Élitros / Malicia literaria
Entre los numerosos esfuerzos del programa Seguimos Leyendo para incentivar la creación literaria, Élitros I y II son una clara muestra de ello; publicaciones que caminaron de la mano de la maestra Raquel Olvera, quien nos comparte que, afortunadamente, “más tarde, y de modo propio, un puñado de lectores voluntarios decidieron hacerse cargo de su propio desarrollo como escritores, dando a luz a un grupo de fervientes autores autogestivos para conformar lo que es Malicia Literaria”.
Así, el cuento que se presenta a continuación forma parte del libro Malicia Literaria, de edición independiente, de la autora Moni Sampablo.
LA PUNTA DEL HILO Y UNAS ALAS QUE NO SON DE PÁJARO
Asómate por aquel orificio. Desde él puedes ver que la jaula se balancea cadenciosamente. La niña se entretenía meneando la jaulita que, en sus ratos de ocio, ella misma había tejido. Era como las de la vecina, pero en vez de pájaros, ahí vivían muñecas muy limpias y maquilladas. La niña tejió los barrotes entre sus dedos y le gustó la idea de que la jaula fuera de hilo, aseguraba que así era más fácil entrar y salir al gusto de quien se metiera en ella; su madre le respondía: “Elena, por eso es jaula, no casa. No tiene paredes, el chiste de una jaula es que quien esté adentro no pueda salir”. Elena parecía no escuchar las necedades de su madre, solo admiraba la curvatura que se formaba en los barrotes de hilo cuando con ambas manos hacía el juego de estira y encoge y le parecía que la estancia ahí no era tan terrible como la de las muñecas de la vecina, estas sí tenían que mantenerse en un rigor más de cuartel general que de jaula. Con los años, la niña la hizo más grande, perfeccionó las puntadas, insistió a su madre en ir a clases de tejido con las señoras del barrio, pero no tejía bufandas, suéteres o chambritas, no, lo que ella tejía no era una prenda. Tejía y a veces destejía.
Acércate un poco más y mira por este orificio, pero, por favor, enfoca detenidamente, puedes advertir movimiento al interior: es ella misma, se mueve graciosamente dentro de la jaula que sigue en su vaivén. Pensar en cómo entró ahí puede ser un disparate. Ahora observa lo que sostiene en la mano, pero antes, detente. Siente. Ella estaba mirándote antes de que tú la miraras, ya se había percatado de tu presencia y por eso siempre sostuvo la punta del hilo en la mano.