Boletín FAHHO Digital No. 9 (Nov 2021)

La transfiguración de una obra producida por el tiempo

Gerardo Virgilio López / Ana Rodríguez

Hace 2 881 años, en el 800 a. C., una civilización reservó uno de los testimonios de lo que, al día de hoy, se conoce como la primera ocupación humana del actual Centro Histórico de Oaxaca de Juárez. El vestigio fue hallado a pocas cuadras de la antigua plaza mayor de la ciudad, a cuatro metros de profundidad. La edificación de San Pablo, el primer monasterio de la ciudad, comenzó en 1529, con 2 329 años de diferencia.

La orden dominica comenzó la construcción inicial en doce solares que había recibido, pero sucumbió quedando únicamente los cimientos y arranques de muro. A principios del siglo XVII, luego de su reconstrucción, el edificio fue vulnerado nuevamente por algunos temblores que propiciaron su abandono y, a mediados del mismo siglo, Fray Francisco de Burgoa decidió retomar la reconstrucción y vender las esquinas del atrio para recaudar recursos para dicha obra.

Al pasar el tiempo el recinto perdió tres callejones que funcionaban como acceso, y su fachada quedó oculta detrás de las casas y comercios de los nuevos propietarios del atrio. Se sabe que el edificio fue ocupado de 1830 a 1860 por el Instituto de Ciencias y Artes, para después pasar a manos del estado gracias a la Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos; en ese periodo se demolió la parte oriente del edificio para abrir paso a la calle de Fiallo y el resto fue fraccionado y vendido a particulares. En los últimos años del siglo XIX el monasterio fue removido paulatinamente de la vista de la ciudad y de la memoria de sus habitantes: el lado oriente del claustro se convirtió en hotel y bar; las accesorías del lado norte, en comercios, como una pastelería, papelería y oficinas de una aerolínea y de contaduría; del lado sur cumplía como casa-habitación y una de las ocupaciones menos esperadas fue la de estacionamiento. En estas partes aisladas todavía se podían encontrar los testimonios de la construcción dominica.

Pasaron cerca de 150 años para que sucediera el redescubrimiento de la construcción de San Pablo, en el año 2006; habían transcurrido varias generaciones sin conocer el primer monasterio de Oaxaca. Aunque a nuestra vista es un edificio inmutado, para su rescate fueron necesarios ocho predios, cuya adquisición requirió de un largo proceso de negociación con los propietarios así como de sensibilización para lograr la recuperación histórica que estaba por iniciarse. Para llevar a cabo la restauración del Centro Cultural San Pablo se invirtieron 197 millones de pesos y se contó con eltrabajo de cerca de 500 personas.

El reconocimiento y rescate del convento fue posible gracias al trabajo organizado de un gran equipo de especialistas. Desde el año 2006, y durante los siguientes cinco años, se contó con la participación de arqueólogos, antropólogos, restauradores de bienes muebles, ingenieros, artistas, historiadores, contadores, administradores, arquitectos y arquitectos restauradores; además del trabajo y dedicación de maestros constructores, albañiles, carpinteros, herreros, canteros, entre otros.

El equipo de arqueología trabajó durante cuatro temporadas que fueron del 2006 al 2011. Los vestigios identificados en San Pablo contribuyeron a enriquecer los estudios sobre las primeras ocupaciones humanas en la zona del centro; hallazgos de entierros, tuberías de barro, cerámica, vidrio, huesos de animales, piedra, restos de muros y cimentaciones encontradas brindaron referencias de las diferentes ocupaciones, usos y evolución del inmueble.

Sobre los muros y bóvedas se realizaron calas estratigráficas que mostraban de seis a catorce capas de pintura sobrepuestas. Estas fueron interpretadas por los especialistas en restauración de bienes muebles y confirmaron los distintos usos del edificio: las capas develadas expusieron parte de la decoración realizada en el siglo XVII; también mostraron algunos letreros del siglo XIX que revelaban los espacios que albergaron al Instituto de Ciencias y Artes y, finalmente, dejaron ver la decoración correspondiente a los usos que se le dieron durante el siglo XX.

La extracción de más de seis mil toneladas de agregados se dio luego de una amplia investigación histórica, acompañada de detallados registros de dimensiones, sistemas constructivos y deterioros, además del análisis de casos análogos, la revisión de tratados de arquitectura para la reconstrucción geométrica de elementos faltantes y múltiples dictámenes estructurales cotejados con los hallazgos arqueológicos y de restauración.

El callejón San Pablo, una sección del atrio recuperado, dignifica el acceso al antiguo recinto. Desde aquí es posible apreciar la sobriedad de la fachada, rematada por un frontón triangular y un óculo reconstruido desde la concepción de los dominicos. Detrás de estos se encuentra la cubierta de madera del coro en la que se demuestra la posibilidad constructiva y de materiales de la época. A un costado, el monasterio reluce su portería y patio de dómina, elementos que anteceden al antiguo claustro; en este espacio la luz recorre nuevamente las pilastras de cantera, y la arquería, una vez cegada, cede nuevamente el paso para iluminar los deambulatorios.

En el claustro, una esbelta estructura reversible —construida con acero y vidrio— frente al mamposteo centenal de piedra y tierra, equilibran el paso del tiempo, dialogan separado uno del otro en similitud a la transición que existe entre los siglos de su edificación. El espacio recuperado mediante esta estructura sustituye las celdas demolidas en 1960. La obra contemporánea reserva una sobriedad acorde al recogimiento espiritual y académico de la obra antigua; en sus deambulatorios, Sala De profundis y celdas se puede leer la decoración mural y, a través de ventanas arqueológicas, escuchamos ecos de las diferentes épocas y usos del inmueble.

La intervención y recuperación del Centro Cultural San Pablo afirma la posibilidad de transfigurar una obra producida por el tiempo en su lado más digno y utilitario, gracias a la reunión sabia y diversa de múltiples conocimientos y habilidades. La humanidad y el impulso preciso de Alfredo Harp Helú y María Isabel Grañén Porrúa hicieron de este inmueble un espacio distintivo de Oaxaca, un recinto virtuoso para el enriquecimiento humano.


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