Boletín FAHHO Digital No. 53 (Ago 2025)

Entrelazando historias. Representaciones de la divinidad del maíz en la loza blanca poblana

Héctor Palhares
Pieza de la exposición “El mito del dios del maíz. Imágenes y letras”. Fotografías: Acervo del Centro
Cultural San Pablo

Con ecos del Lejano y Medio Oriente —desde las antiguas culturas china, persa y babilónica—, esta noble tradición ceramista llegó a la Península Ibérica y a los reinos italianos durante la avanzada islámica en el continente europeo.

La loza estannífera (por el esmalte de estaño y plomo), loza fina o loza blanca (llamada tradicionalmente talavera, toponímico que alude a la ciudad homónima de Castilla-La Mancha en España), configuró una parte fundamental de los usos y costumbres novohispanos. Don Gaspar de Encinas, el Viejo, y doña María Gaytán, vecinos de Talavera de la Reina, fundaron una de las casas de mayor tradición con esta técnica que, desde el siglo XVI, generalizó el epíteto con el que la conocemos hasta nuestros días.

Hacia 1550, arribaron al virreinato de la Nueva España loceros provenientes de Toledo, Sevilla y Génova para atender necesidades cotidianas de los nuevos territorios allende el mar, específicamente la construcción de cañerías de barro y loza corriente para uso diario. Aunque sería la Puebla de los Ángeles el gran epicentro de producción de la loza vidriada o mayólica —por diferentes razones
geográficas, económicas y de su cercanía a los insumos necesarios—, su influencia se extendió a importantes regiones como Guanajuato, Michoacán, Oaxaca y la propia capital.

Para su fabricación, señala la investigadora Emma Yanes Rizo, “eran necesarios dos tipos de barro, leña, fundente, plomo, uso extensivo del agua, hornos de doble cabina y fuerza de trabajo para los distintos procesos”. Antes del esplendor de esta técnica en las cortes del barroco hispano, portugués, francés, alemán, austríaco y de los Países Bajos, el reino de Nueva España habría de iluminarse con los preciosistas diseños del gremio de loceros.

La reunión de barro rojo y calizo, amén de diferentes óxidos cromáticos que echaron mano del azul cobalto, el verde cobre y el antimonio amarillo, entre muchos más, dio como resultado un despliegue de objetos suntuarios como platos, vajillas, jarrones, lebrillos (contenedores hondos), pomos de botica o albarelos, hasta espléndidos paneles de azulejo que recubrían fachadas e interiores de palacios, casas,
iglesias y conjuntos conventuales.

Durante el Porfiriato, la tradición de la mayólica experimentó una nueva puesta en valor que se extendería a lo largo del siglo XX, a través de prestigiadas casas fabricantes que la retomaron en un rico caleidoscopio de figuras y motivos de representación. En 1990, la artista Angélica Moreno fundó el taller de Talavera de la Reyna en Cholula, Puebla, “para conservar el proceso milenario de la talavera y llevarlo a su contemporaneidad”. En los distintos y mituculosos procedimientos, se produjeron piezas de gran calidad y belleza. Los pasos técnicos, en estricto orden, son: mezcla de barros, decantación, eliminación, primer amasado, amasado, secado, limpieza de piezas, vidriado, retoque de esmalte, decorado y segunda quema.

Pieza de la exposición “El mito del dios del maíz. Imágenes y letras”. Fotografías: Acervo del Centro Cultural San Pablo

En la exposición “El mito del dios del maíz. Imágenes y letras”, resultado de la investigación iconográfica en códices mayas y decoración olmeca del doctor Enrique Florescano, se presentan referencias a la planta gramínea fundacional de Mesoamérica. Distintas imágenes, representadas en veintisiete modelos de loza mayólica de Talavera de la Reyna, dan cuenta del binomio vida-muerte presente en la tradición del mito de la deidad del maíz. Asimismo, una rica serie de alegorías prehispánicas —con estilizada geometría que se inspira en patrones de Azcapotzalco, Texcoco, Chalco, Cholula, Guerrero, entre otros sitios—, entablan un diálogo contemporáneo con los elotes de jade, obsidiana, jaspe y mármol del artista de origen filipino Eduardo Olbés.

Con un nutrido programa académico y educativo paralelo a la exposición, “El mito del dios del maíz” evoca las siguientes líneas del Popol Vuh:

Y de esta manera se llenaron de alegría, porque habían descubierto una hermosa tierra, llena de deleites, abundante en mazorcas amarillas y mazorcas blancas y abundante también en pataxte y cacao, y en innumerables zapotes, anonas, jocotes, nances, matasanos y miel. […] A continuación entraron en pláticas acerca de la creación y la formación de nuestra primera madre y padre. De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los cuatro hombres que fueron creados.


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