“Espacios sagrados”
En algún momento, hace miles de años, cuando los humanos todavía eran aves, ciervos, osos, lobos… empezaron a asignar lugares para la experiencia de lo sagrado: un cerro, una cueva, un círculo en el suelo, un espejo de agua, un árbol; aunque, en sentido estricto, todo el espacio es lo que queda del primer evento sagrado; todos los mundos visibles e invisibles son el residuo de la creación que se renueva cada día.
Para esa renovación son necesarios los rituales, y que estos sucedan en lugares donde la experiencia humana se convierta en experiencia mística; en el ritual los eventos no son solamente humanos, son vida compartida con los dioses. Pues los dioses no pueden habitar el mundo (demasiado veneno) ni los humanos pueden habitar el cielo, aunque a veces logran conversar.
De acuerdo con la tradición védica no divulgada —y hasta la que sí lo es— el lugar en el que se lleve a cabo el ritual debe ser siempre un poco alto e inclinado ligeramente hacia el oriente y al norte, a partir de ahí se puede intentar reconstruir la conjunción entre pensamiento y mundo. Volver a poner en marcha la relación entre la mente y todo lo que fluye sin fin y sin principio, voluntad, conciencia, emociones, agua, números… eso es el origen de la actividad que llamamos “arte”.
La exposición instalada en el Centro Cultural San Pablo, “Espacios sagrados”, incluye la obra “Tooba”, de Shirin Neshat, producida en Oaxaca en 2002. En esta videoinstalación, la artista logra un vínculo entre la idea cristiana de Jardín del Edén y el árbol sagrado del Korán llamado, precisamente, “Tooba”, y también alude al libro Mujeres sin hombres, de la escritora Shahrnush Parsipur; en esa novela, una de las protagonistas se convierte en árbol, y en la obra de Shirin Neshat lo sagrado ocurre como experiencia al mismo tiempo del árbol y de la mujer en un espacio delimitado al que es difícil tener acceso.
La exposición también incluye un vitral del maestro Toledo producido en colaboración con Christian Tornton y Salime Harp en la empresa Xaquixe; se compone de tres piezas de vidrio con materiales plateados incrustados y colores rojos y azules en diversos matices, el dibujo de una cruz sobre una calavera sintetiza la imposibilidad de la experiencia total de lo sagrado mientras se está en un cuerpo. A pesar de que el destino de cada vida humana resulta indiferente a los dioses, en el momento en que distinguen a alguien dispuesto al ritual se agazapan en torno al lugar y permanecen atentos a su realización exacta. Sin embargo, cada paso del ritual está lleno de trampas, los enemigos acechan y es fácil engañarse. Cada pensamiento, cada imagen, cada palabra pronunciada, incluso en silencio, son importantes; cualquier equivocación implica un peligro mortal.1
“Espacios Sagrados” también incluye la obra “Riaba Riasa”, de Ana Hernández, que es una red dorada detenida en su caída sobre un espacio de carbón intensamente negro y sobre el cual hay peces de madera cubiertos de oro. Esos peces míticos simbolizan también todo lo que deseamos y es muy difícil de lograr. La tensión del deseo, tejida en una hermosa red que ofrece capturar los sueños más dorados, es ya una trampa.
Hernández nos recuerda con esta obra que, respecto a los recursos humanos, hay cosas que no pueden obtenerse, y muestra que el pensamiento occidental puede ser más rico si considera la imaginación y la poesía de la lengua zapoteca, o de otras lenguas antiguas, que nos ayuden a construir una mente más atenta a lo que ocurre en la experiencia que no es solamente humana.
La exposición también incluye obras de Alejandro Santiago, Fernando Aceves Humana, Fernando Franco, Melanie Smith, Sergio Hernández, Jacobo Ángeles, entre otros artistas; así como apuntes de la Dra. Denise Fallena y del Dr. Robert Markens, quienes organizaron el Coloquio Espacios Sagrados, en colaboración con las sedes de la UNAM en Ciudad de México y Chicago.
Este encuentro presentó las investigaciones más recientes sobre sitios rituales en América Latina y el Sur de Estados Unidos, y la exposición suma la perspectiva del arte como práctica que puede convertir una idea, un objeto, un pensamiento o una palabra, en un vínculo con lo sagrado; pues precisamente poner en marcha la relación entre la mente y todo lo que fluye sin fin y sin principio, voluntad, conciencia, emociones, agua, números… es el origen de esa actividad que llamamos “arte”.
1 Plinio cuenta que Tulio Hostilio fue alcanzado por un rayo cuando intentaba realizar el ritual de los Numa dedicado a Júpiter, porque se equivocó en un gesto mínimo.