Boletín FAHHO Digital No. 56 (Nov 2025)

El aburrimiento y la reivindicación del ocio

Gabriel Alcázar
Integrantes del taller “Hay algo más grande que la ballena azul”. Fotografía: Acervo de la Biblioteca Infantil BS Xochimilco.

Innumerables veces hemos escuchado (incluso nosotros mismos lo hemos dicho): “el ocio es el padre de todos los vicios”, condenando a ese vocablo al irremediablemente excluido grupo de palabras que están mal vistas —aunque solapadas, claramente, de vez en cuando—. Si un niño se pone a patear un balón en la calle con sus amigos; si vemos a un niño en un patio jugando con escarabajos y bichitos o simplemente andando en bicicleta por el pueblo sin ningún rumbo fijo, lo más probable es que lo llamen “ocioso”. Ya en la Antigüedad los griegos, y posteriormente los romanos, decidieron nombrar esos periodos de tiempo en los que ninguna actividad “de provecho” se realizaba.

Para los griegos, skholè (σχολή) “consistía en la contemplación teórica (theoria) de la vida y la especulación filosófica” (Azores, 2020); y, debido a las características propias de la sociedad griega, los únicos que podían disfrutar de ese periodo de reflexión eran los nobles y los ciudadanos libres, excluyendo a las mujeres (salvo algunas excepciones), la servidumbre y los esclavos. Por otro lado, la palabra latina otium designaba ese tiempo libre diferente al negotium (trabajo); era algo que todos los ciudadanos podían ejercer, pero que se veía como un reflejo de la virtud de cada individuo, de acuerdo con su posición social: actividades como la lectura, la escritura y las artes declamatorias eran vistas como propias de las élites, mientras que los juegos, las fiestas o las visitas a tabernas reflejaban formas vulgares de ocio.

Dicho lo anterior, llama mi atención la cuarta acepción que tiene la RAE con respecto a la palabra ocio: “Obras de ingenio que alguien forma en los ratos que le dejan libres sus principales ocupaciones”. Entonces, en un punto medio entre el tiempo no dedicado a alguna actividad “productiva” y el tiempo de la formación del espíritu por medio de la contemplación, la pasividad y la reflexión filosófica consciente, el ocio es, también y sobre todo, un intervalo creativo. Creamos para eludir el negotium, cuando se puede, cuando “se tiene tiempo”; se crea, por tanto, porque no se trabaja y, al no haber una necesidad imperiosa de hacer algo, ante esa falta de quehacer, uno puede fácilmente pronunciar una palabra: aburrimiento.

¿Es el aburrimiento, entonces, el potenciador de ese intervalo creativo que el ocio entraña? Pascal decía que “toda la desgracia del hombre viene de no saber permanecer en reposo en un cuarto” (Hurtado, 2014). Y es, quizá, lo que desemboca, en última instancia, en la creación: ese desasosiego causado por el “no estar haciendo nada”. Pero ¿qué es lo aburrido más allá de los bostezos, la somnolencia y la falta de estímulos sensoriales? Aburrir viene de la palabra latina abhorrere: ab– (evitar, no cometer una acción) y horrere (espantar/poner los pelos de punta). Este término nos pone en un predicamento, pues podría interpretarse como “evitar aquello que nos perturba”, que nos horroriza; una situación en la que debamos, tal vez, elegir la pasividad, el sosiego, la calma.

Luigi Amara, citado por Hurtado (2014), nos dice: “[…]quizá no exista lo aburrido, sino una compleja red de poder que determina e insiste, a través de una muy bien aceitada maquinaria propagandística, en donde poner los ojos, qué es lo ideal y qué lo escuálido, qué lo crucial y qué lo anecdótico”. Quizá, siguiendo la línea de pensamiento de Amara, el aburrimiento real recae en el constructo social que hemos asimilado, lo que nos han dicho que es aburrido: lo análogo, aquello cuyo valor recae en sí mismo y no en el beneficio inmediato; lo contemplativo, lo silencioso; aquello que es ameno solo para los “entendidos e iniciados”.

El aburrimiento como potenciador del tiempo de ocio es, en este caso, un ejercicio que entraña no solo la realización de actividades con las cuales “matamos el tiempo”, actividades, por lo demás, rutinarias o ritualistas; sino también como la exaltación de nuestra existencia inmediata, un estado de exaltación filosófica, moral, estética. Cualquier cosa nos puede aburrir, eso se puede intuir con facilidad, pero la verdadera tarea, el verdadero acto renovador sería, acaso, retornar a ese momento perdido en el lapso de la vida, ese momento en el que no tener nada que hacer era justamente eso: una pausa, un sosiego que podíamos, mediante ciertos artilugios verbales o artísticos, convertir en tarareo, canción, chiste, dibujo, juego, obra; ecos de los sueños que el aburrimiento y, más aún, la ociosidad (esa vieja que no se cansa) transforman con su alquimia de tiempo e ingenio.

Dentro de los espacios que conforman la Red de Bibliotecas Infantiles de Oaxaca tiene lugar una serie de actividades que busca canalizar el aburrimiento de niñas y niños hacia acciones que, más allá de tener un propósito didáctico o de transmitir un saber enciclopédico, fomentan el ocio en su acepción de “creación”. Un ejemplo reciente es el taller “Hay algo más grande que la ballena azul”, impartido y planificado por Zuleyma García Silva en la Biblioteca BS Xochimilco. En dicho taller, el saber técnico sobre las ballenas azules fue fácilmente integrado y encauzado a la elaboración de una lámpara de cartón en forma de ballena. Las fotografías de los y las participantes sosteniendo su producto final son apenas un atisbo —pero uno fiel— del quehacer diario que toma lugar en las instalaciones de la biblioteca: el hacer algo por el mero gusto de hacerlo, de la exploración sin trabas pedagógicas que, sin embargo, tienen un propósito: el ocio y su desparpajo en un espacio seguro.


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