PALABRAS PARA UN LEGADO DE JOSÉ MOLINA
Cuando llegué a Oaxaca, a fines de 2015, conocí más a fondo el mundo literario de la ciudad y el estado. Yo venía de tres años en el DF, y también había pisado allá los espinudos terrenos de la literatura, aunque la Ciudad de México es otro asunto, un asunto que rebasa los veinte millones de personas.
Mi anfitrión en Oaxaca fue el poeta, traductor y maestro José Molina, y su casa pedagógica: la Biblioteca Henestrosa. De hecho vine por seis meses, beca mediante, para dar en esa biblioteca un taller sobre la poesía de Enrique Lihn y Jorge Teillier.
Pepe ya tenía en su haber una alta suma de talleres impartidos principalmente en la Henestrosa, talleres donde el punto central era la poesía, en contraste radical con la forma de entender la poesía, y la literatura en general, de parte de las instituciones y los escritores que circulan por esta preciada comarca. No es difícil mapear Oaxaca en este sentido, pues los caciques son pocos y poderosos. Pero en Pepe había algo diferente, una diferencia que aún hoy subsiste y que impulsó un cambio en la rígida fisonomía literaria de esta región. En contraste con los talleres que buscan enseñar a escribir bien, cuestión noble por donde se le mire, pero donde anida una praxis de pensamiento en torno al acto de escribir que se acopla muy bien a los cánones conservadores que desde el punto de vista estético se unen a los intereses de la moral establecida, la formación que José Molina entregó en sus talleres apuntó siempre a una exploración mucho menos obvia de la literatura.
En el vínculo con las instituciones, muchos escritores nos hemos convertido en lo que desde hace un tiempo se conoce como “el gestor cultural”, devenido microfonista, actor, editor, periodista, chofer, etc., una categoría que emerge dentro de la precarización general de la cultura y del trabajo. No fue el caso específico de Pepe, porque su quehacer como maestro universitario constituía su principal fuente de ingresos, en un contexto académico como el oaxaqueño, que tuvo el privilegio de contar con un profesor formado en México, Estados Unidos y Europa. Y, sin embargo, hizo gestión cultural, teniendo como base la Henestrosa, su casa pedagógico- literaria, ocupándola como sede principal de su prodigalidad e intención promotora. Allí se presentó su maestro de poesía, el argentino Hugo Gola, de quien toma esas raíces firmes de la poesía de vanguardia y de la tradición sudamericana. Allí llevó en diferentes oportunidades a sus amigos de la editorial MaNgOs de HaChA, también heredera del magisterio de Gola. En la Henestrosa se presentó el poeta chileno Tomás Harris, de quien Pepe, junto a Cristian Gómez Olivares, realizó una antología de su obra, que llamaron Los sentidos del viaje (Filodecaballos, 2013). En esa biblioteca, el año pasado presentó a otro poeta de Concepción de Chile: Carlos Cociña.
La imagen de un anfitrión y su casa ilustra de manera precisa lo que José Molina fue en el contexto cultural de Oaxaca. Era alguien ligero que portaba un conocimiento profundo acerca del fenómeno de la poesía. Se movía liviano y en constante ejercicio muscular y lingüístico. La hipertrofia de algunos escritores dedicados a la palabrería seudoerudita y a la construcción de un bien escribir cuyos valores de disciplina y racionalidad parecen estar escritos, a petición del municipio, en los muros mentales de quienes desean escribir en Oaxaca, era la actitud opuesta de José Molina. Su obra es leve, no por exigua, sino por principio, y en ella gravitan los registros del verso experimental, libre, y la traducción, esa faceta indisociable a su figura.
Caligari (2004), Azar (2009), Theatrum rerum (2011), Juno desierta (2011) y Símbolos patrios (2012), sus libros de poesía. Caballo no entra (2017), su artefacto narrativo. Tres tesis universitarias y varias traducciones, del inglés, portugués, italiano y alemán. Algún día repasaremos los carteles que anunciaban un nuevo taller de Pepe en la Henestrosa, pegados en muros y rincones del centro de la ciudad. Reviviremos la intención innovadora de un poeta y un maestro que apreciaba con nitidez la coincidencia, nada fácil, entre territorio y lenguaje aquí en Oaxaca, pequeña comarca babélica en la que José Molina será recordado siempre y de la mejor forma, como alguien que legó conocimiento y amistad por las armas de la poesía.