Boletín FAHHO No. 32 (Sep-Oct 2019)

LAS MÁSCARAS DE ALEJANDRO VERA GUZMÁN

Lorena De la Piedra

Alejandro Jesús Vera Guzmán, originario de Santiago Juxtlahuaca, Oaxaca, es escultor y músico tradicional. Cuando tenía tres años de edad, le hizo dibujos a un hueso de aguacate, y para él fue hacer su primera máscara. Más tarde, cuando tenía diez años, con la intención de tener su propia máscara para la fiesta de Juxtlahuaca, empezó a tallar la madera de sabino. Dos años después, terminó su primera máscara. La gente preguntaba en cuánto la vendía, pero él la había hecho para bailar y ser un diablo más.

El maestro Alejandro Vera se fue a estudiar la preparatoria a la Ciudad de México, y un día su padre lo visitó, y le pidió que se metiera a estudiar arte en una casa de la cultura. Fue ahí donde le dijeron que, con esa calidad de trabajo, tenía que ir a la Academia de San Carlos. Fue a preguntar, pero le pedían tener la preparatoria terminada. La persona encargada de las inscripciones vio su trabajo, y le dijo que tomara las clases. Tuvieron un acuerdo de complicidad, donde no le pedían papeles y él hacía como que ya estaba inscrito. Poco tiempo después logró inscribirse formalmente.

Estudió cinco años talla natural, ahí fue desarrollando su propio estilo, a pesar de no seguir la indicación de hacer bocetos. El maestro cree que: “Cuando haces un boceto ahí se va toda su energía. Cuando lo pasas a la obra, estás reproduciendo algo que ya hiciste, por eso cuando pego el primer trancazo no paro hasta que lo acabo. La necedad me ha llevado a hacer todo esto que tengo”.

En 1992 empezó formalmente con su taller de labrado de máscaras de diablos para la fiesta de Juxtlahuaca. El maestro Vera asegura que el diablo le ha dado la libertad de expresarse artísticamente: “Al diablo nadie lo conoce, es una sugestión que tenemos, que representa al mal. Si existe o no existe, no podría investigar. Lo hago como yo quiero, y nadie me puede decir que estoy mal”.

Para trabajar una máscara se necesita un palo de sabino seco. A veces tarda hasta dos años en secarse. Se corta a la medida, y se empieza a tallar a golpes, después se vacía con gubias, cuchillos y herramientas que diseñan los mismos artesanos. Se incrustan los ojos de vidrio, las pestañas que son pelos de toro y los cuernos de otros animales. Éstos se compran con los matanceros, los tienen que secar, limpiar y lijar.

La satisfacción más grande del maestro Vera es haber heredado esta pasión a sus hijos. Ahora su hijo se dedica a la elaboración de las máscaras sobre pedido, su hija estudia en la ciudad de Oaxaca y es una gran apasionada del arte, del dibujo y sobre todo de la foto. A ellos les está dejando lo que ha aprendido: “Todo han sido errores y aciertos de mucho tiempo, y ahora que a mi hijo le está gustando, me da mucho gusto darle consejos y hacerle ver que las cosas no son como nosotros creemos”.

Para el maestro Alejandro es muy importante que la gente conozca Juxtlahuaca, a los artistas locales y la maravillosa geografía de un pueblo ubicado entre montañas de la Mixteca, donde la gente habla con tranquilidad y en su acento evocan la paz, una que no se proyecta en el baile de los diablos.

“Nuestra vida es esto, no nos pueden hacer cambiar, sentimos lo que estamos haciendo. Mi colección es para dejar un acervo de máscaras, yo quiero hacer historia de mis máscaras, cada máscara que he hecho, ya tiene fecha y una historia, todo está escrito en las máscaras.” Concluye el maestro, quien ha sido reconocido por crear distintas versiones del diablo.

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