La belleza de las aproximaciones:“Un trébol, una abeja: una pradera.Bitácora filatélica”,exposición de Frida Castañeda
Convencida de que el coleccionismo era una buena práctica para formar el carácter en la infancia, de vez en cuando mi madre nos reunía en el jardín a juntar flores, hojas secas, ramitas de múltiples tamaños y cadáveres de insectos. Mientras duraba la búsqueda de tesoros, teníamos permitido manosear la tierra y ensuciarnos el uniforme. Más tarde, al ponerse el sol, nos entregaba a cada quien una caja de zapatos para almacenar ahí nuestros hallazgos. Entonces, mis hermanos y yo, dichosos y exhaustos, entrábamos a casa cargando ese extraordinario cofre de cartón, como si volviésemos de una expedición a otra galaxia. Lo guardábamos debajo de la cama y lo abríamos de nuevo al día siguiente, sospechando que su contenido se había transformado durante la noche. Durábamos días con la sorpresa instalada en el cuerpo.
La naturaleza es, incluso en la controlada manifestación de aquel jardín urbano, un enorme museo que nos invita a explorar como lo hacen los niños: con curiosidad, con arrojo, afanados en conservar algo que sabemos efímero. Si te acercas demasiado a un pájaro que bebe agua en el charco, éste terminará por alzar el vuelo. El secreto para verlo de verdad, y esto lo aprendí de niña, es no intentar apropiarse de él.
Las obras que Frida Castañeda nos presenta en “Un trébol, una abeja: una pradera. Bitácora filatélica” me remiten a esos días de buscar entre los helechos un ala de abeja perfectamente formada o una piedrita de forma extraña y memorable. La artista presenta, con su exaltado ímpetu coleccionista, un conjunto de obras que resplandecen en su plano minúsculo y nos exigen detenernos en sus detalles: ¿Cuántas mariposas se han posado en esta flor? ¿En qué ángulo brilla más ese rincón dorado? ¿Dónde termina el ala y empieza el pétalo? Dados los materiales que Castañeda usa –grana cochinilla, cera de abeja– las imágenes que vemos cambian con el tiempo y se transforman en su lienzo: son seres vivos que nos devuelven la mirada.
No es casualidad que las plantas, hongos y animales de diversos tamaños representen un área temática tan extensa de la filatelia; de hecho, la particular relación insecto-estampilla tiene su propio nombre: entomofilatelia. Y es que los timbres postales son mucho más que un papelito cuadrado que se pega en ciertos documentos para formalizar su envío, en ellos se representan gráficamente diversos aspectos de un país o una región. En ese sentido, las obras que agitan sus alas en esta sala son prueba del interés continuado que Castañeda muestra para representar las vidas minúsculas que ha crecido observando. Basta con ver las delicadas metáforas que tejió con semillas y plantas en su exposición “Memorias vegetales”, los expresivos grabados que acompañan la más reciente edición de Oriente de los insectos mexicanos, de Pablo Soler Frost, o sus bellísimas cianotipias pobladas de grillos y orugas, por las que confieso sentir una especial debilidad.
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“¿Qué otra cosa es una colección sino un desorden al cual el hábito mismo ha acomodado hasta el punto de hacerlo parecer como orden?”, se preguntó Walter Benjamin, autor de observaciones fundamentales sobre la fragilidad del coleccionismo. Inmersa en su propio universo botánico, al cual nos invita a asomarnos un momento, Castañeda ha tejido su obra con paciencia, haciendo gala de la agudeza que solo puede tener alguien que se ha tomado, verdaderamente, el tiempo de detenerse y mirar, de plasmar el mundo en sus propios términos. La artista es, en el fondo, una coleccionista, y todo coleccionista sabe que su colección está condenada a no completarse. Condenada no, más bien destinada, que es lo contrario de un fracaso. Es esa imposibilidad la que la dota de sentido.
Como sucede con toda bitácora, estamos ante la belleza de las aproximaciones. No hay en estos cuadros ni en esta sala, mucho menos en este conjunto de obra, terminación ni línea de llegada. Es como el mundo: hay fragmentos, pinceladas. Rayos de sol, viento que sopla y agita las hojas. El secreto está en entregarnos a esa brisa.