El regalo de Yamilé (primera parte)
Margarita Camacho Baquedano, escritora, periodista, docente y poeta, originaria de Guanajuato, estudió Periodismo en la Universidad Obrera Vicente Lombardo Toledano. Al casarse, tomó el apellido de su esposo –también poeta–, el hondureño Rafael Paz Paredes, con quien procreó a sus hijos Yamilé, Sylvia, Lorena y Andrés Sigfrido. Mantuvo amistad literaria muy intensa –en palabras de su hija Lorena– con Nicolás Guillén, Pablo Neruda y Pedro Garfias y cultivó entrañable amistad con su paisano Efraín Huerta, con Juan de la Cabada, Juan Rulfo, Elías Nandino, entre otros. Rompió paradigmas femeninos sumándose a los afanes de Concha Urquiza, Pita Amor, Margarita Michelena, Rosario Castellanos y Carmen de la Fuente.
En este entorno creció Yamilé, quien también estudió Literatura en la UNAM y se dedicó a la creación poética. Su hijo Yurik la recuerda escribiendo o leyendo sentada frente a su secreter de cortina con los obligados café y Delicados sin filtro a un lado, y la compañía de su perro Zapote y de su gata la Boya. Escribía a mano, por lo que dejó infinidad de libretas de notas. Leía con frecuencia a Julio Cortázar, Arthur Rimbaud, Charles Bukowski, Roberto Bolaño y, especialmente, al poeta emeritense Félix Grande; César Vallejo y Miguel Hernández también eran sus héroes. Dio clases en la UNAM y en la UAM. Fue Premio Latinoamericano de Poesía Plural por su Alquimista de inmenso. Colaboró para los diarios El Nacional, Factor, La Brújula en el Bolsillo, Los Universitarios, Plural, El Gallo Ilustrado, Sábado, entre otros. De naturaleza rebelde y justa, durante el movimiento estudiantil del 68 formó parte activa del Comité de Lucha y, junto a su madre, participó en diversas brigadas, experiencias que plasmó en su obra El libro rojo del 68. Quienes la conocieron coinciden en mencionar su invariable actitud solidaria por la justicia, además de su inconmensurable amor por la vida.
Conocí a Yamilé cuando visitaba a Yurik, amigo ya avecindado en Oaxaca; solo había que dar vuelta al pasillo del edificio para ir a tomar un mezcal con ellos y platicar. Su trato cálido, gentil y sincero despertaban la simpatía inmediata y el correspondiente afecto. Conoció las bibliotecas BS Xochimilco y BS Canteras, a donde Yurik la llevó para que conociera los muebles que nos había hecho para los espacios. Solo tuvo palabras de admiración y aliento para las bibliotecas y en una de sus visitas planteó –tan sencilla y directa como era– su deseo de regalarnos la suya. Compartir y pensar en el otro eran uno de los caminos por los que siempre transitó.
Yurik ha cumplido la voluntad de Yamilé. Se ha encargado de clasificar y empacar los libros de su madre y dejarlos listos para su periplo a Oaxaca. Ciento cuarenta y tres cajas, con ocho mil libros aproximadamente, han viajado los 460 km que separan a la Ciudad de México de Oaxaca, y se encuentran ya con nosotros, involucrados en la labor de desempacar y catalogar, con la emoción de ser testigos y receptores de un trabajo de amor que ha llevado toda una vida para que sea compartida hoy. Muchas gracias querida Yamilé, muchas gracias querido Yurik.