Boletín FAHHO Digital No. 3 (Ene-Feb 2021)

Noción de pertenencia

Verónica Loera y Chávez

He estado rodeada de libros desde el inicio de mis días. Doy gracias a la vida porque me permitió, desde temprana edad, hojear, leer y disfrutar de los libros. Provengo de una familia de bibliotecarios, editores e impresores donde el tema cotidiano eran los libros que se leían o los que se preparaban y que pronto saldrían de las prensas a buscar lectores. El inconfundible olor a tinta fresca sobre papel es uno de mis placeres remotos, lo percibo en este instante porque ha quedado grabado en mi memoria más íntima. Los sábados y las vacaciones de verano tenía trabajo en la imprenta. Me asignaban trabajos de encuadernación –como separar los pliegos mal doblados o los que tenían errores de impresión– o limpiar negativos, que en realidad era tapar negativos con un pincel y una tinta roja espesa a la que llamaban “opaco”. Se trataba de tapar los pequeños puntos blancos que aparecían en los negativos para que, cuando hicieran las láminas, no se marcaran y la impresión saliera limpia, sin “moscas o piojos”; era la tarea perfecta para mí. Nunca dejé un punto blanco sin cubrir. De esa forma, casi sin sentirlo, fui adquiriendo el gusto, no solo por leer y disfrutar los libros, sino por producirlos. Esa era la vida familiar, ese el cotidiano, como los aprendices de la Edad Media o los diferentes oficios en los calpullis.

Años después tuve la fortuna de vivir en Oaxaca, lo que me permitió conocer a María Isabel Grañén Porrúa, un ser que tuvo una experiencia similar a la mía: los libros rodearon su vida desde la infancia.

El destino estaba echado. Hace más de veinte años María Isabel había sido invitada por Francisco Toledo para la organización y clasificación del fondo bibliográfico más importante de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. Su presencia era esperanzadora porque el fondo estaba abandonado y sin posibilidad de ser consultado. Algo se tenía que hacer con ese acervo porque no era posible que estuviera en esas condiciones, por eso la buscó el maestro Toledo. Esta mujer excepcional, especialista en libros antiguos, supo muy bien lo que debía hacer, demostró interés, tenacidad y capacidad para hacer de ese conjunto de cajas con libros abandonados la actual Biblioteca Francisco de Burgoa. Supo a quién acercarse para las diferentes tareas y apoyos que se necesitaban, y logró con ello un resultado ejemplar. En ese proceso también conocí a Alfredo Harp, quien apoyaba la restauración del conjunto conventual de Santo Domingo y otros proyectos de restauración del patrimonio que mi marido, Enrique Lastra, coordinaba junto con nuestro entrañable amigo Manuel Serrano, ambos dirigidos por Juan Urquiaga. Era una época de ilusiones, la ciudadanía entera tenía muchas expectativas hacia la cantidad de proyectos culturales que se fraguaban en ese momento. De ahí surgió también un grupo de amigos que nos dedicamos a realizar actividades, publicaciones y programas culturales para Oaxaca.

En ese entonces, yo coordinaba uno de los proyectos editoriales más significativos de mi vida, se trataba de una publicación que recopilaría el arte oaxaqueño desde sus orígenes hasta la actualidad, y cubrirá todas las áreas. Sería el primer compendio de las artes del estado. Participaban investigadores del país y de diversas partes del mundo, especialistas en temas oaxaqueños, y María Isabel Grañén tenía que estar presente, era necesario que nos contara sobre las maravillas de esos fondos conventuales que clasificaba para convertir en biblioteca. Alfredo Harp había decidido también brindar apoyo al Instituto Oaxaqueño de las Culturas para la publicación de los tres volúmenes de la obra Historia del arte de Oaxaca, generosamente compró 200 ejemplares por adelantado, lo que se sumó al presupuesto para lograr un tiraje de cinco mil ejemplares para ser distribuidos en bibliotecas públicas, escuelas y embajadas, cosa insólita en una publicación de este tipo.

Posteriormente, María Isabel Grañén me pidió que coordinara el proceso y cuidado editorial de su libro Los grabados en la obra de Juan Pablos, primer impresor de la Nueva España, 1539-1560. Fue una experiencia inolvidable a la que se sumaron varios especialistas, Juan Pascoe realizó un trabajo de diseño y composición tipográfica excepcional, el proceso culminó con la coedición del libro entre Adabi y el Fondo de Cultura Económica.

A partir de ahí la relación con María Isabel y Alfredo Harp ha sido la de compartir libros y las alegrías producidas al construir algo en beneficio de la comunidad. Cuando tu vida se encamina a brindar tu conocimiento y tus habilidades por el bien común, le encuentras un sentido. Y es justo eso lo que encuentro en la Fundación Harp, me siento partícipe de un proyecto más amplio que incluye a un equipo entusiasta que dirige sus esfuerzos hacia el bien del estado y del país: conservar nuestro patrimonio, resguardar la memoria, difundir lenguas y tradiciones, fomentar el arte y la cultura, preservar el medio ambiente…

Hice conciencia de este privilegio un día que María Isabel me invitó a coordinar un libro que quería regalarle a su esposo para celebrar su LXX Aniversario. Se trataba de una publicación que reuniría las huellas que habían dejado las fundaciones de Alfredo Harp en las múltiples áreas que atienden. Una recopilación de experiencias alrededor de los proyectos financiados por las fundaciones. Quería testimonios de los participantes y de los beneficiarios de los proyectos e historias personales vinculadas a ellos. Durante el proceso caí en cuenta de la cantidad de instituciones, personas y asociaciones, de México y otras partes del mundo, que habían sido beneficiadas por la generosidad de un solo hombre. Valía la pena dejarlo por escrito, entendí el interés y la necesidad de María Isabel de regalarle esas historias tan conmovedoras a su esposo. El proceso fue muy enriquecedor, ni a cuál irle de lo hermoso de las narraciones. Surgieron páginas muy emotivas que reflejaban el agradecimiento sincero. Sacamos dos volúmenes y nos quedamos con material para sacar otro tanto; a estas alturas podríamos sacar una enciclopedia, dada la cantidad de cosas que ha seguido apoyando la Fundación, porque La filantropía de Alfredo Harp Helú es una forma de vida.

Después de esta experiencia no me quedaron ganas de trabajar en otro lado. Seguimos sacando publicaciones de todo tipo, revistas, libros, boletines, pero más allá de eso, el fruto del trabajo colectivo es el mejor aliciente que uno puede tener. Sentir que perteneces a un grupo que tiene los mismos intereses es un privilegio. He publicado libros, pero también he sido testigo de la restauración de edificios, de la creación de museos, archivos, bibliotecas y centros culturales, de la restauración de lienzos y documentos históricos, he escuchado conciertos, visto las caras sonrientes de padres e hijos echados leyendo libros o visitando una exposición, he disfrutado partidos de beisbol, he sentido cómo la ciudad de Oaxaca se ha llenado de árboles que ayudan con su sombra a los caminantes citadinos y he visto la cantidad inmensa de ejemplares que producen los viveros tecnificados. Por todo eso, me siento orgullosa de pertenecer al equipo FAHHO.


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