Boletín FAHHO Digital No. 35 (Feb 2024)

La cueva de las maravillas

Jessica Santiago

A veces la imaginación nos lleva a creer que conocemos un sitio porque lo hemos visitado varias veces, o porque pasamos ahí mucho tiempo…, hasta que sucede algo y notamos la muesca en las ventanas o en las paredes, en las plantas o el techo, y nos maravillamos. Quizás pensemos que conocemos a nuestras amigas o a nuestra familia, hasta que sucede algo que les hace actuar de una forma que jamás hubiéramos pensado. Y nos seguimos maravillando. En las librerías pasa mucho: siempre suceden cosas, y quienes tienen los ojos abiertos pueden notarlo.

¿Escucharon ese chiste que dice “Quiero ir al tianguis a pensar cosas”? Pues a veces vamos a las librerías a eso, a pensar cosas, y a no pensarlas también; nos ponemos en piloto automático mientras caminamos entre los estantes y paseamos la mirada por lomos de colores y tipografías diversas. Quizás un título nos saque de ese estado, tal vez una baldosa suelta nos sobresalte y de pronto veamos el letrero de “Ofertas en este librero”, o encontremos el título que no andamos buscando pero que necesitamos… También es probable que no salgamos del modo pensativo y así mismo volvamos a la calle, pero siempre un poco más ligeros, livianos.

En la Librería Grañén Porrúa suceden tantas historias, y aunque parece que todos los días vemos los mismos estantes y sacudimos los mismos libros, a diario somos testigos de encuentros amorosos, de profundas pláticas en la Sala Infantil y de búsquedas implacables, de decepciones y pequeñas maravillas. Por ejemplo: quienes caminan por el andador y a la altura de las ventanas de la librería avistan un ejemplar —que no buscaban, pero que descubren que necesitaban—, gritan de emoción y alegría: entran corriendo y acarician el libro, preguntan los precios, miran los lomos, vuelven a gritar de emoción… A veces el encuentro se queda en eso, en un alegre momento; también sucede que apartan el libro y vuelven a la quincena siguiente. En ocasiones, nos piden un descuento, ruegan a sus mamás o papás y buscan en lo más recóndito de sus bolsas. Así, confirmamos que, aunque parezca un día común, uno más amontonándose sobre otro, estos detalles nos sacan también a nosotros del piloto automático.

No solo se trata de vender libros, de decir: “Sí, lo tenemos, cuesta tanto”. Quienes permanecen en esta librería, detrás del mostrador, haciendo el aseo, organizando y contando libros —Rolando, Francisco, Juan, doña Vicky, Ramón, Alejandro— saben que con su diaria labor hacen mucho más que eso: dan boletos de viaje a otros mundos, regalan ventanas al apacible jardín de alguien más, ofrecen fábulas, mitos, cuentos de terror o de amor, historias de vida…

Total, nos maravillamos…


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