EL ENCANTO DE LAS PRENDAS AJENAS: LAS ARTES TEXTILES FRENTE AL TURISMO
La Revolución Industrial hizo crecer a la clase media en Europa y Norteamérica, un nuevo perfil de la población urbana que trajo consigo cambios culturales profundos. El incremento en los ingresos de un amplio sector de la ciudadanía en esos países propició que los viajes de placer se convirtieran en itinerarios redituables y multitudinarios a partir del siglo XIX. Los hoteles, restoranes y mercados de artesanías prosperaron de manera dramática una vez que adaptaron sus servicios a las preferencias del turismo de masas. Nuestro país siguió esa nueva vocación económica desde fechas tempranas. Su proximidad a los Estados Unidos y su oferta variada de atractivos naturales, ruinas arqueológicas, ciudades coloniales y una cultura popular vibrante la convirtieron en destino favorito generación tras generación. La terminación de la Carretera Panamericana (en su tramo nacional) en 1950 permitió la llegada de familias enteras anglosajonas a bordo de su propio automóvil, ávidas de presenciar costumbres exóticas para ellos y llevar de vuelta a su mundo la cajuela llena de souvenirs: “Mexican curious”, curiosidades mexicanas, recuerdos…
Los productores vieron aumentar rápidamente en esos años la demanda de camisas bordadas, sarapes veteados y otras prendas coloridas que atestiguaban la capacidad económica para emprender un largo viaje sin que el portador se viera “demasiado mexicano”, como dijera el director neoyorquino Woody Allen en una de sus películas. Los tejedores respondieron con agilidad al gusto de los visitantes. La paleta se inclinó hacia tonos que estaban de moda a mediados del siglo pasado, como el rosa pálido, el amarillo claro, el verde turquesa y el azul cielo. En muchos casos la densidad de los hilos se relajó, pues los nuevos compradores no diferenciaban grados de calidad en el tejido y preferían pagar poco. Los diseños tendieron a simplificarse y se popularizó una iconografía nacionalista que glorificaba la vida rural: el burrito con su carga al lomo, los volcanes nevados, el maguey pulquero, las trajineras de Xochimilco. Se configuraron así formatos textiles nunca antes vistos, paños decorativos que hacían eco a los gritos del mariachi y aseveraban con fuerza un mensaje visual de mexicanismo convencionalizado.
Sesenta y seis años después de la inauguración de la Panamericana, México encabeza la lista de países más visitados en Latinoamérica y ocupa el décimo lugar en el ámbito mundial. El turismo ha moldeado durante todo ese tiempo buena parte de la producción artesanal. La demanda no ha sido estática; en diferentes momentos los compradores han preferido prendas de uno u otro estilo, de tal o cual región. Los críticos han culpado al turismo de inducir un deterioro generalizado en el arte popular, conduciendo a los artesanos a reducir costos y estandarizar sus productos conforme a los gustos de la clase media urbana. Es cierto que así sucedió en muchas instancias. Pero también es justo reconocer que en algunos casos el mercado externo permitió revitalizar manufacturas que languidecían. Incluso podemos señalar ejemplos donde el aprecio de los consumidores foráneos llevó a los artistas populares a resucitar materiales y técnicas que ya habían desaparecido. En esta exposición buscamos acercarnos a esa trayectoria de siete décadas, seleccionando piezas que reflejan lo bueno, lo cursi y lo sublime en el encuentro del turismo con las artes textiles tradicionales de México y Guatemala. Al transitar por la muestra, esperamos que nuestros visitantes perciban la trascendencia de ese encuentro que ha llegado a cimbrar cánones culturales y a cuestionar la noción misma de identidad étnica y nacional. En los textiles aquí exhibidos creemos entrever atisbos de un mundo crecientemente conectado.