Boletín FAHHO Digital No. 6 (Jul-Ago 2021)

Los hallazgos: Las agustinas recoletas Puebla, 1725

Paolo Sánchez

Con catorce años me aventuré a descubrir los tesoros documentales. No soy un experto, más bien un iniciado en esta materia: me habían hablado tanto de los libros antiguos, de sus formas, de cómo están escritos y de los secretos que albergan, que me decidí a empezar el viaje.

Como primer paso, investigué un poco. Encontré que aquí en la ciudad se encuentra la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, y que tiene sus oficinas en un edificio moderno, pero, al mismo tiempo, muy antiguo: el Centro Cultural San Pablo. En su interior alberga a la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova. Con ayuda de mi padre hice una cita y acudí el día indicado. Entrar a este lugar fue toda una experiencia.

Pedí que me prestaran un libro que para ellos fuera un tesoro. Me miraron con curiosidad y luego, con mucha paciencia, me propusieron uno impreso en Puebla, ¡en 1725! Este libro pertenece a su Fondo Antiguo y reservado, lo que significa que no puede salir de la biblioteca y que, para consultarlo, debo usar guantes de algodón o látex. Y empezó la aventura. Me sentía tan intrigado y emocionado a la vez.

El nombre del libro es el siguiente: Regla dada por nuestro Padre San Agustín a sus monjas. Constituciones que han de guardar las Religiosas Agustinas Recoletas de Santa Mónica de la ciudad de Puebla y pertenece a la Colección Luis Castañeda Guzmán. Existen más ejemplares de este título, algunos editados en diferentes años, y que se encuentran en otros sitios, por ejemplo, en la Biblioteca Palafoxiana, en Puebla, donde albergan una edición de 1753 (este dato lo encontré en la página web de Adabi).

El libro tiene marcas de polilla. Al abrirlo y hojearlo una imagen pequeña me impresionó; pregunté qué era y me explicaron que se trata de un grabado hecho mediante xilografía, una técnica de impresión en relieve; se trata de la imagen del personaje principal, San Agustín. El papel de las hojas es color amarillo, y, si lo cierro, el filo de las hojas se torna rosado. Es pequeñito y delgado, mide apenas 10 x 14 cm y está forrado con piel de cerdo.

Avanzo las páginas para tener un panorama general: el volumen está dividido en tres apartados: el primero se titula “Regla de nuestro padre San Agustín dada a sus monjas” y abarca apenas 14 páginas. En él se dan a conocer los principios que deben seguir las mujeres que vivan en el monasterio; yo tomaba mis notas cuando detecté algo muy valioso: las monjas debían vivir unánimes y conformes en “la casa del Señor”, teniendo su “ánimo y corazón en Dios”. Se hace hincapié en la fuerza y la fe de la oración, llama a domar la carne con ayuno y se sugiere la pobreza y la humildad. Se habla del cuidado de las vestiduras físicas y también de la vestidura del alma.

El segundo capítulo, igual de pequeño, habla de las cualidades nombradas por Inocencio XI, también relacionadas con el espíritu y la conducta de las monjas. En esa época se fundó el convento de las Agustinas Recoletas de Santa Mónica en la Puebla (así está escrito). Aunque me costó trabajo leerlo, porque está escrito en lo que me dijeron que es español antiguo, ya lo había escuchado antes, pero nunca lo había visto.

El tercer y más extenso apartado explica las “Constituciones de las monjas”. Aquí se habla de la estructura, el orden y las reglas que han de respetar las agustinas recoletas. Es como el reglamento que firmábamos mis padres y yo en la escuela, requisito indispensable para regresar a clases después del verano.

Tuve mucho cuidado al pasar las páginas porque el papel es muy delgado; mis manos sudaban por los guantes y también por imaginar cómo sería si mi hermana estuviera viviendo a finales del siglo XVIIIy fuera monja en ese sitio, con tantas exigencias.

Encontré algunas palabras y las anoté en mi libreta de investigador: obediencia, caridad, pobreza, oración. En la página 30 algo llamó mi atención: dice que “uno de los mayores medios para alcanzar la perfección es la oración y trato con Nuestro Señor: lo cual no se conseguirá si no es habituándole al alma a vivir a solas con él”. ¡Qué grado de entrega y espiritualidad el de ellas! Me gustaría conocer a una agustina de hoy en día para saber si viven igual que hace casi 300 años.

Casi al cerrar el libro noté el especial interés que se dedica a los niveles de autoridad y a explicar las tareas y funciones de cada persona del convento: supriora, priora, maestra de novicias, la tornera mayor (cuida el torno y los recados), la provisora mayor (que tiene llaves de la despensa y un libro de gastos que podía revisar el obispo o vicario); la sacristana, la ropera, la zeladora o celadora (como lo escribimos ahora), quien hacía una tabla por semana donde registraba las faltas que cada una cometía. Finalmente, se explica el nivel de culpas, desde las gravísimas hasta las leves, así como sus penas.

Una vez que salí de la biblioteca seguí investigando, pero ahora en Internet. Encontré que, dadas las Leyes de Reforma, desde 1935 el convento de Santa Mónica se convirtió en propiedad del Estado y luego se volvió el Museo de Arte Religioso, uno de los más importantes del país y único en el estado de Puebla. Cuenta con arte sacro de los siglos CVI al XIX y con obras de importantes pintores de la época, como las de los maestros María de Luis Berruecos, Juan Correa, Pascual Pérez, Juan de Villalobos, Miguel Cabrera, entre otros.

Tuve tantas ganas de compartir mi experiencia que escribí esto. Pienso que otros chicos también pueden encontrar sus propias aventuras en los documentos históricos, incluso de su familia, y que todos estos forman parte de nuestra memoria.


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