HOMENAJE A IRENE ENCARNACIÓN BARTOLO
Irene Encarnación Bartolo vive en San Juan Cotzocón, de donde es originaria. Cotzocón es la cabecera de uno de los municipios más grandes de Oaxaca, que forma parte del distrito Mixe en el noreste del estado. El distrito recibe su nombre del pueblo indígena asentado en ese territorio, llamado miix por sus vecinos zapotecos. El pueblo se designa a sí mismo “los mixes”, puesto que no hay un término en su lengua que abarque a todas las comunidades que hablan variantes distintas. Su lengua pertenece a la familia mixe-zoque, cuyo centro de distribución es el Istmo de Tehuantepec y que hace siglos ocupaba las tierras bajas de una extensa franja costera, tanto del lado del Pacífico como a orillas del Golfo de México. Todo indica que la gente que construyó La Venta, San Lorenzo, Tres Zapotes y otras ciudades de la planicie tropical hace más de 2 000 años, a quienes llamamos “olmecas”, hablaban una lengua de la misma familia. Los textos más antiguos que se conservan en el Continente Americano, grabados en esa lengua en una vasija de barro, parecen referirse al tejido y al teñido. Irene es heredera, por lo tanto, de una tradición textil milenaria.
Muchas de las comunidades mixes abandonaron el telar desde el siglo XIX al adoptar una indumentaria de manta industrial de algodón bordada con máquina de coser. Mientras los pueblos vecinos modernizaban su ropa, Cotzocón mantuvo con orgullo los tejidos más complejos y hermosos entre todos los pueblos del distrito Mixe. Las mujeres siguieron vistiendo huipiles labrados con figuras variadas que las distinguían de inmediato. Las prendas cotidianas lucen diseños brocados en rojo, mientras que los huipiles de fiesta están cubiertos en su totalidad de figuras en blanco sobre la tela blanca, un efecto de gran elegancia. Para acentuar su garbo, las señoras se coronaban con un rodete de tlacoyales (cordones de lana) negros con adornos de seda y se cubrían con un paño de coyuchi (algodón de color café) que ellas mismas hilaban y tejían.
Sin embargo, hoy en día el cambio cultural es muy tangible en Cotzocón. El pueblo ha perdido gran parte de su arquitectura vernácula y se encuentran pocas casas de bajareque, de color de tierra anaranjada, que dominaban el paisaje hace 50 años. Incluso el calendario prehispánico, otro de los pilares —junto con el tejido— de la cultura milenaria de Mesoamérica, está en vías de desaparición. Es realmente asombroso que Irene todavía recuerde su nombre calendárico en ayuuk (mixe medio del este, la variante que se habla en Cotzocón): jëkiiy. En junio de 1959, antes de que naciera Irene, Irmgard Weitlaner Johnson (gran investigadora del textil mexicano) y Gordon Wasson (pionero del estudio de los hongos sagrados) visitaron Cotzocón. Lograron entrevistar al señor Eugenio Juan, de 98 años de edad, que todavía recordaba y usaba el calendario antiguo, aunque por momentos se confundía. En las notas de campo de Irmgard, resguardadas en la Biblioteca de Investigación Juan de Córdova, ella registró jëkiiy como un tipo de luciérnaga. Aunque Irene no recuerda el significado de su nombre y usa una palabra distinta para luciérnaga, retomamos su nombre ancestral como título de esta exposición para celebrar la herencia cultural que Irene aprecia tanto.
Así como han quedado olvidadas las casas de tierra con techo de zacate y el calendario mixe, ahora ya casi nadie viste el huipil de manera cotidiana en Cotzocón. Sin embargo, la tradición de tejer aún late con fuerza. Aunado a ello, la creciente demanda de los akäts (la gente que no es mixe) ha provocado cambios en los formatos y los diseños que tejen las mujeres de la comunidad. Actualmente, se pueden encontrar bolsas adornadas con figuras tradicionales del pueblo, hechas a la medida exacta para guardar y transportar teléfonos celulares y tabletas, o bufandas coloridas con una paleta cromática totalmente ajena a la gama tradicional. Frente a estas modificaciones impulsadas por cambios en los gustos locales y los del mercado externo, Irene se ha posicionado como una tradicionalista de primer orden, procurando rescatar lo ancestral y transmitir esos conocimientos a sus hijas. Ya que habla poco español, expresa en su lengua materna la satisfacción de mantenerse fiel a la técnica y los diseños de su pueblo: “Yo tejo así como lo empezaron mis abuelos… yo lo tejo igual que como lo usaban las mujeres de antes… yo hago lo que está aquí en mi ropa, no lo cambio, no hago nuevos dibujos, no dejo lo que me enseñaron mis abuelos”. No obstante su apego al textil tradicional del pueblo, Irene muestra una gran apertura para experimentar con nuevos formatos, colores y texturas, como se muestra en esta exposición. En buena medida, esta actitud se debe a su espíritu creativo y su pasión por el tejido, pero también refleja su cercanía a Remigio Mestas, importante promotor de los textiles de Oaxaca. Remigio la conoció a través de Lucio Primo, esposo de Irene, y al observar sus tejidos detectó inmediatamente la mano de una gran maestra. A lo largo de más de una década, Remigio ha compartido con ella una rica variedad de fibras y tintes naturales hasta llegar a los ejemplos que podemos apreciar en estas salas.
Entre los dedos de Irene, la textura semirrígida de la pita de la Chinantla conversa con la tersura del algodón egipcio; la luz de la seda tailandesa se matiza con el huizache de Oaxaca y el algodón de la costa mixteca, hilado pacientemente en San Sebastián Río Hondo con una charkha de origen indostano, se transforma en una tela de textura susurrante. Estos materiales tan diversos convergen en el telar de una gran artista, quien con su amor por su trabajo y su maestría técnica, refresca el tejido original de su pueblo. Irene nos demuestra con estos lienzos que ella es capaz de innovaciones sorprendentes sin romper el canon de su tradición.