Máscaras de Juxtlahuaca: El arte de tallar identidades

La historia de Alejandro Jesús Vera Guzmán, maestro en la talla de máscaras, inicia con un pequeño Alejandro —de tan solo tres años— jugando a tallar un huesito para simular una máscara, una de esas imponentes piezas que dan vida a las danzas de su pueblo natal, Santiago Juxtlahuaca. Como todo juego, este también era simbólico: el pequeño Alejandro, embebido y maravillado por la música de viento, el ritmo de la chilena mixteca, el golpe del chicote y los trajes de chivarras, no hacía otra cosa que recrear ese entorno gozoso. Esa simple muestra de manipulación de un huesito llevaba impresa toda la fuerza de su herencia cultural y su genuina creatividad. Ese pequeño gesto creativo encapsuló, para el porvenir de Alejandro y su comunidad, las prácticas culturales de la talla y la danza.
Las danzas de Juxtlahuaca, específicamente la Danza de los Diablos, se celebran durante la fiesta patronal de Santiago Apóstol, el 25 de julio, así como en el carnaval que antecede a la Cuaresma. En estos momentos festivos, las máscaras y los disfraces se convierten en dispositivos culturales que facilitan la expresión y la diversión en la medida en que permiten la transgresión de normas sociales, la crítica mordaz y la inversión de distintos roles. También hacen posible transfigurar la propia identidad, representar a los espíritus o invocar la protección y el cambio.
En palabras más simples, las máscaras propician el juego, la creatividad y la libertad. Eso lo sabía Alejandro Jesús desde los 10 años, cuando decidió crear su primera máscara tradicional de madera, después de haber experimentado con elaboraciones en papel maché. Como en otros niños de su comunidad, en él latía el deseo de participar del juego, de la danza, pero su padre no podía comprarle una, así que encontró una solución rápida y simple: tallar su propia máscara. Fue hasta su tercer intento que la gente se interesó en adquirir sus creaciones, y así comenzó su camino en ese mundo que él mismo describe como mágico.
Un camino nada fácil… La materia prima de las máscaras de Juxtlahuaca es la madera de ahuehuete que, como señala su nombre (“viejo del agua”), es muy húmeda; de modo que, para poder trabajar con ella, es necesario dejarla secar a la sombra durante dos años. Una vez seca —como indica el maestro Alejandro Vera—, se hace un bosquejo en bulto, después se detalla con precisión, y enseguida se pinta con blanco de España para tapar todos los poros y lograr un acabado liso, una especie de lienzo que ha de recibir los colores que otorgarán su identidad final a la pieza. Cuando se trata de máscaras de diablos, se realizan incrustaciones de cuernos de chivo, toro o venado, obtenidos de animales de la región; los ojos son de esmalte y las pestañas, de pelo de res.
Para el maestro Alejandro, el uso de una máscara en la danza de los diablos, o en cualquier otra danza, guarda un profundo significado, porque quien la porta experimenta una transformación: cambia su piel por la que le otorga el nuevo personaje. Para Vera Guzmán, el hecho de hacer que cada máscara sea única es, al mismo tiempo, otorgar identidad a cada danzante y adquirir la suya propia como artista. “Nadie conoce al diablo, así que, para corregirme, tendrían que haberlo visto”, dice el maestro Alejandro. Y aquí radica la potencia creativa que este personaje le concede: el desconocimiento del diablo hace factible que ese ser posea todas las identidades posibles otorgadas por el artista, tantas personalidades como danzantes y creadores hay.
Pese a que Vera intenta que sus máscaras sean diferentes, también busca que guarden la esencia de Santiago Juxtlahuaca, por eso mezcla lo tradicional con lo artístico. Su propósito no es que su trabajo sea reconocido como “las máscaras de Alejandro” o como las del taller familiar. Su objetivo es promover la cultura y las tradiciones de Juxtlahuaca por medio de las máscaras, con la certeza de que esta práctica no se perderá.
Por ello, para los nuevos creadores, el maestro Alejandro Vera resalta la pasión, la paciencia y la perseverancia como aliados en la elaboración de máscaras y de cualquier otra artesanía. Asimismo, destaca la galería de Andares del Arte Popular como un espacio donde no solo se exponen obras de la más alta calidad de distintos artesanos —incluido él—, sino como un lugar que refleja la diversidad cultural y de las tradiciones artesanales que existen en Oaxaca. En este mismo sentido, quien visite Santiago Juxtlahuaca y el taller de la familia Vera Guzmán encontrará máscaras talladas con maestría y un referente en la preservación de la riqueza cultural de la Mixteca. Allí, las máscaras son un puente entre generaciones, un refugio de la memoria colectiva y un recordatorio de que la identidad —individual y comunitaria— seguirá vibrante mientras haya quien la celebre, la talle y la baile al pulso de
los chicotes de los diablos.