El hombre, el mar y lo divino
Lo que sea de la mar, todo es azar.
Refrán marinero
El mar ha sido fuente inagotable de experiencias humanas y, posiblemente, es el medio en el que los hombres se encuentran más vulnerables frente a la naturaleza. Ha sido fuente de alimentación y esperanza y, por mucho tiempo, de temor. Por ello, desde tiempos inmemoriales, el ser humano volcó su fe en la idealización de deidades marinas y cubrió de ofrendas a aquellas que lo libraron de su furia o lo bendijeron con su favor.
En las culturas antiguas de casi todo el mundo existe una deidad, o un poder, relacionado con el agua en cualquiera que sea su presentación: ríos, lagos, lluvia, mares y océanos, incluyendo rayos y, por supuesto, la fauna acuática.
A pesar de que durante siglos la humanidad ha tratado de hallar explicaciones profanas o divinas al comportamiento del agua, el mar ha sido inexorable, tal y como lo atestigua el siguiente relato del siglo XVII que el historiador Pablo Pérez Mallaína rescata. Habla un testigo que iba a bordo de la nao La Teresa, que partió de Cartagena de Indias en 1682, en la flota del marqués de Brenes, y cuyo naufragio cobró un saldo de 280 víctimas:
Llendo este testigo [Silvestre Pardo Espinosa] embarcado en la dicha nao llamada La Teresa y navegaron todo aquel día (8 de mayo de 1682) hasta las diez de la noche que descubrió el navío un agua grande irremediable… y sin embargo se mantuvieron hasta el otro día que fue sábado nueve del dicho mes a ponerse el Sol, que entonces se fue a pique con toda la gente y todo lo que llevaba y el testigo se halló en la mar.1
¿Qué hacían los pasajeros mientras se hundían los barcos? En tanto, los funcionarios y otros ilustres pasajeros que viajaban en la embarcación:
se fueron en la cámara de popa y se encerraron en ella […] el almirante, el veedor, el escribano real y el alférez de infantería… hicieron lo mismo en la chopa [toldilla] y camarote de arriba y la gente de mar, y soldados y pasajeros comenzaron a meterse debajo del alcázar e hicieron cruces de palitos y comenzaron a tomar imágenes y en esto hicieron demostraciones de actos de contrición abrazándose los unos a los otros, pidiendo perdón.
Esto anterior sucedió en Nuestra Señora del Juncal en octubre de 1631 que se fue a pique en los arrecifes de la costa de Yucatán, valiendo poco o nada los ruegos de la tripulación y los viajeros.2
Ante tales descripciones, entendemos que, desde tiempos inmemoriales, los hombres, especialmente los que vivían en y del mar daban toda clase de ofrendas a las deidades relacionadas con este elemento. Ya el romano Cicerón habló de ellas: “Tú que piensas que los dioses se desentienden de los asuntos humanos, ¿no te has dado cuenta, ante tantas tablas pintadas, que muchos, gracias a sus votos, han evadido la fuerza de la tempestad, llegando salvos al puerto?”.3
Afortunadamente, también poseemos un testimonio propio de nuestro pasado novohispano rescatado por la Gaceta de México en 1722:
Campeche.- De este Puerto salió vn Pacabot nombrado el gran poder de Dios, cargado de frutos de esta Provincia, […] en que dexó a su Provincia el Rmo. P. Commissario General Fr. Agustin de Messones, […] bolvió con grandes incomodidades en la dilatada peregrinación de mas de 400 leguas, […] por la distancia, y aspereza, fue precisso que dicho Rmo. P. se embarcasse en Pyraguas, como lo hizo en el Pueblo de Cañizal, por el Rio de Sumasinta hasta la Villa hermosa de Tabasco: de aquella Provincia se embarcó para Vera-Cruz, en cuya navegación padeció peligrosisimas tormentas, tanto, que quasi naufragando se encomendaron todos á S. Francisco Xavier, y haziendo voto el P. Secretario General Fr. Pedro de Navarrete, de hazerle un Navichuelo de plata, amainó la tormenta dio lugar a ancorarse, y pasar la Isla de Sacrificios (donde haziendo aguada hallaron algunos Idolillos, que demolieron) y de alli á la Vera-Cruz: Luego que llegó á México cumplió su voto colgando en la Capilla de San Francisco Xavier, que se venera en la Parrochia de la Santa Vera-Cruz, un navio pequeño en señal de su reconocimiento.4
Lo que ofreció fray Pedro Navarrete a san Francisco Xavier, para que los librara de morir ahogados es, a todas luces, lo que hoy conocemos como un “exvoto”. Un exvoto es, según diversas fuentes, una “ofrenda que los gentiles depositaban a sus dioses” en santuarios o lugares de culto. A esta definición se le añade la característica de que tiene el valor de agradecer un favor obtenido.
Como es sabido, existe una gran variedad de exvotos, entre los que se encuentran —relacionados con el tema marino— barcos de diversos materiales que se han colgado dentro de los templos para atestiguar y agradecer el milagro, como ocurre en el Templo de la Merced, en San Luis Potosí; o fuera de ellos, como en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, en la Ciudad de México, así como con aquellos elementos colocados por las tripulaciones de los navíos, como redes, cadenas, arpones y otros elementos propios de la navegación.5 No faltan tampoco aquellos pequeños retablos que, con una ilustración y un texto dan testimonio, como lo dijo Cicerón, de la intervención divina.
El viejo refrán marino sobre el azar y los mares ya no tiene tanto efecto conforme la tecnología avanza. Los mapas y las cartas marinas se han modernizado: ahora existen radares, sonares y toda clase de sofisticados instrumentos para navegar, e incluso para transitar por el interior del mar con submarinos y batiscafos. No obstante, todavía no hay tecnología que pueda detener tormentas o impedir el pánico de los pasajeros ante un oleaje “picado”, detectar la aparición de un tiburón entre los practicantes de surf o la falta de peces que busca atrapar un barco pesquero, entre otros sucesos que con seguridad aumentarían la colección de exvotos relacionados con el mar y el agua.
1 Pablo Emilio Pérez-Mallaína Bueno, El hombre frente al mar: naufragios en la carrera de Indias durante los siglos XVI y XVII, 1ª. Reimp., Sevilla, Universidad de Sevilla, 1997 (AMERICANA No. 15), p. 112.
2 Ibidem, p. 51.
3 Fina Parés “De la naturaleza de los dioses” citada por Thomas Calvo en “El exvoto: antecedentes y permanencias” en Dones y promesas, 500 años de arte ofrenda (exvotos mexicanos), Centro Cultural Arte ContemporáneoFundación Cultural Televisa, México, 1996, p. 32.
4 Tomado de: Gaceta de México, del 1 de febrero de 1722, p. 974. Consultada en línea: http://www.hndm.unam.mx/consulta/publicacion/visualizar/558075be7d1e63c9fea1a29f?tipo=publicacion
5 Thomas Calvo. Idem