Boletín FAHHO No. 30 (May-Jun 2019)

EVOCADOR

Hector Meneses

Desde marzo pasado, el MTO presenta la exposición Dixrikoö ndie ndachoo ndie dsua xäde Ngigua – Ngiba / Recuerdos del telar de los pueblos chocholtecos. Durante la inauguración, el maestro Gil Heriberto Santiago Cruz dio unas cálidas palabras de bienvenida en ngiba, o chocholteco, su lengua natal. Tanto la creación en textiles, como el uso del idioma están prácticamente en desuso, pero lejos de presentar una visión fatalista, don Gil mostró la tenacidad que lo ha llevado a luchar por su cultura.

Originario de Santa María Nativitas, él fue el único de cinco hijos que aprendió ngiba: sus hermanos lo entendían, pero ninguno logró hablarlo. Don Gil lo aprendió de su madre, quien venía de una familia de costureras de tanto arraigo que le enseñó a sus hijos a usar la máquina Singer, que había sido empleada por distintas generaciones desde finales del siglo XIX. Don Gil recuerda sus días de infancia en el taller de costura, donde llegaban los clientes con sus “cortes” (secciones de tela de tres metros de largo) para encargar enaguas, calzones, camisas y otras prendas. Durante las negociaciones, algunas personas hablaban en ngiba y otras en español; lo mismo ocurría en los días de mercado.

Sin embargo, no fue sino hasta que salió de Nativitas con destino a la Ciudad de México, a los catorce años de edad, que don Gil empezó a valorar la riqueza cultural de su pueblo. En el entonces Distrito Federal, conoció el Museo Nacional de Antropología, cuyas piezas arqueológicas lo fascinaron; también recorrió numerosos templos del Centro Histórico, donde admiraba las pinturas que le recordaban los lienzos que había visto en Coixtlahuaca, cerca de su hogar. Estas visitas lo impulsaron a estudiar pintura y dibujo.

Veinte años después volvió a su pueblo y empezó a tratar más con los hablantes de su propia lengua. Con los años y sus numerosos cargos, tuvo acceso a documentos históricos importantes donde reconocía su idioma, y desde entonces ha tratado de hablar ngiba cada que se presenta la ocasión. Decidió tomar cursos de capacitación para enseñar el idioma y ha participado en distintos foros y talleres a nivel nacional e internacional. Desde 1997 ha sido maestro comunitario, y durante los últimos tres años ha usado a la pintura y al dibujo como medios para enseñar ngiba a niñas y niños de San José Monteverde, agencia de Nativitas, con el afán de que no olviden que su pueblo tiene una cultura propia.

A la par de la lengua, don Gil desea que se recuerden los conocimientos y las tradiciones textiles de su pueblo. Además de dedicarse al campo, los abuelos criaban borregos para luego trabajar su lana y tejer distintas prendas, como los cotones (conocidos como gabanes en otras regiones), las cobijas y las lanillas (prendas angostas y alargadas similares a un rebozo).

La lana también se empleaba para decorar el cabello de las mujeres, pues en vez de usar listones de satín, se tejían cordeles de lana para las trenzas; los cordeles podían estar teñidos con grana cochinilla, o bien, mostraban la variedad de las tonalidades naturales de la fibra de lana. Aunque ya no le tocó verlo, recuerda que los tintoreros que trabajaban con su bisabuelo recolectaban la grana que crecía en los nopales de la región. El tejido de sombreros también fue importante, especialmente en la década de 1960, cuando se tejía la palma para realizar sombreros de labor y sombreros de letra, estos últimos incluían el nombre de la persona que portaba el sombrero, así como alguna frase, como por ejemplo “Recuerdo de Nativitas, Oaxaca”. A partir de los seis años de edad, todos los miembros de la familia se involucraban en el tejido de palma, y para lograrlo se trabajaba en el interior de cuevas, pues se requiere de suficiente humedad para que la fibra se ablande y sea modelable. La mayoría de las veces, estos sombreros eran comprados por “empleadores” de Coixtlahuaca, quienes después los llevaban al valle de Tehuacán y otras localidades en Guanajuato y Guerrero e incluso Estados Unidos. Con la llegada de las fibras de plástico a mediados de 1970, el uso de la palma cayó en desuso.

Don Gil confía en que la exposición que se muestra en el Museo hasta el 16 de junio brinde la oportunidad de compartir el conocimiento y las vivencias del pueblo ngiba. Todas las prendas que han prestado las familias para llevar a cabo esta exposición se guardan en casas como reliquias, como recuerdos. Está consciente del gran reto y de la dificultad que implica el deseo de rescatar la actividad textil, así como de recuperar el uso generalizado de la lengua. Sin embargo, aun si no se logra formar hablantes de chocholteco al 100%, don Gil desea que los niños de la actualidad conozcan su cultura sin sentir vergüenza de ella. Al respecto, dice: “Ya es ganancia que se les reconozca [a las lenguas indígenas] como idiomas o lenguas, no como dialectos, pues eso hace creer que valemos menos, y no; la lengua es muestra de nuestra cultura y debemos sentirnos orgullosos”.

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