ÉRANSE UNA VEZ TRES NIÑOS Y UN SAPO
Este 3 de marzo la BS Biblioteca Infantil de Oaxaca cumple ocho años de vida y, además de las historias que nos aguardan en sus libros, también somos testigos de muchas otras que pueblan sus rincones y permanecen en la memoria de quienes trabajamos aquí. Lo que te vamos a compartir sucedió realmente y gira alrededor de la fuente de los sapos, que preside desde lo alto los hermosos jardines de la biblioteca.
Los sapos que puedes encontrar en la biblioteca no son sólo los que habitan en las historias que narran sus libros, también hay sapos vivos que aparecen en sus jardines con las primeras lluvias y… sapos de barro.
Cuando María Isabel Grañén, fundadora de la Biblioteca, le comentó a Francisco Toledo la idea de crear este espacio con libros dedicados a los niños, Toledo se entusiasmó y preguntó si algunos de sus sapitos –él dibuja, pinta y esculpe muchos– podrían habitar el jardín de la biblioteca.
Ya te imaginarás la respuesta, pero, como Toledo es un artista y promotor cultural que anda siempre muy ocupado, el sapo (o los sapos) no estarían listos para la inauguración de la biblioteca pues requerían de mucho trabajo, dedicación, y cocerse en un horno de cerámica a la alta temperatura pues se trataba de una pieza con alto grado de dificultad por su tamaño. Así que la solución temporal fue un sapo de lodo sin cocerse que fue realizado por Toledo en medio de la fuente que ya estaba preparada para recibirlo, mientras estaban listos los sapos definitivos.
Abierta ya la biblioteca al público, los niños se divertían y admiraban el sapo de barro, con el cuerpo cubierto de hermosas avispas, que se fue rajando y cayendo a pedazos a pesar de todos nuestros esfuerzos por mantenerlo entero. Un día bajé al auditorio tomando el camino del jardín, que siempre representa un paréntesis de paz en el diario quehacer. Pasando frente a la fuente había un niño de 5 o 6 años con ambas manos sobre el sapo de barro, lo que me pareció un poco raro, pero no me detuve para no importunarlo. Cuando regresé por el mismo camino, unos diez minutos después, el niño continuaba en la misma posición y con cara de angustia, así que me acerqué a preguntarle qué pasaba. “Es que lo toqué un poquito y se le cayó un pedazo”, me contestó con una vocecita. Traté de tranquilizarlo explicándole que el sapo era de barro y que terminaría por caerse todo. Él no se iba a quedar sosteniendo permanentemente el pedazo para que no se cayera ¿verdad? “Es que ahí viene mi mamá”, me contestó otra vez en un susurro. Así que tomé el pedazo en mis manos y le prometí explicarle a su mamá si era necesario.