Boletín FAHHO Digital No. 56 (Nov 2025)

El tren que soñó Oaxaca

Diana Pascual
Carta del Ferrocarril Mexicano del Sur, 1910. Recorrido desde la ciudad de Puebla pasando por los distintos pueblos y ciudades hasta llegar a la de Oaxaca. Fotografía: Acervo del Museo Infantil de Oaxaca

Entre los siglos XIX y XX, México fue escenario de una transformación profunda: la construcción de líneas férreas que buscaban unificar su vasta extensión territorial, su población diseminada y su compleja orografía. En este contexto, el ferrocarril emergió no solo como una innovación tecnológica, sino como un símbolo de modernidad y desarrollo nacional.

Durante este periodo, el gobierno mexicano otorgó concesiones, incentivando subvenciones y franquicias que atrajeron inversiones, tanto nacionales como extranjeras. Así surgieron numerosas líneas —grandes y pequeñas— que conformaron el núcleo de la red ferroviaria nacional.

Estos primeros desarrollos ferroviarios se concentraron principalmente en el norte y centro del país, pero pronto surgió la necesidad de ampliar la red hacia el sur, con el objetivo de conectar a estados como Oaxaca y alcanzar la frontera con Guatemala. Fue hacia finales del siglo XIX cuando comenzaron los primeros intentos serios de integrar al sur de la república en esta red nacional de caminos de hierro.

El ferrocarril de Puebla a Tehuantepec
El primer esfuerzo formal por desarrollar el ferrocarril en Oaxaca se realizó en 1875, cuando el gobierno del estado obtuvo una concesión para su construcción. No obstante, esta caducó antes de que pudiera iniciarse el proyecto. En 1880, se otorgó una nueva concesión que contemplaba una línea directa entre Puebla y Oaxaca, así como una ruta hacia la costa del Pacífico. Esta fue transferida a una compañía estadounidense que emprendió trabajos de reconocimiento entre México, Puebla, Tehuacán, Oaxaca, Puerto Ángel y Salina Cruz, pasando por la Mixteca y zonas como Antón Lizardo y Quiotepec. Aunque los planos fueron aprobados, la concesión expiró, una vez más, sin concretarse la obra.

No fue sino hasta abril de 1886 cuando se otorgó una tercera concesión, esta vez al gobierno estatal de Oaxaca. En mayo de 1888, el proyecto fue adjudicado a la compañía inglesa Read & Campbell, que comenzó los trabajos de reconocimiento y trazo ese mismo año, iniciando los estudios de terracería en 1889.

Para 1891 ya se había completado el primer tramo entre Puebla y Tehuacán. La terracería hacia Oaxaca se encontraba avanzada en un 55 %, y la mampostería alcanzaba la capital del estado. Se proyectaba que para 1892 los 370 kilómetros entre Puebla y Oaxaca estarían completamente habilitados.

Retos topográficos
La construcción de la vía férrea hacia el estado de Oaxaca se enfrentó con enormes retos topográficos, pues la accidentada geografía hacía inviable un trazado directo.

El último tren de vía angosta entre Puebla y Oaxaca cruzando por el puente de San Pedrito. Ferronales, agosto 1952. Tomo XXII – Núm. 8.

Para integrar a Oaxaca dentro de la red ferroviaria, se consideraron tres rutas principales: la que finalmente se adoptó y se extiende de Puebla a Oaxaca; otra por la cañada del río Grande de Quiotepec, continuando por el río de las Vueltas hasta cruzar la cordillera hacia los Valles Centrales; y una tercera por las montañas ubicadas entre ambas cañadas, coincidente con el trazado del camino nacional. Esta última fue descartada por ser la más elevada y costosa de todas.

Los ingenieros encargados realizaron numerosos estudios para lograr el mejor aprovechamiento del terreno. El resultado fue un trazo audaz y técnicamente exigente, diseñado para sortear con eficiencia los obstáculos naturales de la región.

Un sueño con ambición
Las aspiraciones en torno al ferrocarril de Oaxaca eran ambiciosas. Lo que hoy conocemos como el Ferrocarril Mexicano del Sur fue considerado una de las obras más importantes del país, ya que fue concebido como una vía troncal que uniría a México con Guatemala a través de sus fronteras.

En torno a este proyecto se generaron altas expectativas económicas: debido a la amplia variedad de temperaturas y suelos del estado, se preveía el crecimiento de la exportación agrícola de algodón, café, cacao, caña de azúcar, tabaco, hule, vainilla, frutas y madera de tinte, de construcción y para trabajos de ebanistería, entre otros. En materia minera, se apostaba por la extracción de oro, hierro, plomo y estaño. La línea ferroviaria sería el vehículo de expansión de estos sectores hacia nuevos mercados.

Desde la óptica militar, el ferrocarril permitiría al gobierno movilizar rápidamente sus ejércitos hacia el sur en caso de conflicto fronterizo. Asimismo, se esperaba que, al concluir las obras del Ferrocarril del Istmo de Tehuantepec, las líneas se conectaran y Oaxaca adquiriera una posición estratégica en el comercio internacional, con un auge en las actividades portuarias en Salina Cruz y Puerto Ángel.

Finalmente, cuando la línea del Ferrocarril Mexicano del Sur entró en funcionamiento, cumplió con la promesa de conectar al estado con el resto de la república y aunque muchas de las proyecciones originales no se concretaron en el tiempo previsto, el impacto del proyecto ferroviario dejó huella en la memoria colectiva de Oaxaca, y representa uno de los capítulos más emblemáticos de su integración al México moderno.

El tren no solo fue una obra de ingeniería: fue también el reflejo de un país que buscaba construir su futuro.


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