El día que todo cambió. Con o sin vacuna, usa cubrebocas
La vida cambió, el futuro es otro; parece que la COVID-19 llegó para quedarse. Pero no todo es malo. Si bien, hemos sido renuentes a los cambios porque afectan nuestro sentido de confort, también sabemos adaptarnos, como pasó, por ejemplo, con el uso de tecnología que hace 20 o 30 años era solo un sueño. Podríamos pensar que nos adecuamos tan bien a esas situaciones porque el cambio ha sido paulatino y nos ha permitido ajustarnos y modificar esa nueva normalidad. La pandemia, sin embargo, nos tomó por sorpresa y obligó a hacer cambios drásticos y no planeados, pero, sobre todo, no diseñados expresamente para nuestra “comodidad”.
Esta situación que se vive a nivel mundial nos ha llevado a manifestar nuestras mejores actitudes; aunque, también, las peores: la escasa empatía, la pobre búsqueda de información y la actitud egoísta para con quienes nos rodean, por mencionar solo algunas. Desgraciadamente, a estas alturas la pandemia ha hecho emerger un comportamiento que comienza a ser un marcaje socioeconómico. Por un lado están los que pueden vacunarse, quienes pueden viajar, los que tienen acceso a servicios médicos de primera y los que pueden hacer home-office; por el otro, la mayoría de las personas no tiene esas posibilidades y, además, su trabajo requiere que se desempeñe de forma presencial, como en la venta de productos de primera necesidad, o en la prestación de otro tipo de servicios.
Es muy importante que entendamos que las personas que nos brindan atención —meseros, cajeros, taxistas, médicos, recepcionistas, maestros, entre muchos más— no tienen la obligación de cuidar de nuestra salud a costa de la suya y de la de su familia. En México es común compartir nuestro hogar con personas de todas las edades, con diferentes padecimientos, algunos menos graves que otros; y ahí estamos los que debemos salir y trabajar. ¿De qué manera podemos tocar los corazones para que entendamos y cuidemos a todas esas personas que son invisibles, pero que están detrás de quien que nos está brindando un servicio?
Recordemos que la vacuna no impide que enfermemos o que contagiemos a alguien: lo que sí hace es reducir el riesgo de muerte y evitar que la enfermedad sea grave; pero si contagiamos a alguna persona que no está vacunada, podríamos ser responsables de que muera.
Sabemos que este proceso ha sido duro, difícil, y, sobre todo, cansado. Tal vez eres de los afortunados que no ha perdido a nadie cercano, o lejano. Pero estamos los que hemos despedido a algún familiar o amigo; y esas personas, las que ya no están —que eran vecinos, meseros, taxistas, doctores—, quizá no tenían un vínculo directo contigo. A pesar de ello, hoy puedes ayudar a que no se pierdan más vidas, a que alguien no pierda a un ser querido.
En los espacios de la Fundación Alfredo Harp Helú amamos lo que hacemos y estamos agradecidos de volver a recibir visitas. A cambio, únicamente te pedimos un poco de incomodidad, ya que con ello nos demuestras que el cariño es recíproco. Por ti y por los que te rodean, no olvides hacer uso correcto del cubrebocas, así como mantener la distancia y lavar tus manos continuamente: recuerda que esto aún no acaba.