EL MURCIÉLAGO
Recopilación Andrés Henestrosa, 1929
Las mariposas que hoy vemos, sin tierra que las orille, que se pueden posar en las flores, en la superficie de las aguas y hasta en las trémulas ramas del aire, no son otra cosa que una fracasada imagen de lo que el murciélago fue en otro tiempo: el ave más bella de la creación.
Pero no siempre fue así: Cuando la luz y la sombra echaron a andar, el murciélago era como ahora lo conocemos y se llamaba biguidibela, es decir, biguidi, ‘mariposa’, y bela ‘carne’, mariposa en carne, es decir, desnuda. La más fea y más desventurada de todas las criaturas era entonces el murciélago. Y un día acosado por el frío, subió al cielo y le dijo a Dios:
–Me muero de frío. Necesito plumas.
Y como Dios, aunque no cesa de trabajar, no vuelve las manos a tareas ya cumplidas, no tenía ninguna pluma. Así que le dijo que volviera a la tierra y suplicara en su nombre una pluma a todas las aves. Porque Dios da siempre más de lo que se le pide. Y el murciélago, vuelto a la tierra, recurrió a aquellos pájaros de más vistoso plumaje. La pluma verde del cuello de los loros, la azul de la paloma azul, la blanca de la paloma blanca, la tornasol de la chuparrosa, su más próxima imagen actual: todas las tuvo el murciélago. Y orgulloso volaba sobre las sienes de la mañana, y las otras aves, refrenando el vuelo, se detenían para admirarlo. Y había una emoción nueva que agitaba los sentidos sobre la tierra. A la caída de la tarde, volando con el viento al poniente, coloraba el horizonte.
Y una vez, viniendo de más allá de las nubes, creó el arcoíris, como un eco de su vuelo. Sentado en las ramas de los árboles abría alternativamente las alas, sacudiéndolas en un temblor que alegraba el aire. Todas las aves comenzaron a sentir envidia de él, y el odio se volvió unánime, como un día lo fue la admiración. Entonces los pájaros subieron al cielo, el colibrí adelante. Dios oyó su queja. El murciélago se burlaba de ellos, además, con una pluma menos padecían frío. Y ellos mismos trajeron el mensaje al murciélago. Cuando estuvo en la casa de allá arriba, Dios le hizo repetir los ademanes que de aquel modo habían ofendido a sus compañeros; y agitando las alas se quedó otra vez desnudo. Se dice que todo un día llovieron plumas del cielo. Y desde entonces, sólo vuela en los atardeceres en rápidos giros, cazando plumas imaginarias. Y no se detiene, para que nadie advierta su fealdad.
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