Boletín FAHHO No. 34 (Ene-Feb 2020)

Reseña

Efraín Velasco

PARA UNA HISTORIA DE LA IMAGINACIÓN

Andrés Henestrosa, Los hispanismos en el idioma zapoteco,
Fondo editorial de la Universidad Autónoma de Querétaro, 2017. 

Con el propósito de acercar la obra de intelectuales hispanoamericanos de la talla de Camila Henríquez Ureña o Francisco Rodríguez Marín a la comunidad universitaria, el Fondo Editorial de la Universidad Autónoma de Querétaro inauguró a principios de 2017 una colección de textos brevísimos llamada Cuadernos de lectura. Con dirección editorial al alimón de Diana Rodríguez Sánchez y Federico de la Vega, a poco más de dos años, la colección ha trascendido los muros de la universidad reeditando títulos significativos, como Nuevo elogio del libro, de Jorge Esquinca o El español, instrumento de una cultura, de Antonio Castro Leal; además del discurso que Andrés Henestrosa pronunció con motivo de su ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua como académico numerario, Los hispanismos en el idioma zapoteco, que fue publicado por primera vez en 1965. 

En este 2019, que la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas proclamó como el Año Internacional de las Lenguas Indígenas, la publicación de este título no sólo nos ayuda a reconocer, apreciar y valorar la importante contribución que los idiomas originarios hacen a la diversidad cultural, sino que también nos propone voltear los ojos a la riqueza de los procesos de mestizaje. Guy Davenport señala que la imaginación formula la manera en que codificamos y hacemos uso de sólo cierta parte de la realidad, y que los territorios en que se desarrolla son versátiles. En este texto, Henestrosa identifica un movimiento en el idioma zapoteco que se desplaza desde su conceptuación lexicológica hasta lo cotidiano; es decir, cómo una nueva palabra toma posesión de un objeto en el mundo, cómo una lengua amplía su horizonte de realidad. 

“[…] el tema de mi discurso [dice Henestrosa] es el proceso de asimilación del español dentro de la lengua […] indígena de que soy testigo […]. La llegada de seres, objetos, usos y costumbres nuevos obligaron a un acomodo inmediato de la mente, tocaron la imaginación, incluso devolvieron a la práctica original de bautizar las cosas por su diferencia específica […]. Diaga-laga ‘orejas amplias’ fue la mula. Bicu-xia´ ‘perro de algodón’, la oveja, de la misma manera que conejo se decía bela-xa-guixi´ ‘carne al pie del monte’ y bere-lucanda ‘ave adormilada’, el corre-camino”. 

Lo que me queda después de esta lectura es, además de reconocer a las lenguas indígenas como un derecho y un componente esencial del desarrollo de la humanidad, pensar si tal vez sea pertinente que en este momento se comience a hacer la historia de las imaginaciones originarias, y así tener las herramientas para reevaluar la imaginación que nutre a nuestro presente, porque al final, como dice Cortázar, quién sabe lo que es, en el fondo, aquello que llamamos “la imaginación”. 

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