y enriqueció las culturas de ambos pueblos de forma recíproca, como ya había sucedido en las ciudades andaluzas durante la era medieval. La faja nos da en qué pensar, en estos momentos en que crece el antagonismo entre judíos, musulmanes y cristianos en el Medio Oriente y en otras regiones del planeta.
Siguiendo la tradición marroquí, la larga faja se envolvía apretadamente alrededor de la cintura de la novia. Pasada la ceremonia de la boda, se soltaba la faja como señal de que ya no había impedimento alguno para que ella concibiera hijos. Los diseños de la prenda incluyen con frecuencia figuras de buen augurio para la novia, como la hamsa (‘cinco dedos’) o mano de Fátima (hija del profeta Mahoma), figura que brinda protección contra el ojo maligno para judíos, árabes y bereberes, y que tiene antecedentes en las civilizaciones antiguas de Mesopotamia y Egipto. El diseño defiende de manera simbólica a la mujer y promueve su fertilidad y lactancia. La mano de Fátima se aprecia claramente en ambos extremos de esta faja, justo al centro de la sección final y apuntando hacia afuera. En Marruecos, las mujeres sayeed (descendientes de Fátima) tenían el privilegio de usar el lienzo de l’ahzem sin doblar, mientras que el resto de las novias se ceñían la faja matrimonial doblada por mitad a lo largo del lienzo.
Las dos estrellas de ocho puntas que flanquean la hamsa en ambos extremos de la faja también son un diseño propicio. Como representación del planeta Venus, esta figura se asociaba con la diosa Ishtar en la antigua Babilonia. La mano extendida con cinco dedos también se asociaba con ella. El amor, la belleza, el sexo, la fertilidad y la guerra eran dominios de Ishtar. La estrella de ocho picos se vinculaba de igual manera con Afrodita y Venus en la antigua Grecia. Más aún, en las secciones de esta faja brocadas con hilo metálico aparece una versión distinta de la estrella, que tiene connotaciones simbólicas específicas: el octágono formado por dos cuadrados sobrepuestos, llamado en árabe khatim sulayman, ‘sello de los profetas’. Una leyenda relata cómo el rey Salomón usó esta figura para capturar djinns, criaturas sobrenaturales o contrapartes inmateriales de los seres humanos. El diseño evoca de modo explícito la planta octagonal del Domo de la Roca en Jerusalén, uno de los sitios más sagrados del Islam. Fue desde la roca al centro del domo que el profeta Mahoma ascendió al cielo para reunirse con Dios, y fue en ese mismo lugar donde Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo por orden divina, según los tres credos: el islámico, el judaico y el cristiano.
En los tramos multicolores de esta faja, luciendo el tejido de lampas, la figura principal en forma de gota con el extremo curveado se conoce como “boteh” (paisley en inglés), que es frecuente en las alfombras y otros tejidos islámicos, y que al parecer se originó en la antigua Persia. El estudio iconográfico de los ejemplos más tempranos que se conservan sugiere que el boteh representaba originalmente un ciprés y un ramo de flores. En la religión zoroástrica de Persia, anterior al Islam, el ciprés simboliza la vida eterna, idea que resurge en los textiles islámicos, donde el boteh parece relacionarse con la preñez y con la noción de una semilla de vida. Así lo proponen algunos promotores de las alfombras iraníes, quizá con más imaginación que evidencia etnográfica.
Para terminar con la faja, entre un boteh y otro aparece una luna creciente, que fue adoptada junto con una estrella en las monedas de Bizancio del primer siglo antes de Cristo, como símbolo de la victoria de la ciudad sobre sus enemigos. En el siglo XVIII la luna creciente y la estrella fueron retomados como emblema del imperio otomano, centrado en Anatolia como el antiguo imperio bizantino, y posteriormente sirvieron para abanderar a varias naciones islámicas, incluyendo cuatro países vecinos a Marruecos: Túnez, Argelia, Mauritania y la República Saharaui. No necesitamos explicar por qué la luna se asocia gráficamente con las menstruaciones, la concepción y la gestación en muchas regiones del mundo.
Los telares de tiro se usaron en México durante el periodo virreinal: un óleo de Carlos López, pintado en 1740, que resguarda el Museo Soumaya de la Ciudad de México, muestra el interior de un taller de tejido, donde un operador acciona los cordones que levantan los ramos, mientras que el tejedor pisa uno de los pedales al mismo tiempo que asienta sus tramas de dos colores. San Miguel Arcángel y el Espíritu Santo presiden la escena, bendiciendo, por lo visto, un trabajo tan complejo.