Los que leyeron lo que nunca se escribió
Xi nga. Ti berendxinga.
Xi runime. Ruundame ne ñeeme.
Nga ya’, xi nga. Xiringa’ xti’ ñoou’ Minga.
¡Jaque ziuula’ doo xqui’lu’ nja!
¿Qué es eso? Es un grillo.
¿Qué hace? Canta con las patas.
¿Y aquello qué es? Es la jeringa de tu tía Dominga.
¡Qué tripa más larga tienes!
Ahora que estamos evocando la memoria del maestro Toledo en este espacio, traigo el fragmento de un juego de palabras, de preguntas y respuestas que me proporcionó y que tiene que ver con los niños que quieren saberlo todo. De los niños que no se cansan de preguntar, nosotros los juchitecos decimos que tienen la tripa larga: tienen una curiosidad sin fin, interminable, como las palabras mismas, diidxa’ qué rirá. La palabra no se acaba, es eterna.
En una ocasión, el maestro Toledo me mandó un texto de voz donde decía:
Yo tengo una fijación por la lengua zapoteca: es la lengua de mi padre, de mi madre, de mis cuatro abuelos, de mis tías y realmente lamento tanto que no nos la hayan enseñado, me perdí de algo que creo que hubiera sido muy muy importante en mi vida.
Quizá por eso el maestro Toledo le tuvo cariño a la oralidad, porque en esa oralidad hay un saber. Los ancianos zapotecas leyeron lo que nunca se escribió, porque el primer libro de ellos fue el cielo y sus primeras letras fueron las estrellas, la luna y el sol, por eso a los que estudiaban el firmamento les llamaron beedxe’ rigubia’ guiba’ ‘jaguar que mide el cielo’.
Cuando la poeta Natalia Toledo y yo comenzamos a trabajar en el proyecto Camino de la Iguana, lo hicimos con escasos materiales. Muchos de estos los fuimos inventando sobre la marcha. Pero desde el 2012, cuando el maestro Toledo nos apoyó, comenzaron a surgir ingeniosos materiales que contribuyen a la enseñanza no solo del zapoteco, sino de las lenguas indígenas, de una manera lúdica: las Fábulas de Esopo, por ejemplo, que han arrancado carcajadas cuando se leen en voz alta. O el disco de colores que nos permite enseñar los matices que la gentenube conoce. O el memorama y la lotería del cuerpo humano, los nombres de los animales y los números, la libreta para iluminar hecha con el diseño de un huipil de Ixtaltepec y cargado de figuras geométricas tomadas de Miguel Covarrubia, y los cuadernos con imágenes de tortugas, iguanas y xoloscuintles, el bicu xolo de los zapotecos. Y varios textos de lectura como “Luvina”, de Juan Rulfo.
Escribir en una lengua indígena es un acto de resistencia ante el olvido, pero, sobre todo, para nosotros es un deber. Hoy en día sucede un vertiginoso desplazamiento de las lenguas indígenas como el zapoteco, del que cada vez son menos los niños que lo hablan, como es la situación de los pueblos de donde eran originarios los padres del maestro Toledo, Juchitán e Ixtaltepec.
Son varios los factores que tienen que ver con el desplazamiento de las lenguas indígenas, como el económico, el educativo y el socio-cultural.
Detener el desplazamiento de los idiomas indígenas no solo se logra con la buena voluntad, sino con labores como esta, la de generar materiales de enseñanza que, aparte de ser creativos, son lúdicos. Por eso se extraña tanto al maestro, por eso se honra hoy su memoria, en este encuentro de estudiosos de las lenguas indígenas.