EDITORIAL
Imagina un árbol grande, de copa ancha y frondosa, de esos que su sombra se antoja al mediodía, de esos donde el aire se mece entre las hojas y te sopla a la cara para refrescarte; un árbol de tronco suficientemente ancho para sentarte en el piso y recargar tu espalda contra él, la tuya y la de la gente con quien disfrutas convivir. Ahora imagina sus raíces, que, aunque no las podamos ver porque están debajo de la tierra, imagínalas igual de grandes como las ramas y la copa que da sombra, profundas y entrelazadas, buscando el agua y los nutrientes que necesita para crecer y para soportarse de pie. Imagínalo verde y vibrante.
El color verde es sinónimo de esperanza para la Fundación Alfredo Harp Helú Oaxaca, que ha invertido en materia de medio ambiente, con proyectos de alta tecnología, para forestar y reforestar las ciudades en que vivimos con la visión de que la sombra de aquellos árboles que hoy se siembran será disfrutada por las siguientes generaciones, generaciones que crecen con esperanza y respeto por conservar su patrimonio natural y cultural.
Esas acciones hoy dan sombra no sólo a Oaxaca, también a Tabasco, Morelos, Chiapas y, aún más lejos, a Cuba y Líbano. Y así como los árboles en los parques, siempre rodeados de familias, de personas pequeñas y personas grandes; en sus bicicletas, triciclos o caminando, así crece la Fundación Alfredo Harp Helú rodeada de rostros con esperanza y respeto, sembrando día con día semillas que mañana serán árboles de grandes sombras. El compromiso lo hemos adoptado todos, unos con acciones más grandes, otros con acciones más pequeñas, como regar día con día el árbol de la banqueta frente a nuestra casa. Pero al final, todos deseamos lo mismo: disfrutar la sombra de ese árbol que sembramos o adoptamos.