Boletín FAHHO No. 3 (Nov-Dic 2014)

EL PODER DE LA LECTURA

Hugo Cuevas Castellanos

“Todos nos inventamos a punta de palabras”, dice Yolanda Reyes en su libro La casa imaginaria. Y vaya que sí. Es preciso inventarse a cada momento en un lugar como lo es la DEMA, la Dirección de Ejecución de Medidas para Adolescentes de Oaxaca. El jueves 13 de marzo de 2014, en punto de las cuatro de la tarde, estábamos ahí formados, esperando la revisión última para entrar. Habíamos pasado ya por una serie de registros y preguntas, dejado todas nuestras pertenencias en un locker y entregado nuestra identificación. Las instrucciones: “No ropa oscura, ni militar, ni escotes, ni faldas cortas, ni celulares, ni…”. Sí, sólo libros, ganas y deseos de compartir, de dar y aportar un poquito en esta reinvención y construcción del ser. Sí, de ellos, pero sobre todo, de nosotros mismos.

Una vez dentro, nos espera la licenciada Verónica Gómez, encargada del área de pedagogía de la DEMA. Nos recibe de manera muy amable, nos lleva a dar un recorrido por las instalaciones y finalmente nos asigna un salón, un espacio, para iniciar la lectura. Es un lugar bastante amplio y limpio, con un escritorio y muchas sillas apiladas. A los pocos minutos fueron entrando algunos chicos, enviados de manera obligatoria al círculo de lectura. No pasaron más de diez minutos para que el salón estuviera lleno. Entre miradas alegres, otras ausentes, algunas curiosas, otras reservadas y pocas con algo de enojo, iniciamos.

Jueves 11 de septiembre (seis meses después). Me cuenta la licenciada Verónica: “Reuní a unos chicos y les pregunté su opinión sobre el círculo de lectura como usted me lo pidió, ¿y con qué cree que me salieron?

Pedro me dijo, así, tal cual: “Licenciada, la ahorco y me muero si nos quita el círculo de lectura, no lo haga, ni se le ocurra.

“Es algo que me gusta, me da vida, me interesa y hace más ligeros y agradables mis días aquí”, comenta Pedro cuando la licenciada Verónica insiste en saber por qué le gusta el programa de lectura.

A escasos cinco meses de haber iniciado la lectura en este espacio, el panorama es diferente. Esas miradas hoscas, con enojo y recelo del principio son ahora tranquilas, abiertas y me parece que hemos logrado generar en ellos una confianza que nos acerca. “Las dinámicas que hacen me gustan mucho, me divierten, son muy chidas”, dice “el Tigre”, un chico que apenas habla el español y no sabe leer, pero que no falta cada tarde y que incluso, últimamente, ha pedido quedarse con algunos textos como El Grúfalo o La voz de los sueños.

“Yo creo que hemos logrado encauzarlos en la lectura, bueno, a algunos de ellos”, me comenta Elia Pérez, lectora de este espacio, y continúa diciendo: “En especial me ha llamado la atención María Laura, una de las dos únicas mujeres recluidas aquí, y quien al principio no asistía, pero luego de ir a leerle hasta su dormitorio, y que nos recibiera con cara de enojo y de qué hacen ustedes aquí, ahora ella llega sola a la reunión y, aunque apenas sabe leer y hablar el español, ahora nos pide libros; su actitud es totalmente diferente, y esto me hace sentir especialmente bien”.

Habitar los territorios del lenguaje es habitar el mundo. “Somos seres lingüísticos”, dice José Antonio Marina en su texto La magia de leer.

Marcelino, chico de mirada inquieta y apacible, dice, refiriéndose a los lectores: “Son ustedes muy amables y animosos, su entusiasmo es contagioso. Me gusta y me siento muy bien en el grupo porque no nos cuestionan nada; es bonito, he sentido confianza con el grupo que viene a vernos”.

“Los jóvenes buscan ya los libros, les atraen las historias y nos esperan, estas son victorias. El joven que hace dos semanas salió libre se acercó a mí para despedirse, me agradeció este tiempo y me compartió que a él ya le gustaba leer pero que las lecturas que les hemos traído, así, tan variadas, le han abierto la mente para otros temas. Incluso me dijo: ‘Hasta estoy pensando en dedicarme a la educación’. Se trata de que se diviertan, de que se la pasen bien con nosotros y los libros, de dejarles un mensaje de esperanza”, nos cuenta Cristina Ogarrio, otra lectora voluntaria.

Con la literatura nos descubrimos, nos encontramos a nosotros mismos. Paul Valéry dijo que “la ternura era la memoria de haber sido tratados con atenciones extraordinarias a causa de nuestra debilidad”. Tratemos, entonces, con ternura.

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