GRACIELA, LA HEROÍNA DE LOS CUENTOS
Hay muchas formas de contar cuentos a los niños, de leerles libros, pero seguro que la más complicada es hacerlo sin saber leer ni escribir. Sí, así es. Pero hay una mujer que lo ha hecho, y lo ha hecho muy bien. Tanto que es un ejemplo para sus hijos. Los niños a los que lee la respetan y la llaman maestra. Ella se siente segura, no tiene pena al hablar, pregunta, aprende, lee, busca en el diccionario las palabras que no entiende. Y se siente muy orgullosa de sí misma. Su nombre es Graciela Socorro Duay y es lectora voluntaria del programa Seguimos Leyendo desde hace dos años.
Todo empezó cuando en la escuela pública donde estudia su hija más pequeña pidieron a los padres que leyeran un cuento para los niños. Varios padres, entre ellos su esposo, leyeron un cuento. Después de los nervios iniciales, de buscar el cuento adecuado, de leerlo y memorizarlo, Graciela tuvo que salir a enfrentarse al público más exigente: los niños. No sólo les contó el cuento, les bailó, les cantó y, sobre todo, les encantó.
Tras de ese día, la vida de nuestra heroína cambió. Fue elegida por la maestra para ser parte de los lectores voluntarios, quienes, apoyados por el programa Seguimos Leyendo, cada semana contaban historias, leían historias, a los niños de San Felipe. “Nos empieza Adriana a contar del programa, cómo iba a ser. Y entonces yo ahí me abrí con ella y le dije la verdad: ‘No me siento capaz porque yo no sé leer y no sé escribir’. No tuve la oportunidad de ir a la escuela. Mi niñez fue trabajar y hasta que me casé. Y ahora sigo trabajando en casa. Tuve la oportunidad de que mi marido me enseñara lo poco o mucho que yo sé ahorita, pero si yo agarro un libro y me pongo a leer no puedo. Me cuesta mucho. Ella me dijo, ‘No te preocupes’. Con ese entusiasmo que tiene Adriana, pues me animó. Me pidió que eligiera mi primer libro. De verdad que no podía, se llama el libro que elegí. Lo hice porque a lo mejor me identifiqué con él. Entonces lo estudié mucho, toda la semana me lo llevaba, lo leía, y lo volvía a leer y lo leía… Así fue como empecé. El primer día que entré, pues todo me temblaba. Y sí, yo me puedo transformar como un niño. Y así empecé a contarles historias”.
“Después nos reuníamos para ver cómo nos había ido, qué reacción había tenido tal niño. Hay niños a los que se les cuentan historias y unos lloran porque a lo mejor están pasando la situación de la que habla el cuento. Las pocas veces que vine a los cursos del programa aprendí un poquito cómo hacerle cuando se encuentra un niño en esa situación. Y yo de lo que me di cuenta es que a los niños les gusta mucho el canto. Ahí buscaba meterle un canto, un chiste o preguntarles cómo les fue”.
Y en ese momento Graciela se dio cuenta de muchas cosas, se sintió mucho más segura de sí misma. “Tener confianza en mí misma, decir sí puedo. Llegué a sentirme una persona que no servía, a lo mejor sirvo para la casa, para los hijos, para dar más no. Y algo que a mí me motivó bastante fue que los niños me ven y dicen: ‘Mira, mamá, es la maestra. Adiós, maestra’.
“Me interesa más agarrar un libro que ver la tele. Ahora que me operé estuve leyendo, un libro, otro libro. Y le ayuda a uno. Me ayudó a saberme expresar. Hay muchas palabras que cuando uno no sabe leer no entiende. Busco en el diccionario qué significa esa palabra y digo, bueno, ya sé. Es algo muy satisfactorio. Hay personas que me decían, un analfabeta ni para expresarse sirve.
“Nunca pensé tener esta oportunidad, nunca pensé ni lo soñé. Cuando me eligieron para leer un libro, pues vamos, no pasa nada, puse algo de mí y si no, pues simplemente doy las gracias y me salgo. Tengo unas compañeras que de ellas he aprendido también mucho por la experiencia que tienen y cada vez me fue interesando más y más. Y hasta la fecha no termina uno de descubrir esa magia, es una magia que siempre sigue, sigue y sigue.
“En un futuro no puedo decir que no a nada. Me estoy preparando, quiero terminar mi primaria. Si Dios me presta vida, pues a ver hasta dónde logro terminar. A mí me gusta mucho la cultura de belleza y el año pasado quise meterme a estudiar y lo primero que me dijo la maestra fue que dónde estaba mi certificado de estudios, es que no tengo. ‘¿Y tú crees que vamos
a perder el tiempo enseñándole a una persona que no sabe ni leer? Vete a estudiar, luego regresas y te atendemos’. Yo me salí muy deprimida porque está en mis manos, sí me siento capaz y sí lo voy a hacer.
“Ahorita estoy metiendo mis papeles para iniciar con mis hijos, porque fue un compromiso que yo hice con ellos: ‘Yo les prometo que ustedes terminan y yo también les entrego un certificado’. Así como me han dado mis diplomas de Seguimos Leyendo, así también les voy a traer un diploma de que también ya terminé mi primaria, mi secundaria. Esa motivación se la hago también a mis hijos”.
Y como las buenas historias, esta no tiene fin, sigue con los libros, con las ganas de aprender y con saber que se tiene la certeza de que, si nos empeñamos, podemos