Boletín FAHHO No. 15 (Nov-Dic 2016)

JAYATS MITIIÜD MÜM JUSTINA: LA HERENCIA DE JUSTINA OVIEDO RANGEL

Flavia Cuturi

Los ikoots de San Mateo del Mar tienen una larga tradición textil que se remonta, probablemente, a la época precolombina. Fue documentada por primera vez por Federick Starr a finales del siglo XIX y está presente en diversas colecciones públicas y privadas, así como en numerosas publicaciones. Esta continuidad se debe a las mujeres tejedoras y hoy se manifiesta de forma creativa gracias a que algunas de ellas han sido reconocidas local, nacional e internacionalmente. Justina Oviedo Rangel fue una protagonista excepcional de esta historia: a lo largo de su vida tuvo la voluntad de renovar las formas de los tejidos y los estilos figurativos, desafiar las fronteras técnicas y ampliar sus capacidades abriéndose a nuevos conocimientos, sin dejar el surco de coordenadas estéticas y simbólicas en las que la comunidad sigue reconociéndose.

Müm Justina nació en 1938, en una época en que la mayoría de las mujeres de San Mateo sabían hilar, armar un telar y tejer, y no eran impulsadas a ir a la escuela. Le fue fácil empezar a tejer jugando, recogiendo hilos desechados por otras tejedoras de su misma familia. Como dio a conocer en una autobiografía, müm Justina aprendió mirando sin que nadie se hiciera cargo de una enseñanza directa y explícita. Si bien muchas tejedoras compartieron esa vivencia durante muchas décadas, cuando aún no había un mercado para los textiles ikoots, müm Justina pudo consolidar su experiencia tejiendo servilletas, manteles y huipiles por encargo de las mujeres de su pueblo, al mismo tiempo que les enseñaba a tejer. Trabajar sin descanso le permitió desarrollar su destreza, pero le dio sobre todo una actitud reflexiva hacia su actividad. El control sobre las técnicas que la tradición le brindaba alimentó una mirada creativa hacia el acervo de contenidos figurativos “tradicionales” y la voluntad de explorar las posibilidades aún no aprovechadas que la urdimbre le ofrecía.

Como ejemplo de ello, los motivos brocados adornan un solo lado de la urdimbre, por la forma de tejer en San Mateo; de hecho “no hay nada que se vea al revés de una servilleta” (ngomajiür nikwajind meweaiig a mandel majaraw): se ve blanca. La función de esta particularidad es reforzar la textura de la tela y proteger al brocado mismo. No sabemos qué llevó a müm Justina a concebir la utilización del lado de la urdimbre “no involucrada” en el brocado como un segundo espacio donde llevar a cabo otro proyecto figurativo independiente. Las hijas se acuerdan perfectamente de cuando su mamá les anunció que estaba planeando una servilleta que tuviera dos “cuerpos” y dos “colores”, uno para cada lado. Era un reto que las hijas no creían posible superar. Pero müm Justina, al cabo de día tras día de reflexionar, fue capaz de realizar con gran éxito su audaz proyecto. A partir de aquella conquista volvió a tejer obras de doble vista en centenas de proyectos diferentes con todas las formas posibles (rectangular, cuadrada, redonda, ovalada), multiplicando los contenidos en la misma medida que surgían espacios diversos a raíz de su invento.

En ombeayiüts (la lengua de Justina) se utiliza una misma raíz para “caminar” y para  “tejer”, -jüy. Caminar y tejer comparten la necesidad de seguir una pista para alcanzar una meta o para lograr algunos diseños: mimbaj mandel, “las flores de la servilleta”. En ambos casos se marca o se adorna un espacio: con los pasos, akwüüch oleaj (“pisa el pie”), se dejan huellas en la tierra (iüt), mientras que con el pepenador (nindej) y con la lanzadera (chil) se adorna a la urdimbre, mixiüt mandel (“la vena de la servilleta”). Conforme camina el pepenador, va marcando poco a poco a la urdimbre, para que después la lanzadera deje brotar con sus colores las flores de la servilleta.

Si es imposible contar con cuántas “flores” adornó müm Justina sus obras, de igual forma es difícil conocer a cuántas mujeres (y también hombres) impulsó a sembrar las “flores” del arte textil; a ampliar sus conocimientos para que brotaran exuberantes; a cuántas personas enseñó “a caminar” y con el tiempo a asumir su misma actitud innovadora. Una personalidad tan fuerte como la de müm Justina animaba a sus hijas, Cristina, Victoria y Elena, en lugar de frenar sus habilidades y su creatividad. Cada una de ellas respondió al estímulo de una manera diferente, desarrollando habilidades técnicas y capacidades expresivas específicas.

Lo que müm Justina realizó es resultado de una feliz ansiedad innovadora, un deseo comunicativo sin fronteras y un tranquilo afán identitario, que se han vuelto instrumentos esenciales para la memoria de San Mateo del Mar y la reivindicación de los ikoots, un logro para todo el mundo indígena y para el arte textil en general.

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