Los Diablos invisibles
Debo confesar que jamás pensé derramar lágrimas por el logro de un equipo deportivo, pero así sucedió cuando Jesús Fabela anotó la carrera que convirtió a los Diablos en campeones del Sur. De pronto sentí una enorme emoción compartida con las familias del personal del equipo que estaban a mi alrededor. Todos brincamos, aplaudimos y sí, lloramos, porque, si bien no nos toca estar en el terreno o ser parte del roster, todos estábamos listos para la final. Es impresionante ver la cantidad de personas que integran al equipo aunque no estén sobre el diamante.
¿Qué sería de los jugadores sin uniformes y zapatos limpios? El querido don Gabino ha atestiguado ya 15 de los 17 campeonatos de los Diablos, y desde el vestidor los acompaña en cada jugada. No podemos olvidar tampoco a don Raúl, sastre del equipo, quien se encarga de personalizar todas las camisolas para que podamos identificar a los jugadores a la distancia, ya que pocos son los que podrán reconocerlos con tan solo su forma de caminar. También están Bryan y su equipo de diseñadores, quienes crearon los trajes que pasarán a la historia esta temporada, al igual que los creadores de contenido que alimentan las redes sociales del equipo. Además, resulta fundamental todo el personal de oficina encargado de que todo fluya sin ningún contratiempo.
El equipo de cronistas merece mención aparte. He tenido el gusto y privilegio de ver cómo se preparan para transmitir las emociones del juego cuando no es posible estar presentes, viviendo esa experiencia casi mágica de estar en un partido de beisbol. He visto también lo mucho que quieren al equipo y les apasiona estar frente a un micrófono con la enorme responsabilidad que eso implica. Y por supuesto, los propietarios, quienes le tienen un profundo amor al equipo y al beisbol, y cuando están en el estadio se emocionan, lo sufren y lo gozan como cualquiera de los otros 20 000 aficionados.
Y así podría seguir la lista. Los encargados del cuidado del campo, todo el personal de limpieza, meseros, guardias de seguridad, vendedores… todos los que le dan vida al equipo con su trabajo durante los 365 días del año. El equipo se hace aún más grande cuando pensamos en las familias de los miembros de la organización: gustosos viudos y viudas del beisbol que somos testigos y acompañantes de todas las emociones que se viven no solamente durante la temporada. Sin duda, es una experiencia que se lleva en el corazón: poder ser parte de la incansable entrega y enorme amor al equipo, aunque nunca vayamos a escuchar a los fanáticos corear nuestros nombres.