Dos centros culturales, un mismo pulso

“Sumar multiplica”, dice Alfredo Harp Helú, y eso es precisamente lo que venimos a hacer el día de hoy: sumar y agradecer. Hoy recordamos la terrible sacudida que despertó a los habitantes de Oaxaca el 7 de septiembre de 2017. El susto fue peor al enterarnos de las consecuencias lamentables que dejó aquel sismo en diversas regiones del estado. En menos de dos minutos, monumentos, mercados, viviendas, escuelas, hospitales y empresas sufrieron pérdidas cuantiosas.
Nos invadía la impotencia; saber que nuestros hermanos sufrían nos llenaba de dolor. Había que actuar lo antes posible y eso fue lo que hizo la Fundación Alfredo Harp Helú. Desde el primer día después del sismo instrumentamos un programa de acción inmediata, ya que era urgente ayudar a los pobladores a cubrir necesidades básicas: despensas, ropa, material de curación, tiendas de campaña y circuitos para potabilizar agua.
Cuando llegamos al Istmo, el panorama era terrible, pero había algo todavía peor: el taladrante sonido de una máquina excavadora que derrumbaba las casas; tenía preferencia por aquellas hechas de adobe o ladrillo con vigas de madera. A cambio, a los dueños se les ofrecía ciento veinte mil pesos, cuando su propiedad valía muchísimo más. Hubo pueblos que perdieron su fisionomía y, entre las lágrimas de los pobladores, el cascajo fue volcado al río. Me dolía el estómago; más bien, el alma.
Cuando llegamos a Santo Domingo Tehuantepec, las máquinas trituradoras acababan de hacer su aparición en el centro histórico. Muchas casas tenían letreros con pintura en aerosol que decían: “Demoler”, pero en realidad no lo requerían. El INAH fue un gran aliado: evitó el derribo de muchas propiedades, mientras que la presidenta municipal ordenó trasladar las máquinas a otro lugar. Hicimos un equipo en beneficio de la comunidad.
Alfredo Harp Helú quería levantar el ánimo en la población, y organizó un partido de beisbol entre la famosa liga del Istmo y los Guerreros de Oaxaca. El estadio estaba abarrotado, pero, entre la algarabía, la tierra no dejaba de temblar.
La Fundación decidió rescatar principalmente edificios y espacios de uso comunitario: casas de cultura, archivos, bibliotecas, parques, mercados, hacer reforestación y remodelación de campos deportivos. Y, entre todas estas obras, redoblamos esfuerzos en Santo Domingo Tehuantepec, donde se recuperaron 53 viviendas con valor patrimonial; algunos callejones de la ciudad; la Casa Guietiqui; los parques Bigarii y el Amado Chiñas; el frontón y los contrafuertes del palacio municipal; el Mercado Guichivere y el campo de beisbol. También organizamos el archivo histórico parroquial y el diocesano, así como el acervo bibliográfico y documental de la Casa de la Cultura. De los doscientos noventa millones de pesos invertidos por la FAHHO en la rehabilitación de las zonas afectadas por los sismos de 2017 en Oaxaca, se destinaron 86 para Santo Domingo Tehuantepec.
El edificio más emblemático, sin duda, fue el complejo conventual de Santo Domingo. Este edificio, construido en el siglo XVI, representa el desarrollo de una forma de pensar y vivir en la comunidad. Primero fue una iglesia, convento y obispado; luego cuartel, cárcel y, finalmente, se convirtió en la Casa de la Cultura. Los trabajos realizados pretenden restituir a la comunidad este espacio tan necesario para la difusión de las artes y el conocimiento.
Fue lamentable que, en medio del dolor, hubo quienes veían por su propio beneficio e incurrieron en conflictos de interés personal, pero, por fortuna, la mayoría trabajó en favor del colectivo. Las sombras no pueden oscurecer el horizonte cuando sale el sol. Es por eso que compartimos nuestra alegría, por la suma de esfuerzos de tantas instituciones en esta obra titánica. Es profundamente motivador saber que los mexicanos estamos unidos, pues en las desgracias de México hay una luz de solidaridad que nos reconforta. Nuestro país sabe levantarse una y otra vez, lo ha demostrado en innumerables ocasiones.
Deseo que este espacio vuelva a llenarse de vida cultural, que regresen las danzas, las lecturas, las exposiciones, los talleres, el teatro, la reflexión y la creación. Déjense cobijar por los muros del edificio, cúbranse con la sombra de sus pasillos, y que su patio se abra al cielo para que las estrellas no dejen de brillar para ustedes.

Un semillero de afectos
Francisco Toledo enviaba libros con bastante frecuencia a la Casa de la Cultura de Juchitán, y con ellos iba su corazón. Nunca dejó de hacerlo, porque para él ese lugar significaba un lazo con su tierra y con los suyos. De ahí su intensa participación en la integración de colecciones de arte prehispánico, pintura, fotografía y grabado, y su búsqueda para montar exposiciones de gran calidad. En ese lugar nació una generación ávida de letras, arte y belleza, fue un semillero de talentos y reflexiones. Por eso no extraña que brotara de la tierra la Iguana Rajada, la revista Guchachi´ reza, voz y espejo de los movimientos sociales, intelectuales y artísticos de Juchitán, así como del resto del país en esos años. Las lenguas, culturas e historia del Istmo fueron centrales en su contenido.
En 2017 un terrible temblor simbró la tierra de Toledo, pero su corazón también palpitaba por ayudar cuanto podía. A los pocos días del suceso llegué a Juchitán y, conforme avanzaba por las calles, me invadía una tristeza angustiante: el panorama era desolador. Lo primero que hice fue ir a la Casa de la Cultura de la que tanto hablaba el maestro. Me impresionó el curato y el templo de San Vicente con los campanarios desgajados y a punto de desplomarse. Corrí a la biblioteca y no daba crédito al ver la cantidad de libros tirados, como si hubieran sido aventados desde los libreros vacíos y rotos. Afortunadamente, el equipo de Adabi de la Fundación Alfredo Harp Helú ya los recogía para meterlos en cajas. Levanté un ejemplar del suelo, lo acaricié, luego otro y otro más…, reconocí el ojo exquisito de Toledo para seleccionar libros. ¡Ay, cuánto amor había en ellos!
Entre los libros también estaban las piezas prehispánicas en las que Sara Toledo puso su empeño para que se conservaran de la mejor manera posible. Sé que el maestro Toledo sigue presente en sus hijos, quienes continúan su labor y no dejan de insistir para salvar y dar continuidad a su legado.

La FAHHO, por su parte, colaboró con el INAH en la recuperación del curato, en el proyecto arquitectónico de San Vicente Ferrer; participó junto con otras asociaciones civiles en la reconstrucción del Mercado y, de manera personal, en la Biblioteca del Ferrocarril José F. Gómez y la Biblioteca López Chiñas. De los doscientos noventa millones de pesos invertidos por la FAHHO en la rehabilitación de las zonas afectadas por los sismos de 2017 en Oaxaca, se destinaron 81 para Juchitán de Zaragoza.
Afortunadamente, el Gobierno federal cumplió el deseo de Toledo de recuperar la Casa de la Cultura de Juchitán. La Fundación Alfredo Harp Helú se sumó a los llamados del arquitecto João Boto Caeiro, quien también ha dejado su corazón en la restauración de este espacio maravilloso. Sumamos también para recuperar la memoria de Francisco Toledo, para que siga vivo y continuemos aprendiendo de sus relatos, imágenes y colores, de la cultura zapoteca. Así, las palabras de los libros donados por Toledo florecerán en los corazones de los habitantes de Juchitán.
¡Gracias, maestro Francisco Toledo!