Los ojos no vistos

La imagen no es solo luz detenida: es vestigio, susurro de lo que alguna vez fue. En la cosmovisión de los pueblos originarios, como en el polvo y la penumbra de Pedro Páramo, la memoria no habita únicamente en las palabras, sino en las grietas del tiempo, en las sombras que proyectan las piedras, los objetos, las voces. Cada imagen que Mario Cruz construye en su exposición “Memoria artificial” es su herencia, un fragmento de esas sombras, una ceniza encendida que arde en los relatos con los que crecemos escuchando, pero que no vemos.
¿Qué hacemos con esas imágenes mentales? ¿Cómo las leemos cuando las herramientas que usamos para construirlas —como la inteligencia artificial— utilizan idiomas que no son nuestros?
Las fotografías difusas evocan un territorio liminal: entre lo visto y lo imaginado, entre la memoria y el olvido. Un territorio que no busca representar la realidad de forma unívoca, sino evocar la tensión misma de recordar. Mario construye un diálogo con los ancestros, sus imágenes digitales cargan un peso histórico: son espejos fragmentados que intentan devolvernos reflejos nuestros, pero de otra época. Como la Comala de Juan Preciado, las imágenes susurran desde el silencio, desde las historias nunca dichas, desde el olvido que también forma parte de nuestra raíz.
Así, el artista que traduce la oralidad en imagen no solo da cuerpo a la memoria, crea un acto de resistencia. Es en esa tensión, en ese contraste de lo heredado y lo reinterpretado, donde el arte se convierte en un puente entre el pasado y el presente. Las narrativas de una comunidad y las imágenes que evocan son actos de amor a los ancestros: una forma de mantener su aliento vivo en el lenguaje cambiante de nuestro tiempo.
Y entonces, nos preguntamos: ¿Qué hacemos con estas imágenes? Las honramos como las cenizas de nuestros muertos que nos acompañan, como si fueran el viento que los hace volver.
Puedes visitar esta exposición hasta marzo de 2025 en las instalaciones del Centro Cultural San Pablo.