Boletín FAHHO No. 33 (Nov-Dic 2019)

Los museos y la empatía

Eva Romero

Hablan los historiadores y académicos de las historicidades de los objetos, sus andanzas a través del tiempo y espacio, pero ¿cómo plasmar la magnitud de este caminar que escapa a nuestros sentidos? No solamente hay que estudiarlos, hay que escucharlos. ¿Cómo llegan los objetos a un museo? 

Un museo es más que un contenedor de objetos, es más que ladrillos hermosamente dispuestos: es un recipiente de emociones. Los museos nos ayudan a entender y valorar la historia, el arte y la cultura de un país y sus habitantes. Exhiben, conservan, investigan, comunican y adquieren obras que han perdurado por mucho tiempo, pero la clave está en sus habitantes. Personas que le dan significado a la creación, al origen, a la necesidad. 

Las personas siempre serán más importantes que los objetos, sin dudarlo, pero son los objetos el reflejo de nuestras relaciones y nuestra necesidad de permanecer y trascender. Detrás de cada objeto hay un motivo, una inspiración y un impulso creador. Éstos se guardan y atesoran en los museos para ser admirados, entendidos y estudiados desde un aspecto técnico principalmente, pero cada uno tiene mucho qué decir. Esos objetos han servido para curar enfermedades de hijos, sacar de apuros a su dueño, reencontrarse con sus hijos, hermanos y abuelos, para llenar huecos en las historias, para homenajes póstumos, para homenajes en vida, han sido dados en herencia, han sido regresados a su dueña. Tienen tantas historias que contarnos, hay tantos reencuentros que hacer. Todas éstas son historias que han pasado en el MTO, historias anónimas y poderosas. Estas historias le dan validez al trabajo y dimensión a la responsabilidad de los museos de la actualidad, no son meros templos de contemplación, son mucho más y hacen más por la sociedad. 

Las emociones que generan estos objetos son mediciones exactas de nuestra capacidad de ser empáticos, lo que los historiadores llaman “tomar perspectiva”. Son las habilidades emocionales, en ocasiones, más importantes que el análisis de hechos y su razonamiento. Las habilidades emocionales son el primer paso hacia la empatía. Es la conciencia de las emociones la que nos permite comprender los sentimientos de los demás y, por lo tanto, es el fomento de la tolerancia, que a su vez nos lleva a la convivencia armónica. La empatía es el pegamento que nos une para funcionar en civilidad. Con empatía hay compasión y con ésta podemos simpatizar con nuestros semejantes. Cuando se logra ampliar la capacidad de empatizar con la situación de los demás, sean amistades o desconocidos, es más difícil no actuar o no ayudar, pues es posible reconocer los sentimientos ajenos como propios. Es normal que sólo dispongamos de nuestras vivencias personales para formarnos juicios sobre lo que nos rodea, nuestra naturaleza nos hace agrandar y exagerar esas experiencias propias, pero también minimizan la impresión que tenemos de las experiencias ajenas a nosotros si éstas difieren de las nuestras. Los museos tienen como propósito amalgamar todas estas diferencias para traducirlas en equidad mediante los objetos coleccionados. 

Hoy más que nunca, los museos tienen la labor de enseñar empatía, esa capacidad de “ponerse en los zapatos de otro”, esa capacidad que, al contrario de lo que pensamos, no es innata. La empatía, más que un vago impulso es un fin razonado y, por lo tanto, es un ejercicio mental que ha de ser cultivado: es ver el mundo a través de ojos ajenos y no sólo entenderlo, sentirlo. Nuestra incapacidad para entender los puntos de vista de los demás, así como sus experiencias y sus sentimientos son la base de los prejuicios, los conflictos y la desigualdad. 

Los museos son el modelo a seguir para una sociedad más amable. Dicho hermosamente por Mary Ann Evans, mejor conocida como George Eliot: “El arte es lo más cercano a la vida; es un modo de amplificar la experiencia y entender nuestro contacto con nuestros semejantes más allá de los límites de nuestro lote personal”. 

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