Boletín FAHHO Digital No. 11 (Ene 2022)

Los médicos de documentos: la restauración de expedientes del Colegio de Niñas

María Fernanda Bante

Cuando leemos nos resulta fascinante la capacidad de unión de las letras, la forma y sonido de las palabras, y el entendimiento que alcanzamos de eso que leemos. Sin embargo, no nos damos cuenta de que la lectura es un momento que se encuentra casi al final de un proceso que comienza con la pluma, tinta y el papel que, muchas veces, desconocemos en qué momento fueron usados para construir el texto que tenemos en nuestras manos. Ahora, imagina esto: te hallas frente a un conjunto de papeles que sabes que contienen información valiosa, como un tesoro, que te intriga develar, pero son hojas tan antiguas que resulta casi imposible conocer su contenido. ¿Qué haces al respecto? Para ello existen, al menos, dos grupos de profesionales que nos ayudan a conocer y facilitar la lectura, sobre todo de libros y documentos tan viejos de cuya existencia poco sabemos. El primero de los grupos está conformado por especialistas dedicados al rescate y cuidado de documentos que son abandonados por diversas circunstancias, mientras que el segundo lo integran paleógrafos e investigadores que se encargan de transcribir, leer e interpretar lo que esos documentos contienen para así devolverles el valor que, con el paso del tiempo, han perdido.

En 2019 llegó a las manos de los especialistas en restauración de Adabi México, un legajo de expedientes cuya única información que se tenía de ellos era que procedían del Colegio de la Caridad, que cerró sus puertas durante el siglo XIX debido a las nuevas leyes de desamortización de bienes de la iglesia, por lo que tanto las niñas que ahí estudiaban, como sus documentos fueron acogidos por el Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas. La situación se puso interesante, ya que no se sabía lo que ese legajo de papeles en particular decía. Puede que nos cueste dimensionar el trabajo tan meticuloso del grupo de especialistas que se encargó de descifrar lo que esos papeles contenían. Para tener una imagen clara de esto imaginemos a un equipo de médicos que de urgencia recibe a un paciente: el legajo cuyo nombre no figura, pero sí su posible fecha de nacimiento, el año 1606.

La encargada de dirigir al grupo de médicos fue Roxana Govea; ella y su equipo1 comenzaron con la intervención al paciente. Como en toda visita al médico lo primero fue el diagnóstico: las condiciones en las que los documentos llegaron, la solicitud de análisis para conocer el material con el que estaban hechas las hojas, el tipo de tinta que componía las letras, las posibles enfermedades y daños ocasionados por el tiempo y otros agentes externos; con esta información podrían suministrar un trata miento. Se dieron cuenta que lo primero que había que hacer era llevar a cirugía al paciente, ya que el daño era tal que muchas de sus hojas se deshacían al simple tacto, o que contenían manchas que dañaban al papel imposibilitando la lectura. El tipo de intervención quirúrgica que los restauradores realizan es similar a la que un cirujano lleva a cabo en un humano: usan instrumentos especiales, ropa de protección adecuada, sustancias y material de curación de acuerdo a las necesidades particulares del paciente en cuestión y, por último, las recomendaciones de cuidado luego del restablecimiento de la salud.

De esta forma los médicos de los documentos separaron por piezas cada hoja para numerarlas y no equivocarse al momento de integrarlas luego de la intervención; después desinfectaron, lavaron, colocaron refuerzos, injertos y laminado a las partes del paciente que lo requerían. Al final, durante el momento que los médicos de humanos llaman “estar en observación” posterior a la cirugía, es cuando los restauradores colocan las piezas, con sumo cuidado, en lugares especiales para que puedan secarse y recuperar, poco a poco, la forma que, en un origen, antes de caer enfermos, tenían.

Después de esta labor colosal, el legajo estaba listo para ser interpretado y develar sus secretos. Como se trataba de expedientes con más de cuatro siglos de antigüedad, se pidió la ayuda de Claudia Ballesteros, especialista en paleografía y encargada de la Biblioteca José Lorenzo Cossío y Cosío, en las instalaciones de Adabi. Su labor consistió en ayudar en la lectura del documento para conocer qué información contenía y así poder organizar las hojas en el orden adecuado para que los futuros lectores no tuvieran dificultad al consultarlo.

Finalmente podíamos conocer lo que decía este conjunto de documentos que, al llegar de urgencia al Centro de Conservación y Restauración (CCRE) de Adabi de México, apenas revelaba su posible fecha de nacimiento; y ahora nos decía todo lo que había guardado durante mucho tiempo. Se trataba de información detallada en torno a la vida cotidiana del Colegio de la Caridad, o Colegio de Niñas, específicamente, las cuentas que formaron parte de los gastos que hacía esta escuela, una de las más viejas, instaurada en la capital novohispana; desde los pagos al sastre o el gasto por un sombrero, hasta las dotes otorgadas cuando alguna de las niñas, al crecer y egresar del colegio, se casaba o entraba a un convento.

Estos datos, si bien parecen sencillos a simple vista, en realidad aportan valiosa información a las investigaciones que se realizan en torno a esas primeras escuelas exclusivas para educar a las niñas de la época novohispana; investigaciones que han realizado historiadores, entre ellos la Dra.Ana Rita Valero de García Lascurain, actual directora del Archivo Histórico José María Basaigoiti Noriega, en el que se hallan piezas con información “única e irremplazable acerca de la cotidianidad de cuatro colegios y tres cofradías que impactaron de un modo muy relevante a la sociedad de su tiempo a través de la educación y amparo de la mujer”.2 Este archivo se encuentra dentro del Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas, en la CDMX, que continúa vigente en sus labores como colegio, y que, aparte de su imponente construcción arquitectónica, es un espacio que resguarda poco más de cuatro siglos de historia de la educación. Ahora imagina a un equipo de expertos que en un futuro pueda leer nuestros nombres en las listas de inscripción de alguna de las escuelas a las que asistimos e igualmente se fascinen por poder revelar parte de la historia educativa de nuestro país.

1 Entre los integrantes de este equipo se encuentra Hugo Lemus, uno de los especialistas que trabajó de cerca la
restauración de este legajo en específico. Este texto fue posible gracias a su relatoría del proceso.

2 Ana Rita Valero de García Lascurain, “El archivo histórico ‘José María Basagoiti Noriega’, en Vizcaínas 250 años de vida en un colegio a prueba del tiempo, UNESCO / Colegio de San Ignacio de Loyola Vizcaínas / Ediciones el Viso, 2017, p. 119.


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