Boletín FAHHO Digital No. 37 (Abr 2024)

La vuelta al mundo en un cuezcomatl

Gerardo Rodríguez

A veces, una visita al museo genera más preguntas de las que responde: plantea nuevos porqués, nuevos cómos y nos invita a imaginarnos otras realidades. Tales paseos de la curiosidad son los que alimentan el conocimiento y la creatividad del público que los disfruta, así como de quienes trabajamos a diario en estos espacios tan especiales.

Eso fue justamente lo que nos sucedió en el Museo Infantil de Oaxaca cuando diseñamos la exposición “Un pueblo llamado Milpa”, a mediados del año pasado. La construcción de una troje de origen prehispánico en las antiguas bodegas de carga del ferrocarril fue el inicio de un gran viaje en cuezcomatl alrededor del mundo.

Las niñas y niños que visitan el MIO aprenden que el cuezcomatl1 es el lugar donde duermen los granos del maíz. Sin embargo, también les enseñamos que esta casita de palma y barro es mucho más que un viejo edificio que aún vemos en algunos pueblos mexicanos. Es un patrimonio que habla de quiénes somos y nos permite acercarnos a otras culturas en distintas partes del mundo.

Al investigar sobre el cuezcomatl, aprendimos que también el arroz, el mijo, la cebada y el trigo tienen sus casas. De hecho, cada cultura que da importancia al cultivo de algún grano procura construir sus propios graneros, los cuales siempre reflejan su forma particular de entender el mundo.

Algunas de las similitudes entre estos edificios son fáciles de apreciar a simple vista. Un ejemplo está en la forma de elevarlos por encima del suelo. Ya sea que se construyan sobre una estructura de troncos o que se monten sobre un zócalo de piedras encimadas, un criterio que responde a una necesidad común: la seguridad de los granos.

Aunque los productos que resguardan, los materiales de su construcción y las culturas que edifican los graneros sean diferentes, los riesgos son los mismos en todas partes: la humedad, el agua de lluvia y los animales del suelo amenazan no solo al alimento, sino también a la continuidad del cultivo. Después de todo, si no hay más granos que sembrar en la próxima temporada, no habrá más comida para los agricultores y sus familias.

Sin embargo, no debemos olvidar que cada granero es tan único como la cultura que lo construye. La forma de los cuezcomatls, por ejemplo, nos puede resultar familiar si nos fijamos en los jarrones de barro que se elaboran en Puebla y Morelos. De igual manera, los cabazos de ciertas partes de España son construidos con varas entretejidas y se parecen mucho a un gran cesto para guardar trigo y centeno. En ambos casos, el granero parece ser el punto exacto donde se cruzan arte popular y arquitectura.

Su ubicación en cada vivienda también nos dice mucho sobre la cultura de sus constructores. En las casas rurales mexicanas, el cuezcomatl solía situarse en el patio central, con el resto de los edificios rodeándolo; era el corazón del hogar, literal y simbólicamente. Por otro lado, en Indonesia, el pueblo minangkabau levanta sus rangkiang en el patio principal de la casa, donde también se utilizan como altares a Dewi Siri, la diosa del arroz. Finalmente, los espectaculares graneros de Malí cumplen una función todavía más prominente, ya que estas estructuras de arcilla, levantadas todavía por el pueblo dogón, conforman prácticamente la totalidad de sus viviendas.

A quienes estamos acostumbrados a la vida en las ciudades, quizá nos resulte un poco extraño destinar tanto espacio a guardar cereales. Sin embargo, el simple hecho de detenernos a observar las expresiones tradicionales de nuestro entorno puede llevarnos a lugares fascinantes y viajes inesperados. Si quieres conocer de cerca nuestro cuezcomatl y aprender sobre otras tradiciones inspiradas en el maíz, no te olvides de visitar la exposición “Un pueblo llamado Milpa”.

Te esperamos de martes a domingo, entre las 11 y las 18 horas, en el MIO.

1 En el náhuatl, la x de cuexcomate —ortografía más popular con la que es conocida la troje— se pronuncia como sh, mientras que todas las fuentes lingüísticas históricas y contemporáneas indican que “troxa o alholi de pan” (como lo glosó Alonso de Molina en el diccionario clásico de esta lengua) se pronuncia kweskomatl (usando el alfabeto fonético internacional) y se transcribe cuezcomatl.


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